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PUEBLO HIDALGO

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NOBLEZA

NOBLEZA

A

manece y un joven llora desconsolado, con su mano derecha se limpia las lágrimas, musita con rabia en voz baja diciendo: ”Malditos realistas, mil veces malditos”… Una vela de cebo asustadiza ilumina la pequeña instancia, en la pared de tapia pisada, sobresale la punta de caña brava, donde cuelga, un sombrero blancuzco, sucio y un calabazo pequeño que contiene agua, la cual se desborda a cuentagotas, por un pequeño orificio a medio tapar, una viga grande atraviesa el cuarto, de allí cuelgan viejas ropas, que emanan un olor a tabaco tierno, los ropajes colgantes se agitan por la fuerte brisa que se cuela por la pequeña ventana. El silencio reinante hace del pequeño recinto una instancia triste y lúgubre, el joven se muestra intranquilo, constantemente se asoma por las hendijas de la vieja ventana de madera, una chicharra curiosa se asoma y canta, rompiendo el monótono silencio que gobierna en el cuarto, parece que su angustia no va a acabar nunca.

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Simón como se llama el joven lo agobia una tristeza profunda, tiene dieciséis años recién cumplidos, ojos negros, piel mestiza y cabello liso, sus brazos y piernas le pesan, el agotamiento lo invade, por más que intenta estirar las piernas, estas se le acalambran, la rabia y desconsuelo, lo hacen un energúmeno sediento de venganza. –Malditos opresores, malditos realistas–. Balbuceo.

En la villa del Socorro, la noticia corrió rápidamente, respecto del ajusticiamiento de los insurrectos, el emisario difundió la triste noticia del fusilamiento de Antonia Santos, junto con sus compañeros Pascual Becerra e Isidro Bravo, eran las seis de la mañana del día 29 de julio de 1819, era época de invierno en la provincia del Socorro, el delgado jovencito hermano menor de Antonia Santos, miro a su alrededor desconcertado y triste, se puso la ruana y el sombrero de paja.

El pregonero, sentado a su lado, lo observo tristemente, guardando en su mochila, el escapulario que colgaba de su mano porque venía invocando una plegaria, el posadero se acercó sobresaltado, tras escuchar tan nefasto recado, ese día, había estado muy pendiente de los acontecimientos tristes que se desarrollaban en la plaza principal del socorro. Había sido testigo presencial de las ejecuciones que se realizaron sumariamente a las diez de la mañana del 28 de julio de 1819, cuando Antonia fue llevada al cadalso con sus compañeros de infortunio, al patíbulo especial construido para la ocasión, edificado a la usanza española, por el arquitecto militar realista, Porfirio Meneses, quien lo ubico en la esquina nororiental de la plaza principal de la población del Socorro, sitio estratégico, escogido para que toda la población observara los ajusticiamientos.

Simón pensaba en lo mucho que extrañaría a su amada hermana Antonia, su tutora, así como sus amigos, su gente y hasta el perro, fiel coro, que la esperaba con nostalgia, en Charalá, con lágrimas en sus ojos, que se desbordaban por sus mejillas, miro a su interlocutor diciéndole que tenían que difundir cuanto antes la noticia, afirmándole que lo ocurrido con su hermana no se quedaría así, partiremos de inmediato le dijo, en las calles del socorro se palpaba una gran tensión, la milicia realista aperaba sus monturas y se aprovisionaba de víveres y armamento, para marchar con el grueso de su caballería hacia la provincia vecina de Tunja, Simón, observaba cada detalle, a pesar de su dolor, tenía tiempo para preocuparse por la causa emancipadora, esto tenemos que comunicárselo a mis hermanos, le dijo a su fiel compañero de travesías que lo acompañaba.

La mañana era gris, del cielo caía una llovizna pertinaz, que empapaba todo a su alrededor, la marcha fue en silencio, sin ningún aspaviento, para pasar desapercibidos, al transitar frente a la casa del coronel español Lucas González, quien había sido nombrado recientemente jefe militar de la Provincia del Socorro, el cual se caracterizaba por su crueldad, hombre déspota, habituado a la violencia, verdugo de su hermana, Simón no pudo evitar su ira, lanzando un escupitajo marcado por el odio, frente al pórtico de la casa cuartel., por un momento Simón se desentendió de su entorno, mascullando para sus adentros su rabia e impotencia, sin poder evitar una mueca de fastidio y de ira, contra el jefe realista.

