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Duke, Dukesito

—Lucero Sulca—

—¡A y Duke, Dukesito! —¿dónde estarán aquellas horas en las que me contabas tus historias, sin importar el tiempo? Recuerdo aquella nochecita sin luna, eran las 11, descansaban todos, fue cuando viajé al mágico lugar donde vivías. Te vi de pie, pavoneante, esperando al Gatopara dar con la apuesta (hace algunos días construiste la vivienda de la vaca Lola, tu amiga, y recibiste una buena liquidación, estabas ansioso de aumentar tus ganancias para darte gustos: un delicioso plato de kanka de aguilucho). De pronto llegó tu contrincante, el gato Martín. —¡Amigo Ichito! —la apuesta consiste en subir hasta la punta de aquel árbol de eucalipto—, dijiste sin titubear. Entonces,Martín, en un salto repentino, desafiante y seguro de sí, empezó a subirlo.

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—¡Que me va ganar este enano!, ¡Ichito Artita Kachariy jojojo…!

Martín llegó hasta la punta del árbol

—¡Compadre, te toca!

El viento parecía olas golpeando tu pelaje impidiéndote llegar a la meta, te aferraste a las ramas del eucalipto, un paso más y otro, pero no fue suficiente; te vi resbalar y estrellarte en el suelo. Te vi triste amigo Duke; sin embargo, unos minutos después, tu semblante cambio, a pesar

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de haber perdido disfrutaste del desafío. A demás aquellos tiempos tenías un trabajo más o menos estable, la pérdida no era significante.

Esas noches, en el mundo mágico, te veía siempre feliz al lado de tu familia, y por eso era feliz yo también. La vida no era muy dura, hasta que me dejaste mi gran amigo Duke, Dukesito.

Fue una tarde, el sol se había ocultado muy temprano y una lluvia torrencial hacía presencia asustando a tus cachorritos. Mientras tanto, por la televisión se emitía en vivo el mensaje a la nación por el presidente POOH: anunciaba la llegada de una enfermedad llamada COVID-19. Todos se someterían a una cuarentena, consistía en guardar reposo durante 15 días. En un inicio pudieron quedarse en la ciudad sostenidos con algunos ahorros, pero antes del plazo establecido, la cuarentena volvía a extenderse, y los ahorros disminuían;y tú Duke, querido amigo, decidiste viajar con tu familia a tu tierra natal, «¡en la chacra por lo menos comeremos morón con sal, choclo con papa!»

Al día siguiente, cuando aún las estrellas alumbraban, emprendieron el viaje de retorno. El camino se hacía largo y el hambre atacaba. Lo bueno es que ya se encontraban entre los cerros que cubrían tu comunidad.Eso significaba chacras cultivadas con frutos frescos. Los choclos verdes de cañas largas les daban la bienvenida. Luego se acomodaron entre los pastizales, agarraron la caña “wiru”, las exprimieron a más no poder disfrutando de su agradable líquido, como hace años, en tus tiempos de infancia, cuando tu padre cubría toda la chacra con los sembríos de choclo.

No pasó mucho cuando diste con tu pueblo, la bienvenida fue calurosa, se sentía la amabilidad de toda la comunidad. En tus pensamientos la tía Aleja sería una buena opción, ya que era quien mayor afecto tenía por ti. Pues sí, los primeros días fue muy amable pero como a la mañana le espera el atardecer, el trato fue cambiando con el

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transcurso de los días. El desprecio de tu tía se hacía evidente, fue tu amada Antuka quien más humillación recibía.

Una mañana de llovizna acompañada por ligeros rayos de sol, la tía Aleja ordenó a Antukita a preparar un delicioso menú, mientras se iba contigo a la chacra. Antuka se puso a buscar los alimentos que había traído y a la vez algunos cereales que la tía Aleja le hizo contemplar diciendo que no recele y los tome para cocinar; en ese instante se da cuenta que el almacén estaba protegido por un candado, normalmente se encontraba abierto, pero ese día no. Antuka preocupada se preguntaba: «¿qué cocinaré si solo tengo pocas monedas y lo que tengo es para la leche de mi bebé?». Luego de comprar un poco de harina y coger algunos frutos de durazno en el campo, fueron a casa y empezaron a preparar una mazamorra, pero entonces el bebé, inquieto, exigió jugar en el patio, junto a su madre, como normalmente solían hacerlo en la ciudad; al no obtener su cometido, lloró un rato, muy triste. Ya cuando la luna alumbraba, entre halos de oscuridad, llegó la tía Aleja. Antukita amablemente le sirvió su deliciosa mazamorra, como también a ti, Duke. La tía Aleja empezó a comer, pero también la reprochó: «¿solo cocinaste esto, siendo mujercita? Hubieras preparado un segundo y no esta sencillez de mazamorra».

Al día siguiente, Antuka quedó nuevamente encargada de la cocina. Para no recibir reproches, decidió gastar parte del dinero, con lo cual preparó un rico segundo, aunque por el ahorro, los ingredientes no fueron de las cantidades requeridas. Pero una vez más la tía Aleja empezó a criticarla:

—¡Esto esta horrible, todos los días los mismo! ¡Quiero comer algo de carne!

