NOTA
Angélica Gorodischer es todo lo que tiene que ser. (O lo que una sueña con ser cuando sea ¿grande?). Lo dice la furia roja de su pelo mínimo, casi cortado al rape; la mirada dura y la sonrisa afable, como si su rostro tuviera dos planos diferentes.
MSR EDICIÓN LIMITADA #4
a transitar cada metro donde reina, o las respuestas infalibles a Goro, su marido que, en un segundo plano, aprovecha cada silencio para hacer un chiste. Otro que tiene una mirada pintada en otra cara, que no sonríe con sus apostillas: tiene facha de pocos amigos. O eso es lo que pretende. La cara del Goro, digo. Que vino de Ucrania cuando era un niño, se ganó la vida como arquitecto y deja caer constantemente frases hilarantes sin que se le mueva un músculo. Estará toda la entrevista detrás de nosotros, pero nunca en un segundo plano. Porque responderá a cada cosa que ella, Angélica, necesite, aunque no necesite nada, excepto evitar levantarse del sofá de sopetón o elegir entre las miles de llaves que abren su escritorio al final del jardín: ahí hay seres extraños. ¿Serán simpáticos con El Goro? Ella se ríe de la ocurrencia y también de la vida que le regaló 90 años de dicha. Y nos la regaló a ella. Escritora fenomenal, feminista, bibliotecaria, trabajadora incansable, modesta y terminante, su casa la rodea a ella como un laberinto del que salen duendes y espíritus y gnomos y angelitos y seres especiales y a la que vuelven sus tres hijos a mimarla. Brava. Angélica es brava. Inescrutable. Tiene secretos (creemos, sin base científica). Debe de haber sido una mujer casi salvaje en su juventud y ahora, a los 90, no regala nada, excepto admiración por la inteligencia del otro y la risa clara cuando Goro, su talismán, suelta una broma más. Todos dicen (a ella le importa nada) que es una de las últimas escritoras vanguardistas, fenomenales y lúcidas del país, aunque parece que nada la toca, excepto la literatura escrita por otras mujeres, que lee y relee todo el tiempo. Se lo digo y lo niega: es modesta. Se ríe. Siempre se ríe. Pero escruta.
25
Lo dicen sus calzas atigradas que se bambolean al ritmo del bastón que la ayuda