Bajo los días de Concordia: Piedad & Justicia

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Bajo los días de Concordia: Piedad & Justicia.

Quinta Era. El levantamiento de los ogros. La Nobleza y sus prerrogativas en la tierra.

México, Distrito Federal, 08 Enero, 2015

Jorge Armando Ibarra Ricalde, El Master.

SOLAR Presenta

Concebido como una prisión para bestias que de dejarse sueltas barrerían la Creación. El QuarNaTor jamás debió albergar vida. Aun así, Concordia, el Sol que lo custodiaría por siempre creó a sus ocho divinas hijas para asegurarse que las bestias permanecerían controladas. Sin embargo, cuando ÉL terminó la cárcel, ellas comenzaron el arte.

Luego, cuando la Creación fue azotada por una catástrofe universal, al retirarse las aguas, dejaron tras de sí vagabundos, tan alejados de su propios mundos que no pudieron creer que aquella tierra virgen era otra cosa que el paraíso que creyeron merecer, excepto que para disfrutarlo, primero tendrían que recuperarlo de los demás invasores.

Así comenzó una era dónde el único consenso fue que el fuego podía devorar a todos por igual; una guerra de cada raza contra todas las otras. Luchas sangrientas e interminables forjaron a los moradores, mas entre tantas poderosas especies trabadas en cruento combate, fue lógico e inevitable que aquellos que eran fratricidas con su propia especie serían los primeros en sucumbir. Justo al final, cuando el destino de la humanidad parecía sellado; un hombre lideró a los sobrevivientes en una última carga, por ningún otro motivo salvo que morir luchando sería tan piadoso como rogar por una misericordia que no se les daría. No obstante, la muerte no llegó. En su lugar, como recompensa por su desesperación, de entre las aguas a sus brazos llegó la Leona-Dragón; Lyonesse, la heroína que lideraría a la humanidad a la victoria.

Finalmente, como en toda historia en la que se involucra al amor, vendría la tragedia, y del héroe solo quedaría la leyenda, mientras que de la heroína; el nombre. Desde entonces Lyonesse se llama a quien preside a los credos de las hijas de Concordia, a todos los hombres, todas las razas; él es el Rey de Reyes.

Durante la Quinta Era de Todo bajo Concordia, los Lyonesse consolidaron un poder tan grande que decidieron compartirlo con todos. Años antes de la Excelentísima pero lamentable tragedia de la Alianza de Reyes, mientras las Legiones conquistaban los terrenos inexplorados, en las Montañas Zodiaco, los ogros, humanoides deformes y violentos se levantaron en armas, y fueron dos servidores de las Divinas Hermanas los que decidieron su suerte.

Piedad & Justicia: Capítulo I

Habían pasado nueve meses desde que los ogros se rebelaron contra la Alianza de Reyes en un arrebato de violencia que fue contestado con expedita severidad, de forma que no solo las Legiones tenían sitiadas todas las comunidades, dándoles a escoger entre enfrentar una muerte por las armas, o morir en las inmisericordes condiciones de sus escondites en las montañas zodiaco, sino que además, los líderes del levantamiento fueron todos eliminados en el campo por La Orden, quienes fieles a la promesa de Justicia de Demerit, ejercieron juicio sumario a todo aquel que pudiera liderar o coordinar el movimiento.

En cualquier caso, la rebelión de los ogros ya había terminado. Sin duda su descomunal fuerza los hacía peligrosos en la lucha cuerpo a cuerpo, pero su falta de inteligencia o su suma idiotez, les hacía incapaces de aprovechar sus ventajas en la lucha organizada, algo que los ejércitos de la Alianza de Reyes dominaban.

Aun así, su levantamiento si tomó a todos por sorpresa, y los asentamientos afectados sufrieron poco menos que una masacre, así que aquellos que perdieron a un ser amado al principio de la revuelta, deseaban venganza, y habían descubierto lo fácil que era provocar a los ogros para tener una pelea, que irremediablemente perderían.

Mas tener ganada la pelea, no implicaba que no hubiera un precio por pagar.

El viento recorría las escarpadas montañas Zodíaco silbando ominoso a su paso, de forma que tras aquel etéreo rumor, se ensordecían los lamentos producto de la cruenta lucha en el valle. Los hombres de Jovian, una marca al norte de la presa Escorpio, asistían a unos colegios de la Segunda Legión en la tarea de vencer a los ogros que huían tras causar destrozos en los reinos aledaños.

La estrategia era simple. Perseguir sin darles descanso, hacer daño de forma que los ogros se vieran obligados a huir justo hacia otro contingente descansado que haría lo mismo. Porque cada que los muy idiotas

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decidían subir la montaña, sin darse cuenta, tenían más bajas por el peligroso terreno, que por las armas, y la promesa de seguridad tras la enorme presa en forma de escorpión a la que estúpidamente se aferraban; era solo una ilusión, pues era imposible arrebatársela a los dwarfs.

Además, aunque los hombres del marqués de Jovian no tenían estudiada la táctica como los colegios involucrados, ya habían presenciado lo caro que salía cometer un error contra los ogros, así que agradecidos recibían la asistencia de Yideana, una ordenada de Demerit, a quien el marqués le cedió el control de sus hombres, compensando sus carencias de forma que podían mantener el paso de los colegios profesionales con los que colaboraban.

El marqués de Jovian era un hombre letrado en leyes y administración, así veía toda la operación como un buen negocio. Al haber sido atacado sin causa, legalmente estaba en su derecho combatir y por tanto tendría una parte del botín de guerra. Sobra decir que los ogros tenían valores nulos, sin embargo, al ceder a sus hombres a Yideana, como representante de La Orden para hacer trabajo de las legiones, tendría derecho a la restitución de gastos de guerra, una exención de impuestos y el nada despreciable favor de La Orden, quienes incapaces de no "darle a cada quien lo que le corresponde", tomarían como botín, la yerma tierra de los asentamientos ogros y la pagarían a razón de su valor, un prospecto de poca utilidad, pero Jovian razonaba que si acaso lograba dejar una impresión en la ordenada, podría proponer que se le pague con tierra para construir una guarnición de vigilancia para la Orden, y de esa manera, por el pequeño precio de pedir prestado lo necesario para su plan, además del obvio prestigio de albergar a los sacerdotes de la justicia, la tierra, sumada a su parte del botín, podría ser suficiente para dejar de considerar Jovian una marca y convertirla en ducado; un prospecto tentador, pues muy probablemente no volvería a tener oportunidad de aspirar a tanto en su vida, así que este logro, sería un excelente punto de partida para su hijo y sucesor, por lo que este peligroso empeño valía la pena, solo debía mantenerse astuto, vivo, y en la buena gracia de la que sería excelente material de madre para su hijo aún no nacido.

Yideana era una mujer de facciones severas pero agradables. El maquillaje discreto sobre sus pestañas dejaba claro que gustaba y permitía un poco de frívola

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vanidad, aunque su veloz mano fuera una eficiente herramienta de la justicia. Los soldados de Jovian habían aprendido a admirarla, era astuta en las tácticas y brutal en el combate, así que el único tan ingenuo para imaginar lo que la pesada capa cruzada escondía debajo, era el marqués, quien solo dejaba los números tras sus planes para disfrutar el rostro de la mujer que había aplastado a este grupo de ogros, que aun morían lentamente en el suelo.

Felicidades representante de Demerit, el campo es tuyo celebró Jovian al ver a los ogros moribundos entre las rocas y el frío aullador.

Solo gracias a usted y a sus hombres Marqués, se portaron a la altura expresó la mujer sin mayor reflejo de emoción, pero atenta a la cortesía.

Jovian iba muy bien en sus pretensiones, sabiendo cuando adular y cuando guardar silencio, mas esta victoria que empujó a los ogros a subir este peligroso paraje y que les costó tanto, bien podría ser el final de la campaña, por lo que decidió sacrificar un poco del correcto protocolo, para dejar claras sus intenciones:

El desempeño de los soldados de Jovian, es resultado directo de su liderazgo, de la misma manera que cada palabra que recito, es por inspiración suya hizo una pausa solo para mirla concentrada en algo más, así que continuó temo que he perdido a mis hombres a usted, pero... yo menos que nadie puedo culparlos, porque yo mismo me he perdido en usted.

La mujer de La Orden no reaccionó aunque sí se sorprendió. Había leído la ambición en las intenciones de Jovian, pero no imaginó este acercamiento. Así que volteó impávida para verlo.

Era un hombre aún lejos de la vejez, con un templado carácter. Claramente era más listo que fuerte, y sus dotes de liderazgo se sumaban a un aspecto agradable. Podría ser un buen esposo, y los hijos y los súbditos que produciría, serían buenos fieles de Demerit, pero igual no perdió oportunidad de probarlo:

¿Me está ofreciendo una baronía bajo su mando, marqués? Viró con algo parecido a una sonrisa que definitivamente no calmaba la tensión, pero que sin duda la hacía verse atractiva.

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Sí eso quiere, no tiene mas que aceptarla, pero ¿por qué conformarse con ser baronesa, cuando le ofrezco ser mi marquesa?

Jovian era astuto pero directo. Un buen rasgo. Salvo por los lamentos de los ogros agonizando, la propuesta había sido elegantemente ejecutada, así que la ponderaría con atención, pero de momento Yideana estaba más preocupada con la escena. Los ogros habían cometido el error de cruzar un puente, destrozándolo con su peso y cayendo hacia su muerte. No podía ver los cadáveres, pero debía ser así, porque la otra opción implicaba algo imposible.

Marqués, aliste a sus hombres para moverse inmediatamente . Ordenó mientras se acercaba a uno los ogros en el suelo, con pasos decididos mientras recitaba La Ley.

Aunque su atención estaba volcada en su comunión. Le gustó que el marqués no discutiera sino que obedeciera, así que sin interrumpirse, con solo movimientos de la mano comandó a otros soldados a que se acercaran a los ogros tendidos en el suelo, y la imitaran. Con un solo movimiento de la mano, una espada voló del suelo a su palma, sujetándola con habilidad, momento en que frente al ogro tendido preguntó en voz alta:

Su actuar es una afrenta a la Ley, y las instituciones que la sostienen. Su lamento y lo que siga al final de él, se lo buscaron a pulso. La muerte es la pena justa por la traición cometida. Mas al delito de sedición ¿cómo se declaran?

Los ogros seguían lamentándose, pues si pudieran hacer otra cosa, estarían peleando, así que tras un momento de silencio perturbado por agonía, Yideana exclamó:

Tomo su pena como evidencia de su crimen. Los juzgo culpables, y en este acto, como representante de Demerit, Diosa de la Justicia, los entrego a su paciente hermana, que los espera en el Muro. Lo que les depare, los entrego libres de deudas.

El golpe fue tan veloz como potente. Justo al centro de la cabeza, silenciando permanentemente al ogro mientras los demás soldados se ayudaban con lanzas para terminar el sufrimiento de los sentenciados.

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Aunque todos los guardias y soldados se tomaron el momento para ver la ejecución sumaria, todos apresuraron el paso para estar listos porque temían un poco más decepcionar a la ordenada, que hacer quedar mal a su señor. Sin embargo, en ese momento, sin los lamentos de los ogros, Yideana confirmó la sospecha que se negaba a creer. La piedra tronaba en una especie de rumor metálico persistente, fácilmente confundible con combate y discretamente escondido tras los lamentos.

Los ogros no habían caído por el puente, estaban arriba de la montaña. Mas averiguar su plan, no evitaba que lo ejecutaran. De pronto, una pared de la montaña se separó cuando los ogros que deberían haber caído por el puente hacia su muerte, cortaron los cables que la sujetaban, y esta, tras balancearse un momento, cayó para aplastar, romperse y convertirse en una avalancha de rocas descendiendo sobre sus perseguidores.

