El Pez
Una Saeta, Una Oración Veo el rostro de Jesús como se alegra, al ver de nuevo a su pueblo reunido en la plaza empedrada, esperándolo para saludarle con una lágrima que fluye de nuestros ojos, sin casi notarla, sin inquietarnos, pues sentir la emoción que en ese momento de su salida sentimos, es innato del pontano, es un terremoto interior que nos hace encomendarnos a El sin ni siquiera pensarlo, sin proponérnoslo, sin premeditarlo, es así, y siempre será así. Nuestro corazón manantero, sufre de taquicardia momentánea, sufre un vuelco puntual, al ver su figura hacerse presente bajo el arco, cara a cara, cruzando su penetrante mirada con todos y cada uno de los que aglomerados estamos alrededor de su ermita. El sol perezoso se va despertando entre las difuminadas nubes y poco a poco va llenándolo todo de luz y de calor. Amanece un claro Viernes Santo, amanece ese día especial que todos esperamos, día que para muchos es como si empezara lago nuevo, comenzara la renovación de los sentimientos mas queridos, como si yo abriera el libro de mi vida de nuevo en blanco cada año en la cima del calvario, es como volver a nacer a los ojos de Jesús. Jesús desciende en hombros de un puñado de lirios "moraos" que hoy le sirven de piernas para recorrer las calles de Puente Genil, los fervientes pontanos con sus velas se dispone en dos filas interminables que serpentean por la cuesta y los penitentes con su cara tapada y su cruz a cuestas, se amontonan literalmente detrás de El, pegados a El, a sus pies. Comienza un nuevo Viernes Santo, y es en ese mismo momento cuando una voz rompe el ambiente de recogimiento que se respira en el calvario, rompe el silencio en el que se agolpa la multitud, hace añicos nuestras meditaciones y reclama la atención de todos incluido Jesús, que se detiene. Es nuestro hermano Francisco Aguilar Palma Francis - que empieza a entonar una saeta, saeta que se convierte en una oración cantada. El cansancio acumulado en su cuerpo, intenta vencer las ganas incontroladas que su alma tiene de cantar a nuestro Padre, y con la ayuda de su gran corazón consigue interpretarla y entre lágrimas acabar su EXTRAORDINARIO rezo. Pontanos y forasteros aplauden emocionados entendiendo el esfuerzo tan inmenso que esa persona con túnica negra, ha realizado al hacer eso que muchos de los que allí reunidos desearíamos hacer, decir al Terrible cantando "te quiero, Jesús mío".
Semana Santa 1.998
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