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Esto yo vi, esto yo sentí
—Susan Najarro Rojas—
Lunes movido. Militares en algunas calles, policías cerrando lugares públicos, mercados populosos —más de lo normal— , mascarillas por algunos lados, silencios incómodos en los microbuses después de unmensaje a la nación undomingo por la noche. Así empieza la semana. —¡Sí! Así empieza la primera semana de cuarentena, con dudas, miedos e incertidumbres por doquier y algunas sorpresas por llegar en los próximos meses.
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«Respetemos los espacios públicos, mantengamos la calma, evitemos las aglomeraciones públicas, evitemos salir con niños a las calles, no nos expongamos, un saludo de codo no está demás en estos días, el lavado de manos continuos ayuda bastante, al toser y estornudar cúbrete con el antebrazo, empatía para con los demás, no seamos acaparadores con los alimentos, unos días comiendoun poquito menos no nos hará daño» (normas básicas de convivencia y respeto mutuo entre conciudadanos). Estas eran algunas frases que daban inicio a la cuarentena; y aunque muchos nos decíamos ingenuamente: «esto no llegará a Huamanga —¡por favor! —, estamos tan lejos; es China el lugar del brote inicial —¡por Dios! —, amiles de kilómetros de distancia, casi medio planeta tierra de diferencia, con el mar atravesado», semanas después, aquíestábamos, dando inicio a la cuarentena.
Recuerdo claramente aquel lunes. Como todos los días me dirigía, en el microbús, a mi centro de labores, con más dudas que miedos, y aunque esto ya se oía de días antes (desde los familiares de Lima que
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llamaban para avisarnos que compremos productos de primera necesidad, entre otros) las tiendas recientemente empezaban a ser acaparadas, por ende, los comerciantes comenzaron a subir los precios dada la demanda atípica; muchos, preocupados, pensando que en adelante no habría para comer, se hacinaron en los puestos comerciales; sin embargo, hoy, al día 90, desde el inicio de la cuarentena, tenemos el costo del pollo a casi S/. 3.90 el kilo y desabastecimiento de alimentos no se ha visto en su totalidad, pero si la falta de recursos para adquirirlos puesto que ya muchos han agotado los pocos ahorros que tenían en la mano.
Desde la ventana veía las calles silenciosas, vacías en su mayoría, se sentían algo tétricas sin muchos vehículos rodantes. Los militares, de uniforme verde y armas al pecho, se iban acomodando en las esquinas y calles principales de la ciudad, ni que decir de la plaza principal. La ruta iba casi vacía y un silencio incómodo inmutaba los rostros, el ambiente se llenaba de miradas perdidas en preocupación del porvenir… Bajé de la ruta y me dirigí a pie el resto del camino sin imaginar que sería la última vez que subiría en una de ellas, que por cierto debo confesar, extrañé tanto. Quién lo diría, que las siguientes semanas después de llevar días caminando de ida y vuelta, con recorridos de aproximadamente dos horas, entre subidas y bajadas, extrañaría esas latas celestes que me llevaban a casa.
Ya iba como una o dos semanas antes de la —tan voceada— cuarentena, que los medicamentos en la farmacia se empezaron a agotar. Inició con las mascarillas; luego procedieron con los guantes, jabón líquido, alcohol en gel, bicarbonato y el queridísimo alcohol; para continuar con el muy conocido paracetamol y otros medicamentos. Estos fueron desabasteciéndose por las compras excesivas, la mayoría de personas empezaban a querer comprarlos por cajas de una manera
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egoísta, como si no hubiera un mañana, como si no hubiese un ¿y si alguien más lo necesita? He ahí donde se evidenciaba la poca empatía de unos por los otros. Además, los nuevos pedidos para el abastecimiento de la farmacia comenzaron a llegar con demora; no los ocultábamos ni reservábamos para luego darlos a un mayor precio, como me lo dijeron y reclamaron en más de una ocasión en los mostradores; sino que, la producción no abastecía la demanda, y más aunteniendo en cuenta que la producción, en la mayoría de casos, estaba paralizada; por consiguiente, muchos de estos productos llegaron con precios diferentes, claramente ya más elevados. Con el transcurrir de las semanas eso también se fue normalizando.
Debajo del sombrero el calor se hacía sentir, el sudor tibio corría por mis patillas y mi nuca. Habíamos empezado a subir la cuesta de a poquito,y a cada minuto el camino se tornaba más empinado. En estas circunstancias, me alegraba, por fin, de haber podido aprender a usar audífonos, porque la música hacia más amena la caminata. Y así subíamos, pasito a pasito, con la flojera del calor y el bochorno, y los sudores y el polvo, y por si fuera poco teníamos a los perros echándonos miradas feas. Fueron así las primeras semanas, con los militares pidiéndonos identificarnos y el pase laboral, «que te ves muy joven para trabajar» y cosas así, pero bueno «¡una mocosa mocosa no es!»; pero bueno, ahí estaba la identificación azulita junto a mi carnet de trabajo para respaldarme. Con el pasar de los días fue desgastándose ese control constante.
