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Piedad & Justicia: Capítulo IV
El monje oraba en cansancio por haber pulverizado la roca con el puño del vendaval. Al mismo tiempo, parada sobre una saliente piedra de no más de 15 centímetros, Yideana se veía increíble rezando para saber que seguía.
Así que en esa breve calma antes de la tormenta, todo cayó en manos de Jovian, quien mandó a sus hombres a buscar sobrevivientes de la Legión colina abajo. Mientras preparaba el terreno para que su futura esposa pudiera ajusticiar al monje con la legalidad de su lado:
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¿Cómo te llamas legionario? solicitó.
Albin, señor, ¿cómo me dirijo a usted?
Soy el marqués de Jovian, pero tú puedes dirigirte por a mí por mi título o mi tierra concedió amablemente para ganarse la simpatía del legionario que honrado asintió, conociendo los tratamientos correctos y esperados a la nobleza Bajo Concordia que todo lo mira ¿puedes atestiguar que los ogros fueron comandados por ese monje?
Sí puedo. También . Fue interrumpido. Silencio. Presta atención El marqués de Jovian, hombre de leyes, tuvo cuidado en formular sus preguntas, pues lo importante no sería lo que sucedió, sino lo que se dijo.
¿Puedes atestiguar que el primer golpe lo dio el monje?
Fue un acci .
¡Lo que haya sido! ¿Quién pegó primero? acorraló el marqués.
No me par .
¿La justiciera Yideana cayó a lo que sería para cualquier otro una muerte segura?
Pues sí, pe . No pudo terminar.
Se deduce entonces que hubo un motivo ¿cuál fue?
Albin se miraba incomodo, pero tanto como sabía que estaba obligado a contestarle al marqués, era incapaz de entender lo que aquel lograba con este amainado interrogatorio.
Salió expulsada por el aire que . Fue interrumpido.
¿Quién provocó ese aire malicioso?
Bueno, pues el monje pero fue para . Hasta ahí quedó.
Ustedes son testigos Jovian levantó la voz el monje dio el primer golpe.
Sus soldados murmuraban mientras asentían, pero a medida que la verdad creada se adhería a sus mentes, una voz aguardentosa interrumpió.
¡Paren la estupidez! Sin ese golpe estarían todos ustedes muertos . Agregó otro legionario herido, que sin un brazo se levantó.
¿Cómo se atreve a dirigirse a mi persona con tal falta de respeto? ¿¡Quién se cree?!
Barberado, prefecto del Colegio de la Fragua rugiente. Por el exabrupto me disculpo, pero mi único deber es mantener vivo a mi colegio, y como ya fallé, le aseguro que si el monje me hubiera salvado el trasero como lo hizo con ustedes, le estaría besando los malditos pies, en vez de jugar al abogado.
¡Está fuera de lugar sargento! Albin fue rápido en interponerse, pero su prefecto, sin hombres y brazo no tenía nada que perder.
¡Estoy viendo el muro señor! ¡Poco me importa el castigo de los nobles en este momento!
Si está tan cerca del Muro, más interesado debería de estar en no hacer más deudas para el momento de la transición respondió Yideana, quien apareció caminando, como si no hubiera saltado casi 30 metros de muerte para llegar a donde estaba.
Barberado era un hombre hosco que había sobrevivido a su boca porque tenía un talento para luchar, pero una cosa era fastidiar a un marqués, y otra muy diferente ser atrevido con una representante de las Divinas Hermanas, así que solo enmudeció.
Con mis ojos doy fe, de que vi a los mismos ogros que sepultaron a su colegio y mataron a los hermanos de armas de estos hombres, ser comandados por este monje. Por cualquiera que sea la razón, tal como lo tipificó la boca del mismísimo Lyonesse, eso es traición. Defiéndete recordando que sirves a la Hermana de mi Señora, hazte escuchar o concede en silencio tu crimen.
Albin levantó la mano y sin conocer el protocolo, pero sabiendo que en todo lo sucedido el monje no había dicho más de tres palabras intercedió:
Mi señora, yo soy testigo de todo cuanto sucedió. Ese monje salvó mi vida, la del prefecto y la de ustedes.
Te creo legionario, mas la gratitud que pueda sentir por mi vida, la de mis hombres, e incluso la de mi futuro esposo Jovian se saltó un latido del gusto es irrelevante, los crímenes no se atenúan, se pagan. Así que si el inculpado no pretende defenderse, procederé a dar la sentencia que Demerit dispone según su dicho, que es La Ley.
¡Yo supliqué piedad a los ogros! interrumpió Albin con la vergüenza en el rostro como me ignoraron, el monje llegó a mi rescate, venciendo a un grupo de cinco y asegurando mi rescate pues estaba secuestrado.
¿Asegurando? ¿Ejerció violencia para ese fin? . Preguntó Yideana extrañada de los peligros que eligió.
Sí, le digo que los venció.
Dijiste que venció a un grupo de cinco, pero que luego aseguró tu rescate ¿Mató a tu secuestrador?
Albin supo que no había una buena respuesta a esa pregunta así que solo indicó:
No tuvo que hacerlo, solo lo convenció. Negoció dirás.
Yideana se preparaba. El truco del vendaval era suficiente para saber que el monje era de cuidado, pero escuchar que venció a seis desarmado lo colocaba en un terreno que bien podría estar por encima de sus capacidades.
Descompuesto, Albin suplicó: Señora, todo es un malentendido, ya había logrado que me soltaran, pero otro ogro atacó al secuestrador, y a punto de matarlo, el monje intervino para evitarlo. El murmullo de todos los que escuchaban se hizo claro.