El comandante militar español, no ocultaba su odio, hacia los insurrectos, padecía de insomnio, constantemente se desvelaba, imaginando batallas gloriosas, donde se proclamaba el adalid de la justicia, gendarme y fiel súbdito de su majestad Fernando Séptimo, se enorgullecía de haber sido partícipe, del glorioso ejército español, que en su iberia del alma, había vencido a las huestes Napoleónicas, rescatando de su cautiverio a su ídolo terrenal, su amado rey el predestinado por Dios, a regir los designios de América su majestad Fernando séptimo, persona que para él, en su fanatismo extremo se merecía la gloria eterna, al comandante realista, no le cabía en su cabeza, que un ejército de insurgentes osara desafiar, al ejército del bien, al ungido, al que generaba progreso, en su ciego delirio, veía a los sublevados como un ejército de sombras, liderando causas oscuras, a las cuales se debía tratar con mano dura, y sin misericordia. Después de abandonar la población del Socorro, en una empinada colina, Simón se detuvo y miro con tristeza la última morada de su amada hermana Antonia, recordaba, la última conversación que sostuvo, con ella tres días antes de su ejecución, cuando el cura de la parroquia, presbítero Nadim Torres párroco local intercedió, ante sus esbirros, que la custodiaban, para que Simón se despidiera, con nostalgia recordaba los últimos consejos de su dulce, Antonia, de preservar el legado familiar, procurando ser un hombre digno, amante de la libertad y la justicia, como se los habían inculcado sus padres, Simón se santiguó, y desde allí le prometió a la bendita alma, de su hermana, que lucharía con denuedo, por la causa patriota.

Luego de seis horas de transitar por trochas y pantanos indomables, Simón vislumbro su casa, la vio a lo lejos, envuelta en una neblina, que semejaba un manto blanco, de muerte. Al llegar no encontró a nadie, con cautela busco por largas horas, la aparición de alguien

conocido, al fin, de la espesura de un monte cercano, escucho que lo llamaban, eran sus hermanos, que lideraban a un grupo de milicianos, Simón los abrazo y llorando les comunico la triste noticia. Los hermanos lloraron en silencio, calladamente se pusieron en marcha, sabían del enorme compromiso que tenían, de alertar a la población, a sus gentes, sobre la ejecución de Antonia, así como del peligro que los asediaba, Simón les comento del alistamiento de las tropas que se pertrechaban de la mejor forma, para ir a reforzar al ejército realista, ya que en el socorro corría el rumor sobre la noticia que el general Barreiro había sido derrotado en el sitio de pantano de Vargas, y requería el apoyo de las tropas acantonadas en el socorro, Simón pregunto, por su amigo Fermín Vargas, enterándose que esté con un grueso número de jóvenes voluntarios se había marchado hacia Tunja a unirse al ejército del libertador, Simón entendió que no tenían ningún chance de victoria sobre las tropas del coronel González, ya que con la marcha de los hombres jóvenes aptos para la guerra, la región habían quedado, desguarnecida, quedando pocos hombres, siendo la mayoría, mujeres, ancianos y niños.

Los pocos milicianos liderados por los hermanos Santos difundieron la trágica noticia, la cual en crispó las voluntades y conciencias, de las gentes, en común acuerdo se tomaron la villa de Charalá y depusieron al alcalde, la protesta se generalizó en los corregimientos aledaños, mientras tanto el orgulloso coronel Lucas González ya marchaba rumbo a Tunja, con la intención de unirse a las tropas del general Barreiro, en el poblado de Oiba fue enterado de la sublevación de los Charaleños, allí hizo un alto, reuniendo a sus oficiales más cercanos, miro el mapa real de pergamino, lo extendió, y les señalo la distancia donde se dirigirían, la cual era relativamente corta y ordeno la expedición patibularia, con la consigna de guerra a muerte contra los sublevados, coincidiendo con sus consejeros a regresarse para dar un escarmiento y eliminar a los cabecillas de la oposición. No entendía la tozudez y arrojo de sus contrincantes, que para él formaban, un minúsculo grupo de desarrapados, carentes de mística y disciplina, dentro de sus cálculos había pensado que con el grueso componente de su ejército, constituido por ochocientos hombres, bien armados, la resistencia no duraría más de una hora, pero que errado estaba, cuando llegaron a las inmediaciones del río Pienta, la población muy reducida, los esperaba, los hermanos santos, con sus milicias habían organizado a la población, no tenían las armas necesarias, pero si un gran sentimiento y compromiso con la causa libertadora.

