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PALOMO EL GRAN CABALLO BLANCO
C
uando descendió el General Bolívar de los majestuosos Andes, en su trayecto forzado por la cordillera oriental, atravesando el páramo de Pisba, en plena campaña libertadora, una vez piso el altiplano, visito con su tropa, la región del Tundama, más exactamente, la villa de santa rosa de Viterbo todos los ciudadanos allí presentes honrados con la visita de tan singular personaje, se mostraron extrañados, lo vieron llegar y apearse de una mula, les parecía insólito que tan importante líder no tuviera un corcel acorde con su dignidad.
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Doña Casilda Zafra mujer visionaria, conocida como el oráculo del pueblo, oriunda de esta provincia, se le acercó y le obsequio un hermoso corcel de pelaje blanco como la nieve, digno de un gran general, no sin antes augurarle grandes victorias, en su expedición militar, que adelantaba el libertador contra el imperio español, Bolívar gran conocedor de caballos quedo impresionado con la imponencia del hermoso potro blanco de gran alzada, buenas proporciones, posición erguida y cabeza hermosa. Su color blanco le daba un aire majestuoso, tan pronto lo monto, no necesito que lo espolease, el noble caballo con su pelo liso y su gran brío, enamoro al caudillo, que seducido por sus encantos le dio el nombre de
Palomo, comprobando de primera mano su genio y coraje inquieto, demostrando agresividad en la carrera y facilidad manejable ante los obstáculos.
Días después de las gloriosas batallas que sellaron nuestra independencia de la madre patria las huestes patriotas al mando de Bolívar, marchaban llenas de orgullo, sus movimientos eran alegres, sueltos y airosos.
Una tarde de domingo, la tropa exhausta hizo un alto en el camino, el general Bolívar les dijo a sus oficiales cercanos que era menester darle respiro a los soldados y a los incondicionales caballos, la temperatura había bajado por el descenso del viento húmedo, que venía de la cordillera, el Sol había desaparecido en su ruta hacia el poniente, pero sus rayos púrpuras coloreaban todavía el cielo.
Bolívar tenía la piel mojada solo de recibir el embate del viento, sabía por experiencia que cuando el viento arreciaba venía acompañado de una gran tormenta, situación que acrecentaba los ríos y quebradas, siendo inútil y riesgoso tratar de vadearlos, en vista de la situación el general ordeno protegerse entre los árboles, debían estar alertas, palomo se mostraba muy tenso, de pronto un trueno ensordecedor estalló de repente y ambos por instinto, elevaron sus miradas al cielo, ramas de eucaliptos añejos, rodaban por el suelo fangoso, espantando a los caballos, que huían en desbandada; Bolívar comprendió, que debía alcanzar a toda prisa, a los caballos que en ese momento picaban en punta, aterrorizados por el rayo, con gran agilidad y a todo galope de palomo detuvieron la estampida, palomo se mostraba seguro y desafiante ante el gran grueso de sementales, liderando y controlando la manada, en un claro del camino se alzó en sus patas traseras, mostrándose desafiante, con su gran alzada, con un fuerte relincho les demostró ser el líder de la manada.
La lluvia arreció, las gotas empezaron a golpear la tierra como guijarros de granito y segundos después, el aguacero infinito. El arroyo había comenzado a correr más fuerte por el fondo de la cañada, llego la noche y ya en sitio seguro procedieron a descansar, los recios hombres titiritaban de frío, allí el General íntimo con la oficialidad y su tropa, contándoles anécdotas de combate y proyecciones futuras, Lasuerte está de nuestro lado, les decía, e l relato del libertador había comenzado y las huestes patrióticas no quería perderse ni un detalle, no tenían sueño, ni la oficialidad estaba de ánimo para oponerse. Bolívar ya cansado termino su
relato, se recostó en su hamaca, entrecerró los ojos y subió el mentón, ladeando ligeramente la cabeza, no sin antes dirigirle una mirada a su fiel caballo que dormitaba plácidamente.
El centauro de oro conformado por Bolívar y palomo era digno de admirar, no pasaba desapercibido, por su fiereza en la batalla y nobleza en sus acciones, el brioso corcel labro su gloriosa historia por su valentía, bravura y lealtad, guardando su selecto sitial en la posteridad junto a los grandes corceles que acompañaron a los grandes hombres en sus gestas inmortales.
En la campaña del sur, palomo desafortunadamente fue herido en una de sus patas, obligando al libertador a separarse de su noble amigo, la tristeza era mutua, el noble corcel sentía, la tristeza de su amo, que lo consentía dándole mimos y agua con miel, bebida que disfrutaba y la cual le exigía a su progenitor, indicándole cuando quería más, pateando el piso insistentemente, acompañando esta singular acción con relinchos, que cesaban, cuando se le daba su dulce ración.
Debido a esta penosa situación se dice que el general Bolívar se lo regalo al General Andrés de Santa cruz en Bolivia, para la fecha de 1826, perdiéndose el rastro histórico, en este punto geográfico; Pero en nuestra hermosa Colombia, se cuenta que Bolívar en su regreso triunfal, de Quito, hacia Santa fe de Bogotá, lo había dejado con gran sentimiento de tristeza al cuidado del cura párroco de la localidad de Mulaló, haciéndole jurar sobre su incondicional, respeto y amor que debía profesarle a su leal amigo, en la despedida Bolívar lloro amargamente, lamentando la triste pero necesaria decisión, ya que la lesión de palomo, le impedía continuar su largo camino hacia Santa fe.
En este lugar, adscrito al municipio de Yumbo, en el Departamento del Valle del Cauca, cuentan las tradiciones que tan pronto marcho Bolívar, palomo se deprimió, no comía, manteniéndose echado en un rincón de la pesebrera, todos pensaban que moriría de pena moral, su tristeza era muy notoria, pasaron los días y poco a poco se fue recuperando, gracias al cuidado del vicario y demás gentes del poblado, que lo acogieron como huésped de honor, allí, lo cuidaron con gran esmero y amor en agradecimiento a su gran valor.
En este apacible lugar palomo fue tratado como todo un rey, teniendo una gran pesebrera donde se ejercitaba a sus anchas, para entonces había quedado cojo y había vivido sus
últimos años en compañía de una coneja que comía de su pesebrera, la cual se acurrucaba junto al caballo cuando este se tumbaba, haciéndole compañía hasta el fin de sus gloriosos días, el amor, afecto y mimos, nunca le faltaron, allí aseguran que Palomo murió el diecisiete de diciembre de 1840, en una mañana apacible, comienzos de las festividades navideñas...
De las anteriores dos hipótesis, nunca se sabrá, cuál de las dos es la cierta, a menos que en el futuro aparezca algún escrito histórico de la época y revele algún detalle esclarecedor, pero como seres nostálgicos nos quedamos con la segunda historia, siempre buscando un final feliz que nos sirva de incentivo esperanzador.
PUEBLO HIDALGO.