Bajo los días de Concordia: Amor & Muerte

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Recuperado del vacío para los que viven y mueren bajo Concordia por la Dottora. Master please no me demandes.

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Bajo los días de Concordia:

Amor & Muerte.

Quinta Era. La Convulsión esmeralda.

Legiones, maldiciones y bendiciones.

México, Distrito Federal, 19 Diciembre, 2014

Jorge Armando Ibarra Ricalde, El Master.

SOLAR Presenta

Concebido como una prisión para bestias que de dejarse sueltas barrerían la Creación. El QuarNaTor jamás debió albergar vida. Aun así, Concordia, el Sol que lo custodiaría por siempre creó a sus ocho divinas hijas para asegurarse que las bestias permanecerían controladas. Sin embargo, cuando ÉL terminó la cárcel, ellas comenzaron el arte.

Luego, cuando la Creación fue azotada por una catástrofe universal; al retirarse las aguas, dejaron tras de sí vagabundos, tan alejados de su propios mundos que no pudieron creer que aquella tierra virgen era otra cosa que el paraíso que creyeron merecer, excepto que para disfrutarlo, primero tendrían que recuperarlo de los demás invasores.

Así comenzó una era dónde el único consenso fue que el fuego podía devorar a todos por igual; una guerra de cada raza contra todas las otras. Luchas sangrientas e interminables forjaron a los moradores, mas entre tantas poderosas especies trabadas en cruento combate, fue lógico e inevitable que aquellos que eran fratricidas con su propia especie serían los primeros en sucumbir. Justo al final, cuando el destino de la humanidad parecía sellado; un hombre lideró a los sobrevivientes en una última carga, por ningún otro motivo salvo que morir luchando sería tan piadoso como rogar por una misericordia que no se les daría. No obstante, la muerte no llegó. En su lugar, como recompensa por su desesperación, de entre las aguas a sus brazos llegó la Leona-Dragón; Lyonesse, la heroína que lideraría a la humanidad a la victoria.

Finalmente, como en toda historia en la que se involucra al amor, vendría la tragedia, y del héroe solo quedaría la leyenda, mientras que de la heroína; el nombre. Desde entonces Lyonesse se llama a quien preside a los credos de las hijas de Concordia, a todos los hombres, todas las razas; él es el Rey de Reyes.

Durante la Quinta Era de Todo bajo Concordia, los Lyonesse consolidaron un poder tan grande que decidieron compartirlo con todos. Años después de la Excelentísima pero lamentable tragedia de la Alianza de Reyes, los orcos ponen en marcha un plan ancestral con el que planean lavar de su honor la derrota contra los humanos durante la tercera Era. Nadie puede sospechar que lo que está por suceder es aún más grande de lo que esperan; la Convulsión esmeralda se acerca.

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Sobre este manual

Amor & Muerte es un suplemento para usarse con Solar: Bajo los Días de Concordia. Centrado en Ella-Elena, Diosa del Amor y patrona de las Enchantress, cuya misión es expandir la llamada del amor, así tenga que arder el mundo para lograrlo. También se incluye a Arsheen, Diosa de la Muerte, cuyos acólitos escapan a la ortodoxia del pensamiento eclesiástico para lograr el sentido de su existencia; guiar a los demás a su buena muerte.

Este manual contiene una mini novela de la Quinta Era, intitulada Amor & Muerte misma que está dividida en cinco capítulos, entre ellos, se exploran aspectos de metajuego con ampliaciones modulares para las campañas de Concordia que sean apropiadas.

Al ser de la Quinta Era, se sitúa momentos después del final de La Excelentísima pero Lamentable tragedia en la Alianza de Reyes. Sin embargo, las reglas contenidas aplican para todas las Eras.

Aunque los módulos son puramente opcionales, recuerda que si decides aplicar alguno, es mejor que lo apliques por completo para evitar problemas de balance mecánico.

No dejes de enviar evidencia y relatorías de tus crónicas a zaibatsa@hotmail.com pues el QuarNaTor seguirá creciendo porque mientras Concordia esté en lo alto, Todo bajo Concordia está en orden.

Disclaimer: El manual original es de 106 hojas. Esta versión solo trae la novela. Disfruten.

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xoxo La Dottora.

Amor & Muerte: Capítulo I

Mis primeros recuerdos no emparejados a cicatrices son entre las yurtas. Acarreando leña para las forjas como todos los otros infantes, aunque teniendo el derecho de ver cómo se empleaba el fuego que alimentábamos. Mi cuerpo era delgado pero mi voluntad fuerte, por lo que en vez de la pala o el pico, me dejaron blandir las hachas para cortar madera. Eso generaría el mismo músculo que palear lodo o picar piedra, pero ya que golpeábamos árboles y estos se consideraban seres vivos, el ejercicio de matar y no solo destruir también me forjaría carácter.

Carácter, la muy necesaria arma que debía desarrollar para cumplir mi papel adeudado como jabalina; progenitora si lo merezco, o matriarca si me muestro digna. Todo supeditado a que pudiera sobrevivir la infancia, porque en el lodo todos los infantes somos iguales: luchamos machos y hembras por la importante atención de los tutores, usando nuestro ingenio y resiliencia para hacernos presentes a sus ojos antes de que la naturaleza se manifieste, momento en el que la musculatura superior de los machos les dará la desmedida ventaja que cerrará su destino, pues son desde el momento de su primera erección, una inversión para el futuro; nunca el futuro.

Porque entre los orcos, si la bandera de tu jabato tiene cuernos, como la mía, quiere decir que es una avanzada, así que no se espera de los machos que lleguen a viejos, solo que peleen y mueran haciendo espacio para que el resto pueda esperar a que lleguen las banderas con puños, lanzas y yunques; las advertencias del poder de la Convulsión. Nuestra innegable victoria.

Así que mientras que ellos decidirían su valía en un lodo entre puros machos listos para ser elegidos entre las guerreras merecedoras, luchando en la esperanza de ser conservados en su potencial, para inmediatamente después del acto ser lanzados a la batalla. De nosotras solo se esperaba que creciéramos músculo mientras se nos entrenaba, porque nosotras somos el verdadero futuro de la raza. Tan simple como eso. En la guerra, el frente se

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comparte entre machos y las hembras, pero mientras que a nosotras se nos entrenaba marcialmente, a los machos no, pues ellos son la fuerza y la experiencia atestiguada en cicatrices, mas nosotras somos la disciplina y la voluntad de continuar la raza; la forma en que nuestro matriarcado conservaba la salud, y balancea el capricho de la naturaleza, porque sí, los hombres crecían músculo antes y mucho más crudo, pero al mismo tiempo sus ojos se comienzan a deteriorar, de manera que como nos describen nuestras presas, "como seres cegados por la furia" no es del todo un disparate, pues obedece a que los más grandes cada vez ven menos y por tanto, deben ser más violentos y terribles para esconder su ceguera. Nosotras en cambio no sufrimos esa degeneración, por lo que con sentidos afinados y estocadas firmes, somos de hecho la muerte detrás de su violencia. Por eso nosotras somos el futuro de la raza y ellos son la inversión, porque no se le habla de futuro a quien no lo tiene, y no lo tendrán sus hijos, aunque dependerá de sus hijas.

Así fue mi infancia, continuamente educada e instruida para la prosperidad del jabato. En uno de esos días, mientras aprendía por las malas el poder del músculo crudo, la pelea perdida se paró porque el gritón nos hizo dejar todo y reunirnos. "Era una ocasión especial" dijo relamiéndose, "el gran maestre paladín había muerto".

Los guerreros celebraron rugiendo, y todos entre las yurtas celebraron, excepto Eroth, el as de las armas, quien sabiendo lo que sucedería, e incapaz de hacer nada para cambiarlo, se agachó de hombros recibiendo felicitaciones, pues él se había batido y sobrevivido al gran héroe de Toscana, ahora finalmente muerto.

Una ceremonia como ninguna comenzó sin aviso. Cada guerrero tuvo el honor de traer leña para el gran momento, Eroth me lo cedió a mí, así que traje el mejor pedazo que encontré, uno de árbol bermejón cuyo aceite impregnaba las manos como si fuera sangre, especialmente porqué tras dos golpes sólidos, desgarré con mis manos el pedazo tal como lo haría con las entrañas de un paladín Inmediatamente después, orgullosa lo presenté a mi benefactor y luego, él junto con los demás, entonaron

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canciones sobre la Diosa de la muerte, alabaron Su nombre y recordaron a los guerreros que partieron al Muro mientras nuestro brujo y Su acolito preparaba la poción que derramó sobre los troncos dispuestos en forma de una bestia mostrando los cuernos y los colmillos.

El acolito era nuestra historia encarnada. Los orcos no éramos de esta tierra, pero nadie lo era, todos éramos extranjeros en este paraíso que se disputó entre sangre y acero, y aunque lo ganaron los humanos porque aprendieron el nombre de la Diosa, los orcos, muriendo por miles en la guerras que sucedieron, aguantamos, sobrevivimos, aprendiendo los secretos de Arsheen, la Divina Hermana encargada de la Muerte, manteniéndonos nómadas, proscritos, maltratados e ignorados en espera del momento de estar listos para tomar todo.

Cuando el acolito le dio a la jefa de guerra el banderín de nuestro jabato, ella se lo presentó a Eroth, nuestro gran campeón, y él, tras un suspiro de resignación, impropio de la ceremonia pero dispensado por sus muchos triunfos, lo tomó y lo prendió en las llamas de una antorcha; lo hizo porque de no hacerlo así, él tendría que hacer lo que nuestra jefa hizo: con su cuchillo lo cortó del hombro y él resistió mientras su sangre descendía por el brazo hacia el palo de nuestra bandera. Cuando la sangre impregnó la piel donde estaba nuestra marca, todos gritamos, y con ese mismo brazo lastimado y no poco esfuerzo, Eroth movió la bandera para que esta prendiera los cuernos y fauces de la bestia.

Los maderos ardieron fácilmente y el humo comenzó a elevarse. El aceite del acólito le dio una coloración verdosa, y al ritmo de las promesas de batalla, el servidor de Arsheen se marcó el brazo con sangre describiendo una runa que se llevó a la frente mientras comenzaba aspirarlo. Entrando en un misterioso trance.

Todos estábamos emocionados. Extasiados incluso. Pero todos nos mantuvimos en silencio hasta que el acolito exhaló humo como los dragones de las leyendas. Humo espeso se arrastró por el suelo revoloteando en espasmos, paseándose entre los guerreros como si

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estuviera vivo, revelando alrededor de ellos, para todos nosotros, las hazañas que tendrían en batalla.

Fue un espectáculo increíble. La jefa destruiría una corona suntuosa bajo su pie, mientras que Gor mataría un elfo, Oblak quemaría el rio y Galya derribaría la puerta del mismísimo castillo de Toscana. Todos estábamos sorprendidos, pero yo esperaba lo que el humo le diría al as de las armas, pues no había un campeón orco más grande, así que cuando el humo ascendió a su cabeza, mostrándonos su destino, todos quedaron totalmente estupefactos. Excepto yo, yo apenas podía contenerme. Quizá fue el entusiasmo, o el hecho de que Eroth siempre se había tomado la molestia de instruir a los infantes como si no fueran muertos ignorantes de serlo, lo que fuera, para mí el portento estaba claro.