La población mermada corría azuzada, por un sentimiento patriota, sus pretensiones eran detener al ejército español, en sus mentes agobiadas, presentían que algo funesto acontecería. Pero no les importaba, estaba latente en el ambiente una pasión por la causa emancipadora, ya sabían de la victoria de sus hermanos en Gamesa y pantano de Vargas. Todos coincidían en la unión, para enfrentar el terror impuesto por el arrogante Soberano, y desterrar por siempre la inequidad reinante, en el grupo de los hermanos Santos, la precariedad era muy manifiesta, la mayoría no contaba con armas idóneas, necesarias para la batalla, sus ropajes. Consistían en una cobija, con un agujero en la mitad, andaban descalzos y en harapos, Simón sabía de la precariedad en medios, muy de mañana, había visto en el poblado del Socorro, al ejército realista, bien vestido, bien comido y con excelentes pertrechos, al contrario, pensaba que su único alimento consistía en carne de mula, frutas silvestres y un maíz seco que llevan en los bolsillos.

La batalla fue sangrienta, cada Charaleño, hombre, mujer y niño, aportaban su mayor esfuerzo, tratando de detener al ejército invasor, la valentía de las gentes, ofendía y sacaba de casillas al coronel González que en su deseo implacable de derrotar, a los pobladores de la villa, se ensañaba con la sangre inocente de los niños, la batalla se inició en el puente sobre el río Pienta y con el pasar de las horas se trasladó al pueblo, donde se peleaba casa por casa, un nutrido grupo se fortaleció, en la iglesia, allí para desgracia de la familia Santos la sobrina de Antonia y Simón, Helena Santos Rosillo, que tenía catorce o quince años, era ajusticiada y violada por el bando realista.

Las horas se convirtieron en días, permaneciendo, las huestes realistas por espacio de tres largos días, cuando partieron, Charalá era tierra arrasada, los cadáveres yacían, en sus calles, sin recoger, porque los cerdos se los habían comido. El cruel Coronel, envalentonado y furioso, no dejo enterrar a los cadáveres, para él no había tiempo, tenía un compromiso ineludible con sus congéneres.

Las milicias de Simón, combatieron con honor, eran los más aventajados, en las lides militares y el grupo fue un digno contrincante, de las tropas realistas, al ver la desigual lucha, decidieron optar por la táctica, de la guerra de guerrillas, asestándoles sendas derrotas, a las retaguardias españolas, el coronel Caballero, al sentirse victorioso de la expedición patibularia, ordeno seguir al galope, con un estrépito de guerra, en dirección a la provincia de Tunja, su transitar le fue muy dificultoso, por el constante asedio, que enfrentaba por parte

de las milicias de los hermanos santos, para la fecha del 8 de agosto, en las goteras de la provincia de Tunja, fue enterado de la derrota del general Barreiro en el puente de Boyacá, y su detención, por parte del ejército patriota. Tan pronto se enteró, se desmoralizó, totalmente, sus fuerzas le fallaron, no entendía, que había pasado, estaba completamente convencido, que las tropas de su majestad, representaban a la armada invencible de su antaño, sin pensarlo dos veces, ordeno a sus tropas, dirigirse hacia Pamplona, para unirse a los reductos realistas que hostigaban esa ciudad, una vez derrotado al ejército español, en la magna batalla de Boyacá, Bolívar ordeno a sus más avanzados guerreros, trasladarse a las provincias del norte, que aún luchaban por su independencia; El aborrecimiento a la tiranía realista y el apego a la causa insurgente se habían fortalecido.

Del carnicero de Pienta se conoce, que, derrotado en su honor, no se pudo levantar, veía como el ejército que representaba a su ídolo Fernando séptimo, iba en caída, derrota, tras derrota, le menguaban su vida, más sin embargo guardaba la esperanza, del envío de refuerzos por parte del rey, sabía que en la península se estaba conformando, un gran ejército, que pronto vendría, con su espada victoriosa, hacer justicia y vengar el honor del imperio español.

Corría el mes de enero de 1820, cuando se enteró de que el oficial Rafael del Riego y el capitán Antonio Quiroga encargados de dirigir las tropas en la reconquista de las posesiones de España en América, le asestaba un golpe terrible a sus anheladas pretensiones, el rumor que cundía en las tropas leales al rey, consistía en el levantamiento rebelde del coronel del riego, quien había osado desobedecer al rey Fernando séptimo, haciéndolo claudicar en el sentido de jurar y acatar la constitución de 1812 (La pepa), documento magno que ordenaba el respeto e independencia de poderes, culminando con el absolutismo de Fernando séptimo.

El coronel Lucas González no soporto, que un oficial como él, con el mismo grado militar, humillara al omnipotente monarca, bastión de la fe, en las tierras de la ignominia, desacatando insolentemente, la orden de partir, con los refuerzos hacia América, esta noticia, fulmino al coronel Lucas González, que al final de sus días no se perdonaba, el haberle incumplido al general José María Barreiro, el cual dos meses después, el once de octubre, de

1819, era fusilado junto a treinta y ocho de sus oficiales, por orden del general patriota Francisco de Paula Santander.

