4 minute read

Soledad Miriam Saucedo

SOLEDAD

Miriam Saucedo

Advertisement

Era una fría mañana decembrina cuando su larga ausencia noté. Me inquietó la espera y mis llamadas perdidas. Me consolé diciendo: “¡Ya regresará!, seguro no tarda. Se habrá extendido la junta con éstos y llamará para decir que después de la reunión fueron a pistear todos los compas y se la amanecieron. Sí... ¡Pero que no se la va a acabar el cabrón, cuando llegue!” Esas palabras optimistas me mantuvieron bien todo el día, sin interrumpir mis deberes más que para mirar el celular. La noche llegó y él no regresaba. “¿En dónde podrá estar?” “¿Por qué no regresa?” “¿Estará bien?” “¿Y si le pasó algo?”. Eran preguntas que en mi mente se repetían, una y otra y otra vez. Marqué… Colgué. Marqué… Colgué. Marqué… Colgué. -Buzón de voz, la llamada se cobrará al terminar los tonos siguientes... Era la respuesta. “Se le habrá descargado el celular… Pero… ¿Y si le pasó algo?... Ya fue mucho.” Llamé a los hospitales. Nada. La inquieta noche fue sustituida por un opaco y silencioso día en el que las grises nubes evitaban la luz solar. Cuando desperté, todo estaba como lo había dejado, pero había un vacío. Faltaba algo… Sus oscuros ojos mirándome por la mañana, su voz susurrándome los buenos días, su tacto en mi piel. Miré el oro en 35

mi dedo anular. Me aferré a su almohada. Su aroma seguía ahí. Derramé estruendosas lágrimas. En mi frenético llanto recordé lo tarde que llegaba. —Gajes del oficio Chaparra. Dijo Recordé la mirada triste y perdida que tuvo las últimas dos semanas, y, sobre todo, su distancia. -Estoy cansado, ya será mañana. No te enojes, Chaparra. Tú sabes que no hay otra para mí, sólo tú. Mañana te llevo al cine, o ¿qué? ¿Vas a seguir encabronada? Un terrible pensamiento invadió mi mente. Quise deshacerme de él. No pude. Llamé a todos los lugares y a todas las personas que frecuentaba para saber si estaba bien, pero no hubo una respuesta que me dijera algo sobre su paradero. Era como si hubiese desaparecido… como si la tierra se lo hubiese tragado. No volví a insistir.

Desde su partida, la soledad fue mi única compañía. Los meses pasaron y él no regresó. Poco a poco fui acostumbrándome a su ausencia y a mi soledad. Mi vida estaba vacía y todo me recordaba a él: mi casa, mi troca, mis joyas, los compas y los lugares a los que íbamos. Varias veces creí verlo. No eran más que otros hombres. No podía seguir en aquel lugar triste. Empaqué y huí. Conduje hasta una ciudad lejana. Pasando la sierra, en otro estado, ahí me detuve a descansar. Luego de pasar una semana ahí, decidí quedarme. Renté un pequeño departamento en el corazón de la ciudad y me dediqué a lo que tanto me apasionaba y que por X o Y había dejado de practicar. Los meses pronto se convirtieron en años. A pesar de las huellas que él había dejado, mi vida cobró un sentido nuevo. Una alegre madrugada otoñal, cuando regresaba a casa después de una fiesta con mis nuevos amigos, vi, por uno de los espejos, a una pareja paseando por un parque cercano a mi departamento. Me quedé mirándoles, añorando los viejos tiempos. La pareja se percató de mi mirada, ambos se giraron para verme. Aunque iba dentro de la camioneta pude reconocerlo. ¡Era él! ¡Él, quien fue mi amante! ¡Él, a quien profundamente amé! 36

Las viejas heridas se abrieron y sangraron. Cuando llegué a mi departamento, no pude dejar de pensar en esa pareja, no pude evitar sentir una rabia y una tristeza inmensas. Esa noche no dormí. Cada minuto, hora y día que pasaba, mi mente enfermaba poco a poco. No podía dejar de pensar en sus ojos negros. Comencé a frecuentar el parque en el que había visto a esa odiosa pareja. Una lluviosa noche en la que pasaba por el parque los encontré. Lo miré de frente. Él bajó la mirada. Siguió su camino. Me giré y sólo alcancé a ver sus negros cabellos. No pude contenerme… Lo odiaba. Lo odiaba. Lo odiaba. -Mira Chaparra, esto es una Colt calibre 32, está chiquita, pero de una bronca sí te saca, úsala con cuidado porque es legal. Sí, ya sé que te gustan más las otras, pero, por mientras está bien. …Metí la mano dentro de mi abrigo, ahí estaba el frío metal. Lo tomé entre mis dedos. Lo saqué y casi sin mirar… Disparé. El tiro fue certero. Lo golpeó en el cráneo. Murió al instante. Corrí como quien se acerca a ayudar, alguien que no teme ni se avergüenza de nada. Ella lloraba frenética abrazada al cadáver, miraba a todos lados, buscando. La abracé y le dije: “-No llores, seguro que regresa.” La mujer me miró incrédula, con unos ojos color gargajo casi fuera de la órbita. Me fui tranquilamente antes de que llegaran las autoridades. En el camino, tiré el arma en una de esas hediondas alcantarillas que hay por todos lados. Al llegar a casa tomé un baño caliente y finalmente me metí en la cama. -No te preocupes, Chaparra, ya la he librado otras veces. A la muerte no hay que temerle, pero, si me lleva, qué se le va a hacer, pues. La vida es prestada. Mira, ya no hay que pensar en eso, es puro tiempo perdido. Mejor hay que aprovechar los años que nos quedan juntos. Y que si me muero pues ni modo. Me llevas con banda al panteón y me dejas mi botella de tequila, ya sabes que a mí no me gustan esas mamadas disque finas... Esa lluviosa noche invernal, fue la primera después de tres años, en la que pude dormir.

FIN

This article is from: