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Mateo Sanabria Rodríguez
Elogio a los insaludables
¿Por qué los seres humanos saludamos tanto? ¿Por qué tenemos esa costumbre de aproximarnos a alguien atosigado para molestarlo con un gesto mundano? Saben, es aquí donde elogio a los insaludables. Bien podrían definirse como esas personas que no necesitan saludar a la otredad para sentirse amados o importantes, o como aquellos que, bien se sabe, no son fáciles de saludar.
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Estás en una cafetería disfrutando de tu soledad, te dispones a comer mientras reflexionas, de pronto, entra una persona conocida ―o relativamente conocida; has cruzado palabra una vez―, fabricas una paradoja: miras de reojo a la vez que esquivas sus pupilas. Es inútil. La persona te ve y se acerca para saludarte con una sonrisa de trapo. Tu comida bañada en aislamiento y pensamientos está arruinada, ahora tendrás que saludar a esta persona y posiblemente seguir una conversación intrascendente; útil solo para la distracción.
Vas de afán por la calle y te topas con un ser que apenas conoces. Te saluda de beso y abrazo, como si fuesen amigos, te retrasa, tu paciencia se desborda igual que tu interés por no saludar. Te repites “Ojalá no conociera tanta gente; ojalá fuera ciego; ojalá la otra persona fuera muda; ojalá tuviera un cinturón de castidad en la boca; cuántos gérmenes en ese abrazo; qué melosa es la gente; me saludó así porque seguramente me pedirá un favor; porque se quiere colar en la fila”. Un saludo a un desconocido por conocer es aprovecharse. Sí, una amistad, una relación, todo eso comienza por un saludo a un anónimo, pero eso no significa que tengas que entablar una relación con medio planeta (bueno, exagero).
Además, ¿cuántos hombres de los míos? ¿de los que no saben cómo saludar a una mujer? ¿Cuántos vivimos en dicotomías? “Si la saludo de beso, pensará que soy confianzudo, pero si no lo hago, pensará que soy tímido”, así que terminas por soltarle un simple “hola” que atrapa la incomodidad en el aire y ni hablar del ladrilludo saludo de manos.
Propongo que solo saludemos a los amigos, a esos que vemos varias veces a la semana y con los que compartimos intimidad. Evitemos la hipocresía y la simpatía forzada. El “Qué bonito saludar y ser saludado” es exclusivo de los buses: planteo el “Qué bonito es ignorar y ser ignorado”. Por favor, evitemos los gérmenes (“¿Dónde habrá estado esa mano?”), las incomodidades, las conversaciones fugaces y las miradas dudosas (“¿Será que sí me vio? ¿Ahora lo tengo que saludar?”).
Qué fácil sería si los estultos se involucraran en sus propios asuntos! Por eso, resalto mi admiración a los insaludables, ellos a los que no les importa seguir derecho ante una persona conocida, los que se hacen los de la vista gorda, los que les da igual ser llamados “maleducados”, los que lucen gafas como escudo de los ojos extraños, los que miran mal sin querer hacer mal, solo por instinto y por honrar a la verdad.
Esos son de los míos.