Las pesadillas constantes que invadían su mente, sobre las muertes de inocentes, no le dejaban conciliar el sueño, se lamentaba casi a diario de su error de cálculo militar, pues consideraba que, con su valiosa ayuda, hubiera cambiado, el cauce de los acontecimientos nefastos. En las noches, sin poder cerrar sus ojos, se desvelaba, padeciendo constantemente episodios de locura, vociferando a viva voz, sobre su mala suerte, aduciendo que, si él no se hubiera detenido, en ese maldito poblado, otra hubiere sido la historia, en medio de estas circunstancias lamentaba, su soledad, como tantas otras veces en su vida, se cuestionaba no haber tenido una familia, el no tener descendientes varones que lo ayudaran a empuñar las armas y defender el honor de su ídolo Fernando séptimo, abatido y triste se embarco muy enfermo hacia España pereciendo en el penoso viaje de retorno, agobiado y atormentado por su conciencia intranquila carente de piedad.

Simón Santos y sus hermanos guerreros, conocedores de la victoria patriótica, se unieron al ejército que perseguía, a los oidores, empleados españoles y a los demás enemigos de la independencia, pasaron los años y una floreciente República nacía y se consolidaba gracias a la causa patriota.

Paso el tiempo y las nuevas generaciones, relatan que sus abuelos les contaban la historia de Simón que, ya entrado en años, sentado en un viejo taburete de cuero, se ubicaba debajo de una gran ceiba donde contaba y recitaba a sus nietos la épica historia de su pueblo, que había batallado con hidalguía en la batalla de Pienta, en las tardes era muy común verle exclamando el poema pienta que declamaba para la posteridad donde exaltaba la labor heroica de su hermana Antonia Santos la heroína, el sacrificio de su sobrina y la hidalguía de su pueblo.

“PIENTA”

En una cárcel, de paredes de nada, de candados infinitos, más allá de lo lejano, donde la memoria duerme, rodeado de injusticias,

de inequidades eternas, de proyectos inconclusos, Antonia allí quedó. Rojo sangre escarlata, predilecto de tiranos, que, en sus pinceladas locas, a la historia dibujo. La mártir de esta historia, Antonia Santos la heroína, que con su ejemplo cundió, envalentonando a todo un pueblo, Que en Pienta se mostró, valiente y aguerrido, Batallando con hidalguía, al imperio español. En Pienta, la sangre patriótica, con la tierra bravía se mezcló, No siendo vana su heroica gestión, Que, como gran lastre, al tirano ligo, Impidiendo su objetivo, de apoyar a sus hermanos ladinos, que, en incertidumbre y miedo, Bolívar derroto. Corceles bravíos de jinetes indomables al mando de Rondón, Rodean y fustigan con sus lanzas al ejército español, Barreiro en la distancia, acosado y con aprietos, confiado en sus refuerzos, de hombres y pertrechos, otea siempre al norte, con angustia y desazón, Barreiro desconoce que su apoyo de raza no llega, por quedarse anclado en la batalla de Pienta, desahogando sevicias contra el pueblo bravío, que, con puñetes palos, piedras y pequeños machetes, en valiente osadía, al tirano enfrento. Barreiro comprende que la confrontación es inmediata, con la diestra en alto a mano alzada, levanta su espada he imitando a julio cesar, musita: la suerte ya está echada, y vociferando a viva voz, ante sus fieles vasallos en frenético español. Dijo: –Combatiré con lo que tengo, sin misericordia ni escondrijo, venceré al enemigo, para bien y gloria de su majestad el rey de España. Pero la historia nos recuerda, que de la arrogancia al fracaso hay un paso, Como en efecto ocurrió, derrotado en la gran magna batalla, Por los vientos libertarios del ciclón Bolívar, ante quien Barreiro claudicó, Oh Pienta campo santo, sacrificio de un gran pueblo,

Pienta, pinta y refresca la historia, con aires renovables, colmado de batallas épicas, que sellaron la independencia de la madre patria, y nacimiento de una gran nación.

EL PAVO ESCIPIÓN.

as festividades navideñas se encontraban en pleno apogeo, la señora Guillermina, indecisa, invadida por sentimientos encontrados, había decidido sacrificar al viejo pavo, para la cena especial de navidad, no por negocio sino por lo agresivo que se L había puesto en el último año, para con ella, siempre que salía doña Guillermina al patio, el pavo se le abalanzaba a picotearla, con tan mala fortuna que, en su último encuentro, le había picado, su pierna derecha, afectándole la vena várice, que se pronunciaba, ocacionandole un intenso dolor.

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