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Paloma Herrera


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Paloma Herrera llegó fresca, erguida y llena de luz, esa cualidad que según ella identifca a los grandes bailarines. Se disculpó por llegar temprano y así arrancó, en una sala del Teatro Colón, el encuentro con la bailarina argentina que a los siete años supo que no podría vivir sin bailar, que a los quince fue contratada por el American Ballet Theatre (ABT) de Nueva York después de recibir una formación de danza clásica en el Colón y con su maestra Olga Ferri en Argentina, y que se despidió del ABT 25 años después, en 2015 y con cuarenta años, con la misma gloria que atravesó toda su carrera.
"Me retiré bailando todos los roles y todas las coreografías originales. Mi carrera era súper linda para mí y no quería desdibujarla. No podía hacerme a la idea de despedirme bajando el nivel," confesa. Paloma se tomó un año sabático en 2016 y en 2017 volvió al teatro que la vio crecer en el rol de directora del Ballet Estable. Si bien las palabras disciplina, trabajo y perfección demoran en entrar en la conversación, cuando lo hacen ingresan como un vendaval sin concesiones.


Nacida en Buenos Aires, egresó del Instituto Superior de Arte del TEATRO COLÓN con las más altas califcaciones y fue alumna, desde los 7 años de edad, de la bailarina Olga Ferri. Recibió Diploma de Finalista en el XIV Concurso Internacional de Varna, Bulgaria, con sólo 14 años y Natalia Makarova, miembro del Jurado de ese Concurso, la invitó a tomar clases con las Primeras Figuras del ENGLISH NATIONAL BALLET en Londres.
Con extraordinaria repercusión de la crítica y el público, es contratada, a los 15 años, por el AMERICAN BALLET THEATRE, la Compañía de Ballet Ofcial de los EEUU y una de las tres más prestigiosas del mundo.
Es promovida a Primera Bailarina del AMERICAN BALLET THEATRE a los 19 años de edad, siendo la más joven en toda la historia de esa Compañía en alcanzar la máxima jerarquía de Principal. En 1999 fue votada entre los 10 BAILARINES DEL SIGLO por la revista Dance Magazine, la más acredita del mundo.
Fue elegida LÍDER DEL MILENIO por la revista TIMEy la CNN de Televisión. Actualmente es directora del ballet estable del Teatro Colón de Buenos Aires.
¿Podría decirse que ser bailarina fue un trabajo?
Jamás. Para mí fue una forma de vida, una pasión, lo más natural del mundo. Nunca imaginé mi vida sin la danza. Desde que tengo conciencia, a los siete, dije que quería bailar y pensaba que todo el mundo también nacía sabiendo qué quería hacer.
¿Qué se necesita para tener una carrera singular como la tuya?
No sé, no es una ensalada en la que uno pueda poner determinados ingredientes. Hay gente que trabaja un montón, pero que no tiene el talento y no hay con qué darle. Hay gente que tiene todo el talento del mundo pero que no trabaja lo sufcientemente. También, hay gente que tiene todo, los pies, la cabeza, el giro exacto, pero no tiene luz. Entonces llega al escenario y no pasa nada; no existe ese algo especial. Son muchos los ingredientes que deben darse. Es difícil. Pienso que lo fundamental es la pasión, es como la llave maestra. El amor que uno tiene por lo que hace es lo que le da las fuerzas para lograr cualquier cosa. Si en cambio las razones para bailar son externas, como por ejemplo querer ser conocido, no se llega.
¿Qué papel jugaron tus maestros en la construcción de tu carrera?
Soy de la idea de que uno no hace nada solo. Hace falta la contención, la familia, los maestros, esas personas que a uno lo van guiando. Por eso Olga Ferri y el Instituto del Colón fueron tan importantes para mí acá y después, desde los 15 años y hasta el fnal de mi carrera, mi maestra y coach Irina Kolpakova en Estados Unidos. Yo ya era profesional, había hecho los roles miles de veces y sin embargo tuve los ojos de Irina en cada gira, en cada función y hasta la última función. Esa mirada, esa atención en el detalle, esa perfección que no se alcanza pero que se busca siempre, fueron fundamentales para mí. No importa cuántas veces uno haya bailado el rol, siempre hay algo que ajustar. ¡Y esa era mi inspiración! ¿Cuál era el punto si no de seguir bailando? Siempre se podía más, siempre se podía mejor, siempre había algo para darle una vuelta de tuerca. Y eso era lo maravilloso. Ahora que estoy del otro lado me pregunto, ¿cómo hago yo para inspirar a los bailarines?
¿Es posible graduar la exigencia que te caracteriza con tus alumnos?
Es difícil, es un fne line (una línea fna). Justamente porque he vivido tantas experiencias trato de no repetir lo que me hizo daño y de hacer todo lo que ha sacado mi mejor versión. Irina Kolpakova era una rusa dura, que me exigía una disciplina absoluta pero que me contenía y me apoyaba, siempre con la buena onda y con amor. Eso trato de repetir. Para mí la danza fue siempre un templo. Y también disciplina, trabajo y foco, que no tienen nada que ver con la tortura a la que a veces se asocia. Uno puede ser súper disciplinado y estar totalmente concentrado, pero desde las ganas de querer progresar y no desde el miedo. De la misma manera, si uno quiere sacar lo mejor de un bailarín, tiene que entender de qué forma hacerlo. Jamás como en la película "El cisne negro". Todo lo contrario, cuanto más feliz sea, más felicidad podrá brindar. Yo en la compañía del ABT me sentí siempre valorada y salía al escenario tranquila y disfrutando. Además, tuve una relación maravillosa con mi director, con quien podía hablar de todo.
Parecería que hacés las cosas con excelencia porque te hace bien a vos.
Por supuesto. Siempre trabajé así no por el afuera, el aplauso, la entrevista, la foto. No porque tenía que ser el centro de atención. Lo hacía porque a mí me llenaba el alma. Así como también me da placer ir al teatro, a un concierto o estoy siempre escuchando música. Muchas veces del otro lado del escenario miro la función y salgo fotando también.











