Por esta razón había decidido, ofrecer el día veinticuatro de diciembre, día de nochebuena a Escipión el pavo ceniciento, su hermana la solterona llamada Anastasia, todos los días, posteriores al fiero picotazo, le efectuaba las curaciones de rutina, colocándole una compresa de aceite de linaza caliente, que sin duda le aliviaba físicamente, como también el alma, ya que de inmediato, doña Guillermina cambiaba de semblante, olvidándose de su rabia, optando, por trasladarse a la ventana principal y escudriñar el lugar, en busca de su querido pavo Escipión, tan pronto lo ubicaba una sonrisa de amor, se le dibujaba en su tranquilo rostro. De inmediato los gratos recuerdos la invadían, recordando, cuando su difunto esposo Escipión González, se lo había regalo como mascota, su pequeñez, su fragilidad y mirada tierna, la habían embelesado, al observarlo ya grande por el cristal de su ventana principal, la llenaba de orgullo y nostalgia, por lo majestuoso que se veía, siendo más notoria su elegancia, cuando se lucía ante las piscas, que lo respetaban como si tuviera un título de nobleza, ya que cuando expandía sus alas se asemejaba a un gran conde, ella reía y lo perdonaba, tan pronto se le pasaba la calma, y se le incrementaba el dolor lo veía como un indolente gallinazo arbitrario y sin gracia, por lo que idealizaba mentalmente, decretos patibularios, donde condenaba a la pena capital, al pobre Escipión. El día y hora señalado había llegado, la natividad estaba en proceso, las colaciones y el vino ya estaban servidos en la mesa, el plato fuerte de la noche, se procesaba a fuego lento, los garbanzos, la masa y demás ingredientes esenciales para los tamales, reposaban magistralmente adosados, en el fondo de la olla, faltaban la carne de pavo y la inminente orden de doña Guillermina, para proceder al sacrificarlo e introducirlo en la olla, con los condimentos y adobes respectivos, estaban sobre el tiempo, al fondo en el patio Escipión caminaba inquieto, presintiendo algo raro, en el ambiente, sintiéndose muy observado y apetecido, ante tanto miramiento, opto por dejar su actitud beligerante, mostrándose muy dócil, inteligente y entendido, asumiendo el papel de vigilante, tarea que le encantaba a su querida ama, la cual confiaba su seguridad, en las alertas tempranas que escipion desarrollaba, gracias al sentido agudo y perfeccionado que tenia y ejercia en la observancia del terreno, quien como mariscal de campo, subía a lo alto del gallinero, no existiendo animal, que le ganara en la tarea de detectar intrusos.
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