Los agitados días de octubre de 1945
Sin galera y sin bastón por Pablo Torres De cómo interpretar al pueblo en las calles
La movilización del 17 de octubre de 1945 es un fenómeno histórico que aún hoy sigue generando diversas polémicas en cuanto a cómo deben interpretarse los hechos acaecidos durante esa jornada. Parece mentira, pero todavía son numerosas las voces, provenientes tanto desde sectores de derecha como de izquierda, que persisten en el empeño de minimizar, restar importancia, relativizar e inclusive dotar de sentido negativo a lo que fue una auténtica bisagra en la historia política de nuestro país.
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Mariano Grondona, sin ir más lejos, llegó a decir que esta movilización “no se traduce en una acción destinada a obtener objetivos, directamente relacionados con el proletariado urbano, sino que actúa para salvar del fracaso a una figura político - militar, sin extracción obrera”. Para este exponente del gorilismo más rancio, la figura política de Perón iba separada de las conquistas que él había impulsado desde la Secretaría de Trabajo y Previsión, en favor de las masas obreras. Todo se reducía a una cuestión de culto a la personalidad. Por otro lado, muchos voceros de nuestra autoproclamada “izquierda” sostienen hoy día la idea de que el proletariado “fue engañado” por el general Perón. Éstos, más allá de su prédica inflada de reivindicaciones hacia una clase obrera que jamás supieron interpretar y representar, siempre han dejado entrever un claro desprecio por la voluntad popular. Basta recordar que en aquél entonces el Partido Socialista, a través de un texto publicado en su periódico “La Vanguardia”, de fecha 23 de octubre, describió la marcha de los obreros del conurbano hacia Plaza de Mayo de la siguiente forma: “En los bajíos y entresijos de la sociedad hay acumulada miseria, dolor, ignorancia, indigencia más mental que física, infelicidad y resentimiento... En todas las sociedades quedan precipitados de miserias que se ramifican como pólipos en las partes más recónditas... Cuando un cataclismo social o un estímulo de la policía movilizan las fuerzas latentes del resentimiento, cortan todas las contenciones morales, dan libertad las potencias incontroladas, la parte del pueblo que vive su resentimiento, y acaso para su resentimiento, se desborda en las calles, amenaza, vocifera, atropella, asalta diarios, persigue en su furia demoníaca a los propios adalides permanentes y responsables de su elevación y dignificación”. Evidentemente, la impotencia que les generaba la masiva adhesión de la clase obrera hacia Juan Domingo Perón hacía aflorar sus peores prejuicios.