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por Pablo Torres / Página
Los agitados días de octubre de 1945 Sin galera y sin bastón

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La movilización del 17 de octubre de 1945 es un fenómeno histórico que aún hoy sigue generando diversas polémicas en cuanto a cómo deben interpretarse los hechos acaecidos durante esa jornada. Parece mentira, pero todavía son numerosas las voces, provenientes tanto desde sectores de derecha como de izquierda, que persisten en el empeño de minimizar, restar importancia, relativizar e inclusive dotar de sentido negativo a lo que fue una auténtica bisagra en la historia política de nuestro país.
por Pablo Torres
De cómo interpretar al pueblo en las calles
Mariano Grondona, sin ir más lejos, llegó a decir que esta movilización “no se traduce en una acción destinada a obtener objetivos, directamente relacionados con el proletariado urbano, sino que actúa para salvar del fracaso a una figura político - militar, sin extracción obrera”. Para este exponente del gorilismo más rancio, la figura política de Perón iba separada de las conquistas que él había impulsado desde la Secretaría de Trabajo y Previsión, en favor de las masas obreras. Todo se reducía a una cuestión de culto a la personalidad.
Por otro lado, muchos voceros de nuestra autoproclamada “izquierda” sostienen hoy día la idea de que el proletariado “fue engañado” por el general Perón. Éstos, más allá de su prédica inflada de reivindicaciones hacia una clase obrera que jamás supieron interpretar y representar, siempre han dejado entrever un claro desprecio por la voluntad popular. Basta recordar que en aquél entonces el Partido Socialista, a través de un texto publicado en su periódico “La Vanguardia”, de fecha 23 de octubre, describió la marcha de los obreros del conurbano hacia Plaza de Mayo de la siguiente forma: “En los bajíos y entresijos de la sociedad hay acumulada miseria, dolor, ignorancia, indigencia más mental que física, infelicidad y resentimiento... En todas las sociedades quedan precipitados de miserias que se ramifican como pólipos en las partes más recónditas... Cuando un cataclismo social o un estímulo de la policía movilizan las fuerzas latentes del resentimiento, cortan todas las contenciones morales, dan libertad las potencias incontroladas, la parte del pueblo que vive su resentimiento, y acaso para su resentimiento, se desborda en las calles, amenaza, vocifera, atropella, asalta diarios, persigue en su furia demoníaca a los propios adalides permanentes y responsables de su elevación y dignificación”. Evidentemente, la impotencia que les generaba la masiva adhesión de la clase obrera hacia Juan Domingo Perón hacía aflorar sus peores prejuicios.
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Cómo se llega a una jornada bisagra
Desde su llegada al poder en 1943, la figura de Juan Domingo Perón fue ganando cada vez más simpatías entre los estratos más humildes de la sociedad, gracias a medidas como el estatuto del peón, el aguinaldo, las vacaciones pagas, la indemnización por despido o fallecimiento, entre otras impulsadas desde la Secretaría de Trabajo y Previsión. Pero así como estas medidas generaban adhesiones, también generaba obvios rechazos. Tanto terratenientes como sindicalistas, conservadores como comunistas, militares como estudiantes universitarios de clase alta, veían con extrañeza primero y con odio más tarde a este extraño coronel, que era capaz de hablarle al Ejército sobre la Revolución Rusa, de entablar un romance con una actriz de teatro, de concretar desde el estado las históricas demandas antes mencionadas, pero, por sobre todas las cosas, de interpelar a la clase obrera, y al mismo tiempo lanzar sus dardos hacia la oligarquía. Por supuesto, esto no se lo iban a perdonar.
Las manifestaciones de descontento hacia el gobierno militar que Perón integraba se venían dando desde bastante antes de octubre de 1945. Cabe recordar la manifestación protagonizada por distinguidas señoras, profesionales liberales con pretensiones de aristocracia y estudiantes universitarios de familias acomodadas que se llevó a cabo el 22 de agosto de 1944, día en que París es liberada del dominio nazi por las tropas aliadas. Esta muchedumbre, a la vez que celebraba este triunfo como propio, aprovechaba para enviar un mensaje de rechazo al gobierno de FarrellPerón, al cual tildaban de “nazifascista”. Jorge Luis Borges expresó su alborozo de la siguiente manera: “Esa jornada populosa me deparó... heterogéneos asombros: el grado físico de mi felicidad cuando me dijeron la liberación de París; el descubrimiento de que una emoción colectiva puede no ser innoble”.
