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Karla Tabitha Mosqueda Ortega

Prometí llevar tres cuerpos

Me quedé ensimismado tras la ventana, detrás del piano; aquel piano que cargaba los portarretratos con fotografías de las caras sonrientes de mis dos hermanos y mi pequeña niña. Gotas de sudor recorrieron mi rostro impasible. De pronto, el gato brincó sobre las teclas, haciendo sonar sin querer, un acorde disonante. ¿Una señal acaso? Como sea, me sacó de mis pensamientos y me di la vuelta.

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Estaban ahí los tres. Cada parte de su cuerpo en lugares diferentes. Había pedazos por todos lados. Los brazos junto al sillón, las cabezas sin ojos y con el cabello enmarañado sobre la mesita de centro. Los ojos junto a la lámpara. Por cierto ¡Qué bonitos ojos tenía mi Sara! Los labios no tenían color. Los torsos estaban más allá, junto a la silla. Las seis piernas estaban envueltas. Me puse a pensar en que tuve la ventaja de que mis hermanos eran de baja estatura como yo y delgados, así que no me costó mucho trabajo.

Aquel desorden me abrumaba un poco, estaba cansado. Ya no sabía qué hacer.

La sala de la casa era un completo caos, manchas por todas partes, salpicaduras, herramientas, fluidos espesos resbalando por el piso y las paredes. ¿Cómo iba a limpiar después? ¿Quedarían rastros? ¡Pero qué estoy diciendo! Eso no es importante. Lo que tenía que hacer era terminar. Comencé a ir de un lado a otro, el sudor seguía resbalando por todo mi cuerpo. Ya empezaba a preocuparme. Veía el reloj, una y otra vez. Como esperando que al siguiente vistazo, el tiempo se atrasara por arte de magia. Imposible. Sólo divagaba y no arreglaba la situación. Estaba claro que no dormiría, pero, seamos honestos, ¿quién podría conciliar el sueño en una situación así? Seguí trabajando hasta que dieron las dos de la mañana. Decidí entonces, llevar cada parte a la otra habitación, puse todo en cajas y aunque me costó trabajo, no olvidé nada, ni la más pequeña parte. Subí todo al auto y manejé durante horas. Hice unas cuantas paradas para beber café y no estaba seguro, pero la poca gente que había en las calles, no dejaba de mirarme, tal vez eran mis nervios, mi paranoia, no lo sé. A las seis de la mañana por fin llegué. Todo estaba en silencio. Continué, no me detuve, no se me podía escapar ni un sólo detalle… Nueve de la mañana. Escuché pasos. Alguien venía. De hecho eran varias pisadas. El corazón se me aceleró, me dio un vuelco tremendo. Una risa conocida se acercaba. Corría por las escaleras.

- ¡Papi! - dijo Sara mientras saltaba a mis brazos- No me di cuenta cuando llegaste- Vaya vaya, pero quién está aquí, ¿eh? Ven y dame un abrazo, hermano– dijo Cesar Voy a cobrarte horas extras por cuidar a mi sobrina, ¿qué le das de comer que nunca se le acaba la energía?Entre risas lo abracé. Llegó Julio, mi otro hermano. - Terminé - dije muy emocionado. - Se nota, te ves fatal y sucio - añadió Julio. -Vamos, están en la sala-

Ahí estaban los tres, junto al árbol. Una réplica exacta de ellos en tamaño real hechos de cera. Ya no eran sólo partes. Los cuerpos estaban en una sola pieza, todo tenía color, ropa, zapatos, cabello peinado e incluso les puse las expresiones faciales que los caracterizaban.

Les había prometido a los tres, una gran sorpresa para Navidad, casi me come el tiempo, pero al final lo logré. Cuando vieron a su gemelo de cera se emocionaron mucho, comenzaron a tocarlos llenos de curiosidad y se tomaron fotos. Yo los admiraba agotado, había estado haciendo esos muñecos por 10 años, pero nunca me había sentido tan satisfecho con mi trabajo hasta ese momento al ver su reacción. Entonces, me dejé caer en el sillón, los vi un momento, sonreí y me quedé profundamente dormido.

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