El Avión Negro N° 5

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De cómo Néstor K arrastra a viejos admiradores del Che

De la boina y la estrella, a los mokasines

por Horacio López “Ando con ganas de escribir sobre el impacto movilizador de Néstor k en jóvenes y ‘viejos’; tengo la impresión de que es superior a lo que en su momento produjo el Che en la juventud”. El hombre, de unos cincuenta y pico largos, mira a su interlocutor, sonríe ligero y arruga un poco la boca. Hace un gesto como diciendo, “epa, a los guevaristas de los ’60 y ’70 no les toqués al Che”. Se lo suele ver en compañía de su esposa en las movilizaciones de apoyo al gobierno nacional. Por ejemplo, en ocasión de la presencia de Cristina en el complejo Renault, de Santa Isabel, cinco días después de la muerte de Néstor, este imprentero del sur de la ciudad portaba un módico cartel donde podía leerse: “Néstor y Cristina fue lo mejor que nos pasó”. Como él, son muchísimos los hombres y mujeres, de cualquier extracción social, y de fuerte pasado guevarista, que en forma grupal o de modo personal, “reciclaron” con el liderazgo de Kirchner, los ideales de justicia y equidad que enarbolaron en la época del Che. Y hay algo curioso: Aquellos jóvenes que hoy están en edad de abuelos y abuelas, coinciden “kirchnerísticamente” con los jóvenes que están en edad de padre o madre, o simplemente se encuentran en situación de noviazgo. Cada vez que en los actos K aparecen estos jóvenes, a los veteranos se les pone la piel de gallina.

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Hay que decirlo sin medias tintas: Nada tiene que ver la imagen combatiente del Che - irradiando aroma a pólvora, tabaco, selva y eevolución- al lado de los ojos saltones de Néstor, uno de ellos medio extraviado y, encima, con su perfil aguileño. El saco y la corbata, aunque siempre en desaliño, mocasines y su acción quiebra-protocolo que fueran sus cartas de presentación. Y convengamos que en un puñado de años, logró convertir a un incipiente peronismo, entonces disidente del menemato, surgido en los remotos hielos de El Calafate, en una expresión nacional, popular, y altamente reparadora de los derechos sociales. Y a fuerza de errores y derrotas, pero también de fuertes y lapidarios aciertos, se fue poniendo a medio país en las urnas, por la sencilla y compleja razón de que despertó sueños adormecidos en las bibliotecas de la nostalgia. Muchos de los actuales “viejos” suelen coincidir afirmando: “Nunca imaginamos que íbamos a volver a vivir algo así”. Aún con diferencias, -no puramente estéticas- Kirchner ha provocado en la antigua “generación del Che y post Che” un efecto que, sin obligación de que sea idéntico, tiene rasgos parecidos. Básicamente, en esto de poner en acción los ideales, para que no sean bellos durmientes o meros decoradores en charlas de café. Ambos, el Che y Kirchner, demostraron, así en vida como en su muerte, que asumieron cargarse la Historia sobre sus hombros. El Che lo expresó durante plena guerrilla en medio del monte. Dijo, en un reportaje, que hay que luchar y no llorar, y le dio el título al libro del periodista argentino Jorge Masetti, que lo había reporteado en el corazón mismo del campamento guerrille-

ro. Kirchner dijo al asumir en 2003 que no iba a dejar sus convicciones en la puerta de la Casa Rosada. Y cuando un hombre político ingresa a la Rosada, sin abjurar de sus ideales, y cumple, la cosa se complica para los amos del establishment. Sus compañeros de militancia lo afirman: “Néstor decía lo que iba a hacer y hacía lo que había dicho”. Los camaradas del Che siempre lo cuentan: él se ponía al frente en las órdenes que daba, le ponía el cuerpo a sus palabras. Por estos últimos días octubristas hemos visto y leído cientos de cosas referidas a la figura y a la obra de Kirchner, a un año de su abrupta muerte. Esta producción que abarcó todos los recursos periodísticos en vigencia, retrotrajeron al autor de estas líneas, a considerar si la figura de Kirchner, tan opuesta en lo estético, y tan dispar en lo ideológico a la del Che, esté motivando efectos y afectos pre y post-mortem. Salvando las distancias entre ambas personalidades, y los “mundos” en que les tocó intervenir, es posible que así como haya diferencias importantes, hallemos parecidos notorios. Dejemos sentado que cuando Néstor K. nació –año 1950- Ernesto Guevara tenía 22 años, era estudiante de Medicina, y le interesaba y leía literatura y política y en general, sin que se haya puesto a militar en ningún partido político. Es decir que en plena época del primer peronismo, Néstor era un recién nacido y el futuro Che un joven de buena lucidez intelectual y de inquieto espíritu viajero. Ese espíritu lo llevó a merodear por América, sabiendo de sus miserias y aprovechadores. El paso inexorable del tiempo, y las vocaciones políticas crispadas, en uno y otro, a quienes separaban apenas dos


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