La tierra donde al terminar una vida, comienza otra —José Ramos López—
E
n el radiante sol de mediodía, una sombra diminuta se extendía precipitadamente en el campo, acompañado de un sonido agonizante ¡Kachicachi urmachkan! (helicóptero está cayendo), gritó el tayta Severino Parian al ver aterrizar aparatosamente al helicóptero de los militares. Una espesa humareda se extendía del helicóptero haciendo huir a sus tripulantes. Halos de fuego surgían del interior y las hélices emitían un sonido melancólico anunciando su descanso. Los comuneros empezaron a salir de las casas contiguas llevando palas, baldes y picos, tras un trabajo mancomunado apagaron las llamas sedientas. ¡Por culpa de ustedes cholos cochinos casi morimos! dijo el capitán Camión. La impotencia de no distinguir al enemigo, el frio de los andes y la muerte de sus soldados, retroalimentaba su desprecio hacia los comuneros. En tanto, los campesinos de Huancasancos, formados en columnas frente a la bandera peruana, hacían el esfuerzo de seguir las voces energéticas de los soldados, quienes proclamaban las vivas al Perú y anunciaban la muerte de los terroristas. Fueron dos horas llenas de amenazas, acusaciones y violencia expresada en empujones, patadas, culatazos que los militares ejercieron para infundir miedo. En el ocaso, mientras el convoy militar surcaba el 160