He aquí un gran rey, último gran urbanista de la historia, Luis XIV. Entonces París no es más que un hormiguero hijo de un desorden fatal. (…) Todo son callejuelas en ella, muy intrincadas, al estilo “Tres mosqueteros”. ¡Soñar con la belleza en este desbarajuste, con la belleza arquitectónica! Para soñar así hacía falta más temeridad que la que se requiere en la actualidad cuando precisamente hemos heredado de aquello que va a ser descrito (…) Decretó: la Plaza Vendôme es pequeña y sin fastos. Sus edificios serán demolidos y los materiales se utilizarán para la reconstrucción de la nueva Plaza Vendôme. He aquí el plan, tal y como va a ser construida según el dibujo de Mansart. La fachada de la plaza se hará a expensas del Rey. Los terrenos de detrás de las fachadas están a la venta a merced de los compradores (…).4 En realidad, nunca existió una Place Vendôme pequeña y sin fastos. Basta revisar el orden de los hechos para darse cuenta de que allí no había nada que demoler. La plaza se construye sobre los antiguos jardines del Hôtel de Vendôme y sobre los campos del Convento de los Capuchinos. La Place Vendôme no puede ordenar una ciudad medieval desordenada porque el espacio donde se emplaza, pese a estar dentro de las murallas, no es un espacio urbano. El nombre original de la plaza, La Place des Conquêtes (Plaza de las Conquistas), nos indica algo al respecto: se coloniza un vacío. La plaza “pequeña y sin fastos” que el rey manda derribar en 1699 es una plaza que él mismo ha mandado construir poco antes, en 1685. No sólo eso, tanto la primera plaza como la segunda son obra del mismo arquitecto, Jules Hardouin-Mansart, que también es el primer arquitecto del Rey y, desde 1699, el superintendente de edificaciones (algo parecido al actual ministro de obras públicas). Lo que Le Corbusier presenta como paradigma de orden es en realidad la generación de un desorden y también un terrible dispendio: construir dos veces la misma plaza. La estatua del rey encubre el trasfondo especulativo de la operación. HardouinMansart también actúa como promotor. Forma parte de la sociedad que pretende beneficiarse con la operación.5 En ambos proyectos, la primera y la segunda versión, lo único que llega a construirse es una enorme mampara. Las futuras edificaciones que se construirán a lo largo de los veinticinco años posteriores (como negocio, la operación es un fracaso) tendrán que adaptarse, como puedan, al orden de una fachada compuesta sin nada detrás, sostenida sólo por andamios. La búsqueda de un mayor beneficio explica la diferencia entre las dos versiones. Que la fecha del segundo proyecto coincida con el año en que Hardouin-Mansart es nombrado Superintendente de edificaciones reales, quizá explique su osadía a la hora de substraer espacio público en beneficio privado. Efectivamente, la segunda plaza es más pequeña que la primera plaza “pequeña y sin fastos”. No sólo se reduce la superficie pública y se abaratan costes de la construcción: también se excluye el programa regio previsto en la primera versión (Biblioteca real, Casa de la Moneda). 26
Es evidente que todo esto no interesa a Le Corbusier. Y también que el orden racional de la Francia de Luis XIV alude antes a lo económico-productivo que a la arquitectura y al urbanismo. La precipitada interpretación de la Place Vendôme que hace Le Corbusier queda atrapada en una regularidad que tan solo es aparente: la del vacío delimitado por las fachadas-mampara de Hardouin-Mansart. Aquello que fascina al autor del Plan Voisin es la existencia de un poder fuerte, capaz de transferir al arquitecto potestad absoluta sobre la ciudad. El anhelo por un control total sobre el proyecto pasa por la sublimación del autor único. En 1925 la idea no es nueva. Más bien todo lo contrario. Hoy, en plena disolución del autor, entendemos que Le Corbusier y su generación son los encargados de cerrar el ciclo abierto por Brunelleschi en su encarnizada lucha por el control total sobra la cúpula de Santa Maria dei Fiore. En Le Corbusier, el mito del rey arquitecto (un mito promovido por el mismo Luis XIV)6 queda invertido: del soberano arquitecto al arquitecto soberano. Pero la Place Vendôme no es un ejercicio de tabula rasa. Poco tiene que ver con los derribos decimonónicos del París de Hausmann. Nada se vacía ni nada se ordena. Quizá lo único que comparten es el trasfondo especulativo de la operación. Le Corbusier peca de anacronismo, lee la Place Vendôme como si su construcción formara parte del gran París del prefecto del Sena. En la Place Vendôme, antes que contener un desorden medieval, se genera un caos especulativo (basta mirar las tortuosas soluciones en planta que los edificios construidos a posteriori deberán adoptar para adaptarse a la fachada preexistente). El supuesto desorden contextual que las fachadas contienen (los irregulares trazados traseros “a lo mosquetero”, según Le Corbusier) no sólo son posteriores a la construcción del orden: son su resultado no visible. También en los Bosquets de los jardines de Versalles, aparentemente “claros en el bosque en los que se inserta una fuente”, asistimos a un forma final que falsea su proceso. Aquí nadie ha vaciado nada. Donde antes hubo un prado, se instaló una fuente. Después se la rodeó con un bosque surgido de la nada. Miles de árboles fueron trasplantados alrededor del “claro” que hoy acoge la proeza hidráulica.No podemos extendernos ahora sobre el mito al que alude Le Corbusier de Luis XIV como rey urbanista. Tan sólo apuntar que todas las operaciones llevadas a cabo en París bajo su reinado son puntuales (algunos edificios y algunas plazas), en ningún caso estructurales. El tejido medieval se conserva inalterado. Constituye una excepción el lento derribo de las murallas y su conversión en bulevares. Neutralizar la hostilidad del Parlamento hacia una Corona cada día más poderosa, pasa por desproteger a la ciudad derribando sus murallas. Los disturbios de la Fronda, durante la regencia de Ana de Austria, casi le cuestan la vida al joven rey. Es célebre el episodio en que la Grande Mademoiselle, prima carnal del Rey y partidaria de los rebeldes, desde lo alto de la Bastilla dispara los cañones contra las tropas reales que, al otro lado de las murallas, asediaban París.7 Muchos señalan este episodio como una de las causas principales