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Piedad & Justicia: Capítulo II

La avalancha descendió arrasando con todo sobre su paso. Destrozando las rocas del camino, sumándolas a su agresividad y peligro. Los colegios que ascendían no pudieron hacer nada. De por sí era un terreno peligroso, así que cuando las rocas empezaron a caer, si a un soldado no lo golpeaba alguna, lo alcanzaba otra, sino esa, los escombros, y si aún tuviera suerte, era probable que la montaña misma se los tragara al colapsar por el impacto.

Luego, entre el débil eco de lo sucedido y un silencio que no duró, se escucharon los potentes vítores. Los ogros celebraban eufóricos el haber acabado con al menos media compañía. Era algo enteramente nuevo para ellos, claro, un ogro podía matar cuatro o cinco soldados profesionales antes de caer, pero agrupados en sus orgullos, los hombres valían diferente, porque eran más precisos y letales, además de mucho más difíciles de matar, así que cuando lo inevitable sucedía; cobraban más caro sus muertes. Los ogros eran estúpidos, pero aun así comprendían que esta era la primera vez que los vencían en formación.

Por ello no fueron sus oídos ni sus ojos, ambos mejores que el del hombre a razón de su tamaño, sino su olfato el que les indicó sangre fresca, caliente, aun moviéndose. Varios de ellos se lanzaron sobre los escombros para descender sobre los sobrevivientes: Gracias a su enorme peso, la piedra suelta no pudo derribarlos, aunque no fueron pocos los que resbalaron, celebrando durante su tropiezo. Esa mezcla de burla y jolgorio desplomó a los aún confundidos sobrevivientes que trataban de salir de los escombros, heridos si eran afortunados, mutilados los que no.

Un soldado con la pierna destrozada lloraba entre tosidos mientras trataba de entender lo sucedido, al igual que al menos otros tres que sucios y ensangrentados miraban aterrados la destrucción a su alrededor, completamente ignorantes de la muerte sobre ellos. Su prefecto, un hombre recio con la mano prensada entre dos rocas, intentaba en vano llamarlos para que se formaran, pero no logro nada, pues la primera reacción que tuvieron fue cuando un ogro pateó al soldado sin pierna lanzando su cuerpo al aire como si fuera un trapo, para luego tomar a otro, a quien le rompió el cuello y cráneo con saña.

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Los chasquidos del hueso hicieron que los soldados al menos recuperaran la compostura, pero estaban desarmados, así que poco pudieron hacer contra los otros ogros que descendieron con violencia. El prefecto, como argento del orgullo, gritó órdenes hasta quedar afónico, así que sin más opciones, se amarró el cinturón de su mando en el brazo, sacó el hacha de mano en su costado y sin pensarlo, se golpeó el brazo. El primer golpe trozó el hueso, pero necesitó un segundo golpe para arrancar la carne faltante. Sin lamentarse, corrió empujando con su hombro a uno de sus soldados, mientras metía el hacha en la sien del ogro que iba a matarlo.

El primer golpe aturdió al ogro, pero el sargento sacó el arma incrustada y golpeó dos veces más para derribarlo y matarlo. Tras lo que gritó a todo pulmón: ¡Colegio de la fragua rugiente! el mal encarado hombre tenía una voz áspera e inconfundible, así que los sobrevivientes, al verlo sin brazo, con el cadáver de un ogro arrodillado frente a él, verdaderamente escucharon ¡cobren sus vidas caro!

Inmediatamente los hombres de Toscana, heridos, con las armas que pudieron recuperar o improvisar, se lanzaron al ataque, obedeciendo a su sargento en un choque espectacular contra los ogros.

El fervor de los legionarios fue inspirador; cortaban, apuñalaban y golpeaban la piel gruesa de los ogros, incapaces de formarse pero sin dar un paso atrás, más los ogros, aún eufóricos por reclamar la victoria se entregaban a la violencia, batiendo sus mazas con la grotesca fuerza que los caracterizaba. Rompiendo soldados, tanto en cuerpo como en espíritu.

El sargento manco golpeó a un ogro en el cuello con su hacha. La sangre salió expulsada con fuerza, cegando al experimentado soldado por suficiente tiempo para que otro ogro lo prensara contra el suelo. Cuatro jóvenes legionarios saltaron a defenderlo, cargando con lanzas que clavaron en el pecho del bruto. Los cuatro soldados empujaban con todas sus fuerzas, pero el ogro no retrocedía, aplastando al prefecto con una mano mientras las puntas continuaban enterrándose en su cuerpo, hasta que presionando al límite de su resistencia, sin poder rematar a su presa, prefirió empalarse con tal de quebrarlo. No lo logró, porque cuando murió, trabajosamente los soldados cargaron su peso con las lanzas, precisamente lo que impidió que pudieran

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defenderse cuando el ogro degollado destrozó la cabeza del primero con un puñetazo y levantó al otro, triturándolo entre sus brazos.

Con dos legionarios muertos, el ogro empalado aplastó a los dos jóvenes restantes. Uno de ellos quedó atrapado casi completo, solo dejando fuera su cuello y cabeza, mientras que el más joven, solo fue prensado en su pierna precisamente porque el sargento lo alcanzó a empujar de una mata. El aterrado muchacho intentaba sacar la pierna, pero jamás consideró liberarse como lo hizo su sargento, algo de lo que se arrepintió inmediatamente, cuando un ogro pisó a su compañero inmovilizado y lo aplastó con tanta fuerza, que sus restos cayeron sobre él, produciendo lágrimas de terror que lo paralizaron en tanto el bruto degollado alternaba entre capturarlo o detener el sangrado del cuello, y la otra deformidad buscaba con qué golpearlo hasta la muerte.

A pesar del terror que lo embargaba, pudo notar que ya no había nadie más luchando. Los legionarios restantes simplemente estaban siendo ejecutados con malicia. Muriendo mutilados y torturados sin razón. El ogro apareció con su sonrisa desdentada, mostrando un horrido gancho de madera, rojo por su grotesca función, desgastado por la sangre de sus muchos usos previos, así que todos los otros ogros celebraron su aparición.

Aunque no se escuchó al principio, el joven legionario, aterrado de lo que le sucedería, comenzó a suplicar por su vida, lo que enloqueció a sus torturadores que ya saboreaban sus vilezas, aderezadas con las súplicas de piedad.

El frío y la forma de la montaña permitían al sonido viajar libremente, por lo que los gritos de piedad del muchacho se escuchaban en varios lados, al igual que los gritos de muchos ogros alentando o sugiriendo algún uso del sagrado gancho. El alboroto llegó a oídos de un ogro de brazos cruzados que observaba a todos los grupos, y que al entender la situación, comenzó a girar órdenes que movilizaron a los ogros más cercanos, rugiendo en vano, pues el tumulto por la tortura era tal, que todo lo demás se perdía.

Igual no había diferencia para el soldado que fue liberado del cadáver para convertirse en un juguete mientras los seis ogros jugueteaban con el joven ignorando sus súplicas. Uno de ellos lo tomó de un pie y lo puso de

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cabeza, mientras el otro giraba el gancho y todos reían. Aún lejos apareció un ogro al fondo gruñendo órdenes que eran ignoradas, así que cuando el bruto del gancho intentó empalar al joven por la cabeza, otro lo detuvo y le quitó la herramienta de madera buscando atravesarle primero la entrepierna. El joven continuó suplicando por su vida, o al menos por su muerte. Sin poder hacer más, cerró los ojos mientras sentía la punta roma del gancho que lo atravesaría por virtud de la fuerza, y lo siguiente que escuchó fue un sonido seco, seguido de otro potente golpe. Sin sentir el dolor de la muerte, el joven legionario abrió los ojos y encontró al ogro que estaba por ejecutarlo, tendido en el suelo.

Uno de los ogros presentes lanzó ambos puños desde arriba, pero estos encontraron el suelo, rompiéndose los dedos en el acto. Otro más blandió su maza. El legionario no podía ver a quien atacaban, pero pudo notar que la maza encontró de lleno a otro ogro, y luego a uno más antes que al hombre frente a él.

Aún de cabeza, el joven soldado pudo ver al hombre de ropajes azules parado frente a los ogros. Aunque los brazos descubiertos del hombre denotaban su buena constitución, no serían rivales para la potencia cruda de los ogros. Tampoco sería necesario.

Un ogro trató de tomar por la espalda al hombre, pero este solo movió el torso, esquivando la mano y reservando el movimiento de su pie para la maza que descendió contra él. Cuando la maza impactó en el suelo, el otro ogro intentó tomarlo con la otra mano, por lo que el hombre rodó, aprovechando la esquiva para girar el cuerpo y patear el rostro del ogro desde la izquierda, rebotando al impacto para golpear al de la maza.

Aunque solo fue una patada, el ogro desarmado se quedó parado y confundido. El otro en cambio intentó aplastarlo, y aunque hubiera sido fácil esquivarlo, el hombre simplemente se acercó con dos pasos en extremo veloces y lo golpeó en el cuerpo más veces de las que el soldado pudo contar, todo antes de que aquel pudiera reaccionar.

La sangre brotó de la boca del ogro mientras se desplomaba. En ese instante, el bruto recién despabilado trató de moverse, pero el hombre solo lo pateó en pantorrilla y rodilla mientras apretaba su brazo para someterlo. A pesar de la fuerza desproporcionar, así lo hizo,

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llevándolo hasta el suelo, totalmente vencido. Mas el hombre no pretendió mayor daño, mirando a los ojos al ogro que sostenía al joven legionario.

El hombre de azul realmente no aparentaba el poder que demostró, pero de alguna manera, en su mente nublada por la estupidez, el ogro reconoció la enorme diferencia de poder, y asustado gruñó. Tomando al legionario de la otra mano para partirlo, y que sus vísceras regadas fueran disuasivo para este inusual depredador. Sin embargo, fue justo eso lo que el hombre quería evitar, por lo que soltó al ogro vencido y levanto las manos en señal de paz, mientras hacía sonidos con la garganta.

El joven soldado trató de entender lo que hacía, por si le daba alguna instrucción, pero no fue hasta que el ogro produjo un sonido similar, que aquel logró comprender lo que sucedía; estaban negociando. Probablemente jamás había pensado que los ogros tuvieran capacidad de comunicarse, es decir, era obvio, pero pensó que era algo instintivo como los animales, así que viendo al hombre negociando en su lengua, le hizo entender el predicamento: El guerrero podía sin problema vencer al ogro, pero este podía con la misma facilidad matarle.

Recordando su entrenamiento y le juramento a las Legiones del Reye de Reyes, el joven legionario se negó a ser un rehén, gritando:

¡Mátelo! yo no imp . No pudo terminar porque el ogro rugió, y el hombre de azul tuvo que subir la voz para recuperar su atención.

En ese tenso momento, el ogro escuchó las instrucciones del otro ogro que se acercaba corriendo y aunque ambos intercambiaban algunos pensamientos, el secuestrador, al sentirse acorralado gritó algo como "Vapra" mas antes de terminar, el hombre de azul se golpeó el hombro y luego el pecho para con dos dedos señalar al ogro al decir "Narshe".

Eso fue todo. El ogro rugió, pero no con tanta fuerza e incluso soltó la pierna del joven, dejándolo colgado del brazo, y justo como si dejar de estar de cabeza fuera todo lo que necesitara para entender, el soldado dedujo que el hombre de azul era un monje de Narshe, Diosa de la piedad. Un pensamiento que explicaba todo.

El secuestrador bajó al soldado con algo parecido al cuidado, pero las amenazas del ogro que llegaban lo exasperaron de forma que resumió su actitud hostil. El

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monje trató de calmar a ambos, pero el recién llegado casi lo arrolla, mientras se lanzaba contra el ogro que lo desobedeció.