Perón, por su parte, no tenía ningún reparo en llamar a las cosas por su nombre. En una conferencia dictada en el Colegio Militar, y en ocasión de la promulgación del Estatuto del Peón, se refiere a quienes se oponen a esta iniciativa: “es natural que contra esta reforma se hayan levantado las ‘fuerzas vivas’, que otros llaman los vivos de las fuerzas, expresión tanto más acertada que la primera. ¿En qué consisten esas fuerzas? En la Bolsa de Comercio, 500 que viven traficando con lo que otros producen; en la Unión Industrial, 12 señores que no han sido jamás industriales, y en los ganaderos, señores que como bien sabemos, desde la primera reunión de ganaderos vienen imponiendo al país una dictadura”. Los hechos no podían hacer más que precipitarse.
Corrían los primeros días de octubre de 1945. En Campo de Mayo cundía el descontento hacia la figura de Perón, sobre todo entre los oficiales más afectos a las fuerzas del Eje, a partir de la decisión del gobierno argentino de abandonar la neutralidad y declararle la guerra a Alemania (sabido es que, en aquél entonces, no eran pocos los altos oficiales que manifestaban su simpatía hacia Hitler y Mussolini). El 5 de octubre se designó a Oscar Nicolini, figura relacionada por algunos a Eva Duarte, como Director de Correos y Telecomunicaciones. Esta decisión no hizo más que caldear aún más los ánimos. Los generales Héctor Vernengo Lima y Eduardo Ávalos se destacaban como los más enconados opositores a la gestión de Perón. Fue este último quien el 7 de octubre, dos días después de la designación de Nicolini al frente de Correos y Telecomunicaciones, visitó a Perón para informarle que el nombramiento de aquél había caído muy mal en Campo de Mayo, y que debía ocuparse de que esa designación no se lleve a cabo. La negativa fue rotunda.
A raíz de esto, el 8 de octubre se suceden diversas reuniones en Campo de Mayo, las cuales devienen en el amotinamiento de los oficiales opositores a la figura de Perón, con Ávalos a la cabeza. La idea era que a la mañana siguiente se le exija al presidente Farrell la renuncia de Perón a todos sus cargos (recordemos que, aparte de ser Secretario de Trabajo y Previsión, Perón también ocupaba los cargos de Ministro de Guerra y Vicepresidente de la República). Éste, en una de las reuniones que mantuvo más temprano con algunos jefes militares, se quejó de que “Campo de Mayo llega hasta el Ministerio con verdaderas imposiciones”; y sobre el asunto de Nicolini, Perón fue taxativo: “Yo no estoy dispuesto a intervenir para que renuncie, prefiero irme a mi casa”.
A pesar de los esfuerzos del presidente Farrell por convencer a los oficiales sublevados, éstos se mantienen firmes en sus reclamos, haciéndolo ceder. Dos oficiales, de nombre Von der Becke y Pistarini, son los encargados de comunicarle a Perón que Farrell considera pertinente su renuncia, a lo cual Perón accede. Este hecho es recordado por Perón de la siguiente forma: “El general Pistarini me dijo que era mejor que dijera que renunciaba por el llamado a elecciones que se había decidido ya, que me retiraba para actuar desde fuera del gobierno. Le contesté: mi general, no interesa la causa más que a mí. Y escribí: ‘Excelentísimo señor presidente de la Nación: renuncio a los cargos de vicepresidente,
ministro de Guerra y Secretario de Trabajo y Previsión con que vuestra excelencia se ha servido honrarme’ y firmé. La entregué al general Pistarini y le dije: Se la entrego manuscrita para que vean que no me ha temblado el pulso al escribirla”. La resolución del gobierno de convocar a elecciones y la renuncia de Perón a todos sus cargos son informadas más tarde por el ministro del interior, el doctor Quijano. Por la noche, en el campo de deportes del Sindicato de Cerveceros, en Quilmes, se reúnen unos 70 dirigentes y militantes sindicales. En esta reunión son designados Luis Gay, Alcides Montiel, Ramón Tejada y Juan Pérez para que a la mañana siguiente visiten al coronel Perón, con la idea de trazar algún tipo de estrategia.
