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Gabriel Rabinovich
El científco argentino cuenta que el trabajo en equipo y la perseverancia fueron claves para descubrimientos fundamentales sobre cáncer y enfermedades autoinmunes.
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¿Cómo es un día de semana en su vida como científco?
Desde temprano empiezo a tener reuniones con mi equipo de trabajo, con otros científcos, y otras personas. Doy clases en la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la Universidad de Buenos Aires, y analizo experimentos con mis becarios. A veces, con mi equipo vamos a un bar y tenemos tormentas de ideas. Durante la noche, después de cenar, trabajo hasta muy tarde, casi hasta las 4 de la mañana, escribiendo proyectos y publicaciones porque es el momento de mayor inspiración.
¿Cómo le surgen nuevas ideas para sus investigaciones?
Las nuevas ideas nunca me aparecen en la ofcina de mi laboratorio. Me aparecen cuando estoy corriendo, entrenando, caminando, o cuando vuelvo de congresos o conferencias en un avión.
¿Cómo trabajaba en sus inicios como investigador?
En mis primeras épocas, cuando estaba en la Universidad Nacional de Córdoba y aún en los primeros años de Buenos Aires disfrutaba de hacer experimentos y no tenía otras preocupaciones. Cada experimento te va aportando más preguntas.
¿Fue fácil avanzar?
En mis inicios, tuve un momento de crisis. Durante más de 7 meses, los resultados de los experimentos no salían como esperaba. Eso me hizo perder la oportunidad de obtener becas y concursos. Muchos me decían que lo que yo afrmaba sobre mecanismos del sistema inmune y el desarrollo del cáncer mediados por lectinas eran de «ciencia fcción». Pero el tiempo y la dedicación constante nos permitieron alcanzar resultados signifcativos para el descubrimiento de nuevos mecanismos y potenciales tratamientos.
¿Cómo eran sus condiciones de trabajo en aquel momento?
En 1999, llegué al Hospital de Clínicas de la Universidad de Buenos Aires. Trabajábamos en una pequeña mesada. Eso hacía que teníamos que ponernos de acuerdo en ver quién trabajaba en cada turno. Empezamos a trabajar con una hipótesis arriesgada: que la proteína (Galectina 1) tenía un rol en el desarrollo de los tumores. Implicó muchos experimentos que fnalmente lo demostramos: la proteína puede llegar a ser una herramienta para el control de enfermedades en las que el sistema inmune ataca al propio organismo, como ocurre con la artritis reumatoidea, a través de la eliminación de linfocitos T. Pero también la proteína tiene un costado poco deseable. Puede actuar negativamente y contribuir al avance del cáncer, al paralizar el sistema inmune o al contribuir a la formación de vasos sanguíneos que alimentan al tumor. Es decir, la proteína galectina-1 puede ser una «heroína» para el control de las enfermedades autoinmunes, pero también puede ser considerada «una villana», ya que contribuye al avance de los


tumores. Recientemente también observamos que contribuye a las infecciones de algunas bacterias y parásitos como mecanismo de evasión. En esos casos, también la proteína se comporta como una «villana».
¿Cuál fue uno de los momentos más difíciles?
Después de hacer el doctorado, tenía la oportunidad de viajar al el extranjero para hacer un post-doctorado. Pero yo tenía el sueño de hacer descubrimientos desde mi país, y llevarlos a la clínica. En 2001 tras la crisis fnanciera de la Argentina, hubo un tiempo de incertidumbre. Me habían otorgado el subsidio para investigadores menores de 40 años, pero la entonces Secretaría de Ciencia de la Nación decidió no darlo. Fue un tiempo duro. Sin embargo. seguimos adelante. Tuvimos que aprender a hacer ciencia, con recursos limitados y hemos tenido la dicha de haber publicado nuestros hallazgos en las revistas científcas de mayor impacto a nivel internacional. Hoy sigue habiendo difcultades, como la demora en recibir insumos para los experimentos por importación. La Aduana puede tardar seis meses en autorizar los trámites, y eso afecta el ritmo de nuestros trabajos. Porque tenemos hipótesis que corroborar y las demoras no ayudan. Entonces, quedamos rezagados en las patentes y publicaciones. También los salarios siguen siendo muy bajos para becarios e investigadores y los subsidios no alcanzan para cumplir los objetivos y ser competitivos a nivel internacional.