El recién llegado era un ogro, pero sus largos bigotes, ceja poblada y calva rasurada lo distinguían de los demás. No le costó ningún trabajo someter al reprendido con una llave para asfixiarlo o romperle el cuello.

El monje interrumpió hablando con la garganta de manera calmada. Pero el jefe estaba dejando claro el precio de desobedecerle. El ogro secuestrador comenzó a desfallecer, y por un momento, ya sin aire movió los labios. El monje no lo escuchó pero igual respondió la solicitud, gritándole al jefe un ultimátum para que parara. Ya que no lo hizo, el monje se deslizo a un costado y golpeó al jefe en las costillas, quien en respuesta soltó a su presa y con un giro, impactó al monje con masivo puño.

El monje puso ambos brazos para cubrirse del enorme puño, pero aun así se deslizó hacia atrás hasta caer. El atacante había soltado al ogro así que no había razón para continuar la pelea, pero el jefe, lo alcanzó de un rodillazo que lo hizo volar unos metros antes de tener que girar para esquivar un pisotón y luego otro. El legionario, asombrado de la pelea, pero aterrado de intervenir, sabiendo que si el monje moría, su situación empeoraría. Así que aprovechando la distracción se alejó de los ogros concentrados en la lucha. Su primer instinto era irse tan rápido y lejos como pudiera, pero su lealtad lo obligaba a buscar por sobrevivientes. El corazón se le acongojaba cada que encontraba a un compañero, solo para descubrir el pedazo que le faltaba. Fue durante ese rápido reconocimiento que miró al ogro empalado donde yacía su compañero sin cabeza, cuando pudo notar movimiento. Al principio creyó que era alguna alucinación, pero cuando imaginó la posibilidad, corrió para allá, encontrando entre la entrepierna, una mano que al tocarla, respondió. Su prefecto estaba vivo.

Mientras el joven intentaba el rescate, el jefe y el monje estaban trabados en un gran combate. Pero la violencia puesta por el jefe e igualada por el monje para sobrevivir, levantó los ánimos de los otros ogros que querían intervenir. Situación muy dramática; pues el monje sabía que si alguno de los ogros más listos quería el liderazgo, este era su momento para atacar al jefe, peor aún, los menos listos seguirían pensando en cómo

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desquitar el coraje que les causó el monje, viendo la ventaja de hacerlo ahora.

Justo en ese momento, cuando los ogros se acercaron al combate dispuestos intervenir, apareció otro ogro, colocándose entre ambos, y amenazando a todos de lo que les sucederá si desobedecían.

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Piedad & Justicia: Capítulo III

No era posible. No que les hayan lanzado la montaña encima. Ni siquiera que los ogros hayan concebido el plan, pues al final, emboscar y dejar caer cosas pesadas es prueba de su fuerza, no de su inteligencia. Acciones consistentes con sus instintos animales. No. El problema de hecho, era que el grupo haya peleado selectivamente, sacrificando miembros para hacer creer que perdía tal como se esperaba, mientras en realidad estaba llevándolos a la trampa previamente colocada. Ese pensamiento era tan oscuro que planteaba dudas que amenazaban con la protección de Yideana.

Los hombres de Jovian, al igual que su marqués permanecían en el suelo, viendo los escombros flotando sobre ellos, detenidos por una especie de escudo etéreo que salía de Yideana, quien al recitar La Ley, oraba a Demerit, al tiempo que solicitaba su protección.

Todo había sucedido demasiado rápido, pero el marqués fue oportuno en tener listos a sus hombres y no chistar un segundo cuando la ordenada le dijo que los moviera tras ella. Luego, cuando la pared se convirtió en una avalancha de piedras, esta se rompió frente a la protección invisible de la Jueza mientras eran sepultados por los escombros. Ya habían pasado varios minutos, y ella continuaba concentrada. Orando.

En medio de la oscuridad, los hombres de Jovian permanecían en silencio y de rodillas alabando el nombre de Demerit sin estar seguros de si lo hacían bien, pues sabían que si las fuerzas de su enviada fallaban, morirían todos aplastados. Por ello, el marqués hablaba en voz baja dando aliento a los hombres y asegurándoles que recitar una ley “cualquiera que recordaran” sería una buena plegaria para la Diosa de la Justicia. La única luz del lugar provenía de la misma barrera invisible que los protegía, y aunque tenue, era suficiente para que pudiera ver el rostro esforzado de su salvadora, satisfecho.

Yideana estaba complacida con la actuación de todos. Si bien estas plegarias improvisadas no ayudaban a su empeño, al menos la experiencia les permitiría recordar una Ley el resto de su vida. Un servicio valioso para la Divina Hermana que prometió Justicia para quienes se apeguen a sus preceptos. Sin embargo el esfuerzo era mucho, y aunque se le había entrenado para mantenerlo

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por horas, la sola idea de que los ogros hayan logrado algo así, le obligaba a concluir que cada segundo que no perseguía su encomienda, era un segundo que fallaba a lo que representaba.

Este último pensamiento cambió la estructura del escudo y pequeñas piedras y arena cayeron entre las fisuras. Todos exclamaron mostrando miedo hasta que la ordenada habló:

Podría sostener este escudo por horas en la esperanza de que vengan a rescatarnos, pero si lo hago, los responsables de esto se escaparán. Tan segura como que son unos cobardes, si saben que estamos aquí tratarán de matarnos. Marqués, hombres de Jovian, les pregunto, ¿dónde está su corazón?

Claramente ninguno de los hombres veía morir como un buen prospecto. Pero ya que dependían de la ordenada, y que ella no tendría por qué preguntarles parecer, de pronto morir peleando contra ogros resultaba más alentador que perecer sepultado, así que liderados por Su Señor, exclamaron al unísono:

¡Demerit tiene a los hombres de Jovian en sus manos! ¡Ogros no huyan, la justicia los espera!

El reto fue acompañado con el choque de las armas para hacerlo más estruendoso, lo que sí causó alguna dicha en Yideana, que no estaba segura de lo que sucedería, pues si los ogros caían en el reto y comenzaban a escarbar, cuando encontraran la barrera entre las piedras, la situación no mejoraría en realidad, solo que las vidas de los jovianos no serían las únicas en riesgo.

Los hombres de Jovian comenzaron a vocear su reto, animados por la posibilidad de la revancha tanto como el gusto de quitarle a los ogros la victoria. Cada minuto de gritos era secundado por un breve silencio para esperar por si algo cambiaba en el ambiente. El último y más estruendoso desafío, hizo que el marqués de Jovian pidiera silencio, pues aseguraba escuchar algo. Picos. Rocas. Gruñidos ¡Éxito! Para bien o para mal, los ogros venían por ellos.

Yideana decidió que era hora de ser clara. Con muy pocos movimientos, logró que el marqués se acercara, haciéndolo quedar casi cara a cara. Sin embargo, no pudiendo susurrar pues esa es práctica de quien esconde algo, y los seguidores de Demerit viven al pie de La Ley siempre pública. Con voz serena dijo:

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Cuando lleguen a nosotros, podrán vernos, pero no podrán atacarnos ni nosotros a ellos. Así que solo esperaré a que hagan el hoyo más grande, porque cuando lo colapse, ellos caerán y nosotros tendremos que abrirnos paso, entre las piedras y los ogros. Me temo… la verdad es que, no hay otra manera.

El marqués sintió el conflicto en la justiciera, por lo que con una mano sobre el hombro, la reconfortó:

Lo saben, como lo sé yo. Mi señora, estamos agradecidos por esta oportunidad, y no la desaprovecharemos. Cual sea el resultado, de hoy en adelante cuando cualquiera de ellos sepa que el Muro le reclama, su última plegaria será para Demerit, su último aliento para agradecerle a usted.

Yideana sonrió. Conocía bien los peligros de la vanidad, pero esa respuesta, y el breve movimiento de aceptación que hicieron los hombres que pudo ver por reojo, fue sin duda mucho más de lo que había esperado cuando juró cumplir y hacer cumplir La Ley.

“¡Lo que merecen los aguarda!” gritó alguno de los soldados y el rugido militar volvió a estallar. A partir de ahí, las ganas de pelear y de vivir, se convertían en ansiedad y temor mientras los ogros avanzaban en su empeño de desenterrarlos solo para matarlos. Los soldados no eran profesionales, de acuerdo a las leyes de su marca, debían servir como guardias por dos años, y se les entrenaba para ello, lo que sumado al horror de ver lo que los ogros le hicieron a las villas a su paso fue suficiente para salir avante hasta el momento, aunque aceptaban que en realidad toda esta situación les había quedado grande hasta que Yideana apareció.

Como hombres del QuarNaTor, habían escuchado muchas historias sobre las grandes batallas y los héroes que crearon y sostuvieron a la Alianza de Reyes, así que para no caer presas del temor, se entregaron a las ensoñaciones sobre Santa Yideana, domadora de la avalancha, esperando que algún templo de La Orden se erigiera en ofrenda a los soldados que no murieron pero no la abandonaron. El sonido crecía y de pronto, la luz de Concordia comenzó a entrar, por lo que los hombres se acomodaron listos, alrededor del primer hoyo. El marqués, buscando inspirar a los demás, se puso en el justo medio de la excavación, tan erguido como pudo, retando.

No estuvo mal, pues cuando el primer ogro apareció, a pesar de que éste se lanzó rugiendo contra el

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marqués, aquel, nervioso, pero sabiendo que si quería ganarse una esposa capaz de estos milagros necesitaba sobrevivir y mantener el aplomo, se quedó parado, sin miedo, preparando la espada para apuñalar al primero.

Varios hoyos más comenzaron a aparecer arriba, y con la luz roja de Concordia derramándose entre las piedras, los soldados se prepararon para hacerse un lugar en la historia; vivos o muertos, pero inconquistables. Un ogro encontró a Yideana de rodillas e intentó en vano rasgar con sus uñas, sin lograr nada. Sin embargo, embebido en el terror que podía causar, lamió la protección y la saliva maloliente como la arena se filtró cayendo sobre la capa de la ordenada. Los soldados reclamaron la afrenta gritando y los ogros rugiendo. Filos y garras intentaron encontrarse sin lograr nada.

Exasperados, los soldados le aseguraron a la ordenada que estaban listos, pero aquella, aunque con las mismas ganas de luchar que ellos, sabía que debía esperar un poco más. Durante ese breve proceso, los ogros comenzaron a resignarse a no atravesar la muralla invicta, marchándose en el proceso, algo que se notó pues la luz de Concordia en lo alto entró con fuerza, y el marqués reportó que un hombre había aparecido en un extremo.

Claramente el hombre intentaba dar indicaciones, y Jovian entendió que lo que buscaba era que los soldados sepultados se posicionaran a lo largo de una ruta que describía. Aunque de alguna manera irradiaba confianza, el hecho de que los ogros se hayan retirado era suficiente para desconfiar.

Mi señora ¿es una trampa? . Preguntó el marqués confundido.

¿Cómo es? inquirió ella, temiendo lo peor. Es un hombre alto y fornido con ropas de mendigo.

¿Viene armado? ¿Puedes verle algún arma? indagó ella, preparada para constatar lo peor.

Jovian miró, levantando su mano para cubrirse de la luz que lo opacaba.

No. Me parece que La justiciera le ordenó que él y sus hombres se prepararan para salir. Jovian no dudó, aunque si lo agarró un poco más desprevenido, pues el ímpetu por pelea se

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había convertido en curiosidad. Así que solo terminó su frase antes de dar la orden a sus hombres.

es un monje…

Cuando Yideana lo escuchó, volteó a verlos, deteriorando un poco la barrera. Solo les dio un momento a los hombres de Jovian para tomar posición, porque sabía que la presencia del monje solo podía significar una cosa, y aunque cualquier precio valía cumplir La Ley, no creyó que fuera justo matar a estos hombres que se habían ganado su respeto.

