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A mis compatriotas, Ana Roqué de Duprey

A mis Compatriotas.

Reproducido exactamente del texto impreso en la revista de la Asociación de Mujeres Graduadas, Universidad de Puerto Rico, año IV - Vol I, Octubre, 1941

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(aparece una nota debajo del título que refiere que este texto fue reproducido de “La Mujer del Siglo XX” Número de agosto 15, 1917)

Jamás en mis escritos, queridas hermanas mías, os he hablado de mi persona, por que no soy cultivadora del yoísmo.

Pero haciendo un paréntesis en mis hábitos, os va hablar vuestra vieja amiga, vuestra amiga de ayer, de hoy, y de mañana.

Consagrada desde niña, al estudio constante, y habituada a dormir cada día cuatro o cinco horas, y a trabajar las demás, he reflexionado mucho sobre los arduos problemas del saber humano, y sobre las condiciones de vida de la mujer en la tierra; y he llegado por profunda convicción a las conclusiones de que el estado civil de la mujer en las sociedades, es una injusticia de los tiempos, un contrasentido de lo que llamamos civilización, y una interpretación errónea de los derechos humanos. Más creo, que el mañana, será una vergüenza de la historia, como lo es la inhumana servidumbre del hombre por el hombre, desterrada ya, afortunadamente, de las faz de la tierra.

Yo que tengo varias hijas y muchas nietas he educado he instruído yo misma, por cuya corrección como damas

distinguidas, y por cuya educación y delicadeza exquisita, he velado en todos los momentos de sus existencia, no podría jamás aspirar para ellas, a un estado de cosas que no fuera recto, noble y honrado.

Y después de maduras reflexiones, soy la más ardiente feminista, y la más firme defensora de los derechos de la mujer hollados por las leyes y sociedades formadas por los hombres, los que se han dejado dominar por un inhumano egoísmo; — quizás por costumbre, y no por maldad de corazón, — fundando su exclusiva preponderancia, en la ley de la fuerza, como en las épocas de la barbarie.

Más todos los hombres no son hoy inhumanos, ni albergan ese egoísmo injusto en su corazón.

Con los avances de los tiempos, el corazón del hombre y su modo de pensar, vienen evolucionando en sentido de lo más perfecto; y se da el caso de que hoy los que viven imbuídos aún en las rancias ideas de los siglos del oscurantismo, son aquellos, tan cerrados de mollera, en la cual, sólo con infinito trabajo penetra algún vestigio de consciencia, que se desvanece y muere en sus células cerebrales, no conformadas aún para recibir la luz meridiana de todos los adelantos modernos.

Esos, y son los menos, solamente se opondrán a nuestro paso de avance.

Pero ellos, en su necio afán de poner diques de arena al ímpetu arrollador de lo que ha de ser, y será, porque es el impulso de los tiempos, y la consecución de las ineludibles decisiones del Destino, sólo lograrán atraer sobre sí el ridículo de la Historia, y de sus contemporáneos dotados de materia gris.

Así, pues, mujeres puertorriqueñas, prestad atención al eco, — no de la irreflexiva juventud, que se deja llevar por las impresiones del momento, — sino de la convicción de la edad madura, que serenamente, sin prejuicios ni apasionamientos, ha reflexionado que la mujer en el pleno goce de sus derechos civiles, puede cumplir mejor en la tierra su hermosa misión de paz y de amor, que el Eterno, en sus inescrutables designios, le ha encomendando para mejoramiento de la familia, de la sociedad y de la humanidad en general.

Y como cada ser en la existencia tiene el deber de laborar por la humanidad antes que por la patria; por la patria antes que por la familia, y por la familia antes que por sí mismo, sacudid de una vez la apatía inveterada de una vida sin objeto, de una vida insustancial; y acordándoos de que Dios os dotó de un cerebro para pensar, y de

una voluntad para seguir los dictados de una conciencia recta, debéis disponeros a vivir una vida consciente y útil, como compete al ser pensante que va hacia la luz por el esfuerzo, por la acción, por trabajo y por el ejercicio justo y decidido de la voluntad.

Soy el eco del pasado que viene a despertar a la mujer del porvenir.

Ojalá que mi voz — que por ley natural está próxima ya a extinguirse, — encuentre simpática acogida, en el corazón de nuestras mujeres.

Sólo así descansará tranquila en su lecho de piedra, la puertorriqueña que haciendo del amor su patria un culto, ha pasado cincuenta años de su vida ayudando a la mujer a levantar su espíritu y a nutrir su inteligencia, para que dé frutos de bendición en la hermosa tarea que aún tiene que llevar a cabo, de regenerar al pueblo por el estudio, y por la práctica constante de todas las virtudes ciudadanas.

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