Camila Guancha Abadía
HOLOCENO El sol salió por el oriente aquella mañana, avivando la llama que ardía en las almas de aquellos seres frágiles y dolientes,
pero llenos de indignación. El sentir, la razón, el amor, la rabia y la conciencia fueron el combustible de los cuerpos que desbordaron calles y carreteras del platanal. En los ojos de los transeúntes había un destello de desaire y esperanza, creyendo que el rumbo de sus vidas podría cambiar o simplemente acabar. Sin embargo, estaban predispuestos a dar, a ponerse en pie de lucha, a resistir y a no aguantar para que la miseria no fuese nunca más el pan de cada hogar. La protesta social constituyó el principio del fin, es decir, el inicio de una era donde las voces de los marginados retumbaban libertad con regocijo, frente a las imposiciones de los yugos; era el fin de los sesgos y la perversidad impartida por un Estado genocida, se convirtió en el inicio de una masacre colectiva auspiciada por los dueños del país, donde las calles y paredes se convirtieron en escenarios de denuncias y disputas, siendo lienzo donde afloraron las tristezas, el desconsuelo y la memoria de aquellos hermanos caídos. Se perdió mucho, incluso la vida, no había salida a lo que se consideraba duraría solo un día; pero se desató una pelea entre pueblos que terminó de abrir las heridas, dejando llagas que se pullaban en la noche y el día. Este evento pasará a la historia como uno de los más violentos, el uso de la fuerza fue excesi[120] La ciudad de la furia