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Lo que la pandemia enseña
Laleska Marey Guillen Godoy1
guillen.laleska97@gmail.com
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Probablemente, el reto más grande para un antropólogo, es plasmar en escritos, las vivencias e informaciones que resulten atractivos al lector. Se puede tener una gran cantidad de información importante e interesante, experiencias que pueden haber ocasionado diferentes emociones en el investigador, pero sin una escritura coherente, el lector no podrá vivirlas o conocerlas de la manera que se espera.
Poseemos grandes referencias, mi preferida es “El Antropólogo inocente” de Nigel Barley, me parece una magnifica crítica a lo clásico de la antropología, como un antropólogo rompe los esquemas y lo que “se debe hacer”,y encuentra lo que busca en el más inesperado informante. Pero mi inclinación a este texto, tiene que ver con los métodos que usó y a las dificultades tan objetivas a las que se enfrentó el autor.
1 Egresada de la Facultad de Antropología Social de la Universidad Nacional de San Cristóbal de Huamanga. Durante su vida universitaria pudo ser partícipe en diferentes actividades académicas como ponenciasy apreciaciones de revistas y libros. Cuenta con publicaciones en medios digitales principalmente en temas de juventud y musicología, tema del cual lleva una investigación de tres años en la ciudad de Ayacucho.
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En mi poca experiencia haciendo observación participante en lugares desconocidos, imaginaba los grandes retos que nuestros antecesores atravesaron, y a los que yo, posiblemente me enfrentaría. Sin embargo, dejé de lado algo que estaba frente a mis ojos, mi propia realidad, ¿cómo comprendería y explicaría al mundo lo que yo había vivido durante casi 23 años? Nunca le presté demasiada atención a las costumbres, ni a las tradiciones, algo cotidiano para mí, pero que al pensarlo se me hacía tan extraño.
En este contexto, en unasuerte de “renacimiento profesional”, vi al mundo caerse cual juego de dominó, por primera vez en mi vida, algo mundial me afectaba directamente y a los que quería. No recuerdo bien lo que hacía el día en el que nuestro presidente anunciaba que el país entraba en cuarentena a raíz del primer caso registrado. A decir verdad, me parece que compartía con mi familia una salida al campo, de esas que ahora se extrañan. No veía posible la situación de estar envueltos en una crisis generada por un virus que atravesó el océano.
Como la mayoría de peruanos, tenía en mente que mientras no me afecte, no pasaba nada, pero pasó, llegó el momento en el que las noticias diarias pasaron a ser dedicadas por completo a la situación generada por una pandemia mundial denominada COVID-19, y todo lo que conocíamos quedaría paralizado. Entonces te das cuenta que las películas apocalípticas de confinamientos, muertes en las calles, sistemas de salud colapsados, economía mundial pausada, personas clamando por vida, no eran tan descabelladas como parecían.
Todo lo que veía en los medios de comunicación peruana, me invadía como una ola de sentimientos negativos, como podía llamarme “humana” y no sentir impotencia, dolor y tristeza, viendo a compatriotas caer, y lo peor es que no solo era un virus lo que los atacaba, existía una plaga incubada durante años, arraigada a nuestro tan desgastado país; la corrupción. Un tema que lamentablemente segrega pus al tocarlo, esa
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misma corrupción que mantiene en la pobreza a miles de peruanos, esa que expulsa un hedor fétido cuando se habla de nuestro “maravilloso país”. Aquella corrupción que ha quitado oportunidad a miles de personas, empezando por la educación, una que se le es negada a miles de niños que podrían marcar la diferencia, esa misma queha conllevado a crear una cultura de supervivencia, de criollada peruana, esa que les saca la vuelta a las leyes, a la autoridad, algo que, en mi opinión, es respuesta a la dejadez de las autoridades.
Justificada o no, esa cultura se ha instalado en los llamados emprendedores, esos que migraron y construyeron futuros diferentes para ellos y sus familias. Nadie juzga las formas en las que,de sol a sol,se ganan el pan de cada día, pero en esta situación se puede ver un amplio panorama de lo que se quiere pasar por desapercibido, la creciente informalidad. En esta pandemia, cuántos de ellos no soportaron más la falta de comida, por no tener ingresos, como dicen “si no los mata el virus, los mata el hambre”; y es cierto, nadie puede negar que es desesperante el llamado natural de la necesidad de comer, me pregunto si esto justifica el exponer a los demás.