Mientras el humo ascendía en forma de un jabalí y se unía a las señales de otros clanes, partiendo a tierras lejanas para llevar el mensaje de que la avanzada indicaba que la hora había llegado, y que estas tierras que habíamos guardado por tres eras estaban listas para sentir la Convulsión, el humo sobre Eroth se disipaba, desvaneciendo el sol encadenado que auguraba, y ya que estas tierras eran regidas por un Dios-Sol de nombre Concordia, como nadie se atrevía a decir lo que debía decirse, sin tener derecho a hablar, sin saber leer los designios, ahora que el sol encadenado desaparecía con el humo en ascenso, yo grité a todo pulmón "¡Nuestro As de armas esclavizará a su Dios!".

Todos guardaron silencio. Mirándome con sentimientos encontrados, pues gustaron de mis palabras, pero que vinieran de una infante estúpida les restaba valor, sin embargo, entre el silencio se acercó el acolito y me abofeteó cortándome el rostro justo debajo del orgullo con su anillo. Luego llevó ese anillo a los labios, saboreando mi sangre mientras inspeccionaba mis manos, y viendo las manchas rojas de aceite del árbol como sangre, gritó:

"¡Habla la lengua de la muerte!"

Todos rugieron como jamás los había escuchado. Esa noche las jabalinas tomaron a los guerreros que consideraron dignos, así como la jefa tomó a Eroth. No hay

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más grande honor, pues las mujeres orco son las guerreras más fieras, y solo sacrifican su precioso tiempo en batalla si la sangre de los orcos de los que podrían preñarse, vale la pena conservarse.

Fue tal el éxtasis del inició de la invasión a la Alianza de Reyes que ya desde ese momento me di cuenta que no podría vivir con nada menos que lo mejor, pero tras terminar la celebración, Eroth, as de las armas, solicitó lo que el acolito estuvo por ordenarle: tutelarme.

Su trabajo era esclavizar a Concordia, el mío sería atestiguarlo.

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Amor & Muerte: Capítulo II

Eroth era un orco peculiar, y las matriarcas se aseguraron que lo supiera antes de partir con él. Los orcos somos supervivientes por naturaleza; adaptables y astutos. Nuestra sociedad se mantiene en movimiento para demostrar esas características, así que cuando peleamos con la humanidad en la tercera era, nuestra devoción por la muerte no pudo contra el poder que mostraban ellos al conocer su nombre; Arsheen. En tres eras, habíamos aprendido su nombre y muchos secretos, pero la sociedad del hombre, la llamada Alianza de Reyes, nos había mantenido como parias del sistema, astutamente obligándonos a pelear las peleas que no podíamos ganarles.

Todo lo que nosotros teníamos, era violencia y una esperanza; que cuando los clanes orcos, quebrados ante la victoria humana se separaron, fueron los jabatos los que se quedaron a sobrevivir para vigilar, mientras los demás partían a tierras lejanas a prosperar y crecer hasta que sus guerreros no se pudieran contar, para luego, a la llamada, con una Convulsión tomar lo que por derecho es nuestro: Todo bajo Concordia. Así, sabíamos que había orcos diferentes física como espiritualmente, Eroth era así, no tan corpulento y explosivo como nuestros machos, mortal y disciplinado como nosotras.

Partí entre el celo de los infantes e incluso de las jabalinas. Gracias a algunos de sus soldados y otros pueblos "aliados", sabíamos del papel que tuvo Eroth en el gran designio que puso a Toscana de rodillas. Uno que frenó el Gran Maestre Paladín, pero ahora, con él muerto, era el momento clave para tomarlo todo. Solo restaba esperar y mientras la Convulsión llegaba; aprender.

Se pensaba que Eroth sería un tutor formidable. No tenían idea, el as de armas sabía pelear con cada arma conocida y estaba versado en muchos conocimientos, así como experiencia sobre el viaje y la guerra, ni hablar de los idiomas que conocía y las personas de todas las razas que lo acogían por su carácter tranquilo y calmado. Me tomó bajo su tutela a tiempo completo y mostró total desinterés

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en que me ganara lo aprendido como solía ser la relación de tutelaje, prefiriendo poner a los guerreros a cargar agua o traer leña, que interrumpir mis lecciones sobre la lengua de los hombres y sobretodo de su historia. Naturalmente, estúpida como era, le reclamé, quería aprender a atravesar una cota de mallas con una jabalina a plena carrera, y a romper cuellos en un combate, ambas habilidades dependientes del músculo que no desarrollaría si no hacía las actividades naturales de una infante. Pero el as de armas, decía que aprender a tirar el arco montando y degollar a un enemigo con una navaja pequeña era mucho más efectivo, y el músculo era menos importante que aprender a domar un caballo, o dar la falsa sensación de seguridad a un oponente, y el primer paso para el dominio de ambas habilidades, era dejar de ver al caballo y al hombre como presas.

Él siempre supo que mi instrucción sería un desafío, pues era obstinada y tenía muy enraizada la noción de mi papel como futura matriarca, ni hablar de cuanto se me había subido la idea de que mi trabajo era atestiguar el sometimiento de Concordia. Pero eso no lo apartó de sus intentos por hacerme entender la historia de los pueblos, la guerra y todas esas cosas que parecen triviales pero explican porque vivimos lo que vivimos; lo que comemos, lo que vestimos, como hablamos.

Entonces viajábamos aparentemente sin rumbo, no había otros infantes, solo jabalinas y jóvenes machos ya probados a quienes se les conocía como músculo, así que mientras yo me enseñaba en mis tiempos libres a blandir una espada, para ser la jabalina que debía ser por y para mi jabato, llegó la hora de mi prueba de fuego. Las matriarcas enseñaban que el tutor perfecto para una infante era una hembra, porque los machos eran peligrosos cuando por la nariz les entraba la locura, y es que conforme perdían su vista, mejoraba su nariz, así que había que mantenerse a la par, aprendiendo cuando su sudor los delataba como peligrosos. Entre infantas que crecían era charla común saber que tendrías que defenderte hasta que les quedara claro que se jugaban la vida, y aunque yo

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estaba muy pequeña aún, cuando Eroth me ordenó que no fuera al lodo, sentí miedo, pues a los infantes nos enseñan que el lodo, y lo que hace por nuestro aroma, es lo que nos convierte en potencial futuro y no en presas.

Eroth esperaba en una noche particularmente fría Aunque hasta el momento parecía bien acostumbrado al clima de la región y había insistido en que yo aprendiera a lidiar de la misma manera, esa noche, lo vi con una capa pesada de piel que lo cubría por completo, y me recibió con otra. La calidad era excepcional, sin duda pelaje de algún animal exótico, por lo que parecía ilógico desperdiciarla en una versión pequeña como la mía, le pregunté temiendo estar aceptando un regalo que no podía pagar pues raramente me explotaba como el tutelaje le permitía hacerlo, pero él contestó que fue de un aliado partido, de nombre Kas, y solo por mi silencio, completó que hablaba de la capa, no la piel.

Avanzamos solos hasta salir de la montaña. Debo admitir que mi corazón temía, porque el As de armas había sido hasta el momento inexplicablemente diferente a lo que se suponía debía ser un tutor. En vez de explotar mi servicio a cambio de habilidades de combate, había recibido cosas más valiosas que no quería, a cambio de nada. Así que cuando nos incorporamos por el camino hacia una ciudad, bajé el ritmo de mis pasos completamente asustada, pues las historias sobre las depravaciones humanas hacia los orcos eran terribles y el hecho de que existieran los mestizos, era una deshonra a todo el jabato.

El notó mi miedo pero con una mano en la espalda se aseguró de que mantuviera su paso, hasta que entramos por la enorme puerta que asemejaba las fauces de un cráneo de piedra con dientes de metal. Avanzó hasta una antorcha haciendo movimientos sencillos con los pocos que cruzaban su camino. Le reclamé su desfachatez diciendo, "estás llamando la atención", pero él respondió "estoy llamando la atención para no llamarla, inspira sospecha más el que se esconde de un saludo que quien lo inicia".

Tenía razón Le bastaba mover una mano para que un guardia hiciera lo mismo y siguiera de largo. Además,

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era obvio que escogió la noche fría porque habían menos humanos transitando en las calles, y cuando me di cuenta que estaba dentro de una ciudad humana sin que lo supieran, me sentí un lobo entre ovejas.

Llegó la hora se agachó hacia mí, abajo de una linterna mientras tomaba algo del suelo vas a entrar a ese edificio y pedirás dos cenas, las pagarás, hilo a hilo, y luego te reunirás conmigo al fondo.

Completamente sorprendida, recibí una madeja de hijos de cobre, la moneda más simple entre los humanos. Confundida le reclamé:

¿Estás loco? ¡Verán que soy una orco indefensa en una ciudad de humanos!

No. Solo verán lo que les dejes ver.

Me aterré tanto que quise huir, pero no pude, no sabía cómo salir de aquel laberinto de piedras y madera, además Eroth me tomó de la cabeza, acariciando mi mejilla derecha con su pulgar, en un movimiento reconfortante hasta que lo intentó con la izquierda, y me di cuenta que trataba de maquillar con hollín mi orgullo.

Digna empujé su mano y le rugí, aunque probablemente soné más como un gato que como una jabalina. Él había logrado su cometido y yo estaba por limpiarme cuando sin decirme nada, pisó algo y entró al edificio.

Me paralicé un momento breve, y sin embargo, eterno, según lo sentí. Finalmente me decidí por acatar las instrucciones de mi tutor, y entré. Era una posada. Una sencilla y corriente posada. Pero era la primera vez que veía tantos humanos en un mismo lugar, y era tan diferente a la hora del fuego en el jabato que me estremecí.

Caminé pequeños pasos hasta que vi a Eroth al fondo. Entonces dejé que las miradas de los demás me guiarán y fue un hombre gigante y gordo cuya mirada me atrajo.

No quiero pordioseros dijo malencarado, pero no tuve tiempo de atemorizarme pues yo solo estaba

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concentrada en recordar como se decía lo que debía decir mientras trepaba un banco para alcanzar la barra.

Yo querido dos sopas contesté y él estaba por hablar cuando saque la madeja de hilos de cobre, y comencé a deshilarlos.

Su rostro no era como el de los orcos, siempre creí que la diferencia era un asunto de coloración, pero frente a él me di cuenta que hacía tantos gestos, muchos de los cuales no podía entender, y cuando por su boca chueca y sus ojos grandes pensé que tomaría una espada y me decapitaría, una voz dulce le dijo.

Yo le ayudo . La voz fue tan suave que me resultó imposible entender porque la obedeció el hombre, pero cuando se acercó, la trenza café, la piel como lechón y los ojos color avellana eran hipnóticos.

Obviamente la vi más tiempo del que debía, así que mientras ella contaba, del uno al ocho, tres veces, jalando hilos, me miró y deformó su rostro de manera que mostraba los dientes sin amenazar.

¡Por Ella-Martina! ¡Mira tus ojos esmeraldas! No supe que dijo, solo tomé los hilos de cobre restantes y me bajé huyendo de ella para llegar con Eroth que estaba encogido de hombros, apestando.

¡Me descubrió, debemos irnos! dije temblando. No lo hizo contestó calmadamente mirando a su alrededor.

¡Me llamó Masesina! Con un resoplido humano aclaró:

Te llamó Ella-Martina.

¡Yo no soy una ellamartina!

