SOLEDAD Miriam Saucedo
Era una fría mañana decembrina cuando su larga ausencia noté. Me inquietó la espera y mis llamadas perdidas. Me consolé diciendo: “¡Ya regresará!, seguro no tarda. Se habrá extendido la junta con éstos y llamará para decir que después de la reunión fueron a pistear todos los compas y se la amanecieron. Sí... ¡Pero que no se la va a acabar el cabrón, cuando llegue!” Esas palabras optimistas me mantuvieron bien todo el día, sin interrumpir mis deberes más que para mirar el celular. La noche llegó y él no regresaba. “¿En dónde podrá estar?” “¿Por qué no regresa?” “¿Estará bien?” “¿Y si le pasó algo?”. Eran preguntas que en mi mente se repetían, una y otra y otra vez. Marqué… Colgué. Marqué… Colgué. Marqué… Colgué. -Buzón de voz, la llamada se cobrará al terminar los tonos siguientes... Era la respuesta. “Se le habrá descargado el celular… Pero… ¿Y si le pasó algo?... Ya fue mucho.” Llamé a los hospitales. Nada. La inquieta noche fue sustituida por un opaco y silencioso día en el que las grises nubes evitaban la luz solar. Cuando desperté, todo estaba como lo había dejado, pero había un vacío. Faltaba algo… Sus oscuros ojos mirándome por la mañana, su voz susurrándome los buenos días, su tacto en mi piel. Miré el oro en 35