Algo está haciendo dijo el marqués mientras la justiciera, cesaba la muralla invicta que los protegía.

En un instante. La mujer se rodó por el suelo, esquivando la piedra que la hubiera aplastado, para luego salir por el hoyo principal en el momento que el campo colapsó. La mujer se movía rápido, aunque en realidad parecía más que alguna fuerza invisible la impulsaba. Así que cuando salió por el hoyo, alcanzó a ver lo últimos tres movimientos de la kata del monje, misma que terminó en un golpe al aire que inmediatamente se convirtió en vendaval.

Con los aires amenazando su estabilidad, Yideana supo que no podría completar su misión, así que con una mano llamó una lanza del suelo a su palma, y con los ojos de Demerit encontró a su presa moviéndose a lo lejos. Así, en pleno aire, con la capa revoloteando por la explosión de viento por suceder, sin importarle nada, lanzó, aunque el golpe de aire del monje terminó expulsándola fuera de la montaña.

Fue casi un milagro. Los hombres de Jovian sintieron el peso de las piedras pequeñas, y tuvieron un momento para entender el suicidio que intentaban antes de que la arena y el aire los enterraran, mientras las rocas grandes volaban hacia el vacío.

Dos soldados lograron sacar de entre la arena al marqués, quien viendo a su alrededor, encontró a sus hombres rescatando a sus compañeros, y en vez de encontrar a su futura esposa, solo pudo ver lo cercano que estaba el borde en el que todas las piedras cayeron. Al encontrar al monje, se acercó dudando un par de veces entre envainar o no la espada, pero al fin hábil político, se contuvo y solicitó nombre antes de reclamar.

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¿¡Eres un monje de Narshe?! preguntó sin poder evitar que su tono sonara a reclamo porque lo era.

Así me reconoció mi maestro, como mi maestro fue reconocido por el suyo.

Los monjes de Narshe no eran una fuerza política y militar como la Orden, de hecho, muy probablemente entre las ocho iglesias, eran la menos influyente, por tratarse de ascetas recluidos en los páramos más inhóspitos del QuarNaTor. Pero su influencia no equiparaba su importancia, su divina patrona, Narshe representaba la piedad, por lo que las historias sobre pobres, enfermos y desposeídos que clamaban su piedad y eran asistidos por monjes capaces de extraordinarias hazañas, abundaban en la Alianza de Reyes.

Las siguientes palabras de Jovian debían ser astutas. Sabía que la Orden y los monjes no estaban en buenos términos, pues había rumores que los monjes asistieron a los ogros en la rebelión, de tal suerte que La Orden usó su influencia para que Toscana los considerara ilegales, y si bien, el Lyonesse no aceptó semejante petición para no contrariar a la Divina Hermana de la Piedad, sí implicó, que quien fuere que asistiera a los enemigos de la Alianza de Reyes, era enemigo de Todo bajo Concordia.

Así que la pregunta era; ¿debía reclamar o sencillamente comendar a sus hombres a arrestarle? Porque claro, por un lado los había salvado, pero por el otro, había lanzado al barranco a la que pudo hacer sido su prometida.

Debo informarle que atacó a la mejor servidora de Demerit, Yideana de nombre.

No fue mi intención, pero quien está en paz con su Diosa, estará bien con la mía respondió el monje mientras caía de rodillas, caliente por el esfuerzo de usar el puño del vendaval.

Jovian ponderó sus posibilidades de matar al monje. No, más bien, no le importaban las posibilidades, pues el corazón roto le demandaba una satisfacción, así que por qué lo mató y bajo qué cargo lo hizo tendría que pensarlo después. Apretó la empuñadora de su arma y…

Señor Jovian escuchó la voz de un soldado que no conocía, pero cuyos atavíos eran los de la Legión mire ¡ahí está!

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Jovian se acercó a la saliente para encontrar a la mujer colgada de una piedra a unos diez metros hacia abajo en la pared contraria del acantilado. Orando. El marqués era tan buen prospecto de marido, que sabía que su problema no era regresar, sino decidir qué hacer con el monje que claramente asistió al enemigo.

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Piedad & Justicia: Capítulo IV

El monje oraba en cansancio por haber pulverizado la roca con el puño del vendaval. Al mismo tiempo, parada sobre una saliente piedra de no más de 15 centímetros, Yideana se veía increíble rezando para saber que seguía.

Así que en esa breve calma antes de la tormenta, todo cayó en manos de Jovian, quien mandó a sus hombres a buscar sobrevivientes de la Legión colina abajo. Mientras preparaba el terreno para que su futura esposa pudiera ajusticiar al monje con la legalidad de su lado:

¿Cómo te llamas legionario? solicitó.

Albin, señor, ¿cómo me dirijo a usted?

Soy el marqués de Jovian, pero tú puedes dirigirte por a mí por mi título o mi tierra concedió amablemente para ganarse la simpatía del legionario que honrado asintió, conociendo los tratamientos correctos y esperados a la nobleza Bajo Concordia que todo lo mira ¿puedes atestiguar que los ogros fueron comandados por ese monje?

Sí puedo. También . Fue interrumpido. Silencio. Presta atención El marqués de Jovian, hombre de leyes, tuvo cuidado en formular sus preguntas, pues lo importante no sería lo que sucedió, sino lo que se dijo.

¿Puedes atestiguar que el primer golpe lo dio el monje?

Fue un acci .

¡Lo que haya sido! ¿Quién pegó primero? acorraló el marqués.

No me par .

¿La justiciera Yideana cayó a lo que sería para cualquier otro una muerte segura?

Pues sí, pe . No pudo terminar.

Se deduce entonces que hubo un motivo ¿cuál fue?

Albin se miraba incomodo, pero tanto como sabía que estaba obligado a contestarle al marqués, era incapaz de entender lo que aquel lograba con este amainado interrogatorio.

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Salió expulsada por el aire que . Fue interrumpido.

¿Quién provocó ese aire malicioso?

Bueno, pues el monje pero fue para . Hasta ahí quedó.

Ustedes son testigos Jovian levantó la voz el monje dio el primer golpe.

Sus soldados murmuraban mientras asentían, pero a medida que la verdad creada se adhería a sus mentes, una voz aguardentosa interrumpió.

¡Paren la estupidez! Sin ese golpe estarían todos ustedes muertos . Agregó otro legionario herido, que sin un brazo se levantó.

¿Cómo se atreve a dirigirse a mi persona con tal falta de respeto? ¿¡Quién se cree?!

Barberado, prefecto del Colegio de la Fragua rugiente. Por el exabrupto me disculpo, pero mi único deber es mantener vivo a mi colegio, y como ya fallé, le aseguro que si el monje me hubiera salvado el trasero como lo hizo con ustedes, le estaría besando los malditos pies, en vez de jugar al abogado.

¡Está fuera de lugar sargento! Albin fue rápido en interponerse, pero su prefecto, sin hombres y brazo no tenía nada que perder.

¡Estoy viendo el muro señor! ¡Poco me importa el castigo de los nobles en este momento!

Si está tan cerca del Muro, más interesado debería de estar en no hacer más deudas para el momento de la transición respondió Yideana, quien apareció caminando, como si no hubiera saltado casi 30 metros de muerte para llegar a donde estaba.

Barberado era un hombre hosco que había sobrevivido a su boca porque tenía un talento para luchar, pero una cosa era fastidiar a un marqués, y otra muy diferente ser atrevido con una representante de las Divinas Hermanas, así que solo enmudeció.

Con mis ojos doy fe, de que vi a los mismos ogros que sepultaron a su colegio y mataron a los hermanos de armas de estos hombres, ser comandados por este monje. Por cualquiera que sea la razón, tal como lo tipificó la boca del mismísimo Lyonesse, eso es traición. Defiéndete

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recordando que sirves a la Hermana de mi Señora, hazte escuchar o concede en silencio tu crimen.

Albin levantó la mano y sin conocer el protocolo, pero sabiendo que en todo lo sucedido el monje no había dicho más de tres palabras intercedió:

Mi señora, yo soy testigo de todo cuanto sucedió. Ese monje salvó mi vida, la del prefecto y la de ustedes.

Te creo legionario, mas la gratitud que pueda sentir por mi vida, la de mis hombres, e incluso la de mi futuro esposo Jovian se saltó un latido del gusto es irrelevante, los crímenes no se atenúan, se pagan. Así que si el inculpado no pretende defenderse, procederé a dar la sentencia que Demerit dispone según su dicho, que es La Ley.

¡Yo supliqué piedad a los ogros! interrumpió Albin con la vergüenza en el rostro como me ignoraron, el monje llegó a mi rescate, venciendo a un grupo de cinco y asegurando mi rescate pues estaba secuestrado.

¿Asegurando? ¿Ejerció violencia para ese fin? . Preguntó Yideana extrañada de los peligros que eligió.

Sí, le digo que los venció.

Dijiste que venció a un grupo de cinco, pero que luego aseguró tu rescate ¿Mató a tu secuestrador?

Albin supo que no había una buena respuesta a esa pregunta así que solo indicó:

No tuvo que hacerlo, solo lo convenció. Negoció dirás.

Yideana se preparaba. El truco del vendaval era suficiente para saber que el monje era de cuidado, pero escuchar que venció a seis desarmado lo colocaba en un terreno que bien podría estar por encima de sus capacidades.

Descompuesto, Albin suplicó: Señora, todo es un malentendido, ya había logrado que me soltaran, pero otro ogro atacó al secuestrador, y a punto de matarlo, el monje intervino para evitarlo. El murmullo de todos los que escuchaban se hizo claro.

Defender a un ogro de otro ogro. Al margen del crimen que implica, es completamente inútil. Son seres violentos.

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Lo son. Por eso, donde nosotros podemos razonar circunstancias, ellos deben mostrar fuerza. Esa es la razón por la que el ogro me atacó al oponerme a que matara a su soldado, fue mi culpa su exabrupto, hubiera sido incorrecto arrebatar una vida que yo puse en peligro la voz del monje era calmada. Apropiada para la imagen que proyectaba.

¿Hay alguna parte en ese razonamiento donde se excuse de los cargos?

Precisamente por ese razonamiento tuvo cuidado de la palabra que usaría otro ogro al detener nuestra pelea, para no continuar el ciclo de violencia, y evitar matar a mi oponente, al muchacho o a mí, como estaría obligado a hacerlo para que los demás ogros lo entendieran. Ofreció una solución beneficiosa para todos Yideana se quedó muda. Su ceño se ensombreció de forma que cuando Jovian lo notó, salió inmediatamente a su auxilio.

Con todo respeto monje, ¿Puedes escucharte? Ogros que ofrecen soluciones. Ogros que negocian. Los ogros son bestias. Solo se puede esperar violencia de ellos ¿Qué pudo ofrecer? ¿Alguna piedra brillante que simboliza alguna tontería? ¿Por qué tomar cualquier cosa que pudiera ofrecer?

De hecho, ofreció ayudarnos a rescatar a un grupo atrapado en los escombros.

Todos los soldados callaron. Las implicaciones del monje negociando con los ogros, estos capaces de hacerlo y el hecho de que les deban la vida eran sencillamente demasiado potentes para ser ignoradas.

Es cierto gritó Albin no puedo entender lo que dijeron, pero me consta que los ogros pasaron a un lado, incluso, el líder me ayudó a levantar el cadáver que tenía aprisionado al sargento, y luego avanzamos con ellos hasta acá. Ignoro si es un delito ayudar a nuestros hermanos de esa manera, pero sí estuvo mal no pelear hasta la inescapable muerte y en cambio cooperar para salvarlos de una muerte espantosa como ser sepultados, por Narshe que al menos yo lo volvería a hacer.

