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Un viernes muy especial

Un Viernes muy especialUn Viernes muy especial

Semana Santa, semana tan especial que dura más que ninguna del año, nueve días; nueve días que aglutinan las vivencias de todo un pueblo, de cada Corporación o Cofradía, y en particular de cada uno de nosotros. Vivencias que, en la conjunción cuartel-calle, nos aportan momentos irrepetibles pero a la vez similares año tras año, unos compartidos con los hermanos de la Corporación y otros más íntimos y privados que completan nuestro sentir manantero.

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Seguro que cada pontanés, nacido o no en Puente Genil, tiene sus preferencias emocionales en un momento determinado de su vida manantera. Será el desfile procesional de un “Paso”, contemplándolo desde algún rinconcillo, llevándolo sobre sus hombros o como sufrido costalero; quizás sea vestir la túnica de su cofradía o los ropajes entrañables de su figura preferida; bien gozar de las marchas y pasodobles del Imperio o escuchar en el silencio de la madrugada una voz desgarrada que reza públicamente en sones de saeta; o tal vez un momento singular compartido en el cuartel. Mas, porqué tendríamos que elegir uno de ellos, todos son compatibles y el conjunto configura nuestro bagaje manantero.

Cada uno de estos días tiene sus peculiaridades, unos son más cuarteleros y otros transcurren, como el Viernes Santo, casi exclusivamente en la calle paralelamente a los desfiles procesionales. Este día estamos poco en el cuartel, quizás sólo lo buscamos para descansar un ratito y tomar algún sustento que nos ayude a terminar el día; para mí es fundamentalmente un día de vivencias intensas fuera del mismo: Diana, Santa Catalina, calle de la Plaza, Sentencia de Pilatos, los “Pasos” en Miragenil, subida al Calvario, reverencias a Jesús, encierro de las Angustias y María Santísima de la Soledad. Son tantos que algunas veces somos incapaces de estar en todos. Yo destacaría dos de ellos, el principio y el final de la procesión de Jesús Nazareno, la Diana y rendir reverencia al Terrible en el pórtico.

Aún es noche cerrada cuando subimos al Calvario, poco a poco la multitud crece y sin darnos cuenta la plaza está llena; al fondo, en penumbra, se divisan los pasos del Cristo de la Misericordia, San Juan y la Virgen de los Dolores. Está próximo el momento esperado, las pesadas puertas del templo se abren y dejan escapar un tímido rayo de luz que rompe tenuemente la oscuridad de la plaza, se vislumbra bajo el arco la silueta majestuosa de Jesús, un poco encorvado, llevando sobre sus divinos hombros la pesada carga de la Cruz y en sus sienes el hiriente martirio de las espinas. Su presencia ilumina

todo el pórtico, comienza a clarear, las sombras de la noche que muere luchan con las primeras luces del nuevo día; esta claridad, primer saludo del Nazareno a su pueblo, acaricia junto a la brisa de la mañana los rostros fatigados y emocionados de todos los presentes.

Allí está Jesús y a sus pies Puente Genil, muchedumbre que le quiere y venera y de este mar de gente surgen, como sentida plegaria, las notas que nos hacen enmudecer en un silencio sepulcral; el corazón late apresuradamente, comienza la “Diana”, el sonido de los clarines y cornetines del Imperio te desgarra el alma y un escalofrío recorre tu cuerpo cuando, al mismo tiempo, miras a Jesús, triste y dulce su mirada y el rostro lacerado con la sublime expresión del dolor aceptado para la redención de toda la humanidad.

Termina la Diana y el silencio contenido estalla en emoción anudada en la garganta, emoción que embarga el corazón y acelera convulsivamente su latir ante el tropel de sentimientos que afloran al rostro de cada presente en esta mañana del Viernes Santo; así lo expresan las gargantas, las palmas, los vivas, una sentida oración y alguna lágrima que nos cae por las mejillas en el abrazo con tus hermanos de Corporación allí presentes: Juan Fernando, Lolo, Antonio Joaquín, Lorenzo… y si hay suerte el tronar de la garganta desgarrada de nuestro querido hermano Franci Palma que, con todo el sentimiento, saluda al Terrible con una temprana y larga saeta.

Tras la bendición del Divino Maestro, que se dispone a devolver a su pueblo las visitas que durante todo el año recibe en su Ermita, se va formando el cortejo que le acompañará en su largo caminar por la Puente: una bandada de pajarillos que con despertar jubiloso -con los sones de la Diana- vuelan presurosos para unirse a la corte de amor y súplica de una muchedumbre de gente sencilla llena de agradecimiento por los favores y dones recibidos, bastoneros, penitentes y lirios morados entre los que se encontrarán algunos hermanos de la corporación, Lorenzo, Emilio, Manolo Jiménez, Federico, …