Es una referencia a Ella-Elena, Diosa del Amor, se supone que se llama como todas las mujeres por lo que cualquiera puede llamarla como la mujer más hermosa que conozca, es un cumplido al color de tus ojos . Terminó.

Dos cosas aprendí en ese momento, Eroth era una especie de sabio, y tenía un excelente oído.

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Unos momentos de silencio y peste después, la mujer se acercó con dos platos de comida, un odre con agua y aunque no lo vi, un olor inusual.

Mi tutor agradeció sin levantar la cabeza, y la hembra humana solo le contestó que comiera tan rápido como fuera posible y se marchara, mientras me entregaba una manzana que hasta ese momento desconocía. Mas siguiendo el ejemplo de mi tutor tampoco levanté la cabeza.

Antes de comenzar a comer me dijo que se supone que debía agradecer la atención. Lo ignoré, fascinada con el caldo extraño que por su olor jamás había probado, una agua con un sabor a fruta verde y la manzana, que era lo más dulce que hubiera olido en mí corta vida. Aunque eso no evitó, o más bien propició que refunfuñara, porque se nos enseñaba que el sabor era irrelevante, solo importaba la nutrición, jamás las distracciones de comer para pelear, pelear para comer.

Tenía muchas dudas ¿Por qué apestaba el lugar? ¿Si acaso la mujer me había marcado como ofrenda a su Diosa? y ¿qué utilidad tenían los hilos, que se cambian por valioso alimento? De todas maneras me decidí por comenzar preguntando cuál era la jerarquía de la mujer que podía mandar al hombre gordo sin hacer ceño de guerrero? Aunque no pude evitar preguntar todo lo demás. Como siempre Eroth tenía respuesta para todo, y así explicó:

Lo que viste fue una sonrisa. En mi experiencia, todas las personas de todas las razas, pero especialmente los humanos tienen el poder de hacer su voluntad con la facción facial correcta, los movimientos esperados y las palabras adecuadas, así que tu amiga solo es mejor que el resto en ello, por eso no requiere un rango; es una mesera, el gordo la emplea para llevar la comida, y saber cómo tratar a cada persona le hace sencillo su trabajo. Hilos de cobre, placas de plata y monedas de oro, calculadas de ocho en ocho piezas, eran la recompensa de su trabajo, porque debido al valor y cantidad de sus metales, todo se cambia por ellas, incluido el tiempo y la habilidad. No, no "te marcó" como sacrificio, el vínculo de los hombres con las

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Diosas es potentísimo, y no tienen un solo patrón como los orcos, cada humano decide a qué Diosa dedicarse y nada les evita a hacerlo, así que solo agradeció haber presenciado unos ojos como los que piensa su Diosa debe tener me quedé sin aliento tratando de procesarlo todo, pero él estaba por terminar y eso que apesta soy yo.

En el momento que me dispuse a revisar, entró un grupo de hombres que cambió el ánimo del lugar. El grupo se fue a sentar al fondo, a un lado de nosotros, sus rostros eran deformes, con risas y sonrisas falsas, sus brazos sobre sus armas y con fajas de cuero ceñidas con tal fuerza que parecían armaduraa. El hombre gordo, cambió su rostro y se acercó a uno de ellos, no a el más grande, no el más armado, sino el más sonriente. Aquel titán gordo parecía minúsculo frente al recién llegado, pero igual el otro lo trató como basura, sin dignidad alguna, mientras lo amenazaba sin armas, colmillos o garras. Fue la "mesera" la que se acercó con tarros de líquido marrón, usándolos para desviar la atención y así defender al gordo. Funcionó, sin embargo, la mirada que esos hombres le dedicaron me aterró, pero a diferencia de mí, ella no exhibía el menor temor, ni siquiera en su olor. Aunque con esa peste, era difícil notarlo.

Igualmente asqueado del tufo, el líder dio una orden y rápidamente dos hombres comenzaron a buscar la fuente. Finalmente entendí que era una emboscada de Eroth, y cuando uno de ellos lo señaló, mientras se acercaba, puse atención con el corazón emocionado de finalmente verlo en acción. El hombre pateó la silla y el as de armas cayó al suelo, cuando lo levantó de la capa confirmó que era la fuente del desagradable olor y preguntó a su jefe qué hacer. En ese momento mi tutor se lanzó contra el jefe sujetándolo de la ropa mientras se arrodillaba suplicando sin darle la cara. No solo su voz era la de un humano común, sino que su tono era el de un desesperado. Estaba impactada. Pero antes de cualquier cosa, la mesera me tomó del hombro, agarró la manzana y me sacó por la puerta. Quería detenerme, pero un olor me resultó peor que el excremento que pisó Eroth antes de entrar. Precisamente antes de salir, el líder le ordenó a la mesera que le dijera a Martina

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que la esperaba arriba, y la furia de la mesera se contuvo solo para sacarme, sonreírme y darme la manzana al tiempo que nuestro legendario as de armas era lanzado a la calle como un vago. Debió leer mi cara de decepción que decidió reconfortarme diciendo, "todo estará bien".

No para Martina si la dejas con ese hombre aseguré a la mesera, pudiendo leer sus intenciones con solo su olor.

Pero Eroth, de pie y limpiándose el excremento de la bota, dijo, "sí estará bien". Tras lo que nos fuimos.

Mientras salíamos me embargó un potente enojo. Todo había sido en vano, entrar a la ciudad de hombres y salir sin ser notados, no significaba nada si nuestro honor estaba mancillado por la actuación del que creíamos nuestro gran ejemplo.

No comemos honor, niña. Hay demasiados guardias adentro, además sí nos descubrieron.

No soy una niña, ¡soy una infante! Además mientes. No hice nada para delatarnos.

Precisamente. Una mesera le quitó una manzana a su preciada Martina para una niña de ojos verdes y no recibió ni un gracias, claro que nos delataste. Pero cumplimos la misión y aprendimos. Eso es lo importante.

¡¿Qué aprendí?! contesté confundida.

Medítalo sugirió mientras abandonábamos la ciudad entre más guardias que al principio.

Al llegar en la mañana nos movimos nosotros. Pero el campamento se quedó. Al cabo de tres días en los que guarde resentimientos por las cobardías de mi tutor, nos alcanzó nuestro grupo. Tan pronto llegaron, Telgad le entregó una bolsa con muchas de las monedas de oro, placas de plata e hilos de cobre, diciendo que "el hombre gordo había sido generoso y agradecido por el trabajo". Eroth escuchó y repartió el dinero dando instrucciones a varios músculos, incluido Telgad. Antes de irse con sus nuevas órdenes de ir a tal lugar y confirmar los horarios de la guardia, el número y equipo de efectivos, así como

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confirmar la falta de un centinela en la guardia, Telgad se acercó a mí:

El gordo vino al campamento con una mujer de trenza. Te buscaba. Me pidió que te diera esto me acercó una manzana y antes de poder decir nada, me dio otra terminando su encomienda y esta es de parte de Martina.

No pude creerlo, la mesera de trenza, fue al campamento con orcos armados que huelen a peligro y enfrente de Telgad, una montaña de músculos verdes y olor a violencia, le pidió que me entregara esto ¿Qué poder blandía para comandar a un a un guerrero que estremece el corazón de todo oponente?

No poco confundida, separada del resto, comí la manzana de Martina sola. Su aroma era delicioso, no solo el de la manzana, sino el de su mano, que se sentía a pesar de que la mesera y Telgad ya la habían tocado. No recuerdo si lo entendí ahí o más tarde, pero tenía todas las piezas para comprender que el gordo tenía una hija llamada Martina y pagó a Eroth para asesinar al hombre que quería hacerle daño. En cambio, en un inusual comportamiento, pues otro guerrero orco hubiera juntado un grupo de asalto y hubiera entrado a la ciudad peleando hasta dar con el objetivo y matarlo. Mi tutor, predijo todo y lo dispuso de forma que pudiera apuñalar a su víctima sin que se diera cuenta, mientras "rogaba por su seguridad", justo bajo el cinturón que funcionando como torniquete, no lo dejó sentir el filo mortal que lo desangraría internamente tras subir las escaleras y desnudarse. Me juré que no volvería a dudar de mi tutor, y aunque he fallado ese juramento varias veces con los años, cuando le compartí la otra manzana; él se dio cuenta que había elegido bien. Aunque no pude verlo, sentí mis labios torcerse; había sonreído.

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Amor & Muerte: Capítulo III

Armada con el conocimiento de las palabras correctas y los gestos precisos, Eroth siempre me llevaba a las ciudades humanas. Él era un fantasma; invisible a todos excepto cuando disponía lo contrario, y yo, solo debía cubrir mi orgullo orco para parecer una de sus niñas. A cambio de esa breve deshonra, pude hacerme de todo tipo de conocimientos fácilmente despreciables pero en extremo útiles sobre su mundo y cómo lo defendían. Aun así, ninguno tan increíble como La Excelentísima pero Lamentable Tragedia de la Alianza de Reyes. La gran épica que contaba sobre dos héroes inesperados que hace unos años salvaron a al QuarNaTor de la ambición del ogro azul. A diferencia de los orcos, los humanos sabían leer y lo más impresionante era que aquellos que no, podían recordarlo, y mientras me escurría en las plazas y hostales escuchando las historias de valor, heroísmo y romance, me di cuenta porqué podían hacerlo, pues a mí me pasó: cada palabra, quedó grabada en el músculo de la lengua.

Con todo, y a pesar del nefasto episodio donde supuestamente siete guerreros vencieron a doscientos orcos, las hazañas que le dieron al As(de armas) Eroth fueron épicas, muestra de su habilidad de pensar rápido y decidir bien, aunque a medida que les llevaba la historia, o los aliados del jabato lo hacían, algunos orcos cuestionaron las acciones de mi tutor, pues se le acusaba de traición al ogro azul y peor, de rendirse ante elfos. Yo decidí no hacerlo, había demostrado estar en un nivel que hacía imposible cuestionar sus acciones como algo aislado.

Un día, mientras me enseñaba algunas costumbres elfo, en vez de enseñarme a matarlos, sonó el cuerno de guerra. El grupo de Eroth preparó las armas pero igual pidió su aprobación. Aquel miró la situación, y pudo ver a unos barcos disparando contra un ejército orco. Siguió la corriente y permitió que sus tropas se involucraran, por lo que con rugidos; las jabalinas y los guerreros bajaron directo al combate. El As de armas, sabía que debía combatir, así que cuando me miró para ordenarme que me escondiera mientras regresaba, me vio tan ansiosa de entrar en combate que decidió dejarme bajar, seguramente porque leyó bien que de lo contrario lo desobedecería. Así que bajamos.

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Era un caos. Los cañones humanos de tres barcos tenían atrapados a un jabato tras una guarnición amurallada, y el jabato donde nací estaba tratando de abordar los barcos para asistir al otro. El equipo de Eroth bajó dividiéndose en dos, un grupo que sobre la cobertura de los árboles gritaba haciendo creer que nuestro número crecía, mientras la otra fuerza se deslizaba al rio para sabotear a los barcos.

Pude seguirle el paso al as de armas, pero solo porque me iba cubriendo y dando órdenes a los guerreros, pues serían más útiles llevando información a los otros jabatos para coordinarlos que despotricar contra los cañones humanos. Cuando llegamos a la línea segura antes de los cañones, me ordenó que me quedara con el grupo y me abstuviera de entrar en combate. Obedecí no porque los cañones fueran aterradores, que lo eran, sino porque no había con quien luchar, y porque terminó diciéndome "vence al impulso, los pies en la tierra". Así que me dispuse a esperar al grupo que atrajo el fuego.

