
7 minute read
Antonio Pedro Rodríguez-Buzón y la Feria de Osuna, de José María Barrera López
from Osuna Feria 2022
by editorialmic
Antonio Pedro RodríguezBuzón y la Feria de Osuna

Advertisement
Apesar de la trascendencia que tuvo como pregonero en distintos ámbitos, Antonio Pedro Rodríguez-Buzón Pineda ha desarrollado, a lo largo de seis lustros (1941-1971), una labor literaria que no mereció el reconocimiento debido. En estos tres últimos años, la Asociación Amigos de los Museos de Osuna, bajo la dirección de José María Rodríguez-Buzón Calle, con la colaboración del Ayuntamiento de Osuna, ha publicado su obra completa, en tres volúmenes, en edición a mi cargo.
Integrante de la primera promoción de posguerra (la comprendida por los nacidos entre 1906 y 1920), dentro de una estética de poesía arraigada, el escritor presenta dos facetas bien diferenciadas: una obra profana, preferentemente centrada en los sentimientos (amor, soledad, dolor) y otra religiosa, referida a devociones personales, vinculadas -preferentemente- a la Semana Santa sevillana. Ambas se conjugan en técnica y recursos, desde una misma óptica creativa. Por otra parte, perteneciente a la misma generación que sus compañeros en tareas literarias, Francisco Olid Maysounave (1909-1983) y Juan J. Rivera Ávalos (1913-1987), Rodríguez-Buzón Pineda vivió su infancia y adolescencia en la Villa Ducal, lugar en el que nació, el 27 de abril de 1913, y que marcó sus vivencias de ese momento, recogidas posteriormente en el volumen Ayer en el recuerdo (1955). Autor de 24 libros, sintió la Feria de Osuna de una manera especial. Ya, en su primer libro Surcos, a propósito de la Alameda de Osuna, afirma: “cuando en días de fiesta grande, / con limpia alfombra de albero, / en tu ámbito cabía/toda la alegría del pueblo”. Hay que esperar a 1950 para encontrar su prosa de evocación dedicada a la Feria de mayo. Y el lugar escogido para su publicación es el periódico ursaonés El Defensor, de frecuencia semanal, con una vida de dos años (noviembre 1949- julio 1950). Subtitulado Folleto de Información local, fue dirigido por Juan M. Borbujo y tuvo como redactor-jefe a Juan J. Rivera. Tanto la redacción, como la administración y la imprenta se hallaban en la calle -de la época- General Mola, n.20, y su teléfono era el 44. En la página 35 del número correspondiente a mayo de 1950, Antonio Pedro publica “Feria de ayer”, una primera versión de la prosa “La Feria”, incluida en Ayer en el recuerdo (1955)1. Se evocan aquílos hechos de juventud -década de los veinte- que nos transportan-desde el recuerdo-a otros momentos y circunstancias del poeta. En dicho ejemplar de El Defensor se incluye asimismo un artículo de Luis Claudio Mariani, crítico musical y vanguardista primero de la revista Grecia, dedicado a “La Poesía de Antonio Rodríguez Buzón” (pp. 28-29), donde lo cataloga de “excelente poeta y fino periodista”. Lo asocia y diferencia con Rodríguez Marín, éste con sus “pequeños trabajos imaginativos, llenos de agudeza”, como por ejemplo Azar, publicado en la colección El Cuento Semanal (n. 182, 24 junio 1910), que “termina con un poemita inspiradísimo”. Para Mariani, frente al Bachiller de Osuna, Antonio Pedro “ha prestigiado el nombre de su tierra natal” siendo un poeta contemporáneo, moderno: “Es, primordialmente, un poeta, por su obra en verso; pero su prosa suena, también, en un clima poético. Ello quiere decir que toda su producción, sea prosa o verso, responde a una línea directriz de un temperamento artístico. (…) Un artista de la poesía que fatalmente obedece a su temperamento cuando escribe prosa”.

