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GLORIETA - Jean Paul Salazar

GLO RIE TA

Jean Paul Salazar

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Sobre esta glorieta yacen los recuerdos de aquel día,

ese horrible 3 de mayo que nunca se borrará de la mente de los habitantes del barrio de Siloé. Esa noche fuimos fijados como blanco por un Estado corrupto, con sed de sangre, queriendo mostrar un mensaje a todo un pueblo que luchaba por sus derechos. Todo comenzó como un día de conmemoración, una velatón organizada por el asesinato de un joven el día anterior, en el transcurso de las manifestaciones, en el norte de Cali. Todos teníamos un punto y una hora de encuentro, aquella glorieta que se iba convirtiendo poco a poco en un icono de resistencia. Ancianos, adultos, jóvenes, niños, padres, madres, hermanos e hijos, todo el barrio salió esa noche a darle la despedida a aquel joven que fue asesinado luchando por los derechos de todo un país. Todo iba marchando muy bien, hasta que se escuchó la primera detonación. Solo recuerdo mirar hacia el cielo y ver aquellos proyectiles caer entre la multitud inundando de gases y desesperación a aquel pueblo, iniciando la que fue la noche más larga para los habitantes de Siloé.

Así comenzó, como si se tratara de un operativo. Agentes de la policía, el Esmad y miembros del ejército iniciaron su incursión.

Tengo aún las imágenes y sonidos grabados en sangre en mi mente. Gritos y llanto, y los sonidos de las detonaciones de aquellos que empuñaban armas contra jóvenes armados de valor. Eran las 8:40 p.m. y fue entonces cuando se desplomó el primero de nosotros, cayó en el suelo de la glorieta, bañado en su propia sangre, mientras su familia y amigos gritaban: “lo mataron, lo mataron”. En ese momento entendimos que, tal vez, no regresaríamos a nuestros hogares.

No nos quedó más remedio que retirarnos, pero cuando nos dimos cuenta, ellos ya estaban a nuestra espalda, listos para jalar del gatillo, y lo hicieron, solo podía escuchar cómo los disparos me rozaban los oídos. Nos dispersaron hacia las cuadras de Belisario, nos separamos huyendo de los disparos y buscando refugio, no sabía dónde ir en medio de la desesperación, una vecina nos abrió la puerta de su casa para refugiarnos, entramos alrededor de cinco compañeros, y vi como a varios más les brindaron refugio en otros lugares, solo podíamos esperar a que cesaran los disparos para poder irnos a nuestros hogares. Pero no fue posible, nos tocó quedarnos encerrados en la casa, esperando y escuchando cada vez más disparos y gritos de aquellos que seguían aún en las calles. No era posible conciliar el sueño, el miedo era grande, el miedo de que aquellos que juraron ante una bandera protegernos, nos asesinaran a sangre fría.

Pasadas las seis de la mañana, no había movimiento, así que nos dispusimos a salir para volver a nuestros hogares, pues nuestras familias no sabían nada de nosotros. Agachados como fugitivos corrimos a casa, mientras que en el camino veíamos rastros de sangre y los casquillos de los proyectiles que usaron para silenciar a quienes alzaron su voz por unas condiciones dignas de vida.

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