Es evidente, que en este contexto resulte necesario trabajar, pero si el ingenio peruano es tan grande como para falsificar certificados médicos, ¿no se puede hacer uso de ese mismo ingenio para crear maneras de generar ingresos sin exponerse, para protegerse a sí mismos y lograr proteger a los demás de este enemigo invisible? Grandiosos ejemplos que dan respuesta a esta interrogante, son aquellos comerciantes que con denodados esfuerzos se adaptaron al cambio irreversible que ocasionaría el confinamiento, creando sus propias medidas de protección. Sin embargo, también tenemos la otra cara de la moneda, personas que inconscientes por la realidad que nos aqueja, desobedecieron las medidas mínimas de protección; mascarillas mal usadas, tertulias a grandes carcajadas sin la distancia recomendada,
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reuniones sociales, etc., acciones reprochables que agravan la situación actual.
Tristemente ambos lados de la sociedad; las autoridades pútridas y la población imprudente, están llevando a nuestro país al desastre. Uno de ellos carcomido por la avaricia, que supone como prioridad, el enriquecerse y después ver las necesidades de su pueblo; y el otro, creando focos infecciosos en los que se salva quien pueda. Un claro ejemplo de las consecuencias de las acciones de ambos lados, es el sistema de salud, hospitales colapsados por la falta de equipamiento, cortesía de años de robos en nuestros gobiernos en supuestas obras, médicos mal pagados y sin equipos de protección adecuados, sin lugar para un enfermo más. Estoúltimo causado por esas personas que toman como un juego de azar la situación, sin distancia social, sin respeto por la vida, exponiendo a toda su familia, reclamando atención urgente cuando son culpables de su propia negligencia.
Luego de varios días de meditación al respecto, tomé la decisión, me vestí de empatía y salí a las calles a llevar ayuda a los que necesitaban. Como comentaba líneas arriba, estaba en un “renacimiento profesional”, realizar un voluntariado me permitiría, aparte de un tema de acción social, hacer antropología reflexiva y observación participante. Conocí un grupo humano de cualidades increíbles, creamos un lazo centrado en la solidaridad, todos dispuestos a ayudar a quienes lo necesitaran, no queríamos reconocimientos, solo queríamos llevar algo de esperanza. En ese proceso me topé con gente que me enseñó lo que es responsabilidad, pero también con personas que no saben lo que es el agradecimiento. Descubrí que las personas que incumplen las normas, son las primeras en reclamar, y quien en verdad requiere ayuda, no necesita más que una mirada para expresarlo.
Mientras realizaba mi voluntariado, personas a las que ayudé con todo el cariño que entonces me invadía, atentaron contra mi integridad, insultándome, agrediéndome, personas que hurtaron mis pertenencias,
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situaciones que me llenaron de rabia, y me hacían dudar de mis acciones, pensaba si en verdad merecían lo que yo arriesgaba en ese momento por ellos, pero como escuché alguna vez “el amor no es meritorio”, y en contraste a esa amarga experiencia, encontré mi combustible en tres mujeres increíbles: la señora Margarita, Justina y Luisa. La primera de ellas fue quien más marcó en mi vida, madre soltera con un hijo discapacitado, cuya casa estaba hecha de esteras y calaminas, en la oscuridad no podía distinguir sus ojos llorosos, una oscuridad que hasta se sentía densa por el ambiente de desesperación y angustia en el que ella y su hijo subsistían, prometí volver, y al hacerlo no pude evitar derramar lágrimas, la apoyé en todo lo que estaba al alcance de mis manos, la señora me comentaba que muy responsablemente no salía de su hogar, aunque ella y su hijo comieran lentejas todos los días, pues temía el contagio. Me decía: “si salgo me contagio y contagio a mi hijo, y contagiarnos ya es para morirnos porque el hospital ya está lleno y no nos atenderían”, esas palabras las llevo en la memoria. Tal vez con mi ayuda podía aplacar su hambre por unos días, y con su estricto confinamiento podría evitar contagiarse con el virus, pero el inclemente frio y el olvido de quienes debían protegerla, la exponían a la neumonía.
Luego está la señora Luisa, es una de esas personas que de tanta soledad se alegra con una sola llamada para contarte que se siente mejor, comparte con la señora Margarita, la situación de ser madres solteras de discapacitados. Es capaz de hablarte por horas, contarte lo triste que fue salir adelante y las decisiones que tomó, el temor por su hijo, temor de que se enferme, temor de que ella no pueda hacer nada por salvarlo, lo fuerte que tiene que ser para no decaer e ignorar su fractura en el pie que duele más con el frio.
