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A la Virgen de la Amargura
Siempre vi la verdadera belleza en la cálida palidez de tu rostro, en las marcadas mejillas rosadas, en dos tersos y rojos labios carnosos y en tus ojos como perlas nacaradas. Siempre vi la verdadera dulzura en el ronroneo de tus palabras hablándome con febril ternura, haciéndome llorar de alegría y erizando el bello de mi encarnadura. Siempre vi que la verdadera alegría era tener mis ilusiones alcanzadas mis deseos cumplidos día a día, y poder tener cerca de mi el amor, la amistad y la simpatía. ¡Y no estaba equivocado!. ¡No!. Pero gran error mi mente cometía, al pensar que no es provocado todo aquello que yo antes veía y era por nadie mediado. ¡Y bien que era mediado!. Pues mediaba mi querida Madre. Mi Madre de La AMARGURA. Que siempre por mi lloraste tanto, y vigilaste con tus ojos tiernos que no hubiese en mi vida ni un quebranto. Pon tu manto rojo sobre mi techo y posa las manos en mi congojo, tapa mi vista con tu traspasado pecho y evita en mi alma cualquier enojo. Mi dulce AMARGURA, mi amada Mater Dolorosa.
No dejes que mi vida sea un barbecho, y quítame del camino los abrojos, haciendo que sea un bosque de helechos, y en la diminuta niña de mis ojos brille la luz de tus gloriosos hechos. Gracias Madre Mía. Eres Tú, mi Amargura el timón de mi andadura, la espiga agradecida que desgrana mi ventura. Eres Tú, Virgen amada la más enamorada de mi vida peregrina por tus manos encauzada. Eres Tú, rojo clavel alegre cual cascabel, y aún sufriendo tu Amargura preciosa como un vergel. Eres Tú, rosa encarnada la flor más apreciada regada con el dolor de tu lágrima derramada. ¡No estaba equivocado!, ¡No!. Siempre vi, la verdadera belleza, siempre vi, la verdadera dulzura, siempre vi, la verdadera alegría, porque yo te conocía a Ti Virgen de la AMARGURA Mi Virgen de Puente Genil.
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