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Piedad & Justicia: Capítulo II

La avalancha descendió arrasando con todo sobre su paso. Destrozando las rocas del camino, sumándolas a su agresividad y peligro. Los colegios que ascendían no pudieron hacer nada. De por sí era un terreno peligroso, así que cuando las rocas empezaron a caer, si a un soldado no lo golpeaba alguna, lo alcanzaba otra, sino esa, los escombros, y si aún tuviera suerte, era probable que la montaña misma se los tragara al colapsar por el impacto.

Luego, entre el débil eco de lo sucedido y un silencio que no duró, se escucharon los potentes vítores. Los ogros celebraban eufóricos el haber acabado con al menos media compañía. Era algo enteramente nuevo para ellos, claro, un ogro podía matar cuatro o cinco soldados profesionales antes de caer, pero agrupados en sus orgullos, los hombres valían diferente, porque eran más precisos y letales, además de mucho más difíciles de matar, así que cuando lo inevitable sucedía; cobraban más caro sus muertes. Los ogros eran estúpidos, pero aun así comprendían que esta era la primera vez que los vencían en formación.

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Por ello no fueron sus oídos ni sus ojos, ambos mejores que el del hombre a razón de su tamaño, sino su olfato el que les indicó sangre fresca, caliente, aun moviéndose. Varios de ellos se lanzaron sobre los escombros para descender sobre los sobrevivientes: Gracias a su enorme peso, la piedra suelta no pudo derribarlos, aunque no fueron pocos los que resbalaron, celebrando durante su tropiezo. Esa mezcla de burla y jolgorio desplomó a los aún confundidos sobrevivientes que trataban de salir de los escombros, heridos si eran afortunados, mutilados los que no.

Un soldado con la pierna destrozada lloraba entre tosidos mientras trataba de entender lo sucedido, al igual que al menos otros tres que sucios y ensangrentados miraban aterrados la destrucción a su alrededor, completamente ignorantes de la muerte sobre ellos. Su prefecto, un hombre recio con la mano prensada entre dos rocas, intentaba en vano llamarlos para que se formaran, pero no logro nada, pues la primera reacción que tuvieron fue cuando un ogro pateó al soldado sin pierna lanzando su cuerpo al aire como si fuera un trapo, para luego tomar a otro, a quien le rompió el cuello y cráneo con saña.

Los chasquidos del hueso hicieron que los soldados al menos recuperaran la compostura, pero estaban desarmados, así que poco pudieron hacer contra los otros ogros que descendieron con violencia. El prefecto, como argento del orgullo, gritó órdenes hasta quedar afónico, así que sin más opciones, se amarró el cinturón de su mando en el brazo, sacó el hacha de mano en su costado y sin pensarlo, se golpeó el brazo. El primer golpe trozó el hueso, pero necesitó un segundo golpe para arrancar la carne faltante. Sin lamentarse, corrió empujando con su hombro a uno de sus soldados, mientras metía el hacha en la sien del ogro que iba a matarlo.

El primer golpe aturdió al ogro, pero el sargento sacó el arma incrustada y golpeó dos veces más para derribarlo y matarlo. Tras lo que gritó a todo pulmón: ¡Colegio de la fragua rugiente! el mal encarado hombre tenía una voz áspera e inconfundible, así que los sobrevivientes, al verlo sin brazo, con el cadáver de un ogro arrodillado frente a él, verdaderamente escucharon ¡cobren sus vidas caro!

Inmediatamente los hombres de Toscana, heridos, con las armas que pudieron recuperar o improvisar, se lanzaron al ataque, obedeciendo a su sargento en un choque espectacular contra los ogros.

El fervor de los legionarios fue inspirador; cortaban, apuñalaban y golpeaban la piel gruesa de los ogros, incapaces de formarse pero sin dar un paso atrás, más los ogros, aún eufóricos por reclamar la victoria se entregaban a la violencia, batiendo sus mazas con la grotesca fuerza que los caracterizaba. Rompiendo soldados, tanto en cuerpo como en espíritu.

El sargento manco golpeó a un ogro en el cuello con su hacha. La sangre salió expulsada con fuerza, cegando al experimentado soldado por suficiente tiempo para que otro ogro lo prensara contra el suelo. Cuatro jóvenes legionarios saltaron a defenderlo, cargando con lanzas que clavaron en el pecho del bruto. Los cuatro soldados empujaban con todas sus fuerzas, pero el ogro no retrocedía, aplastando al prefecto con una mano mientras las puntas continuaban enterrándose en su cuerpo, hasta que presionando al límite de su resistencia, sin poder rematar a su presa, prefirió empalarse con tal de quebrarlo. No lo logró, porque cuando murió, trabajosamente los soldados cargaron su peso con las lanzas, precisamente lo que impidió que pudieran defenderse cuando el ogro degollado destrozó la cabeza del primero con un puñetazo y levantó al otro, triturándolo entre sus brazos.