El monje sonrió discretamente. Todos los demás, estaban divididos; pues si bien, lo incorrecto era evidente, la honestidad de Albin se los había ganado, y ya que habían salvado sus vidas, no se podía discutir el método. Pero

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Yideana no compartía su visión. Muda, trataba de evitar revelar sus pensamientos y emociones. Algo que el monje notó y respetó, pues lo que realmente le preocupaba es que si ella atacaba sin aviso, el instinto de supervivencia lo obligara a eliminarla para preservarse.

Los ogros atacaron primero. Su levantamiento mató hombres, mujeres y niños. Sangre y vileza. No se puede olvidar ni perdonar . Afirmó Yideana.

Se tiene que hacer. Los responsables están muertos. Aniquilados por el ejército más poderoso jamás conocido, y los intereses que lo lideran. Estos a los que asedian no son partidas de guerra, son ogros. Ese es el delito por el que se les persigue . Retó el monje.

Hubo sobrevivientes del ataque original, existen porque los monjes los protegieron . Reviró Yideana.

Protegeremos a cualquiera que clame piedad, siempre, porque para eso nos puso Narshe en el mundo suspiró antes de continuar y que la Diosa nos perdone porque no sabíamos el mal que les estábamos causando. Ya que desde entonces su opción es morir de hambre en sus tierras, o salir a conseguir alimento al mundo que los odia. Idiotas, violentos y hambrientos ¿Qué no haría cualquiera en ese desesperado estado?

¿Y por eso lo ogros, nos dejan ir? ¿Para qué no los persigamos? dudó Yideana con la cabeza fría.

Nadie más muere. Ellos no pueden estar en las montañas, regresarán a sus casas, y aprenderán a contenerse. Buscarán alimento donde no lo hacen aún. Les enseñaremos a cultivar, a cuidar animales el monje bajó un poco el tono de entusiasmo que se le comenzaba a desbordar Un paso a la vez.

¿Quién creerá esa posibilidad? la ordenada trataba de entender al monje, porque sus palabras le mostrarían como usaría sus puños es más, te pregunto, servidor de Narshe, ¿quién creerá sus palabras?

De momento me conformo con ustedes. Con eso me basto. Como dije, un paso a la vez.

Yideana endureció el ceño, todo estaba claro:

Si yo vuelvo a la Orden sin poder dar fe, de haber escuchado a un ogro producir un acuerdo, de establecer un plan, o una intención de cambiar sus modos, tan pronto me quiten mis votos y servicio, solicitarán una legión al Lyonesse, y bajo su comando destrozarán la montaña hasta

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que no quede un solo ogro. Monje, entiendo su postura, la admiro incluso, pero en este momento no puedes darte el lujo de dar pasos pequeños.

El monje guardó silencio. También Yideana porque el primero en hablar pondría en riesgo todo lo logrado. Así la voluntad de Concordia, fue Albin quien joven e ingenuo interrumpió.

Llévela señor. A ella, al sargento y al marqués. Solo puede ser voluntad de Concordia que los representantes de las instituciones religiosas, militares y políticas de la Alianza de Reyes estén aquí, ahora Demuestre lo que yo mismo dudo a pesar de haberlo visto. Este podría ser el primer paso para cambiar el papel de los ogros en un mundo que no los entiende le era obvio al joven que no estaba persuadiendo al monje, así que por la razón que sea, dijo la única cosa que sellaría el destino de todos llévelos señor, no se me ocurre un mayor acto de piedad que salvar a los ogros de la extinción y al mundo de la ignorancia.

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Piedad & Justicia: Capítulo V

El viaje a través de las montañas zodiaco fue demandante. El monje guiaba a la velocidad del grupo, pero la única con la capacidad de seguirle el paso de ser necesario era Yideana. El prefecto no dudó en acompañarlos a pesar de las heridas, pero temiendo morir por ellas, llevó a Albin para que pudiera dar testimonio de lo que sucediera. Y fue gracias a eso, que no se notó que la reducida velocidad del grupo era a causa del marqués.

El monje aún dudaba de lo que sucedería, pero tenía claro que este era el primer paso para algo mejor que seguir combatiendo muchos frentes. Tal como dijo, ya que el levantamiento de los ogros comenzó en las laderas de las montañas, las personas que huían aterradas pidieron la piedad de los monjes y estos salieron a combatir a los ogros. Pero cuando la Alianza de Reyes respondió, los grupos insurrectos fueron masacrados por la disciplina e inteligencia de las Legiones. En muchos sentidos, La Orden había sido la principal responsable de aquella victoria, pero también de la brutalidad ejercida, así que cuando llevaron la guerra a los grupos en huida, a los hogares de los ogros y donde quiera que los encontraran, estos también clamaron piedad, por lo que los monjes, se pusieron de su lado.

Al principio los monjes se bastaban de usar su presencia intimidante, su carácter mediador, su conocimiento para guiar grupos por rutas de escape o sencillamente entorpecer la marcha de las Legiones, evitando a toda costa la lucha de frente. Mas desde el inicio fue obvio que tarde que temprano las cosas saldrían mal, pero igual no había ninguna razón para dejar a los ogros a su suerte, por lo que los monjes se comprometieron a pelear del lado que los necesitaban. No había exageración en ello, pues los ogros estaban siendo exterminados.

Este monje en específico había tenido la oportunidad de platicar la situación con otros cofrades y parecía que todos estaban de acuerdo que La Orden se había propuesto no dejar a ninguno con vida. Una severidad desproporcionada a la justicia que predicaban, aunque tampoco inapropiada, pues muchos grupos ogros habían elevado el nivel de brutalidad natural de su especie. Cual fuera la situación, muchos monjes habían muerto en el campo peleando por el derecho a vivir de los brutos, mientras en la capital, los juegos de la política pretendían

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extinguir a la iglesia de Narshe, encontrando aliados solo en los druidas de Alma por su afinidad al servicio de la vida, y los menstat de Crysta por el pragmatismo que significaría un vacío de poder en la intrincada red de influencias en la Alianza de Reyes.

Al final no lo lograron, y eso que ningún monje se presentó a defender a su iglesia en las audiencias ante el Lyonesse, pues contrario a lo que todos piensan, solo hay una distinción entre un monje y otro; si es maestro, es decir, si enseña las técnicas y las filosofías que las mantienen vivas. Porque estudiantes todos son.

Como sea, ya estaba todo en marcha, y el monje sencillamente no sabía si hacía lo correcto, mas admitiendo que todo lo que seguía lo rebasaba, no perdió la oportunidad de charlar, pues raramente podía hacerlo: ¿Quiere que bajemos el paso, señoría? preguntó al marqués, quien se avergonzó sin contestar, pues no tuvo aliento para contestar de inmediato.

Señor es más apropiado, monje, señoría se reserva para aquellos en el circuito de justicia como mi pensó rápidamente prometida.

Me disculpo. No fui educado en los tratamientos nobiliarios, ¿me pregunto si debo seguir alguno para felicitar a la feliz pareja?

La ley es la marca de la sociedad. Y no es necesario seguir un protocolo, agradezco de antemano sus felicitaciones.

Les deseo lo mejor, Narshe les colme de bendiciones, y les entregue hijos solemnes y piadosos. Yideana, que tu mano sea tan justa como siempre pero piadosa en sus travesuras . Sonrió el monje.

Yideana respondió un “gracias” tan seco, que fue interrumpido por su prometido.

Por ejemplo, lo apropiado es que se dirija a ella como su señoría.

Nuevamente me disculpo. La trato como la prima que es, pues al fin somos hijos de nuestras Divinas Madres que son hermanas entre ellas.

El marqués hubiera querido contravenir, pero sabía muy poco sobre los monjes, excepto que eran máquinas de guerra que por algún motivo no querían pelear.

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Nosotros no nos vemos como hijos de Demerit. La Orden es sólo una herramienta, un arma afilada para hacer su voluntad.

¿Eso eres, solo un arma?

Orgullosamente, no necesito ser más. Damos nuestro juicio cuando se nos indica hacerlo y solo bajo las reglas que nos dieron, no somos tan afortunados como “otros” para darnos el lujo de aspirar a la vanidad de “tomar partido”.

¿Cómo sabes qué haces su voluntad? preguntó el monje sin mirarla.

Demerit nos dijo que observemos La Ley, así lo hacemos. Al margen de nuestros sentimientos u opiniones, mientras lo hagamos, hacemos su voluntad.

El monje echó la cabeza para atrás pensando lo que estaba por decir:

Marqués, señor, usted sabe de leyes ¿qué futuro le espera a los ogros según las vigentes?

El que se buscaron. Las leyes pueden ser duras pero así es la ley.

¿Existe alguna forma de cambiar ese futuro?

El marqués sabía que contestar, pero primero pensó la respuesta que le agradaría más a su prometida . Habiendo reflexionado su respuesta contestó con seguridad.

Las leyes las dictan los hombres según un orden natural y mayor que es La Ley, como tal, aquello que deviene de La Ley es inmutable y perfecto, pero las leyes que surgen de ella sí varían, porque los hombres las hacen, y como no son eternos, los tiempos de su sociedad cambian. Así que sí, todo sería diferente, si los ogros fueran capaces de apegarse a las leyes.

Es una respuesta complicada para un ogro. Déjeme entenderlo; ¿El apego a qué leyes podría cambiar el futuro de los ogros?

Yideana se distrajo de sus procesos mentales para escuchar esa respuesta. Hasta este momento todo lo que había escuchado del marqués le gustaba, pero esa respuesta era una que ella misma no estaba segura que podría responder.

Sí se rindieran, y se presentaran ante las autoridades, podrían ser procesados según la Ley.

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¿Conoce usted alguna autoridad que viendo a un contingente de ogros acercándose, no daría la alarma de ataque y formaría a sus ejércitos antes de siquiera ponderar la posibilidad de comunicarse con ellos? Porque a mí se me ocurre uno se interrumpió mientras miraba a Yideana ¿Concediendo el derecho que tienen de juzgar sumariamente, porque La Ley se los confiere, habría un Ordenado que en cambio permitiera un proceso, un juicio que separara al ogro de su naturaleza, y evaluara sus acciones como individuo?

El marqués estaba por intervenir, cuando Yideana decidió hacerlo.

Los ogros no son individuos. No tienen nombre, su organización ni siquiera es una tribu, son erráticos y violentos por naturaleza. No es una percepción personal. Los menstat tienen estudios formales de su espantoso origen y sus crueles costumbres. Son peligrosos.

La vida es peligrosa Yideana levantó la voz el monje como representante de ella . Pero si temes a la espina, jamás te alimentarás del fruto, es por eso ejercemos la piedad; porque que tengas el poder de matar, no implica que debas usarlo...

Yideana tomó un respiro. Quería evitar admitir que le gustaba lo que pensaba y decía este monje, tan diametralmente diferente a lo que creía, y sin embargo, tan… sanador. Así que, se detuvo y trató de salvar la vida del monje.

Servidor de Narshe. Has estado cerca de ellos, y seguramente has aprendido cosas que los estudiosos en sus torres no pueden entender, pero debes admitir que un cocodrilo sacado del campo y llevado a la ciudad, sigue siendo un cocodrilo. La realidad es que lo que has logrado ver, lo que te han dejado ver, se basa en que te temen. Aquello a lo que no temen, lo destruyen. Son peones demasiado peligrosos para dejarlos... pausó libres.

Vivos. El problema no es que estén libres, es que están vivos ¿por qué? Te lo ruego, mi querida Yideana, ¿por qué quieren exterminarlos? solicitó humilde pero retador.

La ordenada no podía responder la pregunta, sus juramentos de obediencia se lo impedían, pero necesitaba decirlo, necesitaba salvar la vida de este monje.