La necesidad abrumaba, los padres y las madres empezaban a sentir el ardor del estómago que no se llenaba con el calentado de ayer, y que la
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luz y el agua y lasdeudas… Por otro lado, los pequeños empresarios que buscan hacerse de un lugar en esta contienda del libre mercado, no ven sus deudas detenerse. Tengo la muy lamentable y fea impresión de sentir que los prestamistas, bancos, cajas, cooperativas y entidades similares, sin mayor remordimiento, siguieron cobrando y acumulando remesas. A pesar de haberse detenido todo, las deudas nunca fueron congeladas. Nuestro querido Estado, para variar, solo se hizo de la vista gorda, siguieron con las mismas fórmulas del tan idealizado éxito en el cumplimiento de la —redundante palabra—cuarentena.
Las farmacias son los primeros puntos de atención a los pacientes y público en general, estamos en contacto directo con ellos; en la mayoría de casos una labor desapercibida, por tal motivo en estas líneas me permito hacerles un recordaris, y es que un farmacéutico también es personal de salud. Ahí figuramos, atrincherados desde nuestros mostradores y áreas de dispensación, los menos vistos, pero que más presente estamos, estuvimos y estaremos… Como decía un colega del área de salud:
—«Pequeña, mis respetos para usted, heroína; ¡tú si ah! Antes durante y después de la cuarentena».
Quizás las palabras más alentadoras, llenas de energías y respaldo durante esas semanas, que me llenaban plenamente y me henchían el pecho, fueron sus: «¡gracias!», «¡muchas gracias señorita!». En más de una ocasión me sonrojaba por lo reconfortante que me sentía. En muchas otras ocasiones, el haber podido colaborar con un granito de arena para aliviar el malestar o dolencia del otro me hacía sentir viva, útil, satisfecha. En algunos casos, más que un montón de medicamentos, lo que las personas necesitaban era ser escuchadas, saber que sientes su dolor, escuchar un: «con esto te vas arecuperar y vasa estar mejor», y «con esto se te va pasar el dolor», palabras que reconfortan sus almas y cuerpos
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enfermos. Y es que de eso también trata la vida, no solo de recibir sino también de dar, de compartir, de brindar lo poquito que tenemos, lo poquito que sabemos.
Recordemos también que somos lo que comemos y lo que transmitimos, hagamos que nuestros alimentos y nuestras palabras sean el mejor medicamento que nuestro cuerpo y alma necesita. Es momento de sonreír más con los ojos, que nuestras palabras trasmitan energía de la buena, que den caricias al alma, que reconforte nuestro alrededor y a los nuestros. Entonces pues, que nuestro sistema inmune no solo se fortalezca del alimento material, sino también del espiritual, de las palabras, del trato, de la energía positiva para no estresarnos y no bajar nuestras defensas en épocas en que el COVID-19 anda haciendo de las suyas.
Los primeros días mi cuerpo sentía pereza de caminar, la mascarilla en la cara me ahogaba en cada paso —ni que decir en la subida—, y ese solazo me daba en la cara directamente y me quemaba la nuca, pero ya pasadas las semanas le había agarrado el ritmo y hasta el gusto por caminaren esas condiciones.
Queramos o no el COVID-19 marcará un antes y un después en nuestras vidas, quizás algunos sean “la promoción COVID”, el año en que nacerán los “Covies o Covitas” frutos de la cuarentena. Para algunos, serán los meses precisos para descansar y desconectarse un poco del mundo y del ruido de afuera. Es innegable afirmar que fue nuestro planetaquien más descansó de nosotros, le dimos un respiro. Mientras tanto, la televisión y las redes sociales continuabaninfestadas de noticias que circulaban el tema de moda, sembrando el miedo, el estrés y la paranoia. Muchos dejaron de verlas simplemente para mantener la salud y paz mental.
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De a poco los casos positivos subieron; aun a pesar de ello,la gente como lluvia en suelo ayacuchano,empezaron a aparecer en las calles, de gota en gota, de uno en uno se hicieron muchos. El hambre pudo más, la necesidad fue más grande que el miedo. Algunos le dicen «selección natural» otros le llaman «sálvese quien pueda», nosotros le diremos «aprendamos a vivir con esto, vivir y no solo sobrevivir». Es algo que también se ha planteado: aprender a convivir con el enemigo, con esa naturaleza microscópica que esta suelta y dispersa, oculta a nuestros ojos, pero ahí están. Hagamos que esta fugaz existencia sea validera, buena y bien vivida. No desfallezcan, no se desmoralicen, situaciones como estas seguirán llegando.
Esta es nuestra naturaleza: «adaptarnos y continuar», teniendo en cada día la oportunidad de hacer algo nuevo, la oportunidad de volverlo a intentar, de volver a comenzar.
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