Venciendo al miedo —Vivhian Mallqui Palomino—
A
yer estuve revisando, en mi celular, un antiguo correo electrónico y encontré solicitudes de mensajes no leídos. Los abrí y entre todos me sorprendió los de Richi, un compañero de la secundaria: —Hola Lu’, estoy empezando a escribir un libro como en la secundaria, pero ya nada de cursilerías, escribiré sobre mi tía Chabuca, no sé si te acuerdas, era la viejita a la que le llevábamos plátano verde para que nos lo fría. Jamás nos preguntamos sobre nuestro pasado y es gracioso porque siempre parábamos juntos, de arriba para abajo, buscando frutas en el monte, anacondas o sirenas; casi te ahogas, ¿lo recuerdas?, tu decías que era porque naciste en la sierra y allí no había río grande ni laguna tibia para nadar, pero yo creo que era por pura flojera que no aprendías. —Mis hermanas; Mariela y Rosa —continuó Richi— te mandan saludos, ellas siempre te agradecen por haberme ayudado en las tareas y trabajos de grupo, yo también, aunque creo que era el que hacía todo, tú solo renegabas. Cuando éramos pequeños mis hermanas y yo, en las tardes — cuando ya el sol estaba por meterse—, nos íbamos donde mi tía, en ese entonces no había cercos ni nada que separasen su casa de la nuestra. Tendríamos, pues, yo unos 6 años, la Mari 10 y Rosa 7. Entrábamos bien calladitos y descalzos (en esos tiempos andar descalzo era “estar a la moda’’), nos sentábamos alrededor del fogón, en el patio de la casa de la tía Chabuca. Ella nunca volteaba a vernos, por una extraña razón sabía 164