La Imagen de Jesús baja la empedrada cuesta y contemplas su mirada serena, apacible, rebosante de bondad y misericordia; y rezas una oración y le pides por los tuyos, familiares y amigos; y le das gracias por permitir que un año más puedas darle los buenos días en este Viernes tan especial. Al momento sientes una felicidad y serenidad interior que sosiega tu corazón armonizando sus latidos, recibiendo un soplo de aire puro que te hace sentir un regusto infinito en el alma. La plaza del Calvario queda casi desierta, y desde hace algunos años, solitario y meditabundo, me acerco a los “Pasos” que esperan su incorporación en la procesión para contemplarlos despacio y con detalle;

el Cristo de la Misericordia acompañado por el Hermano Mayor y algún otro cofrade comienza el descenso lentamente y con mucho cuidado; San Juan y la Virgen ante la Cruz están prácticamente solos, como hace dos mil años en el Gólgota, sólo acompañarán a este “paso” algunos miembros de la familia Montaño y en ese instante me pregunto ¿porqué estaremos abandonando cofradías tradicionales en nuestros desfiles y, sin embargo, creamos otras que poca relación tienen con las tradiciones de nuestra Semana Santa?; Y por último el magnífico “Paso” de la Virgen de los Dolores, de blanco y azul, como recién bajada del cielo estampado de nubecillas blancas que cubre toda la escena, virgen de rostro bellísimo que derrama lágrimas corredentoras de un corazón traspasado por siete puñales y que sin embargo transmite calma y sosiego al rezarle “Dios te salve María, llena eres de gracia…”.

Seguidamente, con la mente despejada y alegre el ánimo, me reúno con mis hermanos de la “Historia de Tobías” para ir al cuartel y continuar disfrutando de un Viernes muy especial.

Y al llegar la tarde, vestirte de figura, Moisés, Mateo, Judas, Jesús, Anás, Rafael o Tobías, cada uno las de su corporación y en particular aquella que te correspondió en sorteo o que por ser tu predilecta te cedieron o cambiaron.

Vestirse de figura no es ponerse una túnica y un rostrillo, no es llevar el ropaje más lujoso, no es presumir por el simple hecho de vestirse, no es recorrer las calles sin orden ni concierto y con el rostro descubierto, no es en definitiva ponerse un disfraz y asistir a un fiesta al aire libre; para eso ya existe el carnaval y éste terminó al llegar la cuaresma.

Vestirse de figura no es ponerse una túnica y un rostrillo, es estrenar cada vez una ilusión, es ver realizado el sueño de todo un año, es sentir una emoción que compunge el corazón, es reflexionar sobre el sentido que tiene estar en la corporación, es sentirte partícipe de las tradiciones del pueblo, es caminar erguido y el paso pausado con el respeto debido al personaje bíblico que representas, es soñar con el pasaje bíblico en que éste interviene (alguna vez he tenido una visión, reflejo de la imaginación, con un bosque, un río, una vereda y unos pajarillos trinando, Rafael caminando con Tobías o éste con un gran pez en la mano, sentado sobre una roca a la sombra de los árboles, escuchando a Rafael que le dice lo que tiene que hacer con el corazón, las agallas y la hiel), es olvidarte de quien te observa desde las aceras y vivir intensamente el momento, es soportar el peso del martirio como sacrificio ofrecido a Jesús, es recordar a tu padre que años atrás vistió la misma figura y llevó el mismo martirio, es sentir una extraña sensación de frío que recorre todo tu cuerpo y te hace estremecer, es llorar emocionado al cruzar la mirada con

el Terrible.

Todo este cúmulo de sensaciones intimas y personales es posible gracias al rostrillo. Un simple cartón hecho de materiales inertes al que unas manos artesanas con su arte le dan forma y con cariño y mimo le dan vida y lo dotan de emoción; rostrillo que no cambia de expresión y oculta lo que sientes y que en ese momento no compartes: risa, lágrimas, dolor, alegría, sufrimiento por el pesado martirio o el sudor por el calor; rostrillo que encierra las emociones más sinceras, aquí no puedes fingir pues no hay nadie más, estás tú solo y tu mente alentada y alimentada por el espíritu, el sentimiento, la emoción, los recuerdos, el corazón y el alma concentrados en un espacio que físicamente puede resultar largo y agotador pero que mentalmente es escaso, pues no quisieras despertar de este sueño que termina en la “reverencia” al Nazareno. Instantes antes, mientras subes por la empedrada cuesta, le vas diciendo a Jesús: Gracias por permitirme estar aquí otro año más y gracias por los dones que me has concedido; también doy las gracias a mis hermanos de la corporación porque han respetado mi deseo de vestir a Tobías Hijo y, de esta manera, poder ofrecerte como presente este pequeño pez para que tu bendición lo trasforme en el mismo pez que relata el Libro de Tobías, el que cura las cegueras terrenales y espanta los demonios que enturbian la convivencia entre los humanos; y que este “Santo Pez” establezca y fortalezca la unidad y la fraternidad que, bajo su símbolo y teniendo como guardián al Arcángel Rafael, queremos que exista en nuestra particular Historia de Tobías.

Y al levantar el martirio, mirándote cara a cara, un último escalofrío hace que me tiemblen los brazos y las piernas; es difícil soportarte la mirada, un saludo respetuoso bajando la cabeza o quizás cerrando los ojos para limpiarles las lágrimas que afloran al recordar un día como éste en que no puede estar frente a Ti por el motivo más triste y penoso que hasta ahora me ha tocado vivir.

La ilusión de todo un año se ha realizado, cinco figuras: Tobías, Ana, Rafael, Tobit y Sara, cinco hermanos de la corporación: Carlos, Javi, Andrés, Rafa y Emilio, desfilan sin procesión de regreso al cuartel y al llegar a la puerta, levantando la pecera, grito: “Viva el Santo Pez”, y mirándola, pienso: “Hasta el año que viene, si el Terrible quiere”.

Un Viernes muy especial que todavía no ha terminado; la noche no ha empezado y la Ermita del Dulce Nombre nos está esperando. Rafael Jiménez Roldán

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