Para ya no recibir más reproches, al día siguiente pidió a Duke que le acompañara a pescar, ya que el trabajo que él realizaba lo podría terminar en la mañana.

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Aquella tarde, cuando el sol aún hacía presencia en el campo y corrían algunas brisas de viento, salieron de pesca; ese día sonrieron de tantos días que ya no lo hacían, estaban muy felices. Dukesitopescaba y Antuka los recogía mientras caminaba por el borde del río cargando en la espalda a su bebé zorrito. Luego de obtener una buena cantidad, se dirigieron a la casa, prepararon la cenay jugaron en familia.

Ya por anochecer llegó la tía Aleja de pastar sus animales, esta vez los reproches fueron más intensos.

—Solo eres mi sobrino, al estar aquí solo traes gastos ¡deberías irte!

Fue así que decidieron retornar a la ciudad, a su hogar. Al subir la lomada del cerro Amaru se encontraron con un burro. No tenían dinero y les hacía mucha falta. Fue así que se te ocurrió la idea de apostar. La puesta consistía en destrozar el ankukichka por 50 soles.

—Este burro que va poder. ¡Burro empieza!

—Tu primero compadre. ¡Empieza!

—¡Ya!

Lamentablemente en tu intento de destrozarlo quedaste incrustado por sus espinas.

—No puedo, amigo burro te toca a ti —dijiste cabizbajo— .

El burro con una patada fuerte llegó a derribarla

—Amigo burro, te contaré una adivinanza y si no adivinas me pagas los 50 soles que apostamos.

—Está bien compadre

—¡Imayá Qaykayasá!

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—¡Asayá sá!

—Huk viuda mana hapiy atina ¿Imataq?

—Jajaja… creo que me estas contando chiste compadre, ¡pensaré! —¿Qaqamanchus wichirunki? —dijiste burlonamente— .

Minutos después el burro no lograba adivinar, y por tu habilidad te ganaste 50 soles querido amigo (la respuesta era sobrero negro). No era mucho, pero fue lo suficiente para ponerlos contentos y continuar su viaje.

—Ay Duke, Dukesito ¿dónde estarán aquellas noches cuando venía a tu mundo a visitarte, y tú me deleitabas con tus adivinanzas?

Llegaste con tu familia a la ciudad cuando el sol ya se ocultaba, te quedaste en casa compartiendo las tareas del hogar y jugando con tus pequeños; sin embargo, la necesidad era abrumadora. Te armaste de valor y salistea trabajar, esos días iba todo bien, en tu familia aún nadie se había infectado, cumplían con las medidas de protección, no había noche que no te bañaras luego de regresar del trabajo. Unos meses después, el presidente volvió a dirigirse a la población, en algunas regiones se reactivaría la economía, entonces el trabajo sería un poco más fácil, sin tanta prohibición.

Aquel año 2020, casi dando la bienvenida al mes de agosto, una esperanza crecía en la población, parecía que el nivel de contagio disminuía, al menos eso pensábamos. En otros países ya la curva de contagio había descendido, pero en el nuestro,todo indicaba que estaba empeorando. Fue entonces Duke, querido amigo, que te infectaste.

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Aquella noche me acosté un poco más tarde de lo normal y logré ingresar a tu mundo, te encontré agitado Duke, Dukesito. Antukita estaba atendiéndote con los remedios caseros como el eucalipto, kion, limón, ciprés, cabuya, cebolla, miel, naranja y ajo.

Llegaste al día 10 todo inválido, sentías que la vida se te acababa… lo único que me pediste fue que todas las noches, al acostarme, entre a tu mundo mágico y visite a Antukita, tu amada. Estuvimos hablando unos minutos y de pronto perdiste la vida, no pudimos velar tu cuerpo con todos los rituales correspondientes, ya que a los que fallecen con esa enfermedad se les está prohibido. Solo nos quedó, junto con Antukita y algunos familiares, velar tu foto. Tu pérdida fue muy difícil de superar, Antuka pasaba días llorando. Posteriormente me enteré que ella y tus cachorros también se infectaron. Fallecieron días después.

Pasaba días que dormía pensando en ti Duke, Dukesito y en Antukita, pero ya nunca podía verlos. Cada vez que viajaba a tu mundo mágico era un vacío que nada ni nadie podía llenar. Una noche inesperada tuve la dicha de verte todo un ángel, me contaste algunas adivinanzas, acerté una y luego desapareciste.

—Ángel Duke: Huk calabaza uchkuyuq ¿Imataq?

Pues no pude adivinar, pero la respuesta era la cabeza

—Ángel Duke: Huk yana chuska yana wallpa ullqachkan pichqa chiwchita ¿Imataq?

Pues esta tampoco adiviné, pero me dijiste que era zapato negro

—Ángel Duke: Kargayuq rin kutimun qinaya ¿Imataq?

Este si adiviné y pues era la cuchara y fue donde te fuiste, solo te despediste con un abrazo. Ay Duke, Dukesito donde estarás, te recuerdo muy elegante con tu pelaje anaranjado y tu traje azul. Dónde estarán

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aquellos momentos en los que éramos felices, antes que la pandemia llegara a tu lugar mágico.

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