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Cuando la feria solo era mercado de ganado, de José Manuel Ramírez Olid

Cuando la feria solo era mercado de ganado

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Estamos a mediados del siglo XIX, en los últimos años del reinado de Isabel II. Los alcaldes de Osuna se afanan en organizar y distribuir los espacios del mercado de ganado, que se celebrará los días 13, 14 y 15 de mayo, para evitar accidentes, disgustos, “tropelías y desgracias”. Precisamente por eso, unos días antes de la feria publican bandos, que de manera reiterativa se reproducen todos los años, enriquecidos con el transcurso del tiempo con nuevas disposiciones, para corregir errores detectados en años anteriores.1

Partimos de un bando publicado por el alcalde Arcadio Barra y Pera en 1859 en vísperas de la feria, donde daba una serie de pautas a seguir durante los días de asueto oficial. Según se desprende del mismo, el reparto del espacio destinado a los puestos de venta ambulante, elemento indispensable en toda feria, provocaba serias discrepancias entre los vendedores. La primera autoridad local autorizaba a sus Tenientes para que realizaran la distribución y colocación de los tenderetes y resolvieran “las disputas que sobre este punto se originen”, a la vez que recordaba que no podían instalarse puestos en la acera derecha de la Carrera “desde la esquina del exconvento de Santo Domingo”.

La feria, entonces, era un mercado de ganado al que concurrían tratantes de la comarca principalmente; de ahí que la mayor parte del bando esté dedicada a las caballerías. El tránsito de estas por las calles del pueblo con dirección a la feria, ocasionaba atropellos y disturbios cuando lo hacían en grupo y al trote o galopando. Por ello, se recuerda a los dueños o encargados de conducir al ganado caballar, asnal o mular que circulen por las calles “a paso sentado y siempre del diestro al pasar por el Arco de la Pastora, para evitar tropelías y desgracias”. Igual prohibición se hacía extensible a los carruajes que transitaran por la población.

Unos años después en un bando publicado en 1863 por el alcalde Francisco Fernández y Fernández, se ordenaba que tanto los carruajes como los jinetes que pasaran por la Carrera de Tetuán con dirección a la Alameda –actual Parque de San Arcadio- bajarían por la calle La Cilla y por Juan de Vera o Lucena llegarían a su destino; la vuelta la harían por el mismo itinerario. De este modo se evitaba el paso por el Arco de la Pasto-

ra, lugar de conflictos como acabamos de ver. Desde la calle La Cilla las caballerías irían a paso sentado y del diestro hasta llegar a su destino.

Una vez en el Ejido el ganado destinado a la venta se dirigía hasta el final del mismo donde estaba ubicado el mercado, mientras que en la calle exterior de la Alameda solamente se permitía el paso de carruajes y caballerías “de cilla (sic) y brida”. Tanto unos como otros marcharían al paso, “sin permitir lo hagan en grupo, ni al galope, ni trotando”. Era frecuente que algunos de los jinetes que paseaban por la Alameda lo hicieran con la intención de vender el caballo o la yegua que montaban, porque este lugar permitía un mayor lucimiento de las mismas y de ahí que los tratos se realizaran delante de la ermita del patrón y no en el mercado. Por ello, el alcalde recalcaba que “no se consentirá que en la calle en que está el atrio de San Arcadio se paren caballerías algunas para su venta”. Precisamente por ser este un sitio muy frecuentado por caballistas, “se prohíbe atar las bestias a los árboles nuevos de la Alameda, bajo multa de cien reales”.2

A medida que pasan los años aumenta el número de personas que asiste a la feria. Ello obliga a las autoridades a distribuir el espacio. Los jinetes pasearían por la calle situada entre la Alameda y el Ejido, la actual Alfonso XII. Como en esta calle se probaban los caballos y se exhibían sus cualidades, el alcalde recordaba que “se designa solamente para las carreras y puestas de caballos, el camino de Fuentes (actual carretera de La Lantejuela). Para las personas se reservaba la calle delantera de la ermita de San Arcadio; y los carruajes circularían por la calle que rodeaba a la Alameda, advirtiendo que “marcharán al paso sin permitirse lo hagan al galope o trotando”. Los carros para la venta se colocaban en el callejón del Matadero.