La ventaja numérica era nuestra, pero los barcos humanos podían controlar a los tres jabatos con sus cañones, así que el plan del As de armas, fue que sus orcos presionaran como refuerzos de los que estaban luchando en la guarnición, mientras mi jabato golpeaba la retaguardia para controlar no el castillo sino su depósito. Si todo salía bien, los humanos lanzarían a sus soldados a defender la posición cuerpo a cuerpo, temiendo destruir sus reservas con los cañones, y entonces, los orcos de mi tutor solo deberían aguantar mientras el jabato atrapado lanzaba barriles de aceite al rio para obligar a los barcos a moverse o arder. Eroth fue muy específico en evitar que trataran de quemar los barcos, la amenaza era mejor, porque acorralarlos los obligaría a luchar hasta el final. Así se hizo. Observé su liderazgo en acción y lo meticuloso de su plan. Nuestra jefa y la jefe del jabato atrapado sonaron sus cuernos en señal de aceptar. Los tres jabatos se coordinaron excelentemente, y el plan rindió frutos y se ejecutó tal como se planeó, excepto por un detalle, en vez de amenazar con las llamas, el jabato intentó inundar el rio de aceite, por lo que los soldados de la guarnición tuvieron tiempo de rodearlos y matarlos. No sé porque, pero recuerdo que me imaginé descendiendo y lanzando la necesaria antorcha para quemar los barcos, sin embargo, recordando las palabras de mi tutor, me contuve. Solo para

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encontrar a todos los otros orcos a mí alrededor pensando lo mismo, embebidos en los sueños de gloria.

No me atreví a decirles nada, pero sucedió lo obvio, cuando el músculo bajó antorcha en mano hacia la playa, fue acribillado por los tiradores de los barcos. Atrayendo demasiada atención sobre nuestra posición demasiado cercana para resistir el fuego. Arrastré a un par de jabalinas heridas tras las piedras, pero nuestra posición fue destrozada por el fuego de los cañones, el único consuelo mientras me escondía tras las rocas, fue que eso le dio tiempo a mi jabato para presionar, y cinco corredores orcos, levantaron barriles de aceite y corrieron al río. Los corredores eran veloces y valientes, pero los tiradores fueron mejores, matándolos con tiros precisos sin dejarlos llegar. Excepto por uno que usó el barril para cubrirse y cuando el aceite se le comenzó a derramar, se permitió arder, corriendo velozmente en llamas.

El rio ardió. Fue hasta ese momento que me di cuenta que fue Oblek quien lo logró, cumpliendo su destino de quemar un rio. Pero con todo en llamas, los hombres desembarcaron, armas en mano, se lanzaron partiendo a los orcos de la playa. Noté que si mi grupo hubiera mantenido la posición, hubiéramos podido apoyar a los defensores, en cambio los humanos cayeron sobre nosotros. Las jabalinas heridas se lanzaron a pelear, y los músculos murieron como se esperaba de ellos. Tuve mi oportunidad de correr, pero en cambio tomé una lanza. Embosque a un humano escapando y lo apuñalé en la pierna, el giró velozmente pistola en mano, pero al verme niña, no me atacó, solo cojeó colina arriba un momento antes de que un músculo lo derribara y la bala que quiso evitarme, me encontró justo en el pecho.

Lo siguiente que recuerdo es el olor a sangre y pólvora. Fue una matanza, todos perdimos, se olía. Mi tutor estaba frente a mí, con el brazo extendido mientras llegaba el acólito, con sus ojos hundidos y el nombre de Arsheen en los labios.

No escuchaba nada, como si estuviera bajo el agua, sentía un vértigo y tenía mucha pesadez en los ojos, más en la oscuridad pude ver luces formando letras, habían demasiadas, de diferentes colores y letras, pero todas brillantes. De pronto me sentí de pie y pude ver la roca pulida y un espacio libre de letras. Tenía miedo, pero al mismo tiempo dejé de sentir el dolor en el pecho. Una voz dulce preguntó mi nombre, y yo sabía que debía negarme,

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pero de todas maneras comencé ignorante, a deletrear mi nombre lentamente. Al ritmo lento de los fonemas de mi nombre, la piedra se grababa frente de mí, pero pronto sentí un empujón y una voz ronca diciendo O-BLE-K. Viré mi cuello y encontré a Oblek, quemado, con pedazos carbonizados de piel en su rostro, a un lado mío. El acólito tenía su mano sobre mi pecho y sobre el del orco que quemó el rio. Sentía algo moviéndose de él a mí, como sangre, caliente y palpitante. Estoy segura que no pude mover mis labios, pero igual le pregunté, ¿Por qué?

Y él me contestó. Sin mover los labios: Tú eres el futuro. Atestigua cuando encadene al sol. Por el jabato, por los orcos, ¡por la Convulsión! ¡Oblek! Oblek murió y yo viví. Porque el acolitó me nutrió con su vida, y el peso de sus expectativas.

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Amor & Muerte: Capítulo IV

asi cinco años después ya no era una infante; era peligrosa, había combatido, pero tampoco una jabalina. Era una acólito de Arsheen. Desde que presencié el Muro, mis ojos cambiaron de verde esmeralda a verde grisáceo, y el acólito del jabato dijo que era mi destino servir a la muerte, por lo que me enseñó lo básico en cada vuelta a casa, mientras Eroth me llevaba de aquí a allá, traficando con información, aprendiendo a mentir, a observar, a planear. Todo mientras lo veía desenvolverse en un mar de alianzas entre los jabatos, canatos e hipotatos que llegaban de otras tierras.

Estaba contenta con el arreglo, mas un día mientras aprendía sobre El Muro, el irremediable destino final de todo lo vivo, nuestro acólito, el brujo que guiaba a los jabatos del sur, declaró que no sabía más. Comentó que no lograba aumentar sus conocimientos y que los otros acólitos se los negaban mientras siguiera usándolo para servir al jabato, en vez de servir a la muerte, lo que claramente era un engaño de hombres, pues ninguna raza aportaba tanto a la muerte como nosotros.

Así que viajar con Eroth, y entrar a las ciudades humanas para escuchar los rumores sobre lo que los acólitos hacían y creían era lo mejor que podía hacer por todos los servidores orcos de Arsheen. Especialmente porque mi aún tutor tenía contactos que ningún otro orco tendría, el más vistoso de ellos, otro de los héroes del canto, el elfo al que llaman Aradas; precisamente la razón por la que especialmente quien no lo conocía, lo asumía un traidor, sin entender la forma complicada en la que planeaba, pues pregunto, ¿qué otro orco podría ser recibido en una avanzada de elfos?, ¿de qué otra forma podría una servidora de Arsheen entrar a las tierras de los enemigos ancestrales de mi gente?

Mas ahí estaba, emocionada, entre estos seres perfectos que me recibieron como si nunca hubieran visto a una orco, aunque en sus milenios de vida seguramente mataron a varios. La mayoría nos pasó de largo, sonriendo con fingida cortesía, pero Aradas nos recibió en la fogata más grande, donde charlaba con una mujer que no conocía; humana y hermosa, ataviada con una túnica morada y pañoleta rosa, quién me miró y sonrió sin esperar que le

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sonreiría de regreso, pero lo hice, porque eso es lo que Eroth me había enseñado.

Por Ella-Vale'rei, ¡eres hermosa! dijo con voz dulce y facciones agradables.

Te lo dije respondió Aradas, mientras me saludaba. Y Eroth y la mujer se saludaron el uno al otro como si se conocieran.

De ser sincera, respecto de Aradas, Príncipe de Wotan puedo decir que a pesar de que lo había visto, nunca superaba el hecho de que fuera menos impactante que el guerrero alabado en aquella tragedia.

Mi corazón comenzó a latir fuerte al saber lo que seguía. Su aroma me alertó mucho antes de que cruzara el umbral.

Dime que lo localizaste Eroth su voz era tan fría como siempre, cargada de mando, pero articulada. Como siempre saludó conforme encontraba los ojos de sus interlocutores Aradas, Eroth, Servidora de Ella-ValeRei y aunque al igual que siempre no encontró los míos, lo dijo Ojos de luna.

Yo sabía que debía solicitarle que me reconociera como servidora de Arsheen, pero al igual que todas las veces antes que esa, me quedé callada, mirando hacia abajo mientras le rehuía la mirada.

Lo encontré y viene en camino Lord Vaselee.

El general elfo, era uno de los grandes estrategas de su raza, y desde hace años conspiraba con Aradas y Eroth para prepararse para la inminente Convulsión. Claro, aquello podría sonar como una traición de parte de mi tutor, pero los canatos, hienatos e hipotatos que ya habían llegado, habían caído sobre la Alianza de Reyes con violencia y sin organización, lo que había obligado a las organizadas Legiones del Lyonesse, a ser violentas. Algo de temer para todos. Pues el choque de ambas fuerzas, cualquiera que fuera el resultado, terminaría en un baño de sangre. Uno que los orcos creían querer, que los humanos subestimaban y que los elfos temían. Un asunto de perspectiva.

En realidad tenía sentido, lo que estaba por suceder escapaba a la comprensión de hombres y orcos por igual, pero los elfos pensaban diferente, porque aunque en los recuentos se habla de ejércitos elfos combatiendo contra ejércitos orcos, nunca se menciona que mientras que una

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hembra orco puede tener hasta ocho hijos en un vida de guerra, las elfas tendrán quizá tres en milenios de vida, de manera que los elfos cobran caras su vidas en combate, por lo que estos conspiradores habían gastado muchos recursos en encontrar al Instigador, un mercenario orco de tierras lejanas quien en apenas unos años se hizo fama de ser capaz de destruir ejércitos él solo. Ahora solo faltaba sobornarlo para ponerlo del lado correcto.

Sin duda era un disuasivo difícil de creer, un único brujo que pudiera frenar la Convulsión, pero los conspiradores se habían convencido que era el mejor camino por recorrer. Especialmente porque tal como sospechaba, era el plan de Eroth; venderles este imposible para hacerlos apostar por una medida que llevaría a los elfos a un falso estado de seguridad mientras la Convulsión arribaba.

Los conspiradores hablaron de muchas cosas, pero como siempre, por más que traté de seguirles el paso, sencillamente me perdía en las palabras articuladas de Vaselee. Así como en la fragancia madera que despedía, y la mirada fuerte que me dedicaba cuando me atrapaba viéndolo.

Perdida en él, se me fue el tiempo en ensoñaciones como siempre, pero observada como nunca, porque la Enchantress que nos acompañaba lo notó con una discreta sonrisa . Regrese a mis cabales apenas para escuchar que el Instigador había llegado. Los conspiradores repasaron lo que ofrecerían, y entonces la Servidora de Ella-ValeRei, porque de momento era la mujer más hermosa que había visto, y así se referían a ella, aseguró.

Es peligroso. Está confiado. En verdad no le preocupa una trampa.

¿Ya vio a los soldados humanos?

Sí. También reconoció la marca de la guardia de Toscana, no le importó, un momento, algo captó su atención.

La enchantress tenía la cabeza ligeramente levantada, y fue entonces que noté que cerró sus ojos y confió en su nariz

Ya captó la esencia de Ojos de luna suspiró Está fantaseando su rostro no reveló el aroma a miedo que la recorría Es peligroso, conflictivo y seguro de su ventaja.