La reunión entre Perón y los sindicalistas se lleva a cabo durante la mañana del 10 de octubre, y en ésta se decide llamar a una concentración frente a la Secretaría de Trabajo y Previsión, a la cual acuden unos 70.000 trabajadores. Durante el discurso, el cual logra ser transmitido por la red oficial de radios, Perón anuncia que, como última medida, ha firmado dos decretos: Uno que establece un nuevo régimen de asociaciones profesionales, y otro que impulsa un aumento de sueldos y salarios, la implantación del salario móvil, vital y básico y la participación de los trabajadores en las ganancias. Para colmo de males, en un pasaje del discurso, Perón se despacha con una dura advertencia: “Y si un día fuese necesario, he de formar en sus filas para obtener lo que sea justo. (…) Pido orden para que sigamos adelante nuestra marcha triunfal, pero si es necesario, algún día pediré guerra”.
Las reacciones, por supuesto, no se hicieron esperar: mientras algunos altos mandos militares piden la cabeza, metafóricamente hablando, de Farrell, otros piden la cabeza, literalmente hablando, de Perón. Efectivamente, el mayor Desiderio Fernández Suárez - responsable años después de la masacre de José León Suárez- y el general Manuel A. Mora, llegan a proponer un plan para asesinarlo. Durante la noche de ese mismo día, se lleva a cabo una reunión entre Perón y algunos oficiales de su confianza, a los cuales les da la siguiente directiva: “Pónganse de acuerdo con jefes y oficiales de la causa, para que las unidades militares de la Capital reciban a los obreros que salgan a la calle y coordinen con ellos la forma de operar. El resto de las tropas de San Martín y El Palomar deben evitar que Campo de Mayo marche hacia la Capital”.
Sabattini y Jauretche

En la mañana del 11 de octubre, el doctor Amadeo Sabattini, caudillo radical e yrigoyenista, ex gobernador de Córdoba y de buena relación con Perón, se encuentra en Buenos Aires para entrevistarse con el general Ávalos. Arturo Jauretche, quien fue a ver a Sabattini, describe el encuentro de la siguiente forma: “Yo fui a verlo temprano. Lo encontré más bien inclinado a la idea de ‘el gobierno a la Corte’. Le hablé con vehemencia. –Avalos está dispuesto a entregarle el gobierno a usted, le dije– ¿Por qué no lo toma? Usted, doctor Sabattini, tiene que tomar el poder. Poner los ministros y mandar adelante el proceso. A Perón, la gente lo quiere, hay que convencerse. Pero, si el propio Ejército lo ha defenestrado, hay que hacerle un funeral de primera... mande que hable por radio el hombre más respetado del radicalismo, por ejemplo, don Elpidio. Que diga que el Ejército ha resuelto que ningún militar puede ser candidato. Que Perón se vaya con todos los honores porque si no la reacción popular puede ser peligrosa. Y enseguida, no desaprovechar la oportunidad. Hay que tomar la oportunidad por la trenza, porque es calva... “. “Sabattini pareció impresionado –agrega Jauretche– pero al poco rato ingresaron al lugar dos miembros del Comité Nacional del radicalismo”. Sabattini dijo a Jauretche: “Los amigos del Comité Nacional creen que conviene insistir en el planteo de que el gobierno entregue el poder a la Corte”. Fue la última vez en la vida que lo ví a Sabattini – agrega Jauretche. – Me despedí así: – Sepa, doctor Sabattini que la oportunidad ha pasado al lado suyo y usted no la agarró por la única trenza que tiene. Ya no hay otra alternativa para el país que Perón o la oligarquía. Nosotros, nos vamos con Perón. No le extrañe que el pueblo haga lo mismo... Hemos jugado a la vieja política la última carta que era usted. Y usted no ha entendido. Usted está terminado políticamente y me despido con dolor porque nunca más lo volveré a ver”. Luego se sabría que Sabattini había convencido a Ávalos, su amigo, para que traicione a Perón.
