SUPLICIO María Camila Rodríguez Lasso
Después del paro anterior, lo esperado era totalmente diferente, tal vez algún saqueo o falsa alarma que llenase a la gente de miedo y no le permita seguir saliendo a protestar. Pero no fue así. Desde el balcón del Valle se observa el miedo, el fuego y la muerte del resto del Departamento. Impotencia, sí, no hay una palabra que describa mejor al sentimiento que se comparte entre los jóvenes que se encuentran lejos de colegas que piden ayuda a gritos, colegas que salen a las calles con su botellita de agua y su “mi dios lo bendiga mijito”, a pelear por la esperanza de todos. La desesperanza al ver las redes sociales llenas de sangre y madres buscando a sus hijos, toda una película de horror hecha realidad, el pensamiento de cómo podrán estar los familiares y amigos que sobreviven en la ciudad de la furia, sin poder hacer nada, porque a la final, parar un pueblo solo perjudica a sus habitantes y qué queda. Prender velitas a los que no están y echar bendiciones a los que quedan. Pensar en las tragedias de la ciudad que se escoge para tener mejores oportunidades de educarse o de trabajar y que, además, al parecer, saca la cara por todos a la hora de luchar contra injusticias, produce un gran dolor en el alma y preocupación. Amigos [122] La ciudad de la furia