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HACIA EL DERECHO DE LOS OBJETOS (TEJIENDO LA TEXTURA QUE COMPLETA LA ORACIÓN) Fernando Estévez

Hacia el derecho de los objetos

Este texto es una transcripción de una charla impartida por Fernando Estévez en la mesa redonda “Revisitar las colecciones”, organizada por la Oficina para la Acción Urbana en el marco del I Congreso de Museos de Canarias, que bajo el lema Estrategias de futuro tuvo lugar entre 12 - 14 de noviembre de 2015.

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Como todos mis colegas, tengo que agradecer especialmente a Gilberto que haya preparado dar una especie de contrapunto en el que yo más o menos en los últimos años estoy casi especializado, es decir, dar una especie de guinda exótica a la parte normativa de los museos de arte y de la práctica artística. Yo encantado, porque mientras ustedes suelen ser generalmente vampiros que chupan la sangre y se apropian de todo el mundo, nosotros practicamos una política más bien caníbal, en el sentido de que partimos de la idea de una de las versiones del canibalismo referida a que cuando uno ingiere la carne del enemigo, ingiere también algunos de sus poderes. Agradeciendo a Gilberto que haya tenido la deferencia de invitarme, agradecer también al Ayuntamiento de Santa Cruz por organizar esta parte del evento del encuentro de los museos canarios, y felicitar también porque esta última incursión, este retorno que más que retorno es una vuelta de tuerca a los viejos [ininteligible] de curiosidad que han hecho en los últimos meses, bueno, un año, año y pico, y me parece que será una experiencia de la cual podemos aprender mucho. Creo que también hemos visto diferentes perspectivas de las colecciones de arte desde diferentes puntos de vista con problemáticas también muy, muy diversas y muy complejas, y yo, claro, ahí no voy a ser el caníbal y entonces voy solamente a dar unas muy breves pinceladas sobre algunos y otros aspectos del fenómeno del coleccionismo en general, que quizás a lo mejor puedan contribuir a ver este problema del coleccionismo desde otra perspectiva y de alguna manera comprender mejor por qué nos apasiona tanto teóricamente, a lo largo de toda la historia de la humanidad, coleccionar. Una pena que los estudios del coleccionismo se han referido fundamentalmente a tratar de definirlo, es decir, qué significa coleccionismo, qué significa coleccionar y nadie se pone de acuerdo exactamente en qué consiste, como es normal, si no, no estaríamos aquí seguramente discutiendo del asunto. En segundo lugar, se han detenido mucho los estudiosos y los historiadores del coleccionismo sobre la historia del coleccionismo, sobre cuál es su alcance, sobre cuál es su dimensión histórica y cultural y finalmente, algo que les pido es, digamos, tratar de desentrañar las motivaciones profundas que pasan por las cabezas y los cuerpos de los coleccionistas, que les hace vivir apasionadamente, hay que buscar apasionadamente esa serie de objetos. Esto realmente es muy interesante, ¿no? Sin duda alguna porque efectivamente el coleccionismo, al margen de la profundidad histórica que tenga, desde luego en la modernidad es una de las características fundamentales de las prácticas sociales y de las prácticas culturales, y lo que yo les quería simplemente plantear, aunque dé también unas breves pinceladas sobre estas cuestiones, muy, muy, breves, son algunos aspectos que tradicionalmente no están contemplados, no han estado contemplados en los estudios sobre coleccionismo y que quizás ahora en los últimos, no sé, quizás 20 años, o 30 años, puedan estar aportando algo nuevo, por lo menos una perspectiva nueva en ese sentido. Por un lado, normalmente damos por bueno los estudios de la historia y de las motivaciones del coleccionista a aquellos autores que no cuestionamos desde qué perspectivas teóricas lo hacen, sino simplemente positivistamente decimos: oye, pues... Supuestamente sabemos cada vez más. El problema es que, creo yo, nunca hemos tenido una actitud

crítica, no sólo con el fenómeno del coleccionismo sino con los estudiosos del coleccionismo. Es decir, desde qué perspectiva se enfrentan al problema del fenómeno cultural del coleccionismo. Y en segundo lugar, la otra cosa que ha estado ausente y creo que efectivamente, por otro lado, en las últimas — bueno, vamos a poner 20 o 30 años— ha cambiado mucho es justamente que en la ecuación coleccionista y colección, el grueso del estudio del coleccionismo se ha dedicado al estudio de los