Por otro lado, el que fuera su “maestro”, el poeta Pedro Garfias (lo afirma Rodríguez-Buzón así en su libro de 1955), también recreaba la Feria de Osuna, desde El Paleto, el 20 de mayo de1923, con un punto de vista íntimo, y se detenía en aspectos que luego pasarían a su discípulo Antonio Pedro. El salmantino-andaluz prefiere-y así lo manifiesta en el texto- la Feria al Carnaval y a la Semana Santa:
“¡Porque son las fiestas del año! El Carnaval es cínico: nos desnudamos demasiado cuando nos vestimos de máscara, y dejamos ver todo lo que hay de nosotros de instinto escondido y casi domado. Y la Semana Santa es trágica: nos angustian y sofocan el alma de esos días enlutados, iluminados de saetas, de cirios y de ojos de mujer.
Sólo tú, Feria, eres la fiesta verdadera, enarbolada en la mitad del año, alumbrándolo todo él, para que medio año vivamos de tu esperanza y otro medio de tu recuerdo.
El que fuera director de Horizonte rememora los caballitos y el tiro al blanco y, posteriormente, el mundo del circo, para concluir con la realidad de los niños y sus alegres sentimientos, verdaderos protagonistas de la Fiesta:
“¡Alegría! ¡Alegría!
Puestecitos de dulces policromados, de tiro al blanco, de invenciones extraordinarias y fenómenos nunca vistos…Caballitos, cunitas, norias en donde la mano del vértigo hace cosquillas a nuestra gravedad.
1 Debo el conocimiento de este texto a Luis Porcuna y José María Rodríguez-Buzón, a quienes agradezco aquí su ayuda. También mi gratitud a Francisco Pérez Vargas por los datos de El Defensor.
¡Alegría! ¡Alegría!

Música del circo, abejorro del sueño, cascabel de la noche, que tan tiranamente guías nuestra voluntad y nos conduces a esa pista redonda del circo, pan de luz y de regocijo, en donde los payasos nos hacen reír con la misma gracia de todos los años, y nos admiran los equilibristas, y nos asombran las mujeres del circo, más espléndidas cada vez con sus trajes ceñidos, que marcan sus sabrosas ancas de rana.
Y, sobre todo:
¡Alegría, alegría de sentirnos niños y de empuñar nuestra tristeza y nuestra responsabilidad y nuestra tiesura y arrojarlas a lo alto y a recogerlas luego y volverlas a arrojar como si fuera una pelota!
No tan alejada de la visión de Garfias, se halla la mirada de Rodríguez Buzón. El texto de 1950, de El Defensor, en algunos aspectos es más amplio en matices que el posterior de 1955, editado en Ayer en el recuerdo:
FERIA DE AYER
La Diana! ¡La Diana…! Por la calle blanca y sonriente, en la limpia y luminosa mañana de Mayo, pasaba la Banda de Frasquito, anunciando el comienzo de los festejos populares.
El Mercado, con nubes de polvo bajo un sol que hacía de oro las espigas, se poblaba de grandes grupos de ganado y hombres de piel curtida con anchos sombreros y bastón al brazo, discutían entre cigarros y copas de aguardiente, sus tratos de compra y venta.
Las gitanas reñían con los municipales alrededor de la Zona y mocitos caballistas subían y bajaban por la Carrera, luciendo sus habilidades de jinetes amaestrados.
Por la tarde se celebraban Corridas de Toros. Hacía la Plaza desfilaba de nuevo la Banda de Música, a los acordes de un antiguo pasodobles. Los coches de Pachón y de Nolo bajaban con los toreros y sus cuadrillas, arrastrando tras ellos, a una muchedumbre alegre y vocinglera.
Al atardecer, nos llevaban nuestros padres a la Caseta. A aquella Caseta de lonas blancas con sabor romántico, exornada con cortinas de terciopelo granate, piano con candelabros y doradas cornucopias. Allí, junto al barandal de madera que la rodeaba, nos sentaban a ver el desfile de coches. Eran contados, pero a nosotros nos parecían filas interminables y nunca nos cansábamos de verlos pasar.



Después las niñeras nos subían en los caballitos. En aquellos Caballitos de cartón despintados, sobre los cuales se desbordaba nuestro goce ingenuo, al vernos reflejados en los espejos centrales que recubrían su pobre mecanismo. Después, en los Columpios que apenas si podíamos impulsar y, por último, en aquellas Cunitas desvencijadas que nuestros ojos veían como novias monumentales.
Nos compraban turrón y nos dejaban probar fortuna en la rueda de los barquillos de canela, que jamás llegan a señalar el número deseado. Agotábamos las avellanas y garbanzos tostados de María, aquella vieja morena y simpática, punto cardinal de nuestra niñez, y por la noche íbamos al Circo conde nos reíamos mucho con el Payaso y el Tonterías. Por último, presenciábamos la quema de los Fuegos Artificiales y ya dormidos, nos llevaban a casa de regreso.
A la siguiente mañana, después de una noche de sueños fastuosos, corríamos a jugar con nuestros caballos, nuestras escopetas y nuestros pitos de goma y de nuevo a la Feria, calle Écija abajo, hacia el Arco de la Pastora, con la felicidad inigualable de nuestros pocos años.
Sirva este texto-que el lector tendría que corroborar con el posterior en el libro- sobre nuestra Feria para comenzar a valorar la obra del escritor ursaonés, siempre proyectada en las galerías interiores y los paisajes del alma.



José María Barrera López