Con dos legionarios muertos, el ogro empalado aplastó a los dos jóvenes restantes. Uno de ellos quedó atrapado casi completo, solo dejando fuera su cuello y cabeza, mientras que el más joven, solo fue prensado en su pierna precisamente porque el sargento lo alcanzó a empujar de una mata. El aterrado muchacho intentaba sacar la pierna, pero jamás consideró liberarse como lo hizo su sargento, algo de lo que se arrepintió inmediatamente, cuando un ogro pisó a su compañero inmovilizado y lo aplastó con tanta fuerza, que sus restos cayeron sobre él, produciendo lágrimas de terror que lo paralizaron en tanto el bruto degollado alternaba entre capturarlo o detener el sangrado del cuello, y la otra deformidad buscaba con qué golpearlo hasta la muerte.

A pesar del terror que lo embargaba, pudo notar que ya no había nadie más luchando. Los legionarios restantes simplemente estaban siendo ejecutados con malicia. Muriendo mutilados y torturados sin razón. El ogro apareció con su sonrisa desdentada, mostrando un horrido gancho de madera, rojo por su grotesca función, desgastado por la sangre de sus muchos usos previos, así que todos los otros ogros celebraron su aparición.

Aunque no se escuchó al principio, el joven legionario, aterrado de lo que le sucedería, comenzó a suplicar por su vida, lo que enloqueció a sus torturadores que ya saboreaban sus vilezas, aderezadas con las súplicas de piedad.

El frío y la forma de la montaña permitían al sonido viajar libremente, por lo que los gritos de piedad del muchacho se escuchaban en varios lados, al igual que los gritos de muchos ogros alentando o sugiriendo algún uso del sagrado gancho. El alboroto llegó a oídos de un ogro de brazos cruzados que observaba a todos los grupos, y que al entender la situación, comenzó a girar órdenes que movilizaron a los ogros más cercanos, rugiendo en vano, pues el tumulto por la tortura era tal, que todo lo demás se perdía.

Igual no había diferencia para el soldado que fue liberado del cadáver para convertirse en un juguete mientras los seis ogros jugueteaban con el joven ignorando sus súplicas. Uno de ellos lo tomó de un pie y lo puso de cabeza, mientras el otro giraba el gancho y todos reían. Aún lejos apareció un ogro al fondo gruñendo órdenes que eran ignoradas, así que cuando el bruto del gancho intentó empalar al joven por la cabeza, otro lo detuvo y le quitó la herramienta de madera buscando atravesarle primero la entrepierna. El joven continuó suplicando por su vida, o al menos por su muerte. Sin poder hacer más, cerró los ojos mientras sentía la punta roma del gancho que lo atravesaría por virtud de la fuerza, y lo siguiente que escuchó fue un sonido seco, seguido de otro potente golpe. Sin sentir el dolor de la muerte, el joven legionario abrió los ojos y encontró al ogro que estaba por ejecutarlo, tendido en el suelo.

Uno de los ogros presentes lanzó ambos puños desde arriba, pero estos encontraron el suelo, rompiéndose los dedos en el acto. Otro más blandió su maza. El legionario no podía ver a quien atacaban, pero pudo notar que la maza encontró de lleno a otro ogro, y luego a uno más antes que al hombre frente a él.

Aún de cabeza, el joven soldado pudo ver al hombre de ropajes azules parado frente a los ogros. Aunque los brazos descubiertos del hombre denotaban su buena constitución, no serían rivales para la potencia cruda de los ogros. Tampoco sería necesario.

Un ogro trató de tomar por la espalda al hombre, pero este solo movió el torso, esquivando la mano y reservando el movimiento de su pie para la maza que descendió contra él. Cuando la maza impactó en el suelo, el otro ogro intentó tomarlo con la otra mano, por lo que el hombre rodó, aprovechando la esquiva para girar el cuerpo y patear el rostro del ogro desde la izquierda, rebotando al impacto para golpear al de la maza.

Aunque solo fue una patada, el ogro desarmado se quedó parado y confundido. El otro en cambio intentó aplastarlo, y aunque hubiera sido fácil esquivarlo, el hombre simplemente se acercó con dos pasos en extremo veloces y lo golpeó en el cuerpo más veces de las que el soldado pudo contar, todo antes de que aquel pudiera reaccionar.

La sangre brotó de la boca del ogro mientras se desplomaba. En ese instante, el bruto recién despabilado trató de moverse, pero el hombre solo lo pateó en pantorrilla y rodilla mientras apretaba su brazo para someterlo. A pesar de la fuerza desproporcionar, así lo hizo, llevándolo hasta el suelo, totalmente vencido. Mas el hombre no pretendió mayor daño, mirando a los ojos al ogro que sostenía al joven legionario.