coleccionistas. Y a alguna especie de abstracción sobre lo que es la colección. Pero, muy pocos estudios hasta muy recientemente se han dedicado al problema de lo que se colecciona. Es decir, de la materialidad de los objetos y de la naturaleza de esos objetos. Entonces yo quiero solamente referirme a esas dos cuestiones brevemente. Una de las autoras que en mi opinión más ha influido en los últimos 20 o 30 años para entender de otra manera el fenómeno del coleccionismo es, por ejemplo, Susan Stewart. Que venía a decir algo que compartimos casi todos, que “un objeto no es nada a menos que sea parte de una colección y que una colección, por su parte, tampoco es nada a menos que se logre vincular a una lógica de clasificación que precisamente saque, a la colección, de lo arbitrario o de lo ocasional”. En la mayoría de los estudios sobre coleccionismo, en lo que yo creo que ha sido un flaco favor para entender realmente la profundidad histórica que tiene y para resolver el problema de cuál es su alcance, es que en todas partes —generalmente— se acepta el hecho o la premisa de que coleccionar es una especie de característica panhumana. Es decir, que los humanos desde que existimos, hemos estado apasionadamente

coleccionando cosas. Hay algún teórico que incluso se ha atrevido a decir que efectivamente esto ya trasciende un poco lo humano y que incluso hasta el hecho de que los perros escondan los huesos también iría en la línea de que, efectivamente, es una cosa que realmente está extendida más allá de lo humano. Pero en cualquier caso, dejemos a los perros a un lado. El asunto es que, efectivamente, da la impresión que todo el mundo da por bueno el hecho de que todo el mundo, todos los humanos, en todas las culturas, en todos los tiempos, en todas las circunstancias han coleccionado cosas. En esa línea pues es evidente de que cuando se parte de esa premisa de una característica que es una predisposición psicológica, como una tendencia natural a coleccionar, pues evidentemente todos los matices históricos de por qué se coleccionan unas cosas y no otras y de qué manera se colecciona a lo largo de la historia, pues evidentemente queda difuminado porque cuando uno no tiene, digamos, criterio suficiente para explicar por qué históricamente surgen unas determinadas colecciones y unos determinados tipos de coleccionistas, siempre es fácil recurrir a decir : “Hombre, es que eso, evidentemente”... podemos apelar a esa predisposición panhumana psicológica. Creo que podríamos estar de acuerdo con que por ahí no vamos a ningún lado, es decir, por lo menos perdemos buena parte de los matices. Y, en cualquier caso, eso sería, creo yo, algo así como cuando se habla también — porque ahora estábamos hablando de ese asunto del turismo — y entonces, claro que es una tendencia en buena parte de la academia en general, entre nosotros. Es decir, normalmente tenemos la tendencia de buscar antepasados notables para poder legitimar el presente que tenemos. De tal manera que, por ejemplo, los estudiosos del turismo suelen decir: “Hombre, el turismo es casi una cosa panhumana también”. O sea, atraviesa toda la historia y efectivamente los humanos siempre han ido de acá para allá y de allá para acá. Por esa regla evidentemente los cazadores recolectores fueron los primeros turistas, claro. Decir que el mismo fenómeno de los cazadores recolectores, que se desplazan kilómetros y kilómetros todo el año, y el fenómeno del turismo contemporáneo... Pensar que eso tiene una línea de continuidad, bueno, raya la estupidez, ¿no? No tiene nada que ver una cosa con otra. Es decir, una cosa es que la gente viaje, una cosa es que la gente se desplace y otra cosa es hablar del turismo. Son dos cosas totalmente distintas. Por no decir que el turismo contemporáneo... Bueno, decir turismo contemporáneo es como una redundancia. El turismo es contemporáneo. Como fenómeno sociológico es un fenómeno completamente distinto al Grand Tour. Son dos fenómenos completamente distintos. Pues aquí pasa lo mismo. Los cazadores recolectores también