Están siendo usados… por entidades terribles.

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La Causa Holtz. La conozco, pero no puedes poner la vida de miles, en teorías de cazadores paranormales extintos hace milenios.

La conoces, pero no la entiendes. Ya no es una teoría, los milenios que repudias hacen que las señas sean claras, sus acciones obedecen a lo descrito… son peligrosos.

Los quieren usar como herramientas… jamás una espada ha cobrado una vida por sí misma. Depende de quien la blande, no puedes culpar al filo por la perfidia de su portador sonrió el monje al darle la opción de ser más que una espada.

Yideana perdió los estribos. Pero antes de que sucediera cualquier cosa, su prometido salió al rescate.

Monje, el debate es ocioso, produce un ogro que entienda y aplique las leyes, y yo mismo lo presentaré ante Toscana. Lo juro por mi futura esposa aquí presente.

El monje miró a un lado. El sargento era pragmático, no tenía que creer nada, verlo le bastaría para creerlo. Albin por su parte, a pesar del exabrupto estaba emocionado de haber escuchado el debate, era un joven prometedor, con la rara habilidad de escuchar y no engañarse con sus propios prejuicios. La posibilidad de que más que escuchar, haya aprendido, le daba consuelo al monje pues dotaba a toda esta ordalía de un poco de posibilidad. Solo restaba la parte difícil, convencer a este bruto.

El monje se volteó y hablando con la garganta conversó en el misterioso lenguaje de los ogros. Sus acompañantes se exaltaron, pero tanto la ordenada como el prefecto, se armaron listos para la batalla, pues estaban rodeados

Entre las piedras apareció el ogro rapado de largos bigotes. Sus ojos negros dejaban ver un destello dorado que distraía de su malvada sonrisa.

¿Es su líder? preguntó Yideana, pero el monje no contestó, solo continuó una conversación imposible.

El ogro hablaba con los otros ogros escondidos entre el paraje rocoso, todos armados con lanzas y hachas rudimentarias hechas de piedra. El concepto más peligroso visto hasta la fecha.

El monje y el ogro siguieron intercambiando palabras, mas no se requería conocer el idioma para saber

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en que terminaría la conversación, así que no pudiendo cambiar lo inevitable, el monje les dijo a sus compañeros.

Tendré que pelear. Mantengan una posición defensiva, no se preocupen por mí. Sé que no será fácil, pero no los maten. Tenemos una oportunidad de parar esto, pero no podremos intentarlo si comenzamos derramando sangre.

Pero señor, ese ogro es con el que empató la vez pasada, si lo agarran entre todos Albin no terminó.

Sobreviviré contestó el monje mientras oraba a Narshe por fuerza para contenerse cuando las cosas se complicaran ¡Por favor, no los maten!

Es una necedad, ¿por qué quieres salvar a los que te quieren muerto? . Inquirió el marqués mientras preparaba la saeta en su ballesta.

Porque son solo un grupo. Porque no hablan por todos. Porque como ustedes, temen lo que podemos lograr, pero mientras que ustedes pueden elegir a pesar del temor, cuando temen…

El ogro de largos bigotes gruñó, exaltando a sus hombres que comenzaron a avanzar.

Podemos salvar al mundo de nosotros mismos. Solo tenemos que mantenernos piadosos terminó el monje justo en el momento que el jefe ogro lanzó un enorme tronco afilado.

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Piedad & Justicia: Capítulo VI

El tronco afilado voló contra el monje, quien pateó la punta, cambiando su trayectoria, para con ambos puños regresarlo de lado. El jefe lo recibió con el hombro porque no tenía la técnica para hacer algo diferente, aunque si la fuerza para destrozarlo. Uno de los ogros con lanza atacó al monje. Era demasiado lento así que el servidor de Narshe lo esquivó y empujó. Dando un paso atrás para esquivar el hacha de otro y evitar el embiste de un tercero.

El monje los ignoró, porque prefirió prepararse para recibir al jefe que le cayó del cielo buscando aplastarlo. El movimiento del maestro marcial fue tan veloz, que usó esa misma fuerza para lanzarlo hacia atrás. Logrando muy poco, pero acobardado a los otros ogros que presenciaron a su jefe caer de espaldas, lanzado por un oponente de la mitad de su tamaño.

El jefe se incorporó rápidamente lanzándose contra los acompañantes del monje. Yideana sabía que podía perforarle la garganta sin problema, lo que no implicaba matarlo, pero prefirió echar a los demás para atrás y esperar para ver como el monje lo golpeaba por la espalda, derribándolo. Un instante después se barrió para derribar a otro ogro que cargaba contra ellos.

El jefe levantó la cabeza con un hilo de sangre. Le quedó claro que Yideana no le tenía miedo, pero el joven Albin sí, así que se fue contra él.

El monje gateó unos metros para escaparse de los otros ogros e irse contra el jefe. Pero este se detuvo en seco y al esquivarlo, pudo aplastarlo con su pie. Yideana, al ver al monje ser abatido. Tomó su espada y atacó directo al cuello. El monje se reincorporó inmediatamente, bloqueado el ataque al capturar el mortal acero con las palmas de sus manos. La ordenada estaba sorprendida, no solo de la habilidad del monje, sino también de su estupidez, porque por un momento pareció que el ogro anticipó el suceso, golpeando ambos costados con sus masivos puños.

Cuando el monje cayó casi fulminado. Yideana, llevó su mano de atrás para adelante, y mostrando su palma expulsó al jefe unos metros contra los ogros que llegaban, derribando a varios. Luego saltó varios metros hacia ellos y girando el acero hizo varios cortes. Pudieron

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ser las cabezas de los ogros, pero en cambio fue sobre las maderas y sogas de sus armas, desarmándolos.

Un ogro tomó una enorme roca y la puso sobre su cabeza, listo para lanzarla. Sin aviso, el prefecto, tomó su hacha de mano y la lanzó a su codo, que por el músculo cortado se dobló precipitando el pedazo de tierra contra su cabeza. El monje gritó pues estaba demasiado lejos para hacer nada. Sin embargo, la roca que seguramente hubiera destrozado el cráneo del bruto contra el suelo se quedó flotando por la gracia de Demerit en manos de Yideana.

Un ogro comenzó a girar aterrado ante el espectáculo, al igual que otros dos, que al estar desarmados habían perdido las ganas de pelear. Aunque la ordenada tenía el control de la roca flotando, no se había decidido en lanzarla fuera de la batalla, pues con ella podría detener a varios, aunque no estaba segura si sería parcial o permanentemente. Al jefe no le importó, tomó el hacha de piedra de uno de sus guerreros y la lanzó contra Yideana, quien, la esquivó saltando en los aires. El jefe empujó a uno de sus ogros contra ella, y sin problema, la ordenada rebotó en el aire, evitando al enemigo, así como la patada con la que el jefe intentó recibirla.

Al caer, cortó al jefe en el brazo, pero al no ser un golpe letal, este lo ignoró intentando aplastar con la pierna a la ágil guerrera. Ella volvió a volar, pero esta vez el ogro demostró su cegadora velocidad al capturarla de la larga capa, aprovechando para estrellarla contra el suelo.

El golpe fue tan fuerte que la desorientó. Así que aprovechó la capa para volverla a levantar y azotarla. Buscando proteger a su prometida, el marqués disparó su ballesta a la cabeza del jefe, pero el ogro recibió la saeta en la palma perforando la mano y pegándosela al cráneo. Albin apenas alcanzó a derribar al noble para que un ogro no lo impactara.

Barberado como sargento curtido que era, se lanzó contra el ogro apuntado a sus costillas con el hombro. A pesar de que le doblaba el tamaño, el prefecto consiguió derribarlo, golpeándolo con una pequeña maza varias veces por detrás de la cabeza. Aunque otro ogro se acercaba para tomarlo, el sargento prefirió seguir golpeando para al menos reducir a uno. Antes de que el refuerzo llegara, Albin lo recibió con la lanza, y el marqués se sumó al esfuerzo de detenerlo. Momentáneamente obstaculizado por la lanza,

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Barberado aprovechó para golpearle la cabeza un par de veces con la maza.

En teoría quería evitar matarlos. Pero con los tres derribando a uno, y otros tres acercándose, no podían darse el lujo de pensarlo demasiado. Nunca llegaron. De pronto el monje saltó de izquierda a derecha moviendo los pies, y los tres ogros cayeron pateados. Tras lo que el monje gritó, y por primera vez se puso en posición de combate.

Los ogros se asustaron dando un paso para atrás. Pero el jefe se despegó la mano dejando la punta de la saeta en el cráneo. Inflando su pecho les dijo en su lengua burda que aquel que no peleara lo mataría.

Los ogros dudaron la amenaza, así que el jefe decidió ejecutar a Yideana, pero solo tenía la capa, porque ella se deslizó por debajo de sus piernas y habiendo una forma infalible de matarlo al clavarle la saeta en él cerebro, optó por expulsarlo con la mano invisible de Demerit.

El jefe mordió el polvo varios metros. Ante la duda, el monje dio un grito, y comenzó una kata que terminó en un golpe contra una enorme piedra. Los ogros se detuvieron ante la demostración, pero al ver que nada sucedía reanudaron su avance, así que debe ser fácil imaginar cómo su valor se quebró cuando la piedra impactada, estalló. Tal era el poder del monje, que podía manipular la fuerza de sus golpes, y comandarlos para hacer lo imposible sobre la piedra, si ese era su dominio sobre lo inerte, su poder sobre el cuerpo debería ser aterrador.

Los ogros se detuvieron. Solo el jefe se levantó, porque sabía que a menos que lograra una victoria, sus guerreros no enfrentarían al monje. Sus opciones eran sencillas; Yideana era una combatiente apenas menos poderosa que el monje, pero ella sí atacaba para matar, el monje no, pero claro, era un oponente mucho más peligroso.

Estaba decidiendo a quien atacar, cuando divisó más ogros a su alrededor. Traían armas rústicas, pero se habían abstenido de participar, solo esperaban en silencio, hasta que uno de ellos, fornido y alto, pero de facciones menos deformes excepto por el tamaño, se bajó hablando en una lengua que no se sabía, podían entender, menos usar:

Les solicité… no lucha hasta escape… desobedecieron. Les dije, monje amigo. Traicionaron . Los ogros del jefe que lo escucharon, mostraron disgusto porque

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les hablara en lengua de humanos, pero el líder no la cambió, porque sabía que no necesitaban conocer las palabras para entender lo que reclamaba. Así que mirando a todos, continuó ¿Qué castigo merecer?

Los ogros se lamentaron, pero el jefe se irguió rugiendo en su lengua, algún reclamo. Mas el líder no perdió la compostura. En lengua de hombres continuó: Atacar oficiales del QuarNaTor. Tú ser arrestado.

Lo que respondió el jefe no fue entendible, y sin embargo los presentes captaron algo sobre que el líder vende a su pueblo. Tras eso, el jefe gritó "Vaprak" y sus ogros entraron en un frenesí violento.

Yideana esquivó un intento de capturarla poniendo su invisible muralla invicta, lo que le costó varios dedos rotos y la quijada a su atacante. Luego, con el giro del acero cortó un pedazo de la oreja de otro, y el único que no entendió su regalo de vida, fue aplastado por una fuerza invisible, que luego lo lanzó contra otro.

El jefe y el líder avanzaron uno contra el otro despacio, los hombres del líder no se movieron, pero los del jefe avanzaron. El primero no vio llegar al monje clavando ambos pies sobre su costado, el segundo creyó que agarrar al monje fue su ventaja, cuando este utilizó la presa para lanzarlo fuera del área. No pretendía intervenir, así que solo comenzó a rodearlos, evitando que cualquier otro pudiera intervenir, porque todo se decidía ahora, al averiguar si el instinto asesino que el líder sentía y le convenía, podía reprimirse.