De todos modos, y como si Jauretche hubiese tenido alguna clase de premoni-
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ción, la vida política de Amadeo Sabattini, efectivamente, culminó ese mismo día.
Perón, por su parte, le transmitió el siguiente mensaje a Ávalos: “A fin de esperar mi retiro, he solicitado licencia y desde la fecha me encuentro en la estancia del doctor Subiza”. En realidad, se termina trasladando a la casa de Elisa Duarte, en la localidad de Florida.
Durante la mañana del 12 de octubre, Perón y Eva se trasladan a una isla del Tigre. En Buenos Aires, mientras tanto, y para exigir que los militares entregasen el gobierno a la Corte Suprema, se manifiestan frente al Círculo Militar y en Plaza San Martín un selecto pero numeroso grupo de personas, a las que el diario La Prensa describía de la siguiente forma: “un público selecto, formado por señoras y niñas de nuestra sociedad y caballeros de figuración social, política y universitaria, jóvenes estudiantes que lucían escarapelas con los colores nacionales, trabajadores que querían asociarse a la demostración colectiva a favor del retorno a la normalidad”. Algo así como el equivalente de ese entonces a los actuales cacerolazos. A esta manifestación también concurrieron militantes y dirigentes pertenecientes al socialismo y al comunismo. Éstos esperaban que de un momento a otro empezasen a llegar las columnas de obreros en apoyo al reclamo, cosa que, obviamente, jamás ocurrió. Por la noche, la policía terminó dispersando a los manifestantes, produciéndose grandes incidentes que derivarían en la muerte de un médico.
De Martín García a la Plaza de Mayo
Más tarde, Perón es finalmente detenido, por decisión de Farrell y después de hablar con Vernengo Lima. El presidente argumentó que se trataba de una medida de seguridad para resguardar su vida. Perón es apresado por el Jefe de Policía, coronel Mittelbach, y llevado a un buque de la Armada. Evita, al enterarse de esto, se desespera y se lanza a la calle. Se toma un taxi con la idea de abandonar la ciudad y refugiarse en lo de unos amigos, pero el taxista que la conduce la reconoce y termina deteniendo el auto junto a un grupo de estudiantes universitarios, a los cuales les informa a quién llevaba como pasajera. Los estudiantes la golpearon tanto y le provocaron tantos hematomas y lastimaduras que quedó irreconocible.
Luego de varias idas y vueltas, Perón es llevado el día 13 de octubre a la isla Martín García. El diario “Crítica” lo titula así: “Perón ya no constituye un peligro para el país”. Domingo Mercante, quien acompaña a Perón antes de ser trasladado a la isla, recuerda esta despedida: “Perón susurró unas palabras recomendándome a Eva y luego, suelto y natural, subió la pasarela. Me quedé mirándolo desde abajo. De pronto advertí que el marinerito que montaba guardia a mi lado, estaba llorando. Por su rostro morocho corrían las lágrimas silenciosamente. ¡Entonces sentí una enorme tranquilidad y supe con claridad total que íbamos a ganar la partida!”. Perón, durante la tarde de ese día, le escribe una carta a Eva, en la que le dice que “en cuanto me den el retiro, me caso y me voy al diablo”.
Llega el 14 de octubre, y la tensión social va en aumento. Mientras el Partido Comunista llama a la gente a salir a la calle y aplastar “a los nazis y pistoleros peronianos”, mientras ocurren diferentes reuniones entre los generales Vernengo Lima y Ávalos y los dirigentes Vitorio Codovilla y Rodolfo Ghioldi (ambos del PC), y mientras seguían las presiones para que el gobierno fuese entregado a la Corte Suprema, Perón escribe dos cartas: una a Ávalos, en el que le solicita a éste que aclare su situación procesal, y otra a Eva, en la que le dice, entre otras cosas, que “si sale el retiro, nos casamos al día siguiente y si no sale, yo arreglaré las cosas de otro modo, pero liquidaremos esta situación de desamparo que tú tienes ahora...Con lo que yo he hecho estoy justificado ante la historia y sé que el tiempo me dará la razón”. Más tarde Perón urdía una treta junto a su doctor, Miguel Ángel Mazza, para lograr ser trasladado nuevamente hacia Capital Federal, planteándole a Farrell que el clima del Tigre no era bueno para su salud.