coleccionaban, todo el mundo coleccionaba. Por ahí creo que no vamos muy lejos. El caso es que los estudiosos del turismo, Susan Stewart o Susan Pierce, adelantaron aquello necesario para entender el fenómeno panhumano del coleccionismo pero, efectivamente, aterrizando más bien en el coleccionismo moderno. Distinguen básicamente tres formas de coleccionismo: el coleccionismo del fetiche, el que es fetichista, el coleccionismo del souvenir y el coleccionismo sistemático. El del fetichista es el de aquellas personas, aquellos coleccionistas que de repente se les cruza la cabeza y se quedan fijados en un conjunto de objetos no superando, digamos, la normatividad sexual en su contexto; se quedan fijados en un tipo de objeto y ese tipo de objeto es compensatorio a esa anormal psicológica y sexual. Hay ese tipo de coleccionismo, por supuesto. Y finalmente, el chachi: el coleccionismo sistemático, que estaría basado en la aplicación normativa de una serie de sistemas de clasificación que, modernamente, arrancan con la historia natural y que efectivamente forman parte de la episteme moderna en todos los museos y en todas las ciencias. A eso se ha sumado, evidentemente, la enorme influencia para entender el coleccionismo de la aparición del evolucionismo y la versión que tiene de establecer la historia del mundo cronológicamente en función de etapas, periodos, etcétera. Pasan unos cuantos años, y Susan Stewart y, sobretodo, Susan Pierce, dicen: “Bueno, esto no hay quién lo sostenga porque está bien que lo digamos desde el punto de vista analítico, pero si lo miramos incluso en los propios profesionales de los museos, los más conservadores, ¿quién nos va a decir que los conservadores de los museos a lo largo de la historia han actuado sistemáticamente?” En fin, es una combinación —como ellas mismas reconocen— absolutamente disparatada de comportamientos fetichistas, de coleccionar souvenirs y de vez en cuando, también de hacerlo de una manera más o menos sistemática. Es decir, que ese fenómeno es enormemente complejo y se resiste mucho a ser analizado, a ser compartimentalizado. Con respecto a la definición del coleccionismo, pues también tenemos muchas, probablemente una de las que creo que tiene más sentido, es que modernamente no hay manera de entender el coleccionismo sin la aparición del mercado y sin la economía de mercado. La mayoría de los objetos que son coleccionados, la inmensa mayoría, son objetos que circulan en un momento en el mercado. Y lo que hace el coleccionista —que seguramente es histórica y cultural y sociológicamente lo más interesante— es que siendo un objeto de mercado y normalmente con el capitalismo fabricado en serie, se transmuta, mágicamente, se des-comercializa, se des-mercantiliza para convertirse en un objeto único. De hecho para los coleccionistas no hay dos objetos iguales; esa es la magia de un objeto que pasa del mercado a la colección. En ese sentido sí parecen interesantes, creo, las aportaciones de Didier Maleuvre sobre las interconexiones que permiten entender el fenómeno del coleccionismo entre la aparición de los grandes almacenes del siglo XIX, el salón burgués y el museo. Por decirlo en términos ahora de Stephen Mann, con ellos se inaugura un nuevo régimen de curiosidad, una nueva forma de ver. Cada época tendría una forma de ver específica. No vemos nunca la misma cosa de la misma manera. La cuestión es entonces cómo vemos, cómo vemos lo moderno. Hay una conexión en el mirar y particularmente a través del cristal, que es el elemento

que une el comercio y la vitrina del museo. El fenómeno del coleccionismo moderno es de alguna manera la exaltación del mercado y al mismo tiempo su propia negación. Es la paradoja del coleccionismo. El coleccionista lo que hace es convertir algo que es banal, trivial, en algo que es absolutamente único. Y básicamente esto es lo que son generalmente... bueno, la totalidad de los objetos del museo son eso. Es decir, lo que está en el museo normalmente pensamos que es en el reino de la cultura, pero lo que

está en el museo y todos los objetos del museo lo que son en el fondo son mercancías que han... que pasan a otro régimen de vida. Son objetos que han perdido el valor de intercambio para convertirse en otra cosa.

El museo, los objetos del museo y los objetos de las colecciones son los despojos del mercado, los restos del mercado, los restos de la mercancía. De tal manera que lo que vemos en el museo, en los objetos del museo, es la presencia de una ausencia. La ausencia es el valor del mercado: el valor de cuando estaba en la vida y ahora está retirado. Esta no es toda la verdad para mí. La conclusión ahí sería normalmente pensar que el objeto del museo es literalmente un objeto muerto y decir: “esto es un mausoleo”. Sin embargo, ahí conecto con la cuestión de las nuevas aportaciones de los últimos años. Apareció por ejemplo las aportaciones de Appadurai o Kopytoff entre otros, que empezaron a hablar por primera vez de la vida social de las cosas. Eso creo yo que ha cambiado a partir de ahí, ¿no?

Consistió en una primera revisión de la teoría del fetichismo de la mercancía en Marx, una aportación de Marx realmente

