La visita Abrió los ojos, su cuerpo estaba sobre el costado izquierdo, dormía de ese lado porque de esa manera la vista daba a la ventana, a la noche tras ella y podía dormir en ese olvido. Del rabillo de su ojo nacía un camino que había estado alimentando de lágrimas su almohada, un estanque de tristezas y sollozos. En el reflejo del vidrio la vio, vio su espalda cuando giró para cerrar la puerta, fue ella el ruido que la despertó. Sintió miedo y alivio, sintió ganas de saltar de la cama, sintió ganas de ser feliz de nuevo, pero su razón la detuvo, movió milimétricamente la cabeza para secar el lixiviado de su conducto lacrimal y respiró profundo. La cama se encogió en el lateral derecho. Ya estaba tras su espalda, entonces. Encorvó las plantas de los pies como escondiendo los dedos, sabía que por allí empezaría, los amaba. En efecto, las uñas largas, bien cuidadas y pintadas siempre, cosquillearon su talón y se deslizaron hasta quitarle el miedo a sus falanges, fue una pregunta y una respuesta. En la pantorrilla nunca se detenía, los muslos en cambio, los apretaba fuerte mientras subía lento, llegaba a su cintura y allí el libreto se acababa, desde ese momento todo ocurría sin premeditación, la excitación bullía en sus cabezas y se entregaban al deseo. Llegó a su cintura entonces, sin embargo, en está ocasión decidió esperar sin moverse. Unos instantes después, la sintió abandonar la cintura para empezar a hacer camino por su espalda. Siempre dormía con el dorso desnudo y está vez se arrepintió de ello, se arrepintió porque ella sabía que… acercó sus labios y jadeó sobre su columna, espasmos de goce retorcieron sus fibras, ella sabía que no lo resistía y se estaba aprovechando de ello, finalizó en el cuello, cerró el puño y tomó todo su cabello mientras la otra mano recuperaba el dominio de la cintura hasta que la hizo perder la posición en la que había decidido acostarse y girar. No la había sentido deshacerse de su ropa, pero al saberla en la penumbra del cuarto, la vio desnuda, la vio hermosa como antaño, vio de nuevo en su piel las formas torneadas que un escultor hizo para reverdecer el deseo de cualquier alma olvidada ya por los quehaceres de la carne, recordó las primeras veces, cuando a escondidas llegaban al bosque y se entregaban al amor.
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