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UNA PROPUESTA Michy Marxuach
¿Qué piel necesitamos para ser interlocutores vivos? ¿Cuál es la superficie epidérmica que deja relucir los indicios de las fluctuaciones que agrietan los procesos de homogeneización y colonización? ¿Cómo asumir las incertidumbres que todo proceso de cambio implica para poder entonces crear un espacio de resistencia ante y desde nuestras geografías? En momentos de turbulencia como los que vivimos, en los que todo queda fragmentado, medido y encasillado, me pregunto: ¿cómo nos posicionamos ante esta incertidumbre? Con esta nueva piel, ¿seguiremos separando el contexto y el contenido del cuerpo y la materia? ¿Seguiremos perpetuando procesos de clasificaciones discriminatorias? ¿Qué espacios de convivencia abriremos para permitir que aflore la diversidad natural que la propia superficie presenta? ¿Qué estructuras creamos y cuáles derrumbamos? ¿Qué espacios apoyamos y cuáles inventamos para desempacar significados, para rescatar y plantear momentos de urgencia? ¿Cómo construir canales compartidos de aprendizaje donde puedan coexistir múltiples historias? Si nos presentamos como interlocutores vivos, ¿seremos capaces de establecer relaciones también con la materia inerte, con las historias ausentes? Entonces será cuando podremos desarticular posiciones deliberadas, dejando en la sombra rastros de nuestra construcción, y de este modo, re-articular perspectivas múltiples desde los aprendizajes vividos. El conocimiento cambia. Las disciplinas se concentran en hipótesis que, puestas a prueba, crean nuevas hipótesis. Pero la fragmentación sistematizada a la que las estructuras someten experiencias y conocimientos mutila el potencial que los saberes y vivencias contienen. Tomando la libertad poética de Glissant1, me pregunto, les pregunto: ¿qué paisaje resuena? ¿Qué paisaje aceptas y qué paisaje quieres cambiar? ¿Cómo podemos colectivamente imaginarlo? Agradezco a Marcela Guerrero que, tras una conversación, me compartió el texto de Glissant de dónde extraigo esta cita: “Y a mi forma de ver, solamente una poética de la relación, es decir, un imaginario que nos permita comprender “esas fases y esas implicaciones de las situaciones de los pueblos en el mundo de hoy”, nos autoriza tal vez a intentar salir del confinamiento al que estamos reducidos. [...] Para mi forma de ver, esa propuesta significa salir de la identidad, raíz única, y entrar en la verdad de la criollización del mundo. Pienso que serán necesarias aproximaciones del pensamiento del rastro/residuo, de un ”no sistema” de pensamiento que no sea denominador, ni sistemático, ni imponente, un “no sistema” intuitivo, frágil y ambiguo de pensamiento, que convenga mejor a la extraordinaria complejidad y a la extraordinaria dimensión de multiplicidades del mundo en el cual vivimos. Atravesado y sustentado por el rastro/ residuo, el paisaje deja de ser un escenario conveniente y se vuelve un personaje del drama de la relación. El paisaje no es más la cubierta pasiva de toda la poderosa narrativa, pero sí la dimensión cambiante y perdurable de toda mudanza y de todo cambio.” Glissant, Édouard. Criollización en el Caribe y en las Américas. POLIGRAMAS nº30, junio 2008. Págs. 17-18 1
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