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Es un cerdo añadió Aradas.

Difícilmente un insulto para él contestó Eroth mientras me preguntaba ¿estarás bien?

Asentí con la cabeza. Aunque quizá no expresé suficiente convicción porque Vaselee continuó.

Servidora de Ella-ValeRei, ¿puedo pedirte que te lleves a Ojos de luna, a ti misma y a cualquiera en riesgo a una distancia segura?

¿No quieres que me quede a leerlo? . Inquirió ella.

Nos sería de gran utilidad, pero no pienso arriesgarlas . Terminó sin saber si la palabra alargada había sido voluntario o solo un error.

Ella-ValeRei sonrió, y con un toque en el hombro me sacó mientras el Instigador, un orco masivo de cabellos grises y colmillos profusos se acercaba, cargando un pesado caldero en la espalda, sonriendo burlonamente.

La enchantress y yo llegamos a otra fogata cerca de un claro. No habían elfos, solo humanos con el uniforme de la Guardia Real de Toscana, armados apropiadamente Mas no me distraje, había algo perturbador en la mujer que me cuidaba, así que aunque no quería dejarla cerca de mis pensamientos, supuse que ya que fue Eroth quien planteó sacarme, su plan consistía en tenerla fuera mientras él mentía, así que inicie la charla.

¿Cómo supiste todo eso? ¿Te lo dijo tu Diosa? pregunté para aprender un poco más sobre la enchantress, las servidoras de la Diosa del Amor, hermana de mi Diosa de la Muerte.

Sí, mis hermanas me enseñaron a afinar mis sentidos para entender a las personas. Aunque el deseo es algo sencillo de captar.

No le temo al Instigador, se defenderme aseguré.

Por supuesto que sí, pero no temas a los agresores, teme al deseo. Estamos inermes ante él. Y lo usamos para dar rienda suelta a nuestros impulsos destructivos.

La forma en la que lo dijo me dejó claro que insinuaba, conocer mis pensamientos sobre Vaselee. No creas que me entiendes espeté.

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No te conozco, claro que no te entiendo. Pero conozco lo que sientes. Porque es lo que todos sienten, y mi Diosa insiste en que ayude a los perdidos a entenderlo eso.

¿Para qué? ¿Qué utilidad tiene eso?

Para vivir. Disfrutar la vida.

La vida es un sueño pasajero que inevitablemente se termina.

Sí lo es, el amor por otro lado nunca muere.

Díselo a los que tienen su nombre en El Muro.

Díselos tú que hablas con ellos, diles que no los olvidamos, que vivimos la vida con fuerza porque es testimonio del tiempo que vivieron con nosotros.

Es fácil para ti decirlo.

¿Porque soy una enchantress?

Porque naciste en la dicha, y con las armas para disfrutarlas. Belleza y expresión, son una mancuerna poderosa.

Suenas como Eroth sonrió , y claro, no negaré lo que tengo, pero solo porque todos lo tenemos.

No me dejó reírme, en cambio me llamó hacia el lago, donde me mostró mi reflejo.

Mírate ¿Entiendes porque toda la vida te han dicho hermosa?

Los ojos claros y salvo por mi orgullo orco, lo indistinguible que resulto a la estética humana.

Ella sonrió, y entonces el reflejo en el agua me reveló lo soberbiamente hermosa que era. En ese momento se paró atrás de mí y señalando mi rostro, me enseñó la verdad en mi reflejo.

Todas las orcos son como tú, cada una con sus propios rasgos pero con las mismas características generales; ojos, cabello, nariz, boca, su orgullo en el rostro. De hecho, es muy atractivo el orgullo, colorea su rostro como un rubor verdaseo, particularmente atractivo en la noche.

El orgullo no sirve para ser atractiva, es una marca de quien somos y de dónde venimos.

Entiendo su función biológica. El rubor alarga los ojos, hace que oponentes más grandes sientan un miedo primordial al depredador que acecha, refleja la luz para que puedas aprovecharla en la noche. Pero todos los lugares a

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los que has ido, quien vio tu orgullo, supiera o no supiera que eres un orco, te encontró sorprendentemente atractiva, pero a las otras orcos no ¿por qué?

No pude contestar. Tenía algo de razón, la jefa del jabato era una mujer espectacular, de anchas caderas, pechos generosos, pero los orcos la deseaban por quien era, por lo que había logrado, no por cómo se veía, y aquellos que no eran orcos apartaban la mirada aterrorizados. No como miraban a aquella mesera que conocí, con deseo. Al ver que no contestaría, continuó:

No son los ojos, es la mirada decidida. No son las facciones, es lo que haces con ellas. Tú te esculpes momento a momento.

Es un mundo de humanos, ellos deciden que es hermoso, yo solo lo copio.

Nada más alejado de la realidad.

Me dices que el que ese soldado del fondo me mire, no tiene nada que ver con que me parezco a las humanas que conoce y desea, o que tenga los ojos claros como tú que lo cautivaste.

La enchantress ni siquiera miró para confirmar, lo supo todo el momento.

No te pareces a las humanas ni las centauro ni las escorpio. Las facciones en común que tenemos todas las mujeres de todas las razas, incluida las humanas, son reflejos de las elfo con mi atención continuó Al principio las razas no tenían dos sexos porque todas fueron creadas, y no se suponía que se reprodujeran. En muchos sentidos, de lo que conocemos, lo elfos fueron la primera raza en tener dos géneros y aun así, no era un asunto sexual, porque se requerían dos elfos distintos para pedirle a su árbol de las tradiciones un hijo que combinaba los sueños de ambos. Por eso las facciones de los elfos suelen rayar en lo andrógino, porque solo se suponía que fueran bellos, tan simple como eso. Y con el tiempo se fueron cargando hacia la masculinidad y la feminidad, así que la Naturaleza, tomó la forma de mujer, por eso es que todas las féminas de las diferentes razas tienen esos mismos rasgos femeninos.

La miré aturdida. Jamás había escuchado algo así y no sabía sí me mentía o no, porque era imposible de leer, ya que siempre sonreía.

¿Cómo sabrías eso? ¿Cómo sabrías las leyendas de los elfos y el universo?

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El ejercicio sexual que profesamos nos abre las puertas a todo. Los elfos, altivos como aparenta ser, no son tan inalcanzables como quisieran ser.

Me estremecí ante la implicación y el subtexto, pero para esconderlo me burlé.

Ellos inventan la sexualidad y ustedes las usan en su contra.

Ella rio con una enorme sonrisa que me dejó ver las perlas de sus dientes.

Ellos fueron los primero en dividir su sexo, pero la Naturaleza quería además de ser mujer, ser amante, y eso lo aprendió de una humana. Dicen que el día que la naturaleza cambió, aunque no cambió nada en ellas, los elfos desearon por primera vez la belleza de sus mujeres.

Estaba estupefacta y lo notó, así que se deshizo de mí para regresar a la junta, adelantándose por completo a mis preguntas

Date un momento para admirar tu alrededor, cualquier cosa por la que valga la pena morir, es amor. Y sin necesidad de charlas filosóficas, todos lo saben, porque las cosas que no viven son peores que la muerte que irremediablemente les espera. Muerte van a tener; amor tendrán que sufrir mucho y por mucho tiempo para que no los alcance. Y no, no te preocupes por mí, el Instigador podrá con un ejército pero lo que tengo se señaló el corazón con un ademán que lo representaba y terminaba en una serpiente es mucho más.

Me quedé en la fogata entre los humanos pensando, ya que era obvio que no había secretos para ella, miré a mi alrededor para ver si yo también podía hacer lo mismo. Para mi gente solo había enemigos, armados, disciplinados y de cuidado, aparentando estar relajados pero con sus armas listas. Como Eroth me enseñó, esta guardia real estaba fuera de lugar, no era la del Lyonesse, porque Él menos que nadie debía saber de esto, así que solo podía ser de la Princesa Vale'Rei. Tenía sentido, y con ese conocimiento fue fácil ubicar a su campeón, un pelirrojo de nombre Alex a quien Azeroth frecuentaba y también era mencionado en la tragedia como un hombre perdidamente enamorado de su señora. Pero ahora, lejos de ella ahora charlaba con un soldado novato en armadura. Lo mire por poco tiempo pero igual regresó la mirada con un saludo, porque era cortés y porque quería dejarme en claro que se sabía observado. Sin embargo, tratando de ver las cosas como la Enchantress, no

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había nada. Quizá ¿amor patriótico? de los soldados por su Lyonesse, o amor…, más bien lealtad a su Capitán enamorado.

Lo cierto es que sentía las miradas de algunos de ellos sobre mi cuerpo, y con la misma facilidad olía el deseo de muchos, pero en esa escena lo más parecido al amor que yo sentía por Vaselee desde la primera vez que lo vi, era el cariño que el Capitán profesaba por el joven al que instruía.

Después de un rato, salieron todos sin el Instigador de guerras. Elfos que hasta el momento no había visto, aparecieron mientras los cospiradores y la enchantress se acercaron, Aradas le cedió la palabra a Vaselee pero aquel permitió que fuera el joven elfo el que diera la noticia.

Hubo que hacer concesiones que no serán del todo sencillo cumplir, pero lo compramos.

¿A qué precio? preguntó una elfa de dorados cabellos que cuando apareció robó la mirada de todos.

Quiere un reino, pero bueno, si salva los demás reinos no es un mal trato.

¿Podrá cumplir? Preguntó Alex.

Aradas le cedió la palabra a la enchantress.

Él está seguro que sí, y saborea sus recompensas. Es lo más parecido a un sí que puedo dar.

¿Qué tal su carácter? preguntó el soldado novato con voz juvenil.

Vaselee decidió contestar, y como siempre escucharlo era tan dulce como el martillo sobre el yunque venciendo al acero.

Es un patán, pero la Servidora de Ella-ValeRei lo puso en su lugar de manera tan admirable, que hubiera preferido que yo lo apuñalara que volver a pasar por eso.

Esto merece un brindis dijo la enchantrees mientras servía vino a los cercanos y los elfos seguían su ejemplo.

¡Por Concordia imperecedero! dijo Vaselee con su voz fuerte a todos, dedicándome una mirada a mí y solo a mí. Mirada 1ue disfrute más tiempo del que debí, tanto que cuando sentí a mi tutor observándome, le respondí el brindis sabiendo su épico destino. Pero la enchantress lo vio todo, y no me dejó de ver hasta que lo repetí en voz alta.

"Por Concordia imperecedero…" mentí. Un sorbo de ese vino dulce y luego la magia de ella hizo efecto. Hubo risas,

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música, baile y bebida. Luego los elfos se retiraron con su libido despierto tras décadas de letargo. De la misma manera, los legionarios y las legionarias de la guardia se miraron ruborizados desapareciendo discretamente entre los arboles del bosque.

Esa era la magia de la enchantress. Razón cerrada, corazones ardiendo. Lo que sentía en ese momento jamás lo había sentido en mi vida, y segura del poder irresistible que era, de alguna manera me encontré buscando a Eroth. Pues me había tutelado por años para ser lo que él quería, y de alguna manera yo imaginaba que se lo debía tanto como quería. Mis pensamientos eran erróneos, pero había tantos errores a mi alrededor que podía disculparme, los legionarios casados, el capitán y el soldado que se miraban como no debían, o el elfo que me interceptó.

