Solo en la calle
Ilustración: José Manuel Ojeda
—A
buelo, ¿dónde vas otra vez con la silla? ¡Mamá el abuelo ya va a sentarse solo en la calle! El abuelo sonreía cada vez que su nieto decía lo de “solo en la calle”. Con calma, abría la puerta, colocaba la silla en la acera y se sentaba a esperar la madrugada. No había ni un alma, salvo la suya. Parecía que nadie necesitara esos ratitos al fresco que él tanto anhelaba después de esos días interminables de calor. Enseguida se percataba de que los grillos se oían de forma intermitente, pues el ruido de los motores de los aires acondicionados, de los televisores emitiendo programas de gente gritando y de las alertas de los “guasas” de los móviles, apagaba la
continuidad de ese croar que a él le parecía la mejor banda sonora de una noche de verano. Cuando lograba aislar ese sonido del resto de emisiones acústicas, volvía fácilmente al escenario de su infancia, cuando él era un crío, como su nieto ahora, y estaba allí, en esa misma calle, correteando con sus amigos, mientras sus padres lo observaban sin la intranquilidad de perderlo de vista. Porque sus padres y abuelos estaban sentados en la puerta. Y los vecinos de la casa de arriba y de abajo. Y los de enfrente. En unos instantes las aceras de su barrio se convertían en la sala de butacas de un teatro al aire libre, donde todos habían salido con la ilusión calmada de compartir un rato de descanso y de charla antes de dar por concluida la jornada.
Feria de Osuna | del 12 al 15 de mayo de 2022
Se le vino a la cabeza la imagen de su abuela y la de las abuelas de sus amigos. Parecía que las estuviera viendo: cada vez que le tocaba hablar a alguna de ellas, cerraban con poderío sus abanicos y empezaban a moverlos cual batuta, impregnando de solemnidad y coraje sus discursos. Luego, cuando se callaban, se oía un compás continuo que sonaba “tras tras, tras tras…”, por el golpeteo vigoroso de los abanicos sobre sus pechos enlutados. “¡Qué raza y qué garra tenían todas!, pensó. “¡Qué dura fue la vida con ellas y cómo lucharon!”. Dos lágrimas se le cayeron al abuelo. Como no había nadie que lo pudiera ver dejó que saliera tranquilamente la nostalgia de ese recuerdo. Dio un suspiro, añorando alguna respuesta. Miró la luna y vio en ella
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