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El trabajo del periodista
Los vertiginosos cambios tecnológicos plantean un nuevo y complejo escenario para la tarea periodística. Sin embargo, hay esencias que perduran
El monstruo ruge. En la gran sala que lo cobija hace un calor infernal. Los hombres que caminan a su alrededor transpiran como locos, jadean, insultan. El ruido no permite ningún diálogo. La única manera de comunicarse es gritando. Y algunos gritan, claro. Otros, en cambio, callan y obedecen.
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El monstruo funciona a toda velocidad, en medio de un fragor incesante. De sus entrañas, rodeadas por misteriosos engranajes de tonalidades plateadas, doradas y negras, brota el fruto del trabajo de otros hombres, muchos hombres, que antes escribieron, titularon, corrigieron, diagramaron. Lo que la boca del monstruo escupe como si fueran balas que salen de una ametralladora es un diario. El diario de los rosarinos. La Capital.

Yo asomo la cabeza y miro con asombro el panorama. Ese mundo tan extraño late exactamente debajo de la redacción, donde no mucho tiempo antes el secretario de cierre le ha dado el visto bueno a la tapa. Allá arriba, entre el humo de cientos de cigarrillos, chistes flosos, presiones y preocupaciones, se ha hecho otro diario más. Porque el diario es implacable: hay que hacerlo, sí o sí. Con lo que haya. Como venga.
Aquí abajo nada se sabe del otro mundo, aquel mundo que está arriba. Y los que estamos arriba también lo ignoramos todo acerca del monstruo, la imponente rotativa Goss Urbanite que fue adquirida en 1935 y estuvo en actividad hasta 1998, cuando el diario cambió su tamaño del venerable sábana al dinámico tabloide y comenzó a incluir el color en sus renovadas páginas, esas que empezaron a ser leídas por los rosarinos un 15 de noviembre de 1867.
El diario, entonces, parece tener la edad de la ciudad que lo cobija y que él refeja. El monstruo, mientras tanto, no ha dejado de rugir. Yo pido un ejemplar, me lo entregan en mano con la tinta aún fresca. Me ensucio las manos pero no importa, gana la ansiedad por ver de nuevo la tapa que recién acaba de ser escrita y donde las noticias vibran, urgen, llaman. Con el diario en la mano, salgo hacia la noche.
El monstruo sigue allí, aunque ya no ruge. Sus entrañas mecánicas, inmóviles y silenciosas para siempre, guardan el secreto de miles de jornadas. Se las puede contemplar: hoy la inmensa máquina —maravillosamente preservada— es el corazón del Museo del Diario. La querida rotativa parece hablar. Hay melancolía al recorrer esos pasillos para quien, como yo, los ha visto en plena actividad, bulliciosos, frenéticos. El tiempo pasa y todo cambia. Sin embargo, hay esencias que perduran.


Los impensados cambios tecnológicos han modifcado a fondo el trabajo periodístico. La digitalización abrió universos insospechados de velocidad y efciencia. Ciertos ofcios se extinguieron. Ciertos códigos, ciertos hábitos, ciertas rutinas se tornaron, de pronto, prehistoria. Surgió un nuevo mundo, hecho de simultaneidad y vértigo: el tradicional e insustituible papel convive hoy con plataformas múltiples, con la virtualidad al palo, expresada en redes sociales, páginas web, blogs. Pero como se dijo antes, la esencia es similar. El periodismo reclama las mismas condiciones que hace medio siglo.
¿De qué se está hablando? De la irrenunciable fdelidad al lector, a quien hay que respetar siempre. De la obsesión por llegar primero a la noticia. De la honestidad sin fsuras. De la capacidad de contar. De construir un vínculo indestructible con el entorno, hasta el punto de convertirse en parte central de la identidad urbana. Eso fue, es y seguirá siendo un verdadero diario, en el soporte que sea. Cuando La Capital se cierra, como desde hace tantos años —ya suman ciento setenta y cinco—, la noche continúa allí. Cierra la edición papel, claro, aunque internet está abierta. La información no se detiene nunca. Nosotros, los que nos quedamos hasta el fnal, salimos como antes, como siempre, en busca de un bar donde compartir la última charla, con una copa amiga a nuestro lado. Los bares, por supuesto, ya no son los mismos. Otros refugios nos aguardan y allí vamos. La nostalgia puede ser reconfortante porque signifca que lo vivido valió la pena. Pero como una vez escribió Luis Alberto Spinetta, “mañana es mejor”. Quienes hacemos un diario suscribimos esa certera, cálida frase.
Nos sentamos en el bar, cambiamos un chiste con el mozo. Llegan las copas. El primer trago entra y reconforta. Mañana, por supuesto, será otro día. Otro diario. Un nuevo y hermoso desafío.


