LOS CÓCHICOS DE OTOÑO Hallar en tu mirada el verde intenso del denso olor a bosque que percibo, después de
regresar, de ver la tierra, de hacerme con la tierra un algo mío, enteramente mío y solo mío, fundiéndome a los viejos castañares, al bosque de eucaliptos, la hojarasca que sabe humedecida en el otoño, que llora la humedad porque noviembre castiga su color con el mal tiempo; mirar en esos labios los ocasos, la luz de los crepúsculos que dicen verdades al olimpo de unos dioses barridos por el tiempo, por el alba que puede arder alegre en esa frente que me hace sospechar que tu belleza te fue legada un día, cuando todo nacía de la nada y para siempre, pues siempre -de la nada y para siempre-, nació el bosque sagrado que te roza; tal vez resucitar de ese letargo que quieren las malezas perezosas que pueblan cada parte de tu pelo, sabiendo que, enredarse en tu melena, querer encaramarse a tu melena, las honra y las ensalza, igual que el verso que dice la belleza del arbusto que crece bajo el árbol silencioso de bosques donde canta el ave rara, de charcas donde vuela la libélula… Existen las leyendas del vikingo, existen las leyendas de los bárbaros que vienen asolando nuestra tierra, que atacan las Asturias y Galicia, quebrando nuestra paz, la paz sagrada que llena nuestras costas, los islotes callados de las costas que disfrutan las notas del concierto de los mares, el raro ronroneo de la espuma que busca cada cala con su llanto. Y existen por las noches procesiones de muertos que regresan de la muerte, ajados, miserables, como reos que lloran la condena que se impone debajo de la tierra a tanto hueso. Y existen en el aire seres mágicos: las hadas de los cuentos ya son nuestras des de hace mil milenios de milenios -contar el tiempo se hace muy difícil y yo no sé contar ni los segundos-. Los mares del vikingo y tus ojuelos, la muerte y su comparsa en tu mirada, la voz de la leyenda con tus labios, la espuma del cantil entre tus piernas, su raro ronroneo en tus oídos, y tú, perdida siempre, como el aire, callada, cristalina, inexistente, fumando en pipa, yendo a la deriva, goleta que se escapa de su rumbo, balandro que no sabe a dónde llega. Y quiero dirigirme a la maleza, me pierdo en la maleza y, escuchándola, le digo seriamente a la maleza que admiro la hermosura del verano. Y toda la hermosura del verano se queda atrás, dejando en la memoria las brisas refrescantes, tras los días de baños, de calores y rigores. Y el fuego insoportable ya es disfrute con solo ese recuerdo que se agota…
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