"El dadaísmo" Reproducido exactamente del libro de Mercedes López-Baralt, La poesía de Luis Palés Matos, San Juan: Editorial de la Universidad de Puerto Rico, 1995. Aparece una nota debajo del título que dice: por el interés que tiene para iluminar el momento diepálico; artículo de Luis Palés Matos sobre “El dadaísmo”, publicado el 20 de mayo de 1922 en La Semana (San Juan de Puerto Rico, I, 5:21-30).
El último esfuerzo de innovación artística que absorbe hoy la atención de los que siguen el desarrollo de las nuevas tendencias literarias, es una escuela que bajo el nombre de “DADA” acaba de formar un grupo de jóvenes revolucionarios, en cuya vanguardia figuran los poetas Tristán Tzara y Francis Picabía. El curioso movimiento se inició en Zurich, durante la guerra donde se habían reunido varios representativos de los novísimos ideales poéticos: futuristas italianos, cubistas franceses y expresionistas alemanes. Para refundir estas tendencias, ligadas fundamentalmente por una idéntica aspiración de síntesis, publicaron una revista en la cual cada grupo exponía sus creaciones. Fue menester bautizarla con un nombre que no trascendiera a ninguna de las referidas orientaciones. Así narra Picabía el incidente: “Estaba en Suiza con mis amigos quemándome los sesos sobre el diccionario en busca de un nombre apropiado a nuestro movimiento que tuviera la misma gracia y sonoridad en todos los idiomas del mundo. La noche había cerrado y nuestros sesos hervían sin haber podido elegir. De pronto la mano más jóven, señaló la palabra “dada” sobre una página de Larousse. El vocablo nos satisfizo a todos y mi elección quedó hecha inmediatamente”. El significado original de “dada” en
francés, es caballito. Con este candor infantil e ingenuo refiere Picabia el nacimiento de su escuela de arte. ¿Qué es el dadaísmo? Lo que en el orden social contemporáneo representa el bolcheviquismo ruso, significa en literatura moderna el dadaísmo de Tzara y Picabía: una actitud violenta, sañuda, inmisericorde, de demolición contra los valores literarios establecidos, el juicio y los perjuicios doctorales de las academias y sobre
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todo, contra el sentido tradicional y petrificado en fuerza de siglos, que tenemos de valor y la acción de la vida. El dadaísmo no se concreta a una revolución epidérmica de las actuales modalidades literarias, sino que revolviendo ideologías y desmoronando el criterio sentado por la sapiencia secular del pensamiento académico sobre la forma y significación interna de las cosas trata de destruir los fundamentos de las orientaciones presentes en un brioso empeño de renovación. Indudablemente que por esta posición iconoclasta del fondo del dadaísmo no puede surgir ninguna obra serena, constructiva, de ancho reposo; porque el dadísmo no es más que un estado de batalla a cuyo rojo empuje cae toda la ensambladura mental del siglo. El mundo está muy cuerdo y por lo tanto muy lleno de chochez y necedad. Hay que embriagarlo hasta la locura de acción vibrante y revolucionaria. Tengo para mí, que hasta ahora, únicamente, dos actitudes literarias han impreso un rumbo radical al verso contemporáneo; el unanimismo de Jules Romains y el dadaísmo de Francis Picabía. En la primera el poeta queda abolido como espectáculo y asume el papel de espectador. Es decir, la tragedia individual, el pequeño drama personal que se mueve encerrado en la pequeña cáscara de un solo hombre, se disuelve, se anula, se evapora, dentro del gran dolor unánime de inmensa, honda e inabarcable tragedia humana. Esta es sin duda la batalla más vigorosa y definitiva liberada contra el individualismo que había echado tan poderosa raigambres en la poesía contemporánea. La situación becqueriana es un crimen de lesa humanidad y la torre de marfil una pose infame y sustancialmente burguesa, que aísla al poeta del necesario frote con el dolor áspero de la muchedumbre. El unanimismo exalta las fuerzas dinámicas y las reservas naturales de la vida, el hervor de la masa, la agitación creciente de las actividades humanas, y hace del poeta un simple hombre de acción dentro de la sociedad. Los dadaístas prolongan esta actitud hasta un límite de acción revolucionaria: no cantan, gritan; no piensan, actúan. Dentro de un aparato de expresión bárbaro y