Vaselee, se quedó parado frente de mí. Perdido admirando “mis lunas” resaltadas por mi orgullo. Su disciplina le permitía quedarse parado por horas o vidas sin decir nada, mi arrogancia por otro lado se limitaba a una vida; la mía. Pero igual no importó, lo besé con todas las ganas que siempre tuve de hacerlo y un momento antes de sentirme rechazada. Me regresó el beso.

Cuando Concordia en lo alto llevó su rosa hasta el blanco, todo había terminado. Confundida encontré a la enchantress sola, porque ella llevaba el amor, no lo buscaba para ella y por honor le dije:

Veo tu mano en todo esto, y la agradezco. Cualquier cosa que pueda hacer por tu descendencia, tus padres o tus amantes. Solo pídelo.

Ella sonrió, y contestó lentamente con los ojos clavados en la laguna, pues que su cuerpo no disfrutara de lo experimentado, no quiere decir que no haya disfrutado las experiencias de todos.

No tendré descendencia. Las hijas de Ella-ValeRei ayudamos a concebirlos, traerlos al mundo y protegerlos, pero no podemos parirlos. No conocí a mi padre, un buen sustituto fue el esposo de mi madre, y me quería tanto que mandó a asesinar al hombre que amaba.

Si quieres que tome venganza lo haré por ti.

Ella sonrió aún cautiva de sus recuerdos:

No lo dudo. Un asalto orco sobre mi ciudad mató a mi madre y a su esposo hace algunos años. Igualmente mi padrastro tenía razón. Ese amor era malo para mí.

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Dijiste que el amor es lo mejor que te puede pasar.

Pero no quiere decir que no vaya a destruirte o matarte . Terminó sonriéndome perturbadoramente hasta que nos interrumpieron.

Santa Martina, la necesitan en la cueva . Ella se despidió sin decir nada, dejando su fragancia olor a manzana fresca tras ella.

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Amor & Muerte: Capítulo V

El día que el grueso de la Convulsión Esmeralda llegó al QuarNaTor, la tierra literalmente tembló. Su número superaba a las Legiones unidas; además eran fuertes, agresivos y arrogantes. Si hubieran esperado, La Alianza de Reyes no hubiera estado preparada, pero como a lo largo de siete años llegaron por grupos luchando sin objetivo, encontraron a las Legiones organizadas y listas.

Si tan solo hubieran escuchado, pudieron haber tomado el QuarNaTor sin esfuerzo, pero en vez de aprovechar a los aliados ogros, centauros o taureanos que los jabatos e incluso Eroth ofrecieron, también los atacaron a ellos, como a todo otro que se interpusiera en su camino Tal era su poder y arrogancia que atacaron a los mismos jabatos que los llamaron, bajo la razón de "no ser suficientemente decisivos". Mi jabato por el contrario fue recompensado, permitiéndole integrarse al frente de la Convulsión, y por la intervención de la jefa de guerra, también a Eroth. Sin embargo, sin importar cuanto valor mostráramos en combate, éramos un grano de sal en una avalancha, pues en verdad la destrucción esmeralda había descendido sobre la Alianza de Reyes, y parecía indetenible, al menos hasta que un día, un destacamento de humanos acercó al Instigador de Guerra al frente, y aquel, comenzó a cocinar hechizos en su misterioso caldero.

Eroth supo cuando marcharse y el jabato confió en él, siguiéndolo contra su mejor instinto. Pues aunque al principio solo fue humo y unas cuantas luces, nada del todo espectacular, cuando la espesa fumarola engulló al ejército, los miles de orcos que llegaron a pelear ese día, encontraron El Muro sin remedio o defensa.

Ese primer respiro cambiaba las cosas para todos, incluso para mí que confiaba en mi tutor, pues aun si ver morir mil orcos pareciera no ser forma de ayudar a nuestra causa, la Convulsión sacrificó cuatro ejércitos más antes de que sus líderes de guerra se sentaran a pensar y a escuchar a los jabatos que conocíamos el terreno como a sus ocupantes. Así, aunque no sin lucha férrea entre líderes capaces, un canato suficientemente inteligente y astuto unió a los demás bajo su brutal mando, por lo que la balanza volvió a cambiar. Cuando vi el poder de la Convulsión Esmeralda finalmente organizada entendí el

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gran logro de Eroth, al darles resistencia había creado un monumento a la destrucción, con el que no solo capturaría al Dios del Lyonesse sino que podría matarle.

Los ejércitos de los reyes representaban poco reto para la Convulsión, pero las legiones sangraron masivamente para compensarlo, y como siempre aseguraron los mayores, los hombres mostraron esa determinación que los hizo ganar la Era de la sangre y fuego. Hombres de toda la Alianza de Reyes asistieron a pelear a la llamada del Avallach Lyonesse, y con ese acto, los pueblos sometidos a los que la Ley tenía en segundo lugar pero que garantizaba sus vidas, se unieron a la pelea, porque una sociedad donde los humanos se vanaglorian mientras preservan tu vida, es mejor que una donde solo existes para morir. Y era claro lo que la Convulsión Esmeralda ofrecía.

La Alianza de Reyes finalmente demostró que no era de hombres, sino liderada por ellos, porque cuando los potentes taureanos eran detenidos en su carga y comenzaban a caer, era un Duque montado el que levantaba su estandarte y continuaba la carga. Porque cuando los fieros rúgidos rodeados estaban listos para la masacre, eran un grupo de humanos los que llegaban a darles un respiro. Los muertos de ambos mandos se contaban por tantas veces ocho, que los gnomos se negaban a continuar el cálculo

Un día durante el curso de la guerra, encontré al As de armas discutiendo con la jefa. La única frase que escuché, me explicó todo.

¡Es traición contra tu gente! ¡Yo misma soy traidora por no matarte tan pronto lo dijiste! gritó la jefa peleando contra su propio brazo armado para no empalar a mi tutor ¡por los buenos hijos que me regalaste perdono tu vida, lárgate inmediatamente y no te vuelvas a cruzar en mi camino a menos que quieras morir, pero libero a todo orco de cualquier cosa que te deba! ¡Acolito, vámonos, tu tutor ha muerto para el jabato!

Lo miré. Era un orco peculiar, arquitecto de todo esto, pero no tenía manera de saber si era para nuestra causa o si pensando que lo era, sin traición, fue engañado por los elfos. Lo cierto es que le debía todo, y albergaba sentimientos por él que no me permitían darle la espalda sin escucharlo. Así que él hizo lo que sabía.

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Te conviene irte, es perfectamente entendible porque sientes la necesidad de quedarte con el jabato. No te culpo. Pero si algo de confianza te queda por mí, por tus ojos de luna se lanzó al suelo de rodillas ayúdame a cumplir mi destino.

Estaba loca o enamorada. Hasta ese momento había creído que su interés había sido preservarse en un hijo mío, que pudiera educar como él, porque los orcos no tenemos padres, solo madre, pero en cambio descubrí que realmente creía en el destino que le profeticé.

Contra todo instinto, dejé a mi jabato y me quedé con él solo para convertirme en traidora, porque solo unos meses después, el ejército de hobgoblins con el que apoyábamos a la causa humana, chocó contra mi jabato, matando al acolito, así como a muchos de los héroes del jabato que abandoné. Y mi traición estaba por empeorar pues un poderoso puñado de elfos llegó dirigido por Vaselee en persona, mientras los rangers masacraban a los ejércitos esmeraldas como jamás habían visto.

Finalmente tuve la oportunidad de ver el poder de una escuadra de elfos trabados en fiero combate. Me quedé con Vaselee y Eroth. Me sabía traidora, así que ahora que muriera intentando detener lo indetenible, quise al menos poder estar cerca de ellos. La Convulsión Esmeralda era invencible, y como era de suponerse, la primera línea de defensa de la Alianza de Reyes; el Instigador de Guerra, cambió de bando, pues con su poder, no tenía por qué conformarse con una corona cuando podría tener la del mismísimo Lyonesse.

Entendiéndose con el Can, líder de la Convulsión, la suma de sus esfuerzos cambió tan violentamente la balanza de la guerra que mi antiguo jabato quebró nuestra línea y sabiendo el destino del gran Gor. Cuando se enfrentó uno a uno a Vaselee, con la mano de la muerte que profesaba, cometí un espantoso sacrilegio. Con un toque mortal le negué su destino, salvando al elfo a costa de la vida de mi alguna vez campeón. “Lo hice por amor” me dije. Tan espantoso fue lo que hice, que mi amado elfo, se disculpó porque entendiendo mi sacrificio o al menos viendo el dolor que me causó, lamentó que el amor que me podía corresponder no era el que yo buscaba.

Las cosas empeoraron rápido, parecía que todo estaba por acabarse cuando el Lyonesse hizo lo que nadie esperaba; ordenó un cambio en el frente que la Convulsión

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aprovechó para avanzar hacia Toscana. Obviamente, la estratagema estaba planeada, el Lyonesse no estaba ahí, sino con el Cuerpo de Paladines en el frente, aprovechando la movilización para realizar un ataque brutal para romper el frente, y llegar al Can, para cortar la cabeza de la Convulsión Esmeralda.

Sin embargo, los conspiradores; Eroth, Vaselee y Aradas sabían que no se podía solo rendir Toscana. Algún objetivo de valor tuvieron que darle al enemigo para caer en la trampa, así que fuimos a defender la ciudad mientras mi antiguo jabato lideraba la ofensiva. Galya cumplió su destino al derribar la puerta de Toscana, y entonces se soltó el infierno. Fue una matanza, pues aunque los orcos de la Convulsión caían violentos sobre el enemigo, los defensores peleaban fanáticamente salvando a los sirvientes y pajes. Algunos héroes como Alex, capitán de la guardia personal de la princesa, se grabaron con sangre en la mente de los orcos, pues resultó aún más letal de lo que la Tragedia contaba.

En verdad hice todo por pelear evitando a mi jabato, pero estaba defendiendo a una causa perdida, así que solo era cuestión de tiempo para terminar ajusticiada por ellos. Desde el pasillo externo se podía ver la sección del patio donde la guardia real se abría paso para escapar sin lograrlo, así que exhausta y sobrecogida, me lancé al suelo a orar para que Arsheen obviara mis faltas y me permitiera ingresar a El Muro. Oraba con fuerza y sinceridad cuando lo noté. Alex les dedicaba unas palabras a los hombres de la Guardia real que le quedaban. Tras un solemne saludo, dedicó unas últimas y más tiernas palabras a su pupilo favorito. La tensión que tenían entre ellos, era la misma que Vaselee y yo, confirmándome que el amor no bastaba. Nunca lo hacía, la muerte siempre terminaba ganando. Al final, sin poder soltarse de las manos como la urgencia apremiaba, Alex tomó un caballo y se lanzó sobre el mar de orcos en el patio mientras la guardia en vez de seguirlo, se deslizaba por el corredor contrario, alejándose de la batalla. Pero acercándose hacia mí.

Fue en ese momento que entendí mi papel, e inmediatamente me levanté para gritarle a Eroth, quien un nivel abajo defendía otra sección del muro exterior. Tenía sentido, para lograr su desesperado plan el Lyonesse había sacrificado más que la capital; había dejado a su hija, y si su campeón estaba dispuesto a sacrificarse en un ataque suicida, era porque uno de esos soldados de la guardia real;

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el soldado de voz juvenil con el que se abrazaba aquella noche, era ella. La princesa que funcionaba de embajadora ante los elfos, en vez de actuar desde lejos, vestía armadura y acompañaba a su campeón porque según la Excelentísima pero lamentable tragedia de la Alianza de Reyes, eran amantes que jamás podrían amarse. Que simple. Ahí estaba ValeRei, la hija del Lyonesse, quien era la voz de Concordia. ¿Había acaso algo más apropiado para ejemplificar las cadenas del Sol, el destino de Eroth?

