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Sebastián Rondón

La visita

Abrió los ojos, su cuerpo estaba sobre el costado izquierdo, dormía de ese lado porque de esa manera la vista daba a la ventana, a la noche tras ella y podía dormir en ese olvido. Del rabillo de su ojo nacía un camino que había estado alimentando de lágrimas su almohada, un estanque de tristezas y sollozos. En el reflejo del vidrio la vio, vio su espalda cuando giró para cerrar la puerta, fue ella el ruido que la despertó. Sintió miedo y alivio, sintió ganas de saltar de la cama, sintió ganas de ser feliz de nuevo, pero su razón la detuvo, movió milimétricamente la cabeza para secar el lixiviado de su conducto lacrimal y respiró profundo.

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La cama se encogió en el lateral derecho. Ya estaba tras su espalda, entonces. Encorvó las plantas de los pies como escondiendo los dedos, sabía que por allí empezaría, los amaba. En efecto, las uñas largas, bien cuidadas y pintadas siempre, cosquillearon su talón y se deslizaron hasta quitarle el miedo a sus falanges, fue una pregunta y una respuesta. En la pantorrilla nunca se detenía, los muslos en cambio, los apretaba fuerte mientras subía lento, llegaba a su cintura y allí el libreto se acababa, desde ese momento todo ocurría sin premeditación, la excitación bullía en sus cabezas y se entregaban al deseo.

Llegó a su cintura entonces, sin embargo, en está ocasión decidió esperar sin moverse. Unos instantes después, la sintió abandonar la cintura para empezar a hacer camino por su espalda. Siempre dormía con el dorso desnudo y está vez se arrepintió de ello, se arrepintió porque ella sabía que… acercó sus labios y jadeó sobre su columna, espasmos de goce retorcieron sus fibras, ella sabía que no lo resistía y se estaba aprovechando de ello, finalizó en el cuello, cerró el puño y tomó todo su cabello mientras la otra mano recuperaba el dominio de la cintura hasta que la hizo perder la posición en la que había decidido acostarse y girar.

No la había sentido deshacerse de su ropa, pero al saberla en la penumbra del cuarto, la vio desnuda, la vio hermosa como antaño, vio de nuevo en su piel las formas torneadas que un escultor hizo para reverdecer el deseo de cualquier alma olvidada ya por los quehaceres de la carne, recordó las primeras veces, cuando a escondidas llegaban al bosque y se entregaban al amor.

Sintió dolor por lo furtivo de su estar, sintió rabia por el agua sucia en que nada la sociedad y volvió a sentir ganas de arrancar de los palmos esos dedos que tanto las señalaron, sintió miedo de que nuevamente no estuviera, entonces, se dejó besar los senos y el abdomen, se dejó apretar nuevamente los muslos está vez acercándolos a los suyos, sobrepuso sus manos a las de ella como murmurando que por favor esta vez no se fuera, ella pareció entender su petición cuando le arrancó la ropa interior.

La sabana no logró sostenerse de la esquina del colchón, y a la lámpara de noche se le veía aturdida como por un evento sísmico, la ventana no enfocó más la noche tras ella pues Huitaca al parecer había estado empañando con su aliento todo el cristal para encerrar el frenesí únicamente en ese cuarto. En el reposo el techo fue cielo y la cama mar. Escuchó un canto melancólico, siseos más que silbidos y reconoció a un jaqueco, imaginó su buche de plumas amarillas y sus alas cafés. -es Chirlobirlo, no Jaqueco, su nombre- le decía ella sonriendo-Aún era gracioso, en realidad son Sturnella magna, también se lo dijo ella, nunca dejó de responder sus preguntas. –Levántate- escuchó que le susurraba al oído –es 20 de junio ya-. Se despertó, real esta vez, un minuto después sonó la alarma, recordó el accidente, una lágrima más se desprendió, iría al bosque a visitarla también, al árbol, dónde pudo enterrar sus cenizas.

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