El hombre de azul realmente no aparentaba el poder que demostró, pero de alguna manera, en su mente nublada por la estupidez, el ogro reconoció la enorme diferencia de poder, y asustado gruñó. Tomando al legionario de la otra mano para partirlo, y que sus vísceras regadas fueran disuasivo para este inusual depredador. Sin embargo, fue justo eso lo que el hombre quería evitar, por lo que soltó al ogro vencido y levanto las manos en señal de paz, mientras hacía sonidos con la garganta.

El joven soldado trató de entender lo que hacía, por si le daba alguna instrucción, pero no fue hasta que el ogro produjo un sonido similar, que aquel logró comprender lo que sucedía; estaban negociando. Probablemente jamás había pensado que los ogros tuvieran capacidad de comunicarse, es decir, era obvio, pero pensó que era algo instintivo como los animales, así que viendo al hombre negociando en su lengua, le hizo entender el predicamento: El guerrero podía sin problema vencer al ogro, pero este podía con la misma facilidad matarle.

Recordando su entrenamiento y le juramento a las Legiones del Reye de Reyes, el joven legionario se negó a ser un rehén, gritando:

¡Mátelo! yo no imp . No pudo terminar porque el ogro rugió, y el hombre de azul tuvo que subir la voz para recuperar su atención.

En ese tenso momento, el ogro escuchó las instrucciones del otro ogro que se acercaba corriendo y aunque ambos intercambiaban algunos pensamientos, el secuestrador, al sentirse acorralado gritó algo como "Vapra" mas antes de terminar, el hombre de azul se golpeó el hombro y luego el pecho para con dos dedos señalar al ogro al decir "Narshe".

Eso fue todo. El ogro rugió, pero no con tanta fuerza e incluso soltó la pierna del joven, dejándolo colgado del brazo, y justo como si dejar de estar de cabeza fuera todo lo que necesitara para entender, el soldado dedujo que el hombre de azul era un monje de Narshe, Diosa de la piedad. Un pensamiento que explicaba todo.

El secuestrador bajó al soldado con algo parecido al cuidado, pero las amenazas del ogro que llegaban lo exasperaron de forma que resumió su actitud hostil. El monje trató de calmar a ambos, pero el recién llegado casi lo arrolla, mientras se lanzaba contra el ogro que lo desobedeció.

El recién llegado era un ogro, pero sus largos bigotes, ceja poblada y calva rasurada lo distinguían de los demás. No le costó ningún trabajo someter al reprendido con una llave para asfixiarlo o romperle el cuello.

El monje interrumpió hablando con la garganta de manera calmada. Pero el jefe estaba dejando claro el precio de desobedecerle. El ogro secuestrador comenzó a desfallecer, y por un momento, ya sin aire movió los labios. El monje no lo escuchó pero igual respondió la solicitud, gritándole al jefe un ultimátum para que parara. Ya que no lo hizo, el monje se deslizo a un costado y golpeó al jefe en las costillas, quien en respuesta soltó a su presa y con un giro, impactó al monje con masivo puño.

El monje puso ambos brazos para cubrirse del enorme puño, pero aun así se deslizó hacia atrás hasta caer. El atacante había soltado al ogro así que no había razón para continuar la pelea, pero el jefe, lo alcanzó de un rodillazo que lo hizo volar unos metros antes de tener que girar para esquivar un pisotón y luego otro. El legionario, asombrado de la pelea, pero aterrado de intervenir, sabiendo que si el monje moría, su situación empeoraría. Así que aprovechando la distracción se alejó de los ogros concentrados en la lucha. Su primer instinto era irse tan rápido y lejos como pudiera, pero su lealtad lo obligaba a buscar por sobrevivientes. El corazón se le acongojaba cada que encontraba a un compañero, solo para descubrir el pedazo que le faltaba. Fue durante ese rápido reconocimiento que miró al ogro empalado donde yacía su compañero sin cabeza, cuando pudo notar movimiento. Al principio creyó que era alguna alucinación, pero cuando imaginó la posibilidad, corrió para allá, encontrando entre la entrepierna, una mano que al tocarla, respondió. Su prefecto estaba vivo.

Mientras el joven intentaba el rescate, el jefe y el monje estaban trabados en un gran combate. Pero la violencia puesta por el jefe e igualada por el monje para sobrevivir, levantó los ánimos de los otros ogros que querían intervenir. Situación muy dramática; pues el monje sabía que si alguno de los ogros más listos quería el liderazgo, este era su momento para atacar al jefe, peor aún, los menos listos seguirían pensando en cómo desquitar el coraje que les causó el monje, viendo la ventaja de hacerlo ahora.

Justo en ese momento, cuando los ogros se acercaron al combate dispuestos intervenir, apareció otro ogro, colocándose entre ambos, y amenazando a todos de lo que les sucederá si desobedecían.

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