El doctor Mazza le entrega el informe médico al presidente Farrell durante la mañana del día 15. El traslado demora en definirse, sobre todo porque se sospecha de la veracidad del informe. La embajada norteamericana, mientras, celebra la detención de Perón: “Perón está fuera del juego políticamente hablando, sin apoyo palpable en el Ejército y muy poco del sector gremial colaboracionista”. Se equivocaban de cabo a rabo, por supuesto, ya que en la provincia de Buenos Aires y en el interior (en los ingenios azucareros de Tucumán, por ejemplo) empiezan a producirse los primeros levantamientos de obreros, al grito de “¡Viva Perón y la Secretaría de Trabajo!”. Los paros, huelgas y movilizaciones empiezan a multiplicarse a lo largo de todo el país: hay movilizaciones de obreros y huelgas generales en Capital Federal, en el Chaco, en Rosario y en Junín, entre varios otros puntos de nuestra geografía.
Lealtad de unidos y organizados
La Mesa “Unidos y Organizados” de Córdoba, realizará el miércoles 17 de octubre, Día de la Lealtad Peronista, un Acto de la Militancia en el Club Juniors.
El lema de la convocatoria es “Lealtad al peronismo nacional y popular”.
En esta fecha tan especial, el “Día de la Lealtad”, con un gobierno nacional y popular levantando las banderas históricas del peronismo, la Mesa “Unidos y Organizados” convoca al pueblo de Córdoba a manifestar lealtad a la conducción de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner. Y rendir un homenaje a los líderes indiscutibles del movimiento: Juan Domingo Perón, Evita y Néstor Kirchner.
Para que Córdoba se sume con fuerza al Proyecto Nacional y Popular. Por una Patria Justa, Libre y Soberana.


“Los trabajadores de todo el país se han puesto de pie para reclamar la libertad del coronel Perón”, decía la tapa del diario “La Época” del 16 de octubre. Los gremios que se suman a la protesta son cada vez más. Mientras los militares intentan ponerle paños fríos a la situación, emitiendo un comunicado que rezaba que “el coronel Perón no se encuentra detenido”, Perón les responde con un mensaje personal al general Ávalos: “Comunico al señor Ministro que mientras la radio anuncia que no estoy detenido, hace cuatro días que me encuentro detenido e incomunicado y con dos centinelas de vista en la prisión de esta isla”.
Perón, mediante una hábil maniobra, consigue que lo trasladen al Hospital Militar hacia la medianoche. Para ese entonces, y luego de largas y tortuosas deliberaciones, la CGT había declarado ya un paro general para el día 18. Pero los trabajadores, por su parte, no estaban dispuestos a esperar tanto.
Amanecía el 17 de octubre con manifestaciones por todos lados. Policía y obreros se enfrentan en diversos puntos de la capital: en Brasil y Paseo Colón, en Independencia y Paseo Colón, por Alsina hacia el lado oeste, frente al Puente Pueyrredón, frente al Hospital Militar. La huelga, según informa la radio, se había generalizado un día antes de lo previsto. A eso del mediodía, y gracias en parte a que el coronel Filomeno Velazco, amigo de Perón, controlaba la planta baja del Departamento de Policía, es que deja de reprimirse a los trabajadores que iban marchando pacíficamente hacia Plaza de Mayo. La multitud congregada iba creciendo a cada minuto. El general Ávalos intenta infructuosamente hablarle a la muchedumbre, la cual le contesta, invariablemente: “Queremos a Perón”.