La guardia real y la princesa que escoltaban sin saberlo se movían rápido al cubierto de la brutalidad de su Capitán, pronto se alejarían y necesitaba encontrar al As de armas, así que junte mis manos y convoqué a El Muro, que se manifestó etéreo sobre las piedras de la pared interior del castillo, debilitando a los guaridas y a la princesa, en fuga. Descendí velozmente sin perderlos de vista. Eroth, Aradas y Vaselee defendían un corredor que evitaba rodearan el castillo. No tenían hacia donde moverse y peleaban por sus vidas, por lo que a pesar de que lo llame tres veces, el as de armas sencillamente no me contestó.

Respire aire y exhale muerte. Con esa nueva voz pude solicitar al fantasma de un soldado que aún lloraba su cuerpo, que fuera con Eroth y le dijera que estaba aquí, que podía capturar a la princesa. La figura se movió etérea, cuando chocó con mi tutor se convirtió en un dos escalofríos y un susurro. El primer escalofrío resultado del contacto de los vivos con los muertos, el susurro mi mensaje, y el segundo escalofrío; la implicación.

El as de armas, se lanzó al frente y con la espada degolló a tres orcos para poder regresar y mirar hacia mí. Grito tan fuerte como pudo, pero no escuché su instrucción porque un orco lo alcanzó con una lanza por la espalda. Una flecha mató al orco de la lanza antes de poder empujar el arma en mi tutor, Vaseele avanzó para cubrir a Aradas para que lo alejara del combate. Temí que lo peor sucediera en ese momento, por lo que decidí tomar el asunto en mis manos.

Bajé hasta el patio. La guardia real estaba en el suelo, vivos pero sin energías, drenados por la manifestación de El Muro. Era mi oportunidad para tomar a la princesa ValeRei. Sí la capturaba, podía entregársela a mi tutor para que su destino estuviera completo. Si algo sucediera y me viera forzada a matarla, mientras yo sostuviera que fue Eroth quien logró la hazaña, yo habría cumplido mi propósito. Saqué mi espada y me acerqué, no

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estaba segura de cuál de los soldados tumbados sería ella, pero antes de disponerme a averiguarlo, ella, drenada por El Muro se levantó espada en mano para defender a sus hombres.

¡Por Ella-ValeRei! La armadura impedía ver sus atributos, pero la mirada resuelta de esos ojos rojos la hacían indescriptiblemente bella.

Me miró y dudó si era amiga o enemiga. Era obvio que me había reconocido de antes, pero pudo leerme y notar que el arma en mi mano no era accidente. La baje un poco y levante mi mano para calmarla.

Soy amiga mentí con una sonrisa, pero ella no bajó el arma vine con los conspiradores para ayudarte a escapar.

Ellos vinieron a eso, pero tu mirada delata los sueños de gloria. Vienes por mi vida.

No tenía caso mantener la charada, así que avance con los pasos de la muerte que represe raba, pero ella arremetió, un golpe lento, pero mortal, si no hubiera retrocedido hubiera muerto. Sabía mantener su distancia.

Está bien recordando los pasajes de la Tragedia donde ella se ofrecía a cambio de la vida de sus hombres, decidí ser directa es cierto, vengo por ti, pero no tengo por qué matarte. Me basto con capturarte sinceré mi lenguaje y ofrecí te garantizo las vidas de tus hombres si te entregas.

Ella bajó el arma, exhausta por su peso y la presencia de El Muro. Mi tutor me había enseñado tan bien que podía vencer aún sin arma, así que cuando me acerqué a tomarla, apenas pude reaccionar cuando me atacó.

¡¿Qué haces?! ¡no miento!, ¡no haré daño alguno a tus hombres!

Te creo temí su respuesta, pero igual la dio no voy a entregar mi vida sin pelear.

Un momento después ella se lanzó, golpeando con fuerza, velocidad y determinación. En el tercer golpe, tuve la oportunidad de atacar, por lo que corte mi propia carne con mi espada, y luego la use para herirla en la pierna. Un buen golpe. No letal, pero deshabilitador en todo sentido.

Es todo. Esa herida no dejará de sangrar a menos que te detengas por completo. Si quieres salvar tu vida, debes rendirte.

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¡No voy a rendir su vida! enloquecida se lanzó golpeándome tan fuerte que me hizo tropezar y pude haber muerto si mi hechizo no la hubiera hecho sangrar de su herida, cayendo entre dolor agudo.

Por última vez, no dañaré a nadie más si te entregas incondicionalmente . No me dejó decir más, se lanzó de nuevo, derribándome y peleando por mi arma mientras la herida en la pierna se abría más. Fue entonces cuando me di cuenta. No estaba peleando por su vida propiamente. Estaba defendiendo la vida que le juró conservar a su amado cuando se despidieron.

Viendo que me tenía bien detenida, preparé mi mente para usar los poderes de la muerte, así que le dejé la espada para que me rematara, ella la tomó buscando mi cuello, pero antes de degollarme se detuvo, no era una asesina, mas buscando terminar la pelea apuñaló mi hombro para que no pudiera seguir luchando. La voluntad de Arsheen hizo que su hombro fuera más lastimado, sangrando profusamente mientras caía a un lado, vencida.

No se le podía someter. Tenía un amor que no podía tener, y sin embargo tampoco podía renunciar a su vida, porque se la dio junto a su amor ¿Qué destino tenían estas personas en el frio Muro?, ¿Debía ver la similitudes entre las dos?, ¿ser obstinada más allá de la muerte remediaría la brecha que me separaba de Vaselee? En verdad me sentí mal por lo que debía hacer, pero yo era una devota de la muerte, y el deceso de la princesa, cambiaría el destino de muchos.

No lo hagas rogó Eroth, arrastrándose.

Es tu destino. Si quieres hacerlo está bien, pero no hay vuelta atrás. El tuyo es matarla, y el mío ayudarte. Hazlo.

Con trato de hablar pero lo interrumpí. No más confianza ciega, Eroth. Soy una servidora de la muerte, y hoy será servida.

Puedes ser mucho más. Por favor, salva tu vida Ojos de luna.

La princesa me miraba sin someterse. Cuando intentara apuñalarla, capturaría el filo con la mano y pelearía hasta el último aliento. Eroth, no podía moverse, quizá ni siquiera sobrevivir. Y yo, pudiendo solucionarlo todo. No lo hice.

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Es mujer y su amor imposible me representaba a mí y al elfo del que jamás debí enamorarme. Ni siquiera mi destino podría darle alivio a la vida que tendría sabiendo que no tendría lo único que quería. Cuando tiré la espada. Levanté la cabeza para liberar un poco de tensión. Encontré a Martina con un arco morado apuntándome. Unos momentos después contra toda posibilidad Alex apareció lanzándose al suelo para cuidar a su amada. Había sobrevivido porque cuando estaban por rodearlo, flechas moradas eliminaban a sus enemigos, como me hubieran matado a mí antes de rematar a su amada. Tome a mi maestro y le di un poco de mi vida, luego, usé lo que me quedaba para defender la vida del único que me importaba, pero al que no me alcanzaría la vida para enamorar.

Pelear hombro con hombro junto a Veselee fue el mejor momento de mi vida. Traidora y sacrílega, todo había valido la pena por sentirme cerca de él.

Entonces, antes de tener un final de amantes muertos por armas durante el combate, a pesar de las miles de tropas de la Convulsión intentando entrar y mi jabato liderando la pelea. La destrucción cayó sobre nosotros.

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Amor & Muerte: Capítulo VI

La batalla por Toscana terminó con un estruendo. El Lyonesse logró su objetivo, matando al Can, así que pasó lo inevitable: El Instigador de la Guerra tomó el liderazgo de la Convulsión esmeralda, y para demostrar que era la persona idónea para el cargo, de su caldero lanzó una bola de energía destructiva que mató muchísimos defensores, pero un quinto de los invasores. Su gente.

Abrí mis ojos esperando encontrar El Muro, pero lo que vi fue peor. Vaselee me había escudado de la explosión y estaba en el suelo. Eroth y Aradas también estaban tendidos.

El general elfo apenas respiraba, pero seguía vivo. Haber curado a Eroth con mi vida, me hacía incapaz de intentar salvarlo sin morir. Revisé al moribundo amor de mi violenta vida lo mejor que pude, sabiendo que no sobreviviría sin cuidados. Mi tutor me llamó pero decidí ignorarlo; al fin diría algo como, toma mi vida, tú me la diste, sálvalo. Pero todo lo que sucedía era decepcionante, pues yo no quería un amor dispuesto al sacrificio por mí, quería un amor como el de ella, dispuesto a sobrevivir conmigo, para mí.

Algunos orcos de la Convulsión se lanzaron contra el Instigador y este volvió a mostrar su poder sin límites. El espectáculo dio tiempo para que llegaran los ejércitos de la Alianza de Reyes que como los conspiradores habían leído sabían quién se había quedado atrás para atraer al enemigo y hacer posible la victoria.

La Convulsión esmeralda y la Alianza de Reyes sabían que este día terminaría en sangre. Quizá fue por las heridas, quizá solo aceptaba lo fútil de mi vida y de mi muerte, pero salí a hacerle frente a la muerte para defender a mis pésimos amores.

La sorpresa fue que tras ver esa total falta de respeto exhibida por el Instigador respecto de la vida de los guerreros orcos peleando a su servicio, los jabatos del sur que sobrevivieron, se pusieron del lado de la Alianza de Reyes. Como esperaba, con mi jabato al frente.

No era una alianza. La Convulsión esmeralda veía en el Instigador un enemigo, así que podrían lanzarse uno tras otro, hasta que estuviera muerto, momento tras el cual reanudarían la pelea hasta el último hombre u orco.

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Tristemente, el viejo orco, solo necesitaba su caldero mágico para sentirse invencible a pesar de los millones de enemigos que clamaban su muerte. Reía con las coronas de los Reyes asesinados colgadas sobre su cuello.

La Convulsión esmeralda avanzó y el viejo orco se bastó de un par de movimientos para convocar el humo. Luego, una luz arrasó con miles en un instante. Asegurando en voz alta que solo los que sobrevivan de la batalla entre los orcos y los humanos tendrán el honor de vivir bajo su reinado.

Alguna vez escuché que en el QuarNaTor no existía tal cosa como un enemigo invencible, todos sin excepción eran carne para la muerte, sangre para la violencia. Así que ambos ejércitos cambiaron su dirección para chocar entre ellos.

La marcha de la Convulsión esmeralda y la Concordia que significaba tener a ocho legiones unidas avanzó haciendo temblar la tierra. A medida que avanzaban el Instigador simplemente puso su caldero sobre una pila de muertos y se dispuso a disfrutar del espectáculo. Más al hacerlo, le dio sentido a todo.