brillante, como creo que todos compartimos. Pero tenía sus fallitos también. No decía toda la verdad, tal como nosotros la podemos contemplar ahora. La idea que se desprende del fetichismo de la mercancía de Marx es que la sociedad capitalista, la sociedad de consumo, nos tiene completamente alienados en el mundo de la mercancía. Nos tiene fascinados. Pensamos entonces que son los objetos y las mercancías las que nos poseen. Estamos poseídos por ellas. La impronta de Marx en ese sentido ha sido tan importante en la historia del coleccionismo, que todo el mundo la hemos dado por buena y por natural. Yo creo que esa es solamente una parte de la verdad. La otra parte es que sí, los objetos nos pueden poseer a nosotros. Perdemos la cabeza buscando los objetos, para tenerlos, para poseerlos. Pero la otra parte de esa ecuación es que sencillamente, lisa y llanamente, poseemos objetos. Entonces, el problema es: ¿qué significa poseer objetos y cuál es la vida social de los objetos? En los últimos veinte o treinta años, para decirlo así muy rápido, las novedades más importantes han ocurrido en lo que comúnmente llamamos las nuevas teorizaciones y las nuevas ontologías sobre la cultura material; sobre la naturaleza de las cosas. Tendríamos que retirarnos un poco más lejos, porque el que ya lo dijo en su momento y nadie le hizo caso fue Marcel Mauss en el famoso ensayo sobre el regalo, en el que vino a decir una cosa tan elemental como: “los humanos somos incapaces de mantener, de sostener, de establecer relaciones sociales si no es inevitablemente a través del intercambio de objetos”. Es decir, que somos incapaces de establecer redes sociales, establecer comunicación entre nosotros si no es a través siempre del intercambio de objetos. No sólo entre nosotros, sino en todas las culturas. De ahí lo que él decía de la reciprocidad universal del regalo. El hecho panhumano y universal de dar, recibir y devolver. Y eso se hace sólo con objetos materiales. Eso va también para los novios y las novias. No podemos pretender mantener el amor y afecto de las personas de manera estrictamente inmaterial: si no hay mediación material, si no hay mediación de los objetos, no se pueden mantener las relaciones sociales. Los objetos no son importantes por el hecho mismo de poseerlos; en realidad, son importantes porque no hay vida social sin los objetos. Si no hay vida social sin los objetos y si nuestro problema es entender la vida humana, tenemos que hacer partícipe de la vida social y cultural a los objetos materiales, es decir, lo no humano. Ahí, sólo con una pincelada, esto está influyendo de manera importante en las formas actuales de entender las colecciones. Tiene que ver —aunque les parezca tal vez una cosa estrafalaria— precisamente con el fetichismo y con el problema de las concepciones alienistas.

Tradicionalmente se explica el fetichismo a partir de cuando los europeos se encontraron en la costa occidental africana con una serie de poblaciones que intercambiaban cosas. Estas poblaciones tenían un tipo de objeto a los que los portugueses llamaron “fetiche”, que era una cosa absolutamente esperpéntica a los ojos de los europeos porque, ¿a quién se le ocurre pensar que un objeto puede tener vida propia? Sólo la gente que es irracional puede pensar eso y puede atribuir vida a lo inanimado. Acusar de fetichistas a los africanos fue antes que el color de la piel la principal razón del racismo occidental con respecto a los no europeos. Porque peor que tener la piel negra era creer que eran irracionales. Es decir: si tú entiendes que una gente otorga vida propia a lo que objetivamente es inanimado, evidentemente es que no están bien de la cabeza. Esta idea del animismo y de, perdón, del fetichismo, es como esa mención de lo que tradicionalmente hemos concebido como las religiones o las cosmologías animistas, y llega hasta nosotros. Definitivamente... ¿habrá cosas más estúpidas que pensar que las cosas tienen vida? Sin embargo, las revisiones actuales de ese problema es que en realidad los africanos, y por extensión todos los otros no europeos, en realidad nunca creyeron estrictamente que las cosas tenían vida propia. Más precisamente dijeron que las cosas están en la vida. Que no hay vida sin las cosas. Y eso ha cambiado, y de una manera importante, la manera en la que entendemos ahora en teoría social la naturaleza de los objetos. Esas innovaciones importantísimas que se están produciendo en los museos contemporáneos a la hora de entender la naturaleza de sus propios objetos en las colecciones, no vienen de los profesionales de los museos. Viene del feminismo, del posfeminismo y de las teorías posthumanistas que efectivamente han empezado a romper con esa visión radical sobre la que se ha basado toda la episteme moderna, basada en una separación radical, en una dicotomía total entre lo humano y lo animal, lo humano y lo no humano, entre lo vivo y la materia inerte. Esto es lo que parece que está cambiando. Esa naturaleza, tal como se concibió modernamente, es lo que ha hecho cambiar en los últimos treinta o cuarenta años buena parte de la teoría sobre la naturaleza de los objetos y sobre la relación humana con los objetos. Y eso, de rondón, ha llegado finalmente a los museos y está contribuyendo, creo, a renovar una parte importante de cómo entendemos las colecciones y cómo entendemos esa supuesta predisposición psicológica a vincularnos con los objetos. A que esos objetos estén de una u otra manera en la vida de la gente.

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