Es Vernengo Lima quien le propone a Farrell otro tipo de salida: “Usted está cometiendo un grave error. Esto hay que disolverlo a balazos y va a ser difícil, hay mucha gente”, a lo que Farrell se niega. Ávalos insiste, y explica que las ametralladoras están en el techo: “Si tiramos al aire, se van a ir...”. Pero Farrell se mantiene firme en su negativa: “No, señor. No se hace ningún disparo. La gente puede morir por el pánico. Yo no autorizo nada”.
Las versiones vespertinas de los diarios daban su particular visión de los hechos: “Grupos aislados que no representan al auténtico proletariado argentino tratan de intimidar a la población... En varias zonas de Buenos aires, los grupos peronianos cometieron sabotaje y desmanes”, decía, por ejemplo, el diario “Crítica”.
Finalmente, Farrell se dispone a conversar con Perón. Previamente, éste impone ciertas condiciones: “Primero, que Vernengo Lima se mande a mudar, segundo, que la Jefatura de Policía la ocupe Velazco, tercero, que lo busquen a Pantín y lo pongan al frente de las fuerzas de mar y que Lucero se haga cargo del Ministerio de Guerra. Además, hay que traer inmediatamente a Urdapilleta, que está en Salta, para que se haga cargo del ministerio del interior. Esas son mis condiciones”. Una vez reunidos Farrell y Perón, se da el siguiente diálogo: Farrell - Bueno, Perón, ¿qué pasa? Perón - Mi general, lo que hay que hacer es llamar a elecciones de una vez. ¿Que están esperando? Convocar a elecciones y que las fuerzas políticas se lancen a la lucha... Farrell - Esto está listo, y no va a haber problemas. Perón - Bueno, entonces, me voy a mi casa. Farrell - No, déjese de joder, esa gente está exacerbada, ¡nos van a quemar la Casa de Gobierno! A eso de las 23 horas, Farrell y Perón ingresan a la Casa Rosada. Perón sale al balcón, y la ovación es ensordecedora. Algunos hablan de 300.000 personas, otros de 500.000, otros de un millón. Allí se encontraba reunida una auténtica marea humana. Luego de abrazarse con Farrell, Perón se dirige a su pueblo:
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Desde el balcón, de cara al pueblo

“Trabajadores: hace casi dos años dije desde estos mismos balcones que tenía tres honras en mi vida: la de ser soldado, la de ser un patriota y la de ser el primer trabajador argentino. Hoy a la tarde, el Poder Ejecutivo ha firmado mi solicitud de retiro del servicio activo del Ejército. Con ello, he renunciado voluntariamente al más insigne honor al que puede aspirar un soldado: llevar las palmas y laureles de general de la Nación. Ello lo he hecho porque quiero seguir siendo el coronel Perón, y ponerme con este nombre al servicio integral del auténtico pueblo argentino. Dejo el sagrado y honroso uniforme que me entregó la Patria para vestir la casaca de civil y mezclarme en esa masa sufriente y sudorosa que elabora el trabajo y la grandeza de la Patria.
Por eso doy mi abrazo final a esa institución, que es el puntal de la Patria: el Ejército. Y doy también el primer abrazo a esa masa grandiosa, que representa la síntesis de un sentimiento que había muerto en la República: la verdadera civilidad del pueblo argentino. Esto es pueblo. Esto es el pueblo sufriente que representa el dolor de la tierra madre, que hemos de reivindicar. Es el pueblo de la Patria. Es el mismo pueblo que en esta histórica plaza pidió frente al Congreso que se respetara su voluntad y su derecho. Es el mismo pueblo que ha de ser inmortal, porque no habrá perfidia ni maldad humana que pueda estremecer a este pueblo, grandioso en sentimiento y en número. Esta verdadera fiesta de la democracia, representada por un pueblo que marcha, ahora también, para pedir a sus funcionarios que cumplan con su deber para llegar al derecho del verdadero pueblo.
