
4 minute read
A la mujer puertorriqueña, Ana Roqué
A la mujer Puertorriqueña.
Reproducido exactamente del texto impreso en la revista de la Asociación de Mujeres Graduadas, Universidad de Puerto Rico, año IV - Vol I, Octubre, 1941 (aparece una nota debajo del título que refiere que este texto fue un mensaje de doña Ana Roqué de Duprey en ocasión de la Asamblea Anual de la Asociación de Mujeres Votantes, celebrada en Mayagüez en 1931)
Advertisement
Mujeres puertorriqueñas, hermanas mías muy queridas de mi corazón.
Desde mi habitación de enferma dirijo un cariñoso saludo a esa Asamblea feminista, para decirles que al ver la actitud y el entusiasmo de la mujer puertorriqueña en esa ocasión, estoy orgullosa de mis paisanos.
¡Qué tesoro de patriotismo y amor a esta tierra querida que nos vió nacer existe en vuestros corazones!
No me engañé en 1917 al llamaros a la lucha reivindicadora de nuestros derechos.
Contemplad, hermanas mías, nuestra amada tierra. Siempre irredenta, siempre desgraciada y siempre dulce y bella entre sus palmas y sus flores!
Unámonos todas en apretado haz para trabajar por la felicidad de esta tierra infeliz.
La mujer puertorriqueña está empezando a hacerse cargo
de su nueva, difícil misión. Y el mundo no se dá cuenta exacta de lo que significa la franquicia del voto para la mujer.
Nosotras éramos casi parias. Seres casi insignificantes en la vida cívica.
Hoy somos mujeres: personalidades con razón y conciencia. Mujeres con voto, y por tanto con libertad para trabajar por el porvenir y felicidad de nuestros hijos, y por la patria donde ellos han de vivir.
¿No se ensancha vuestro corazón? ¿No se expande vuestro espíritu con la plenitud de vida que embarga vuestro ser?
Y lo más grande, en que quizás pocas personas hayan pensado: Nosotras estamos rodeadas de veintiuna repúblicas latinas, y aún somos colonia: una colonia que sufre, pobre e infeliz, bajo la bandera estrellada de la nación más grande de la tierra que permite nuestra explotación y no nos da libertad bastante ni nos deja casi desarrollar nuestras iniciativas para buscar nuestra felicidad.
Y esta colonia, girón de tierra americana desprendida de los Andes, es la primera tierra americana que proclama la reivindicación de la mujer de este continente.
Nuestra islita amada, brillante de vívidos cambiantes, engarzado en flores y rodeado de las espumosas ondas del Caribe, ha sido la tierra elegida por Dios para marchar a la cabeza de la reivindicación de la mujer latino americana.
Y nosotros tenemos que hacernos dignas de ese gran honor a ningún otro comparable, cumpliendo con entereza y sensatez la gran misión que Dios nos ha confiado.
Nuestro esencial deber es unir voluntades. Mientras nuestro pueblo esté desunido, mientras cada puertorriqueño, atendiendo a su propia conveniencia, piense a su manera, nada conseguiremos, nada somos y nada seremos.
Nuestro primer deber es infiltrar en el corazón de nuestros hijos, esposos, hermanos y padres, ese patriotismo sano y sagrado que vibre en sus corazones. Que sea el amor patrio el sentimiento más grande que nos aliente, mientras no veamos reivindicada a nuestra patria.
Ante el cual todo interés personal toda aspiración, ambición, todo egoísmo vano debe ceder.
Nuestro pueblo puertorriqueño, nuestra isla idolatrada está al borde del abismo…
¡Y la vamos a dejar morir!
Esta tierra llena de fertilidad y belleza, donde agoniza el nativo falto de justicia y piedad, ¿la vamos a dejar convertirse en una colonia extranjera víctima de la explotación y mala fé de la parte del pueblo comerciante de Norte América que sólo atiende a su provecho?
Pero pensad, queridas compatriotas, que la mayor parte del pueblo de nuestra metrópolis, es humano y justo. Pidamos las mujeres, de esta tierra infeliz, TODAS A UNA, a la parte noble de este pueblo, que quizás ignora nuestras desgracias, que se una a nosotras para demandar a la nación, el status no resuelto desde que tomó la responsabilidad de nuestro porvenir.
Y digámosle al Congreso americano: Oye la voz de las mujeres de esta tierra que habéis contribuido a hacerla infeliz permitiendo que exploten lo poco que tenemos.
Congreso americano: ¡ no queremos ser colonia ! Cuando nos arrebatásteis del poder de España, no éramos colonia: el serlo nos avergüenza.
Queremos un status que nos haga dueños de nuestra tierra; queremos la soberanía para determinar libremente nuestros actos y trabajar para industrializar nuestra isla según nuestras fuerzas y nuestro criterio propio, hasta reivindicarla y hacerla apta para vivir feliz en ella, un pueblo que tiene cuatrocientos años de civilización.
Un status digno de nuestra cultura y nuestro derecho: donde vivíamos modestamente sin ser humillados y explotados.
Ya que por vuestra conveniencia estáis obligados a darnos protección en un caso de emergencia, desde que nos arrebatásteis a nuestra nación descubridora, que jamás nos hubiera abandonado.
Mujeres puertorriqueñas, endosemos un escrito con nuestras aspiraciones al Congreso, si lo creéis pertinente. Allí se atiende mucho a la mujer, y confiad en la nación que se dice Patria de los Libres, donde cada uno puede buscar sus felicidad.
Ella atenderá a las mujeres de la infeliz Puerto Rico. No lo dudéis.
¡Vivan nuestras mujeres valientes y decididas!
¡Trabajemos con fé por nuestra isla idolatrada!