
2 minute read
SUPLICIO - María Camila Rodríguez Lasso
SUPLICIO
María Camila Rodríguez Lasso
Advertisement
Después del paro anterior, lo esperado era totalmente diferente, tal vez algún saqueo o falsa alarma que llenase a la gente de miedo y no le permita seguir saliendo a protestar.
Pero no fue así. Desde el balcón del Valle se observa el miedo, el fuego y la muerte del resto del Departamento. Impotencia, sí, no hay una palabra que describa mejor al sentimiento que se comparte entre los jóvenes que se encuentran lejos de colegas que piden ayuda a gritos, colegas que salen a las calles con su botellita de agua y su “mi dios lo bendiga mijito”, a pelear por la esperanza de todos.
La desesperanza al ver las redes sociales llenas de sangre y madres buscando a sus hijos, toda una película de horror hecha realidad, el pensamiento de cómo podrán estar los familiares y amigos que sobreviven en la ciudad de la furia, sin poder hacer nada, porque a la final, parar un pueblo solo perjudica a sus habitantes y qué queda. Prender velitas a los que no están y echar bendiciones a los que quedan.
Pensar en las tragedias de la ciudad que se escoge para tener mejores oportunidades de educarse o de trabajar y que, además, al parecer, saca la cara por todos a la hora de luchar contra injusticias, produce un gran dolor en el alma y preocupación. Amigos

que desaparecen por horas y lo único que da para pensar es que les pasó lo peor, gente de bien disparando contra manifestantes y ni hablar de los actos de la Policía Nacional. Uno… dos… tres cuerpos encontrados en el río, una que otra cabeza en un bote de basura; llanto, locura, impotencia otra vez…
Sevilla empieza a manifestarse y resulta que la juventud del terruño es más de la imaginada, músicos empíricos cantando por las calles, los pintores plasmando el sentimiento de todos sobre muros y, al pie de semáforos, con la ayuda de los demás muchachos que están con toda la disposición de colaborar. Y sí, es posible que no todos los escuchen o los vean, o parezca que solo son actos simbólicos que no traen ningún cambio, pero, la realidad es que esto abre los ojos de la población vieja del pueblo y sus alrededores, que ha sido manipulada por muchos años por los medios de comunicación.
Al final, los resultados esperados con ambición no llegaron, los desaparecidos no regresaron, la impotencia permanecerá en los corazones de cada ciudadano que quiere un mejor país, pero, a diferencia de las demás ocasiones y a cambio de todo el sufrimiento, se plantó una semillita de esperanza en cada joven que quiere eliminar la maleza indolente que estanca el florecimiento de un país sediento de justicia, vida y progreso.