Me acerqué a mi jefa de guerra, quien herida, no pudo disimular el gusto de saberme viva, especialmente ahora que confirmaba que Eroth tuvo razón desde el principio; la Convulsión sería nuestra ruina. Sin miramientos, en mi calidad de servidora de la muerte, le pedí que dispusiera al jabato para morir por la causa

Ni siquiera preguntó qué causa. Ya no era una infante, era una acolito, y si yo les pedía sus vidas, ellas se las darían a Arsheen, porque nadie mejor que una acolito sabría cuál es la mejor muerte que se puede tener ¿Podía Ella-ValeRei hacer lo mismo?

Quizá leyó mi mente, o quizá solo lo adivinó, pero tan pronto pensé aquella idea, Martina me alcanzó y en su desplazamiento me señaló a una tercera y pequeña columna que se acercaba al campo justo entre los ejércitos por chocar. Las capas rosas, la belleza. Las enchantress habían llegado a pelear.

Tomé del brazo a la enchantress y le dije que la necesitaba, pero ella me aseguró que su lugar era allá al frente.

Las enchantress se descubrieron las capas y brillaron con auras rosas. Ningún ejército se detendría por

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unas sacerdotisas del sexo, al menos no hasta que una de ellas, la legendaria Dama de Forli, mostró la gloria de EllaValeRei en todo su esplendor. Orcos, hombres y todos los que lo presenciaron cayeron de rodillas admirando la majestad de su persona e inmediatamente después sus enchantress invadieron el campo con voces etéreas que preguntaban si acaso querían ver morir a sus amigos, sus amantes, sus hijos. Porque si realmente querían ver arder el mundo, por amor ellas lo arrasarían primero.

Sus manos se llenaron de fuego lila. Las casi doscientas enchantress mostraron el aterrador espectáculo de lo que las llamas alimentadas por amor podían hacer.

¿Puedes hacer eso? pregunté a Martina.

No. Ellas solo pueden porque están utilizando la reserva de la Dama de Forli.

¿Y lo otro? ¿Lo de las voces?

Eso sí, pero no creo que sirva para el Instigador. Prepárate.

Las enchantress detuvieron el avance de ambos ejércitos. Así que sin nadie queriendo sufrir las fantasmagóricas llamas lilas, la Dama de Forlí atacó al Instigador. Aquel, hizo lo obvio, levantó dos dedos y el humo salió a borbotones.

La bola de fuego lila entró al humo y nada pasó. Muchas otras también lo hicieron. Y todos nos quedamos esperando la explosión pero en cambio solo se levantó un pilar de llamas.

Le pedí a la jefa que ordenara el ataque, y sin miedo lo hizo. El jabato avanzó mientras sentían el calor de aquel torrente de fuego. Una bola de destrucción salió del humo directo hacia las enchantress, todas juntas comenzaron a recitar los nombres de Ella-Elena capturando con listones etéreos aquella bola que lenta, pero indetenible se acercó a ellas.

Unidas, en vez de correr insistieron en detenerla, porque sabían que si caía, junto con ellas, se irían miles de vidas, y el doble de corazones.

Avanzamos en silencio trotando contra el instigador. No estábamos lo suficientemente cerca cuando volaron espinas largas que empalaron a muchos de nuestros músculos y jabalinas.

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Para evitar más bajas de las necesarias, la jefa ordenó que nos dividiéramos en tres columnas, avanzando todas contra el Instigador. Aunque parecían de la misma cantidad, en realidad escondían que la tercera era más grande para cubrirnos a Martina y a mí. Mientras que la del centro, liderada por ella, era el mejor objetivo.

Desde el humo, el instigador lanzó un rayo verde que destrozó la columna central, extinguiendo cientos de vidas reducidas a cenizas en segundos. Ambas columnas gritamos y las espinas empalaron a una cantidad enorme de hermanos que nos escudaron. La columna de la derecha entró al humo para que yo pudiera seguir avanzando, eso hice y cuando estuve cerca del humo, comencé a tejer mi plan, justo como mi maestro lo hubiera hecho.

Algunas secciones del humo se volvieron fuego y los gritos de los hermanos muriendo fueron aterradores, paralizándome ante el horror de lo que sucedía. Pero Martina, me tomó de los hombros y acariciando mi rostro me reconfortó.

Ojos de luna, mírame. Si me dices que aquí se acabó, está bien. Abrázame y no tengas miedo, pero cuando pediste mi ayuda vi amor puro en tus ojos, y si se puede salvar, ahora es el momento para hacerlo.

No puedo explicar lo que sentí. Martina se escurrió dentro de mí y transformó mi terror en plenitud. Debía intentarlo. Marque con mis pies la señales, y luego con dos dedos, comandé al humo a que abriera un camino al caldero. Solo vi dos cosas, las runas de aquel extraño y mágico caldero y al Instigador, asfixiando a un músculo herido por el gusto de matarlo. Al vernos, el orco anciano lanzó una especie de explosión de humo que pude haber detenido sin problema, pero no lo hice, porque estaba segura que podía con dos sencillos movimientos, regresar todo el humo dentro del caldero.

Un pequeño estornudo se escuchó

El Instigador se quedó frio. No podía entender porque yo podía controlar su humo, pero su cara de terror lo decía todo; se había creído tanto su propia historia de poder que había olvidado que no era más que un hechizo de humo como el que mi maestro acolito usaba y me enseñó. Un truco sencillo diseñado para distraer, justo como el caldero.

Cada runa del caldero mágico brillaba con formas extrañas. Pero Eroth me había enseñado a leer y escribir en

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casi una docena de lenguajes, y ahora que lo había visto podía confirmarlo, no decía nada, así que cuando el Instigador, incapaz de esconder su derrota se fue sobre el caldero, le pedí a Martina que hiciera la voz, y le dijera que “si ama a sus hijos le dé sentido a sus vidas y no a sus muertes”.

Martina no discutió dijo las palabras, las capturó con un movimiento y como una mariposa traslucida la mandó al caldero. El Instigador de guerra uso su corona para golpearlo y ordenar que nos matara a todos. Pero el mensaje había llegado, y el caldero que pensaba aquel orco viejo era una prisión efectiva se tronó y este cayó al suelo, aterrado. Le pedí su capa a Martina y entre con ella al pedazo de caldero roto, donde una niña de menos de un lustro con lunas por ojos me miró sin ninguna emoción.

Sabía que me estaba jugando la vida, pero todos los presentes lo habían hecho así que sin decir nada, solo le sonreí, y ella, torció levemente su cabeza, mirándome hasta que decidió sonreírme de regreso.

La bola de destrucción sobre la enchantress se disipó. El instigador trató de tomar sus coronas y huir, pero la jefa aplastó la corona, y con su destino esculpido por humo, mató al Instigador. La Convulsión esmeralda no supo porque, pero al igual que la Alianza de Reyes prefirió dejar la lucha para otro día, como si la muerte inevitable se hubiera ceñido sobre ellos.

Cuando le entregué a la jefa de guerra la niña, sin que le dijera nada, le bastó abrazarla para saber que los orcos restantes del jabato devotarían su vida a protegerla; sencillamente porque tanto quería Arsheen a sus hijos, que dejó la comodidad de la muerte para experimentar la vida a la que tanto se aferraban los que la amaban: Amor & Muerte.

Sea que les revelaran o no lo sucedido ese día. Todos los acólitos en la Convulsión esmeralda renunciaron para servir a la muerte y no a la raza, por lo que los jefes de guerra vieron el portento como una señal de abandonar la campaña.

Sin embargo, el Lyonesse no olvidó. Se requirió de los testimonios conjuntos de Aradas y mi querido Vaselee para no ejecutar a Eroth, as de armas. Al perdonarlo, también tuvo que reconocer a los muchos orcos que pelearon de lado de la Alianza de Reyes, por lo que en vez de exterminar a la raza como era su intención, decretó que

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a partir de ese momento en adelante, los orcos se considerarían esclavos ante la Ley. Incapaces de decidir su futuro, pero protegidos por los derechos de quien quisiera tomarlos en servidumbre.

No era honorable, pero más que para sobrevivir, se trataba de preservar el futuro. La mayoría de los canatos, jabatos, hipotatos o monatos, sin importar de cual fuera el animal al que estaban dedicados, siguieron el ejemplo de Eroth, quien se entregó voluntariamente a la esclavitud, siendo paseado en cadenas como recordatorio de su traición, al menos hasta que Aradas lo puso bajo su servidumbre.

Por cierto que Vaselee sobrevivió no por voluntad divina o casualidad, sino porque la princesa ValeRei era una excelente cirujana que le salvó la vida, aún con su hombro herido. A veces sonrió cuando pienso en lo cerca que estuve de matar al amor de mi vida.

Santa Martina fue llevada al Castillo de Forli para preparar a nuevas enchantress. Me mantuve en contacto con ella, pues fueron sus palabras sobre la naturaleza del amor las que me hicieron entender la única lección importante sobre el destino; que uno lo forja, sin fuego o acero, sino con sonrisas

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Veintidós largos años después. El as Eroth, era un orco demasiado viejo para su raza, ciego, cano y cansado, era tan incansable y sabio como la primera vez que lo conocí. Así que jamás pude apartarme de él, y gracias a un salvo conducto firmado por Aradas, Rey de Wotan, me lo podía llevar mientras cumplía mi papel como acólito; no matando, sino ayudando a otros a tener una buena muerte.

Según recuerdo, cinco días después de que ValeRei Lyonesse fue coronada, salieron sus primeros edictos. Eroth se paró frente a ellos intentando leerlos en vano, pues sus ojos ya no se lo permitían. Fue un lizardo de Ataraxas quien le ayudó. Como es la Alianza de Reyes que hace treinta años eran considerados salvajes, hoy leían.

Por orden de la Lyonesse, se declaraba que en Todo bajo Concordia, con efectividad inmediata, todo orco, sin importar sus antecedentes u organización se considerarían libres, aboliendo la esclavitud y cualquier figura parecida.

Todos los que estaban ahí felicitaron al viejo orco, pues era ampliamente admirado por todos y solo el más ignorante se atrevía a tratarlo como esclavo. En todos esos años él jamás refunfuñó al respecto, sencillamente para evitar que otros quisieran rebelarse con consecuencias sangrientas. Así que tras veintidós años, de espera y una vida planeándolo, él solo se fue a sentar en una banca mientras me esperaba.

Al llegar lo felicite y sonreí. Aunque ya casi no veía, siempre me sonreía de regreso cuando yo lo hacía. Respiro hondo y me preguntó qué era eso en el cielo.

“¿Las nube bajo Concordia?” pregunté. Él levantó ambas manos y se bloqueó el sol un momento para decir:

“A mí me parecen unas cadenas disolviéndose mientras el sol se me apaga”. Con su destino cumplido. Falsamente esculpido por mi maestro acolito y mal interpretado por mí, Eroth murió en esa banca como un miembro libre de la Alianza de Reyes.

Tuvo un funeral pequeño pero honesto. Lo presidieron muchos de los mejores exponentes de varias razas, incluido desde luego el general Vaselee, quien me miró intentando enamorarse de mis ojos de luna, pero sin lograrlo, porque mi vida era un suspiro para él.

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Epilogo

Lo besé y le prometí que si no alcanzaba en esta vida sería en la otra. Al fin: Amor & Muerte.

La cerbero Disandra “ojos de luna”, se tardaría seis vidas y tres Eras en enamorar al general Vaselee, pero una noche de luna lo logró.

Llegó finalmente a El Muro de sus brazos.

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Al Dicehound: Los cree para destruir, un día mire atrás y vi todo lo que me habían ayudado a construir.

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