El líder y el jefe se fueron a puñetazos. Carecían de técnica, pero los impactos de carne contra carne dejaban claro el nivel de fuerza usada. Por su parte, el monje derribó a un ogro que no entendió el no acercarse, y luego intimidó a otro, quien idiota pero no estúpido, no volvió a intentar avanzar.

Al mismo tiempo el joven legionario, el prefecto y el marqués avanzaron sin engancharse hasta Yideana, quien observaba todo, tratando de conciliar lo que veía, lo que pensaba y lo que sentía. Pues frente a ella estaba la peor pesadilla de La Orden; ogros disciplinados liderados por alguien que comprendía el terreno de juego. Sin saberlo el monje había creado un enemigo poderosísimo, estaba a tener un nombre y morir de convertirse en un símbolo que unificara a los potentes brutos. Ahora, todo dependía de

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ella, y había mantenido la compostura, así que todo estaba bien, solo necesitaba un poco de ayuda.

Yideana se acercó al esposo cuyo nombre no conocía. Le pidió su regalo de bodas al oído, y él, después de admirarla, desearla y quererla, se lo hubiera negado de no ser porque lo solicitó con un beso.

El jefe era más grande y fuerte. Se notaba, pero a medida que intercambiaban golpes haciendo evidente la ventaja de la fuerza y la resistencia, el líder cambió de táctica, mostrando movimientos aprendidos del monje, así que, empujando y esquivando, pronto comenzó a controlar a su adversario.

El líder sabía que debía vencerlo indiscutiblemente para tener la razón entre su pueblo, pero el monje le enseñó a usar su cuerpo como arma, no para matar, sino para vencer al instinto de hacerlo. Para un monje todo se reducía a eso; aprender a matar para decidir no hacerlo.

Sin embargo, los ogros exhibían sentimientos encontrados. Por un lado admiraban al líder por hacer uso de aquellas técnicas que parecían imposibles para ellos, por el otro, las consideraban una desventaja injusta, una especie de trampa. Los ogros rugieron a unos y estos respondieron. El cisma era evidente, así que la sangre estaba por derramarse cuando el monje rugió, levantando su espíritu de combate de forma que todos los presentes lo veían como un gigante y ninguno tuvo el valor de enfrentarle.

Entonces el jefe se lanzó golpeando al líder salvajemente, y este, en un exabrupto aprovechó para hacerle un candado con las piernas. El jefe luchó en vano, pero su potencia le permitía seguir forcejando, porque a menos que el líder le rompiera el cuello, él no se desmayaría.

En ese momento, Yideana tomó una decisión que cambiaría la historia. Con una sonrisa acomodó la espada de su futuro esposo en el cinturón de este, para virar, caminando lentamente como el depredador que era. Luego, con su fino acero relajado en sus manos, avanzó con un hoyo en el estómago, pensando en lo que diría.

¿Tiene nombre? le preguntó al gigantesco monje, pero inmediatamente se corrigió disculpa, ¿tienes nombre? preguntó al ogro que vencía al otro.

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El líder ogro estaba furioso. Así que le costó trabajo traducir, pero finalmente agitó la cabeza en señal de que no tenía.

Puedes matarlo... aclaró ella sin mirar al monje no es un ciudadano de la Alianza de Reyes No tiene juramento, nombre y no conoce ley alguna. Sí lo matas, ninguno de los presentes, incluida yo, puede recriminarte nada.

El jefe trató de alcanzar a Yideana, y el líder tuvo que apretarlo más para evitarlo.

¿Te sería más fácil si lo declaro legal? Es un asesino. Está en mí poder darte veredicto para la ejecución . La verdadera belleza de la ordenada se mostraba en la frialdad con la que se conducía.

El líder movió los ojos para encontrar consejo del monje, pero solo vio una figura atemorizante, furiosa con la ordenada.

Hazlo. Mátalo. Por el delito de organización delictiva, sedición y homicidio injustificado. Hazlo. No es ciudadano, pero sí es enemigo de la Alianza de Reyes. En nombre de Demerit, La Ley dicta la muerte del responsable.

El líder enfureció espontáneamente. Pero tras pensarlo un momento, gritó, soltando a su oponente vencido Tardó un momento en arrodillarse, pero relajando su ceño, levantando sus brazos y aceptando su vida, agregó:

Si ley buscar responsable, yo líder. Yo responsable de todos ogros. Yo someterme a juicio de tu Diosa no piadosa.

Listo, tal como lo planeó Yideana lo había logrado. Solo debía confirmarlo con un veredicto y el monje no podría intervenir en matarlo para cumplir la voluntad de La Orden. Pero a pesar de sus votos de obediencia, a quien Yideana buscaba complacer era a Demerit, así que bajó la cabeza y con los labios dio la señal al marqués. Este, con la ballesta lista y contra todo instinto, por amor y con mucha más voluntad de la que cualquiera podría concederle, apuntó contra el monje y disparó.

El monje vio venir la veloz saeta, pero también vio el acero en la mano de Yideana girar velozmente, así que debiendo escoger, entre su vida y la del líder, decidió recibir la saeta en el pecho, para poder patear la mano de Yideana y desarmarla.

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Cuando la espada del marqués voló de su funda a la mano de la ordenada ascendiendo en un salto. El líder ogro apenas pudo reaccionar y su vida solo se salvó porque el monje destrozó el acero de un golpe antes de que Yideana terminara su ascenso. No importó, no iba por el arma, la ordenada solo giró en el aire, y por la justicia de Demerit de sus manos nació una espada de luz sólida que descendió a la cabeza del oponente que La Orden le hizo jurar asesinar. No había nada que hacer. Aunque como vil asesina, la justicia sería servida. Así que cuando el monje se irguió, Yideana se preparó para ver si podía lograr lo imposible.

Así fue. El monje capturó la luz con las palmas de las manos tal como lo había hecho con el acero. Sin duda su conocimiento sobre Narshe era amplio, pues semejante milagro sería imposible para cualquier monje, maestro o no, sin embargo, la ordenada lo sospechó, así que con un pensamiento desvaneció su espada de luz, girando nuevamente en el aire para pasar por un costado del monje, y ahí, sin su poderosa postura volver a materializar su espada luminosa para eviscerar al líder ogro ahora que el monje nada podía hacer excepto…

Con el ceño sombrío, el monje giró el brazo, y golpeó a Yideana en el pecho matándola instantáneamente El marqués se acercó corriendo hacia la ordenada para confirmar lo obvio, su corazón había dejado de latir. Tanto Albin como el prefecto, se quedaron estupefactos, igual que todo ogro, incluido el líder.

¿Por qué? Preguntó el líder confundido y aterrado.

Con el brazo aun temblando por la maniobra. El monje le explicó a su pupilo: Desde el principio planeó asesinarte. Nunca tuvo la intención de hablar contigo… hasta que habló contigo. Luego fue asesinada por mí, después de atraerla hacia la trampa. Porque sabía lo hábil y preparada que era, te usé de distracción para abrir su defensa.

¡No cierto!

Así fue, aquí están los testigos; marqués, ¿quién mató a su prometida? el pobre hombre no podía ni hablar de la pena Albin, ¿cómo se veía el monje? preguntó el muchacho con su aura aún encendida.

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Como un gigante aterrorizador sediento de sangre . Contestó el joven con los ojos a punto de romper el llanto.

¡Prefecto! ¿Por qué no se aprendió al asesino? . Inquirió el monje.

El sargento solo repitió en voz baja lo que el monje le dijo al líder.

Porque después de ordenarle que se rindiera, se resistió.

Cara a cara, el monje interpeló al ogro. ¿Tienes algo que decir? los ojos del monje se clavaron en los del líder.

No funcionar . Contestó el líder sobrecogido.

Lo harás funcionar. No hay habrá otra oportunidad.

No poder.

Aprendiste a luchar, aprendiste nuestra lengua. Te van a arrestar. Aprovecha para repasar las lecciones, cuando leas podrás intentar entender las leyes.

Es no posible . Tartamudeó el ogro.

Como cualquier viaje cuando se piensa, y como todos comienza con un paso y se continúa un paso a la vez sonrió cálidamente el ogro . Es hora, ¿Tienes algo que decir?

El ogro cerró sus ojos. Lo que intentaba era agotador, pero necesario:

Cometer el delito de organizar delitos, se, se "sedición" completó el monje sedición y homicidiar sin justificación, La Ley dicta muerte, yo le tembló la quijada yo llevarte ante ella.

El monje sonrió, y sin aviso, con su impresionante velocidad, como última lección, giró las manos, dio un paso atrás y luego avanzó marcando un golpe en el pecho para empujar a un oponente y aturdirlo sin matarlo. El ogro entendió la lección, y con lágrimas en los ojos, como el buen alumno que era, y el futuro entre sus manos, preguntó:

Nunca decir tú como llamar.

Un monje no necesita nada, ni siquiera que lo recuerden. Pero Gangeyes siempre me gustó, Narshe perdone una frivolidad tragó saliva una última vez ¿aprendiste el movimiento? el ogro asintió lentamente por

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el bien de su pueblo muéstrame . Solicitó el orgulloso maestro.

El ogro giró los brazos, dio un paso para atrás, y lanzó las manos. Perfectamente ejecutado, el monje fue expulsado hacia atrás sin sentir la muerte, pues la saeta se enterró en su corazón.

Lo que sucedió a continuación es historia.

El Marqués Leto de Jovian y el prefecto Barberado, tuvieron que repeler muchas alarmas por cada condado o maca que cruzaron para presentar a Gangeyes, el ogro que arrestó y eliminó a un monje depravado que había comandado las incursiones recientes.

Ambos tuvieron que pasar desvelos evitando que los hermanos de La Orden asesinaran al ogro, y este se mantuvo en silencio, tranquilo, aprendiendo.

El marqués le enseñó a leer y le dio textos jurídicos. Fue un maestro excepcional. La Orden le ofreció tanta tierra que pudo llamarse Rey en adelante, pero sin pensarlo, rechazó cada ofrecimiento.

El prefecto adoptó legalmente al joven legionario, se propuso convertirlo en un hombre y no la herramienta que había forjado en su fragua rugiente.

Antes de separarse, cuando Albin le preguntó al marqués porque siguió el plan del asesino de su prometida, aquel contestó que de regalo de bodas, su amada le había pedido que matara al monje, pero que si no lo lograba. Lo ayudara en todo lo que dispusiera. No iba faltar a tan importante promesa

Tras meses de combate legal que estremeció los cimientos de la Alianza de Reyes, Gangeyes fue presentado ante el Lyonesse, y su erudición legal, causó tal sorpresa que el Rey de Reyes lo vio como un peligro, por lo que, siempre apegado a la ley, ordenó que La Orden y las Legiones dejaran a los ogros en paz, pues tomando juramento de vasallo de Gangeyes, le ordenó regresar a su pueblo, reclutar a sus hermanos, y encargarse de los rebeldes entre su pueblo.

El castigo resultó peor que la absolución. Mas Gangeyes no se quejó, tomó la oportunidad de salvar a su pueblo y honrar las vidas que se sacrificaron para ello.

Sobre el prefecto se puede decir que vivió una buena vida. Los colegios que entrenó fueron de guerreros, no soldados. Por su parte a su regreso de las cortes, en su

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casa lo esperaba una mujer hermosa, nadie en la marca supo quién era, excepto que era fiel a Demerit y había vivido entre los gnomos en las montañas, más a pesar de que ella preguntó su nombre, comprobando que no lo conocía, Leto la recibió como si fuera un milagro. Como si la piedad pudiera burlar a la muerte con un golpe bien dado Se desposaron casi inmediatamente, formaron una gran familia y cuidaron su marca hasta que se fueron llamados servir al siguiente Lyonesse como asesores.

