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A propóstio del poeta Alonso Montelongo

A PROPÓSITO DEL POETA Alonso Montelongo

Para un buen amigo.

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El camino de un héroe suele dejar muchos rastros que permiten elogiar su andar. Nunca está por demás recordar a los artistas como héroes, pues, si bien está su obra, lo más valioso y excitante es que nos permiten dar una mirada a sus mundos, vidas, aburrimientos, amores, iluminaciones y hasta su muerte. No es un trabajo sencillo el del artista, mucho menos el de aquel que fractura los atavismos pero a la vez los reconstruye. Los reconstruye con sus palabras y su muerte, pero los fragmenta con su vida y con su obra.

A propósito del poeta, dijo un buen amigo, no hace mucho: “Tan misteriosa es la vida como la muerte, poeta”, ha pasado precisamente un año y me sigo 13

preguntando qué habrá querido decir. Y ni siquiera es que ahora que ya no está deban de tener algún sentido sus palabras, más bien, creo que quien entrega su vida en nombre de su obra merece ser llamado héroe.

Dice Rafael Argullol que: “Todos los caminos románticos llevan al camino de la autodestrucción”. Precisamente ese es el camino del artista. La palabra poética por su parte nos brinda una fuerza entrañable que nos lleva al esplendor de una lucidez elucubrante y, frente a una cantidad innumerable de culturas fabricadas, siempre crecerá algo poderoso, conmovedor, duradero y tranquilizador. Palabras que nos permiten mirar el inconcebible universo; esas que, frente a la razón instrumental, son desbordantes, misteriosas, reveladoras, caóticas y fundadoras.

Hay poetas que viajan, otros que enamoran, pero también los hay de esos que sueñan. De lo que no cabe duda, es que lo brillante del poeta no es lo que vende o lo que deja, su luz radica en que puede ser todos y uno a la vez, el poeta funda pero no impone, dice pero no ordena, vive y muere pero nunca desaparece.

El hombre es uno y el poeta es otro, este sufre su obra, generalmente no la escribe con tinta, los versos se plasman con sangre y carne. Y con esto nace un romántico, nunca se sabe cuándo es el último o el primero, bastaría con dar nombres y seguramente la lista sería muy corta o larga, pero figurarían nombres como el de Hölderlin, Rimbaud, Verlaine, Baudelaire, Borges, Castellanos, y proseguiría la lista, no porque estos se den cada año o meses, sino porque el poeta siempre vive, aún después de la muerte.

La muerte, esa que nos vuelve nada, llega y se va, el poeta la afronta y la consume, dice Argullol que: “llega un momento en que la muerte aparece como horizonte fijo, pero solo como culminación de un proceso en el que morir es una operación lenta y no exenta de gozo”. Frente a la muerte el poeta no contempla su obra, este más bien la vive y sufre con ella, por ello transita por los distintos arquetipos del héroe romántico, para al final, después de la tan anhelada espera, afronta la autodestrucción y se vanagloria de su estado.

El poeta es un héroe trágico y se vuelve suicida cuando abandona su obra, pero al final de sus días se reencuentra poeta y desaparece. Por ello el suicidio representa la reafirmación suprema de la identidad, en este punto todo queda consumado, finalizado y perfeccionado. Muy por encima de la belleza, el arte, la sensualidad, acaece la muerte como un centello súbito creador. Es justo decir que al final de los días el poeta se sabe poeta, no requiere nada, solo exclamar que ahora sabe que será siempre.

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