Defender a un ogro de otro ogro. Al margen del crimen que implica, es completamente inútil. Son seres violentos.
Lo son. Por eso, donde nosotros podemos razonar circunstancias, ellos deben mostrar fuerza. Esa es la razón por la que el ogro me atacó al oponerme a que matara a su soldado, fue mi culpa su exabrupto, hubiera sido incorrecto arrebatar una vida que yo puse en peligro la voz del monje era calmada. Apropiada para la imagen que proyectaba.
¿Hay alguna parte en ese razonamiento donde se excuse de los cargos?
Precisamente por ese razonamiento tuvo cuidado de la palabra que usaría otro ogro al detener nuestra pelea, para no continuar el ciclo de violencia, y evitar matar a mi oponente, al muchacho o a mí, como estaría obligado a hacerlo para que los demás ogros lo entendieran. Ofreció una solución beneficiosa para todos Yideana se quedó muda. Su ceño se ensombreció de forma que cuando Jovian lo notó, salió inmediatamente a su auxilio.
Con todo respeto monje, ¿Puedes escucharte? Ogros que ofrecen soluciones. Ogros que negocian. Los ogros son bestias. Solo se puede esperar violencia de ellos ¿Qué pudo ofrecer? ¿Alguna piedra brillante que simboliza alguna tontería? ¿Por qué tomar cualquier cosa que pudiera ofrecer?
De hecho, ofreció ayudarnos a rescatar a un grupo atrapado en los escombros.
Todos los soldados callaron. Las implicaciones del monje negociando con los ogros, estos capaces de hacerlo y el hecho de que les deban la vida eran sencillamente demasiado potentes para ser ignoradas.
Es cierto gritó Albin no puedo entender lo que dijeron, pero me consta que los ogros pasaron a un lado, incluso, el líder me ayudó a levantar el cadáver que tenía aprisionado al sargento, y luego avanzamos con ellos hasta acá. Ignoro si es un delito ayudar a nuestros hermanos de esa manera, pero sí estuvo mal no pelear hasta la inescapable muerte y en cambio cooperar para salvarlos de una muerte espantosa como ser sepultados, por Narshe que al menos yo lo volvería a hacer.
El monje sonrió discretamente. Todos los demás, estaban divididos; pues si bien, lo incorrecto era evidente, la honestidad de Albin se los había ganado, y ya que habían salvado sus vidas, no se podía discutir el método. Pero
Yideana no compartía su visión. Muda, trataba de evitar revelar sus pensamientos y emociones. Algo que el monje notó y respetó, pues lo que realmente le preocupaba es que si ella atacaba sin aviso, el instinto de supervivencia lo obligara a eliminarla para preservarse.
Los ogros atacaron primero. Su levantamiento mató hombres, mujeres y niños. Sangre y vileza. No se puede olvidar ni perdonar . Afirmó Yideana.
Se tiene que hacer. Los responsables están muertos. Aniquilados por el ejército más poderoso jamás conocido, y los intereses que lo lideran. Estos a los que asedian no son partidas de guerra, son ogros. Ese es el delito por el que se les persigue . Retó el monje.
Hubo sobrevivientes del ataque original, existen porque los monjes los protegieron . Reviró Yideana.
Protegeremos a cualquiera que clame piedad, siempre, porque para eso nos puso Narshe en el mundo suspiró antes de continuar y que la Diosa nos perdone porque no sabíamos el mal que les estábamos causando. Ya que desde entonces su opción es morir de hambre en sus tierras, o salir a conseguir alimento al mundo que los odia. Idiotas, violentos y hambrientos ¿Qué no haría cualquiera en ese desesperado estado?
¿Y por eso lo ogros, nos dejan ir? ¿Para qué no los persigamos? dudó Yideana con la cabeza fría.
Nadie más muere. Ellos no pueden estar en las montañas, regresarán a sus casas, y aprenderán a contenerse. Buscarán alimento donde no lo hacen aún. Les enseñaremos a cultivar, a cuidar animales el monje bajó un poco el tono de entusiasmo que se le comenzaba a desbordar Un paso a la vez.
¿Quién creerá esa posibilidad? la ordenada trataba de entender al monje, porque sus palabras le mostrarían como usaría sus puños es más, te pregunto, servidor de Narshe, ¿quién creerá sus palabras?
De momento me conformo con ustedes. Con eso me basto. Como dije, un paso a la vez.
Yideana endureció el ceño, todo estaba claro:
Si yo vuelvo a la Orden sin poder dar fe, de haber escuchado a un ogro producir un acuerdo, de establecer un plan, o una intención de cambiar sus modos, tan pronto me quiten mis votos y servicio, solicitarán una legión al Lyonesse, y bajo su comando destrozarán la montaña hasta que no quede un solo ogro. Monje, entiendo su postura, la admiro incluso, pero en este momento no puedes darte el lujo de dar pasos pequeños.
El monje guardó silencio. También Yideana porque el primero en hablar pondría en riesgo todo lo logrado. Así la voluntad de Concordia, fue Albin quien joven e ingenuo interrumpió.
Llévela señor. A ella, al sargento y al marqués. Solo puede ser voluntad de Concordia que los representantes de las instituciones religiosas, militares y políticas de la Alianza de Reyes estén aquí, ahora Demuestre lo que yo mismo dudo a pesar de haberlo visto. Este podría ser el primer paso para cambiar el papel de los ogros en un mundo que no los entiende le era obvio al joven que no estaba persuadiendo al monje, así que por la razón que sea, dijo la única cosa que sellaría el destino de todos llévelos señor, no se me ocurre un mayor acto de piedad que salvar a los ogros de la extinción y al mundo de la ignorancia.