Muchas veces he asistido a reuniones de trabajadores. Siempre he sentido una enorme satisfacción: pero desde hoy, sentiré un verdadero orgullo de argentino, porque interpreto este movimiento colectivo como el renacimiento de una conciencia de trabajadores, que es lo único que puede hacer grande e inmortal a la Patria. Hace dos años pedí confianza. Muchas veces me dijeron que ese pueblo a quien yo sacrificara mis horas de día y de noche, habría de traicionarme. Que sepan hoy los indignos farsantes que este pueblo no engaña a quien lo ayuda. Por eso, señores, quiero en esta oportunidad, como simple ciudadano, mezclarme en esta masa sudorosa, estrecharla profundamente en mi corazón, como lo podría hacer con mi madre. (En ese instante, alguien cerca del balcón le gritó: ¡un abrazo para la vieja!) Perón le respondió: Que sea esta unidad indestructible e infinita, para que nuestro pueblo no solamente posea una unidad, sino para que también sepa dignamente defenderla. ¿Preguntan ustedes dónde estuve? ¡Estuve realizando un sacrificio que lo haría mil veces por ustedes! No quiero terminar sin lanzar mi recuerdo cariñoso y fraternal a nuestros hermanos del interior, que se mueven y palpitan al unísono con nuestros corazones desde todas las extensiones de la Patria. Y ahora llega la hora, como siempre para vuestro secretario de Trabajo y Previsión, que fue y seguirá luchando al lado vuestro para ver coronada esa era que es la ambición de mi vida: que todos los trabajadores sean un poquito más felices.
Ante tanta nueva insistencia, les pido que no me pregunten ni me recuerden lo que hoy ya he olvidado. Porque los hombres que no son capaces de olvidar, ni merecen ser queridos y respetados por sus semejantes. Y yo aspiro a ser querido por ustedes y no quiero empañar este acto con ningún mal recuerdo. Dije que había llegado la hora del consejo, y recuerden trabajadores, únanse y sean más hermanos que nunca. Sobre la hermandad de los que trabajan ha de levantarse nuestra hermosa Patria, en la unidad de todos los argentinos. Iremos diariamente incorporando a esta hermosa masa en movimiento a cada uno de los tristes o descontentos, para que, mezclados a nosotros, tengan el mismo aspecto de masa hermosa y patriótica que son ustedes.
Pido, también, a todos los trabajadores amigos que reciban con cariño éste mi inmenso agradecimiento por las preocupaciones que todos han tenido por este humilde hombre que hoy les habla. Por eso, hace poco les dije que los abrazaba como abrazaría a mi madre, porque ustedes han tenido los mismos dolores y los mismos pensamientos que mi pobre vieja querida habrá sentido en estos días. Esperamos que los días que vengan sean de paz y construcción para la Nación. Sé que se habían anunciado movimientos obreros; ya ahora, en este momento, no existe ninguna causa para ello. Por eso les pido, como un hermano mayor, que retornen tranquilos a su trabajo y piensen. Y hoy les pido que retornen tranquilos a sus casas, y esta única vez, ya que no se los puedo decir como secretario de Trabajo y Previsión, les pido que realicen el día de paro festejando la gloria de esa reunión de hombres que vienen del trabajo que son la esperanza más cara de la Patria.
He dejado deliberadamente para lo último, el recomendarles que antes de abandonar esta magnífica asamblea, lo hagan con mucho cuidado. Recuerden que entre todos hay numerosas mujeres obreras, que han de ser protegidas aquí y en la vida por los mismos obreros; y finalmente, recuerden que estoy un poco enfermo de cuidado y les pido que recuerden que necesito un descanso que me tomaré en el Chubut ahora, para reponer fuerzas y volver a luchar codo a codo con ustedes, hasta quedar exhausto si es preciso. Pido a todos que nos quedemos por lo menos quince minutos más reunidos, porque quiero estar desde este sitio contemplando este espectáculo que me saca de la tristeza que he vivido en estos días.”
La multitud cumple con este último pedido. Luego, esa masa sudorosa a la que se refería Perón, o ese “subsuelo de la patria sublevado”, como diría luego Scalabrini Ortiz, esa que había llegado a la plaza asustando a los “niños bien” mientras cantaba “¡Sin galera y sin bastón, los muchachos de Perón!”, empezaba lentamente a dispersarse.