Por último, la señora Justina, no recuerdo bien su edad, pero es alguien bastante mayor, la encontré sola en su pequeña y abandonada casa, sus hijos se fueron, y hace dos años ni siquiera la buscan, no saben si sigue viva, pero ella sigue enviándoles bendiciones, dice que cuando la
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necesiten ella estará para ellos, ruegaporque ninguno se enferme y en su pensamiento podría hasta donar sus órganos para salvarlos. Al llevarle algunos víveres me bendijo en quechua, idioma que lamentablemente nunca aprendí del todo pero que suena como poesía, a veces quisiera preguntarle qué es exactamente lo que me dijo con lágrimas en los ojos, solo entendí el “kuyayki”, esa palabra bastó para saber que esa señora estaba hecha de bondad, tanta que perdona a sus hijos, esos a los que crió y sacó adelante, pero que ahora no dan ni un abrazo a su anciana madre; una realidad triste que lamentablemente se repite en muchas historias.
Ellas fueron el motor para seguir en la batalla a pesar del riesgo, existe una frase en uno de mis libros favoritos: “el mundo no se divide en gente buena y mala; todos tenemos luz y oscuridad dentro de nosotros, lo que importa es la parte a la que obedecemos, eso es lo que realmente somos”, cuánta razón. Esta nueva realidad, me llevó a pensar en cuánto se había quebrado las relaciones intergeneracionales, si hay algo bueno que surgió de esta pandemia, en mi humilde opinión, es ese “estar”, ese “compartir hogareño”, lo cual vi reflejado en un grupo de jóvenes, que usando los medios a su alcance y sin obligación de nadie, brindaron enseñanza gratuita a niños que tuvieron que dejar las aulas; también, lo vi en ese hijo que aprovecho esta situación excepcional para enseñar a sus padres a usar la tecnología. Esa cadena de comunicación entre padres, hijos, abuelos, etc., pasó de ser una rutina obligatoria a una divertida experiencia.
Por otro lado, no me gustaría dejar de lado la alarmante cifra de agresiones registradas, violaciones sexuales, violencia familiar, feminicidios; que justamente representan la otra cara de este acercamiento familiar que citaba, ese acercamiento que lastimó a muchas víctimas en este confinamiento ¿Será posible que estamos tan mal psicológicamente que llevamos todo al extremo?
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Otro tema importante e incómodo de tocar, es la economía, naturalmente el peruano ha tenido que reinventarse, usando los medios tecnológicos para promocionar sus productos, innovando de muchas maneras. La ministra de economía, una mujer joven con un currículum impresionante y de referencias esperanzadoras tomó decisiones que, para muchos peruanos fueron las equivocadas. No soy quién para juzgarlas, mentiría al creer que soy una experta en el tema, pero si he visto que, cuando es para criticar, muchos peruanos no dejaban pasar la oportunidad. Existe una muy poca cultura de investigación y análisis en nuestra sociedad, somos como carneritos que siguen lo que el primer cerebro piensa, y creemos que es lo correcto.
Me limitaré a decir que a veces hay que tener temple y sentido común, ser un líder no es fácil, pueden existir excelentes profesionales, pero con una mínima o casi nula capacidad de liderazgo, algo que se forja en el carácter gracias a nuestra formación, primero en la familia, y luego en aulas que, lamentablemente lucen abandonadas y no por la situación actual, lucen así desde mucho tiempo antes.
Una vez más se demuestra lo importante que es para nuestro presente y futuro, la formación académica e intelectual, una formación que nos permitirá conocer nuestros derechos y deberes. Lo triste es que nuestra educación no va en contexto a nuestra realidad, seguimos modelos extranjeros como si no fuera obvia nuestra pluriculturalidad; diferentes realidades, diferentes formas de adquirir conocimientos, conocimientos que tal vez servirían más si no trataran de exterminarlos, alejándolos de la discriminación y la exclusión. Tal vez si se tomara en cuenta dicha característica tan importante, nuestra reacción ante esta enfermedad hubiera sido diferente.
Es difícil no explayarse en una situación como esta, meses de cuarentena que abrieron camino a un sinfín de nuevas experiencias e historias que posteriormente marcarán un hito en nuestra vida. Lo más importante es la lección que nos llevaremos, si no cambiamos nuestro
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estilo de vida desordenado, egoísta e interesado, si no empezamos a apreciar a las personas, si no comenzamos a cuidar de nuestra propia salud, nuestra alimentación, si mañana despertamos y esto al fin termina, y volvemos a lo mismo, de nada habrá servido este shock mundial causado por este virus que no discrimina edad, religión, nación. De todo esto debemos recordar que todos nosotros sin importar las diferencias, somos hombres, humanos vulnerables frente a un mundo que gira sin parar, el sol no dejará de salir, pero podríamos no volver a verlo a consecuencia de nuestras propias acciones.
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