El Decano de la Prensa Argentina
> El Diario La Capital es fundado por Ovidio Lagos el 15 de noviembre de 1867. > Su nombre se vincula con el intento de convertir a la ciudad de Rosario en la capital de la República Argentina. Ese proyecto, motorizado por Justo José de Urquiza, fue aprobado por la Legislatura nacional en dos ocasiones y vetado por los entonces presidentes, primero Domingo Faustino
Sarmiento y luego Bartolomé Mitre. Ambos defendían los intereses monopólicos de Buenos Aires. > Es el periódico más antiguo del país, razón por la cual se lo conoce como
Decano de la Prensa Argentina. > En sus comienzos, el edifcio que lo albergaba estaba situado en Santa Fe 104. La publicación era vespertina y las ediciones se anunciaban con el estampido de un cañón. > La Capital puso en las calles rosarinas, por primera vez, la nota llamativa de pequeños vendedores ambulantes: los canillitas. > El 19 de agosto de 1868 pasó de ser vespertino a matutino. En 1874 y 1887 adquirió nueva maquinaria de impresión. En 1889 la editorial se traslada a su actual emplazamiento en Sarmiento 763 y compra en Francia una impresora Marinoni. > En 1903 el diario cambia el formato de sus páginas, achicando el tamaño.
En 1907 y 1937, su diseño fue actualizado con el objetivo de adaptarse al cambio de los tiempos. > Hasta 1967, en las tapas aparecían anuncios publicitarios. Luego las noticias ocuparon toda la portada, en benefcio del lector. > Durante 111 años el diario se hizo "en caliente", es decir, con el empleo de linotipos que moldeaban, en plomo y antimonio fundidos, cada letra y línea de texto. El viejo taller fue renovado en 1978 cuando se incorporó el proceso de fotocomposición, conocido como composición "en frío".
La Capital es un diario de la ciudad de Rosario y su región, en la República Argentina. Fue fundado el 15 de noviembre de 1867 y es el periódico más antiguo de Argentina todavía en circulación, por lo que ha ganado el título de "Decano de la Prensa Argentina",1 siendo uno de los pocos diarios en el país que atravesó tres siglos de historia. El 31 de octubre de 2017, recibió, en el Senado de la Nación, la Mención de Honor Domingo F. Sarmiento (el reconocimiento más alto que otorga la cámara alta) por su 150 aniversario.


> En 1998, en la planta ubicada en Santiago Bis y Rivadavia se instala una rotativa Goss Urbanite, máquina de impresión de 13 cuerpos, 165 toneladas de peso y casi 36 metros de largo. También se incorporan dos apiladores contadores digitalizados programables de diarios, cuatro máquinas atadoras automáticas, perforadoras, dobladoras, insoladoras y otros equipos de última generación. Con ellos, el 6 de julio de ese año La Capital pone a disposición de los habitantes de Rosario y su zona de infuencia una edición renovada, moderna y en colores, destinada a satisfacer las necesidades informativas y publicitarias de un público numeroso. > En 2017 cumple un siglo y medio de vida. Corresponde al mismo período que otros diarios históricos del mundo como The New York Times (1851), La Stampa (1867) y The Financial Times (1888). En Latinoamérica se posiciona junto a referentes periodísticos como El Comercio de Lima, fundado en 1839, o La Nación, de 1870.






Siempre se puede más, siempre se puede mejor, siempre se puede dar otra vuelta de tuerca