¿Cómo viven el compromiso las nuevas generaciones?
Para mí fue muy duro. Hubo como un gran quiebre cuando empezó a incorporarse la tecnología, todo se hizo tan rápido. Uno iba al ensayo y todo el mundo estaba con el celular. Algunos bailarines comentaban su trabajo en medio de una función. A mí eso no me entraba en la cabeza. Yo si estaba en el camarín apenas si tenía tiempo de cambiarme la corona, las puntas y el traje. ¿Cómo iba a postear fotos? Pero, claro, eran otras generaciones, acostumbradas a hacer mucho para el afuera. Muchos no bailaban porque les daba placer sino porque quedaba bien. Por eso también llegué a los cuarenta y me retiré. Porque vi que había un cambio generacional muy grande. Y no quería que nada perturbara como esa magia que yo había tenido en tantos años. Para mí el escenario era un templo y nada debía interponerse.
¿Qué te pasa en ese sentido con tus alumnos ahora?
Hay de todo. Hay gente que está des concentrada y otra que está totalmente compenetrada y que da todo en las funciones. Y la diferencia es enorme. En el escenario no se puede mentir. El escenario es pura transparencia y el bailarín que tiene alma, que tiene ángel, se ve. Y el que lo hace para el afuera, se nota también. Cuando bailaba, todos los días era agarrarse a la barra y ensayar el mismo paso por lo que el desafío era cómo hacerlo cada vez mejor. A mí ese proceso me encantaba. Por eso siempre le encontraba como el disfrute por más que estaba también toda esa cosa de la perfección. Y lo mismo hago ahora con los alumnos. Siempre se puede más pero con amor y contención. Nunca con esa cosa sádica. Uno quiere que estén plenos y bien en las funciones y si salen nerviosos, se apaga la luz que tienen.
¿Te cambió mucho el ritmo de vida desde que te retiraste?
Estoy más relajada, tengo una vida muy ordenada. En mi última función (fue Giselle en Mendoza) me dije, dejo de bailar y tiro la chancleta: me tomo un vino, como carne, etc. Y la verdad es que no me tentaba nada. Uno sigue con una línea, con una ética de trabajo. No es que cambia de un día para el otro. Eso desde que tengo siete años. Llegaba acá al teatro cuando las puertas estaban cerradas. Le decía a mi mamá: tenemos que estar ahí antes de que abran. Quizás por esa misma razón llegó antes a la entrevista. g
Elige un trabajo que te guste y no tendrás que trabajar ni un sólo día de tu vida.
Confucio (551 AC-478 AC)
