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José Ramón Muñiz Álvarez

LOS CÓCHICOS DE OTOÑO

Hallar en tu mirada el verde intenso del denso olor a bosque que percibo, después de regresar, de ver la tierra, de hacerme con la tierra un algo mío, enteramente mío y solo mío, fundiéndome a los viejos castañares, al bosque de eucaliptos, la hojarasca que sabe humedecida en el otoño, que llora la humedad porque noviembre castiga su color con el mal tiempo; mirar en esos labios los ocasos, la luz de los crepúsculos que dicen verdades al olimpo de unos dioses barridos por el tiempo, por el alba que puede arder alegre en esa frente que me hace sospechar que tu belleza te fue legada un día, cuando todo nacía de la nada y para siempre, pues siempre -de la nada y para siempre-, nació el bosque sagrado que te roza; tal vez resucitar de ese letargo que quieren las malezas perezosas que pueblan cada parte de tu pelo, sabiendo que, enredarse en tu melena, querer encaramarse a tu melena, las honra y las ensalza, igual que el verso que dice la belleza del arbusto que crece bajo el árbol silencioso de bosques donde canta el ave rara, de charcas donde vuela la libélula…

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Existen las leyendas del vikingo, existen las leyendas de los bárbaros que vienen asolando nuestra tierra, que atacan las Asturias y Galicia, quebrando nuestra paz, la paz sagrada que llena nuestras costas, los islotes callados de las costas que disfrutan las notas del concierto de los mares, el raro ronroneo de la espuma que busca cada cala con su llanto. Y existen por las noches procesiones de muertos que regresan de la muerte, ajados, miserables, como reos que lloran la condena que se impone debajo de la tierra a tanto hueso. Y existen en el aire seres mágicos: las hadas de los cuentos ya son nuestras des de hace mil milenios de milenios -contar el tiempo se hace muy difícil y yo no sé contar ni los segundos-. Los mares del vikingo y tus ojuelos, la muerte y su comparsa en tu mirada, la voz de la leyenda con tus labios, la espuma del cantil entre tus piernas, su raro ronroneo en tus oídos, y tú, perdida siempre, como el aire, callada, cristalina, inexistente, fumando en pipa, yendo a la deriva, goleta que se escapa de su rumbo, balandro que no sabe a dónde llega. Y quiero dirigirme a la maleza, me pierdo en la maleza y, escuchándola, le digo seriamente a la maleza que admiro la hermosura del verano. Y toda la hermosura del verano se queda atrás, dejando en la memoria las brisas refrescantes, tras los días de baños, de calores y rigores. Y el fuego insoportable ya es disfrute con solo ese recuerdo que se agota…

De pronto se me ocurren estos versos. Y, entonces, al mirar en la maleza, el verde en la maleza se hace bello, el brillo en la maleza se hace bello. Quizás, bajo la escarcha que la cubre, suspira por un resto del verano, nos dice sus secretos escondidos y espera ese momento en la distancia:

No lejos de la fuente del recuerdo, Revive el alma, llena de emociones, no lejos de la fuente del recuerdo revive la esperanza del estío que vuela a su capricho, que se fuga, dejándonos los cólchicos de otoño.

Los cólchicos de otoño, sí, los cólchicos azules o morados que nacían en prados, no muy lejos de los ríos, bebiendo la humedad que trajo el aire.

Y el mundo, que está lleno de piratas -los hay bajo el sofá, tras las ventanas, perdidos en el aire cristalino-, que está lleno de morsas y unicornios que vuelan entre nubes y neblinas -a veces, hay neblinas en la zona-, parece que nos dice lo que somos, parece que nos grita lo que somos, parece que susurra lo que somos, si acaso nos susurra alguna cosa.

El parto de la tierra, al mismo tiempo, nos trajo algunos níscalos entonces. Y miro en tu belleza la hermosura que tienen esos cólchicos de otoño, que saben esos cólchicos de otoño, que viven esos cólchicos de otoño, dejados en los prados y arboledas. Muy pronto los perfumes del otoño vendrán a sugerir el nombre tuyo… Por eso tu belleza está presente, perdida en los paisajes que describo, dejada en los lugares que comento, como un recuerdo preso en esos sitios. Por eso tu hermosura está lejana, sabiendo revivir cuando se quiere tener ese recuerdo más presente, por más que se nos haga inaprehensible. Por eso se nos va, se nos escapa, como hace el agua fresca entre los dedos.

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