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HOLOCENO - Camila Guancha Abadía
Camila Guancha Abadía
HOLOCENO
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El sol salió pero llenos de indignación. por el oriente El sentir, la razón, el amor, la aquella mañana, avivando la llama rabia y la conciencia fueron el combustible de los cuerpos que desbordaron calles y caque ardía en las rreteras del platanal. En los almas de aquellos ojos de los transeúntes había seres frágiles y dolientes, un destello de desaire y esperanza, creyendo que el rumbo de sus vidas podría cambiar o simplemente acabar. Sin embargo, estaban predispuestos a dar, a ponerse en pie de lucha, a resistir y a no aguantar para que la miseria no fuese nunca más el pan de cada hogar.
La protesta social constituyó el principio del fin, es decir, el inicio de una era donde las voces de los marginados retumbaban libertad con regocijo, frente a las imposiciones de los yugos; era el fin de los sesgos y la perversidad impartida por un Estado genocida, se convirtió en el inicio de una masacre colectiva auspiciada por los dueños del país, donde las calles y paredes se convirtieron en escenarios de denuncias y disputas, siendo lienzo donde afloraron las tristezas, el desconsuelo y la memoria de aquellos hermanos caídos.
Se perdió mucho, incluso la vida, no había salida a lo que se consideraba duraría solo un día; pero se desató una pelea entre pueblos que terminó de abrir las heridas, dejando llagas que se pullaban en la noche y el día. Este evento pasará a la historia como uno de los más violentos, el uso de la fuerza fue excesi-
vo, tanto así que se asesinó, se torturó, se violó, se desmembró, se desapareció. Pero, a pesar de ello ninguno de los nuestros se amedrentó; por el contrario, resurgió el valor, la juntanza y la necesidad de que valiera la pena combatir todas las injusticias que se habían cometido desde la hora cero y desde siempre. Indudablemente fue increíble y fascinante para algunos ver y ser parte de la coyuntura por la que el país estaba atravesando, aunque también hubo otros que discreparon de las formas y las vías de
hecho por las que se habían optado. Generaciones pasadas y nuevas, empáticas, decididas a construir lo que se reconoce como un futuro, arrepentidos quizá por lo que creen no haber hecho en el pasado, agradecidos quizá porque nunca es tarde para continuar caminando la palabra.

La lucha se extendió hacia todos los lugares y diversidades que caracterizan a Colombia, hubo llantos, risas y barrigas llenas gracias a las ollas que nunca abandonaron las calles, se resignificaron los espacios y se levantaron monumentos sobre el pavimento, la gente gozó, bailó y luchó mientras el platanal se rompía a pedazos.
Caían las tardes, mientras el sol se iba escondiendo, llegaban las noches donde la paranoia se disparaba debido al acecho, era lógico el descontento y, pese a esto, en el cielo se divisaban fragmentos y consignas para avanzar y perdonar, hubo una que en el andar un compañero quiso expresar y era “recordar y no olvidar”.