Pasarían muchos años de violentas pugnas entre ogros, pero en el primer año de mandato del siguiente Lyonesse, pese el consejo de La Orden que aseguraba los ogros estaban llamando a una deidad demoniaca, este detuvo la guerra contra los ogros, creó reservaciones en las que los ogros salvajes pudieran trabajar las canteras por alimento digno, y otorgó a cualquier ogro que tomara juramento por escrito, las protecciones de La Ley, para que finalmente; la justicia y la piedad largamente adeudadas, fueran servidas.

Piedad & Justicia: Manuscrito; Quinta Era de la Conquista. Firmado de puño y letra por Albin Lyonesse.

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Módulo A: Las Razas

Los ogros

Creaturas humanoides que miden entre tres y cuatro metros, pesando entre doscientos y trescientos kilogramos en promedio. Sus rasgos generales asemejan los del hombre excepto por notorias deformaciones asimétricas. Estas deformidades, suelen ser una ventaja, pues sus miembros largos son potentes, mientras que los rasgos agigantados proveen mejores capacidades sensoriales, y el mismo grosor desmedido en su piel y cráneo, responsables de su mórbida apariencia, proveen una excelente protección.

Fisiológicamente, todos sus órganos internos son de mayor tamaño; todos ellos en constante y destructiva competencia, siendo el menos deforme apenas capaz de proveer lo necesario para el funcionamiento de los demás, por lo que sus breves y violentas vidas, obedecen en mayor medida a una incapacidad natural de envejecer, muriendo al menor mal funcionamiento de alguno de sus órganos alrededor de los treinta años. Sin duda el caso más triste de su errática biología es el del cerebro, el cual, creciendo más allá del espacio disponible en el de por si grueso cráneo, se estrella con este, causándoles un daño que se percibe como retraso mental y que es de hecho responsable de su limitada capacidad intelectual.

A pesar de ser una raza biológica según la clasificación druida de la vida. No ha habido manera de probar sus orígenes. Sabios de más allá del centro han declarado como consenso que la raza fue creada de métodos no biológicos por los gigantes, de la misma manera que estos provienen de una raza mítica y titánica llamada los grigantes, creados a su vez por el Padre-deTodo-Material. Sin embargo, los mejores intentos de trazar su linaje se detienen en seco, porque los primeros ogros simétricos, capaces de pasar alguna tradición oral, aparecieron hasta la Quinta Era. Por lo que antes de ese momento, solo hay recuentos orales de disputable calidad, y las pretensiones que el Culto a Vaprak trata de pasar por verdades; que "El Destructor" los creó de su sangre para derramar la de los demás.

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Sin embargo, el hecho de que ningún recuento de la Primera Era los menciona, implica que no llegaron del agua como casi todos los demás. Y ya que sí se le menciona en la Segunda Era, apareciendo en las montañas zodiaco, se toma como verdad que fue voluntad de Concordia que pisaran las tierras de sus Divinas Hijas, probablemente como grotesco recordatorio de que la gracia que disfruta el hombre a la cabeza de la Alianza de Reyes puede terminar, de manera espantosa.

Los ogros simétricos comenzaron a aparecer en la Quinta Era, tanto Gangeyes como Vak-eljefe, los dos grandes contendientes de lo que sería el futuro de su pueblo, fueron simétricos, lo que significó todas las ventajas del cuerpo potente, con una inteligencia avanzada para su raza, y la nada despreciable apariencia humana; pues esta producía un sentimiento afín de sometimiento en las razas ya dominadas por el hombre y para la raza dominante, una familiaridad que apelaba a su narcisismo, por lo que tratando de despreciarlos como humanos de segunda, los convirtieron en vasallos, asimilándolos sin saberlo dentro de su cultura.

Los ogros a través de las Edades

Históricamente, el papel de los ogros fue el de una peligrosa molestia, un cocodrilo en el rio que morderá a alguien de vez en cuando, pero que seguramente se comerá al que trate de remediarlo. Aunque físicamente potentes, con excepción de los hombres de Graso en La Excelentísima pero Lamentable Tragedia de la Alianza de Reyes (5taE), hasta la Sexta Era nunca exhibieron capacidad de pelea organizada, por lo que jamás fueron rival de cuidado para los actores relevantes de cada época.

La Llegada (1eraE)

No hay recuentos de los ogros por parte de ninguno de los pueblos sobrevivientes. Aunque las razas más antiguas, ya hacían mención de ellos en sus hogares originales, como es el caso de los elfos respecto del ogro azul.

El Caos (2ndaE)

Aparecen en el QuarNaTor los primeros recuentos de su existencia como seres sumamente peligrosos, usualmente

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mostrando su monstruosa fuerza en solitario. En las crónicas de las Estepas Rojas, los yakiris relatan que los ogros servían a los gigantes que participaron en los combates, lo que popularizó la idea de que fueron creados por ellos, aunque bien pudieron estar sencillamente coaccionados bajo su mando.

El fuego y la sangre (3eraE)

Pelearon contra la humanidad en contingentes bajo el mando de los gigantes, lo que los supuso una amenaza equiparable con la de los tengus y los centauros, pero fueron neutralizados cuando perdieron miles contra la Corporación de las Sombras, lo que visto en retrospectiva, fue lo más piadoso, pues a los tengus los aniquilaron Altel y sus paladines errantes, y lo que Lyonesse les hizo a los Centauros fue mucho peor.

Cabe destacar que la última mención de los gigantes es precisamente cuando comienza a popularizarse la historia de la heroína que vino del agua; la llegada de Lyonesse supone el abandono de los ogros por parte de sus gigantes patrones.

La Oscura (4taE)

Los ogros fueron algunas de las muchas pesadillas en la oscuridad. Aunque trabajando en solitario, fue la primera vez que además de brutales eran sanguinarios, valiéndose de ese terror para causar daño en las poblaciones. Más tarde se sabría que este cambio representa la introducción del Culto a Vaprak a la raza y cuyas promesas se harían realidad en la siguiente Era, pero no sin antes ser completamente sometidos y rebajados a esclavos sin derecho por La Orden de Demerit.

La Conquista (5taE)

Antes de La Excelentísima pero Lamentable Tragedia de la Alianza de Reyes, un ogro simétrico de nombre Gangeyes detiene y entrega a un monje depravado por asesinato, poniendo a todo el sistema a prueba. El Lyonesse Gelvar, lo comisionó para que fueran sus ogros los que se encargaran de todas las amenazas de su gente. Un asunto truculento que no cambiaría hasta que el Lyonesse Albin lo detendría, ofreciéndole la protección de la Ley a aquellos que pudieran y quisieran jurar lealtad.

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Dos Coronas después, Graso se volvería a rebelar como parte de un trato cruzado con el Emperador Guimoallar de Guile y Eviscerator, el ogro azul. Aunque culpables de traición, la palabra del Gran Maestre Paladín; Altel Tadros, fue suficiente para que el Lyonesse Avallach ignorara la traición, no sin olvidarlo, pues durante las conquistas los puso al frente de muchas de las más encarnizadas batallas.

La Gloria (6taE)

Vieron su mejor momento, pues no solo Vale'Rei Lyonesse finalmente los liberó de la esclavitud y les permitió formar la primera baronía bajo Ergida, sino que también la tomó como esposa para avanzar la causa de los ogros.

La Roja (7maE)

Los ogros alcanzaron la estabilidad en el poder, luchando contra la Reina Roja, mientras sus parientes asimétricos eran absorbidos por los ogros de las tierras de la mañana, convirtiéndolos en la peligrosa pesadilla que no volverían dejar de ser. Pues para la Alianza de Reyes finalmente los ogros se habían convertido en dos temibles males; los poderosos ogros hechiceros capaces de blandir la magia sanguínea del mañana, y los ejércitos organizados de los nacientes Reinos Og’rei.

La Reconquista (8vaE)

Esta época de tumultuoso conflicto tiene a los ogros en su centro, por un lado el más poderoso Reino humano, fue dedicado por su reina, Rita Eviscerator, a el ogro mago, y por el otro, los Reinos Og’rei que se entregan a Vale’Rei, la Diosa que los liberó.

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Ogros

Los ogros sufren deformaciones asimétricas, por lo que alguno de sus miembros puede exhibir capacidades épicas.

La Fuerza o Constitución que supere los 16 en un ogro, le permite al jugador bajo las reglas de Valor y victoria, elegir un miembro concreto y considerarla épica. El jugador, al hacer uso de ese miembro, puede obviar cualquier tirada (a excepción del combate) que requiera una prueba, considerándola automáticamente un éxito, o lanzar para lograr algo fuera de las posibilidades.

Si un personaje tiene 16 en fuerza, puede elegir el brazo derecho como épico. Al usar ese brazo, cualquier tirada necesaria se considera superada, sin embargo, una dificultad que requeriría lanzar mitad de característica, se tiraría normal, reservando la media para proezas épicas.

Ogros asimétricos

Cualquier ogro del QuarNaTor que no sea otro tipo de ogro.

Fuerza +2 Son esclavos e incivilizados.

Carisma -2 AC base 11 por el tamaño.

Inteligencia -4 Fuerza brutal: +2 al daño. Tras recibir daño, en 1,2y3 en d20, lo ignoran. Sin importar el nivel que suban, solo puede ganar 1 conocimiento de armas o una habilidad.

No pueden hacer movimientos laterales, excepto Cultista de Vaprak. Héroes: Ninguno.

Ogros vasallos

Cualquier ogro simétrico que pueda firmar su nombre y declarar su lealtad se considera bajo la protección de la Ley. Sus armas y armaduras cuestan el triple de recursos. A partir de La Gloria (6taE), los ogros vasallos pueden acceder a formaciones militares y a títulos nobiliarios.

Fuerza +2 Se consideran pajes de un noble.

Constitución +1 AC base 11 por el tamaño.

Inteligencia -1 Respetan la vida, pierden su Fuerza Brutal.

Sabiduría -1 Tras recibir daño, en 1 y 2 en d20, lo ignoran.

Carisma -1

Ganan 1 Conocimiento de Armas o 1 Habilidad menos de cada nivel que suban. Solo pueden hacer Movimientos laterales a Monje, Gladiador, Campeón. A partir de la 6taE, ya no tienen las penalizaciones, y recuperan su Fuerza Brutal.

Héroes: Gangeyes el primer servidor, el ogro que logró salvar a su raza. Graso, el líder de los cuerpos de exterminio de Toscana. Ergida, la reina valiente de Toscana.

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Ogros azules

Una anomalía de los ogros vasallos, pues a pesar de ser simétricos, su cerebro crece desmedidamente sin estrellarse, de forma que su inteligencia se ve aumentada a un nivel por encima de las grandes mentes de las otras razas. Se llaman ogros azules, porque a menudo esta enorme materia gris, se roba más oxigeno del que pueden obtener, obteniendo una coloración azul en la piel.

Los ogros azules no son elegibles. En cambio, cuando un jugador elija un ogro vasallo puede hacer una tirada de 1d100, en un resultado de 100, se considera que es un ogro azul.

Fuerza +1 Discriminados por los demás ogros.

Constitución +1 AC base 11 por el tamaño.

Inteligencia +4 Después de la Tragedia, enemigos.

Carisma -1 Sin contacto con su Fuerza Brutal. Tras recibir daño, en 1 en d20, lo ignoran. Sin restricciones. Después de La Excelentísima pero Lamentable Tragedia de la Alianza de Reyes, todos los ogros azules son llamados Eviscerator y cazados a la vista.

Héroes: Eviscerator, el peligroso conspirador que casi destruye la Alianza de Reyes. Megmánides, la ogro que lideró el choque contra los ogros de las tierras del mañana.

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