Siempre recibe los premios acompañado por su equipo de trabajo. ¿A qué se debe?
Es que si bien hemos alcanzado muchos logros desde el momento inicial en que identifcamos la función de una proteína enigmática en el sistema inmune, siempre fueron el resultado del trabajo en equipo. Tuve la oportunidad de aprender de personas que me enseñaron a resolver cuestiones de química, o de otras disciplinas que desconocía. Aprendo cada día a trabajar en grupo. Me gusta hablar con mi grupo de investigación como si fuéramos una familia. Tratar de ayudar al otro y que todos nos ayudemos entre nosotros. Que nadie se caiga. Porque crecemos si todos crecen a nuestro alrededor. De esta manera, siento que podemos hacer una diferencia para que nuestro trabajo llegue a los pacientes, y para contar nuevas historias en el mundo, publicarlas y patentarlas. En el año 2014, nos propusieron abrir un laboratorio en el Instituto de Biología y Medicina Experimental del Conicet, y tuvo un signifcado muy especial, porque implicó trabajar en el mismo lugar en que lo hizo Bernardo Houssay, el Premio Nobel de Medicina en 1947. Desde entonces, el grupo de investigación fue creciendo, y hoy somos 32 personas, incluyendo investigadores, estudiantes, técnicos y becarios. Para mí el trabajo en equipo debe ser reconocido. Por eso, cuando recibimos invitaciones de la ex presidenta Cristina Fernández de Kirchner y del actual presidente Mauricio Macri, pusimos la condición de que íbamos todos a la reunión. Ambos lo aceptaron.
¿Qué lo motiva a usted y a su equipo para seguir adelante?
Tenemos como lema «Si lo podemos soñar, podemos hacerlo». Desde ese lugar, buscamos recursos para llevar a cabo las investigaciones. Es un trabajo que percibimos como un sacrifcio en el sentido de la etimología de la palabra: «hacer sagrado lo que hacemos». Porque sabemos que el granito de arena que aportamos puede ayudar a muchos pacientes y por supuesto también como aporte al conocimiento universal. La charla llega a su fn. Rabinovich siempre vuelve a Córdoba, allí recuerda su niñez en la farmacia de su madre Anita, donde se elaboraban de manera tradicional algunos medicamentos. En la capital mediterranea fue donde, ayudando a sus padres lo atrapó la curiosidad. «Creo fervientemente en la construyccción lógica y sólida del concocimiento. Cuando aparece una idea, rápidamente la escribo para no olvidarme, es la parte lúdica y creativa de mi tarea, igualmente hay que ser rigurosos porque de eso puede depender la generación de una terapia. La capacidad de sobreponerse a los fracasos es la caracteristica clave de un buen científco».
Con tan sólo 49 años, Gabriel Rabinovich se destaca en el mundo por ser uno de los científcos argentinos con más descubrimientos, publicaciones, patentes y premios. Ganó los prestigiosos premios de la Fundación Bunge y Born a la trayectoria y el Investigador de la Nación por la Presidencia, y fue incorporado a la Academia Nacional de Ciencias de los Estados Unidos como miembro extranjero. Está muy cerca de terminar el proceso que empezó con experimentos en un laboratorio hace 26 años, y que podrían aportar tratamientos para los cánceres y para enfermedades autoinmunes como la esclerosis múltiple. Detrás de tantos avances y reconocimientos, hay muchas de horas de estudio y trabajo, capacidad para escuchar y aprender en equipo, compromiso social, y perseverancia. Rabinovich, investigador superior del Conicet, hace ciencia en el contexto de un país en desarrollo y obtiene resultados que se publican en revistas de países desarrollados.





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