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por Sergio Tagle / Página

Proyecto Nacional y Popular

SÍ, HEGEMÓNICOS

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Las elecciones presidenciales pusieron nombre a un fantasma que recorría las redacciones y las oficinas del poder: la “hegemonía kirchnerista”. Breve referencia al populismo.

por Sergio Tagle

De fantasmas y estigmatizaciones

Un fantasma recorre el mundo. En la segunda mitad del Siglo XIX el mundo era Europa y el fantasma era el comunismo. Marx y Engels comienzan su Manifiesto con esta constatación. Hoy el espectro que azota la vigilia y el sueño del capitalismo mundializado no es la sociedad sin clases ni poder que pensó y piensa el filósofo alemán. En el comienzo de este Siglo XXI el espíritu maligno de nuestras clases dominantes es el populismo. En Venezuela se llama Chávez; en Ecuador, Correa; en Bolivia Evo Morales, en Argentina se llamó Perón y Néstor Kirchner y hoy se llama Cristina Fernández.

Populismo

“Populismo” es una categoría teórica. “Nacional y popular” es su formulación política. La práctica de los líderes latinoamericanos mencionados más arriba se inscriben en las perspectivas revolucionarias del nacionalismo popular. Las clases dominantes lo saben pero no lo dicen. Ocurre que los cambios en la cultura política de la nueva época repusieron antiguos prestigios a palabras como “izquierda”, “progresismo” y aún “revolución”. Con inteligencia, ellos no otorgan estos atributos a su enemigo, los movimientos nacionales y populares de liberación. Derecha y progresismo liberal, para referirse a Cristina Fernández, Chávez, Correa, Evo Morales, apelan a un concepto que suponen denigrante: populismo. John William Cooke decía que en los países capitalistas dependientes a los diccionarios los escribe la oligarquía. Quien domina en el terreno de la economía y ejerce el poder real tiene la capacidad de imprimir significados a las palabras. Esto ocurrió con la palabra “populismo”. El trabajo de intelectuales (en nuestro país Ernesto Laclau, Eduardo Rinesi, entre otros) otorgó al término “populismo” una dimensión conceptual. En una categoría teórica que describe y explica la lógica de liderazgos y movimientos capaces de convocar a mayorías sociales, no importa su heterogeneidad, para oponerse al poder de las clases dominantes. Las fronteras de sus alianzas son móviles. Un día aparenta desplazamientos hacia la izquierda, otros hacia la derecha. De lo que se trata es de definir, en cada momento político, quién es el enemigo principal de la Nación y del pueblo. Y el mismo pueblo no es definido exclusivamente por su ubicación en la estructura económico-social. El pueblo es constuido en forma permanente con todas las clases, grupos y actores sociales que permitan la constitución de mayorías contrarias a la forma que en cada momento presenta el poder oligárquico o dominante. Por lo cambiante, inhasible, heterogéneo y contradictorio, imprevisible para sus oponentes, el mismo Cooke definió al peronismo como “el hecho maldito del país burgués”. La definición sigue siendo válida para conceptualizar al kirchnerismo y al populismo, ahora con un significado diferente al otorgado por “el diccionario de la

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oligarquía” que, en los últimos años, cargó a otro concepto elemental de la ciencia política, “hegemonía”, de sentidos poco menos que demoníacos.

Hegemonía democrática

El kirchnerismo constituye una inminente hegemonía política. ¿Cómo se construyó, en qué consiste esta hegemonía? Si se repasan los hechos comprobables a traves de los cuales se expresa, es difícil ver en las acciones hegemónicas prácticas autoritarias, antirrepublicanas, como sí lo hace el sentido común de analistas políticos.

El gobierno nacional argentino extendió su esfera de intervención hegemónica porque Néstor Kirchner primero y después Cristina desarrollaron una estrategia para conformar la actual escena política. En esta, el oficialismo puede establecer mayorías en el parlamento. Las provincias, con excepción de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y Santa Fe, son gobernadas por el Frente para la Victoria, por el peronismo o fuerzas no confrontativas con el Poder Ejecutivo Nacional. Subordinó las Fuerzas Armadas al poder político, democratizó sus estructuras y cultura institucional, restableció la Defensa Nacional como doctrina y –en consecuencia- las dotó de una hipótesis de conflicto externo. La oposición carece de entidad, entre otros motivos, porque el oficialismo monopoliza la iniciativa política, conquistó para sí el sustento electoral de sus opositores e invade espacios políticos de izquierda por el programa que ejecuta, de centro y de derecha por estabilidad y prosperidad económica. Victorias en batallas culturales le permiten disputar exitosamente las ideas que predominan en la sociedad civil. Puede que hoy exista un “empate hegemónico” entre la cultura neoliberal y liberal a secas, por un lado, y el nacionalismo popular democrático por el otro. Antiguas y nuevas militancias orientan sus convicciones y entusiasmo hacia el kirchenrismo. Este hecho no se verifica en otras fuerzas. El gobierno desestructuró poderes condicionantes internos (Mesa de Enlace, Iglesia) y externos (Fondo Monetario Internacional). La influencia mediática fue debilitada por sanción de la Ley de Servicios Audioviduales de Comunicación que permitió la emergencia de otros discursos en radio y televisión y por la autonomía interpretativa que ganaron los públicos. Estos contrastan lo que escuchan, ven y leen, con su experiencia social. La línea ascendente del bienestar popular aparece como el argumento más fuerte a la hora de evaluar al gobierno. La predominancia democráticamente producida de una fuerza en el nivel político, en la sociedad civil y en la cultura puede ser llamada hegemonía. Ocurrió en los años ’80. Fueron años de hegemonía alfonsinista. El liberalismo democrático dominó la escena pública. La “contradicción principal” que imprimió ritmos y polarizó este tiempo político fue “democracia o autoritarismo” y sus promotores fueron Raúl Alfonsín y la Unión Cívica Radical, que lograron interpretar el momento nacional e internacional para construir su primacía. Lo propio hizo Carlos Menem en la década del noventa. La hegemonía menemista, es muy sabido, fue neoliberal.

Si esta descripción es correcta, no se advierte perversión alguna en los intentos y en los logros a la hora de construir una hegemonía. No es evidente ningún autoritarismo en un actor político que desea y desarrolla acciones para que su programa y sus valores sean adoptados como propios por mayorías sociales. Todo régimen político estable está basado en una hegemonía. Es legítimo impugnar su signo político-ideológico: liberal democática, neoliberal, nacional-popular-democrática, según una posible caracterización de las diversas hegemonías que se sucedieron desde 1983 hasta la fecha. Un individuo, un medio de comunicación, una fuerza política podrá cuestionar la orientación de un proyecto hegemónico, pero carece de rigor criticar o reprochar malicia en quien dirige esa hegemonía.

Es riesgoso afirmar que el kirchnerismo es hoy hegemónico. Para afirmarlo enfáticamente son necesarios estudios exhaustivos. Se constatan, sí, notables progresos para adquirir esa condición. Cada quien podrá oponerse al actual gobierno y construir contra-hegemonías por derecha, izquierda o centro. Pero sólo se puede objetar a “la hegemonía en sí” desde el desconocimiento de las lógicas del poder y de la política o desde el oportunismo de quienes fueron hegemónicos durante décadas y hoy no soportan que la dirección política y cultural de la sociedad haya sido conquistada por una fuerza y por líderes situados en las antípodas de sus intereses e ideología.

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