Igualmente se regulaba también el lugar que debía ocupar el ganado en el mercado. El caballar, mular y asnal se asentaba en el espacio comprendido desde la calle Esparteros hasta el Camino de Sevilla, y en el lado contrario lo haría el vacuno, lanar, cabrío y de cerda, actuales Núcleos Residenciales de La Paz y Andalucía.

Estos son unos días de mayor consumo de agua por el numeroso ganado que concurre al mercado, y, como es sabido, uno de los grandes problemas que tenía planteado el pueblo era la escasez de agua potable, de ahí que sea este otro de los aspectos que se trata en el bando. El alcalde promete que “adoptarán medidas indispensables para conciliar el surtido de agua del mercado con el consumo de la población”, a la vez que prohíbe sacar agua de los pilones destinados a abrevar al ganado “en mucha o en poca cantidad y que se frieguen en ellos utensilio alguno”. Todos los años días antes de la feria se limpiaba “El Perezoso”, un estanque de agua situado en la parte posterior de la ermita de San Arcadio donde abrevaban al ganado.

Una vez terminada la feria empezaba la siega de cereales. Los pequeños agricultores establecían sus eras en el Ejido, en el mismo lugar donde había estado el mercado de ganado. Por ello se dispone en el bando que no se permitirá acotar terreno para las eras “antes de las cinco de la tarde del día 15 último de feria, cuya hora se anunciará con el disparo de un tiro”.

En 1865, el alcalde Francisco Caraballo agregó a este bando dos nuevas disposiciones. Una, la de prohibir durante los días de feria el paso de carruajes por la

Carrera de Tetuán, salvo los residentes en ella o en las calles aledañas, siempre “a paso sentado”. La otra, relacionada con la alimentación de los animales. En efecto, la presencia en esos días de gran número de cabezas de ganado llevaba a muchas personas a salir al campo y coger hierbas que después vendían a los amos o encargados de las reses. Para evitar robos y destrozos en los sembrados los que a ello se dedicaran debían llevar autorización firmada por el dueño “del predio y autorizada por esta Alcaldía en la que se comprenda el nombre del conductor”.

La feria de Sevilla prosigue su andadura cada vez con mayor concurrencia desde que la crearon el catalán Narciso Bonaplata y el vasco José Mª Ybarra en 1846. Por estos años, en 1861, el Ayuntamiento de Sevilla ofreció al ursaonés “terreno suficiente en el campo de San Sebastián” para que los vecinos de Osuna y de su partido judicial que vayan a la feria, levanten, si lo desean, “tiendas especiales donde se reúnan bien para recreo o para las operaciones de compra o venta”. El Ayuntamiento no se entusiasmó con el proyecto; estaba convencido “de la poca concurrencia de esta villa y su partido judicial a la espresada (sic) feria”, porque los labradores de Osuna iban “en número muy elevado a la feria de Mairena”3 , cuyas normas, reglamentos y modos de funcionar sirvieron de modelo a la feria de Osuna entre otras localidades incluida Sevilla.4 Veintisiete años después, en 1888, el presidente del Casino de Osuna pedía permiso a la municipalidad para colocar en el Paseo de San Arcadio durante la feria una tienda de campaña. Esta sería la primera caseta de una feria en la que lentamente, como en todas partes, el ocio desplazaría al negocio.

José Manuel Ramírez Olid

3 A.M.O. Acta capitular, 12, abril, 1861, s/f.; acta capitular, 5, mayo, 1866, s/f. Los ursaonenses, como la mayoría de los andaluces, se desplazaban a la feria de Mairena del Alcor, que se celebraba los días 25,26 y 27 de abril, a la que concurrían tratantes de todas España “a proveerse especialmente de ganado de cerda, caballar y lanar y utensilios de labor”, según Pascual Madoz. Cit. en NAVARRO DOMÍNGUEZ, José Manuel: “Breve historia de la feria de Mairena del Alcor” www. Mayrena.com

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