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Angélica Gorodischer

Angélica Gorodischer es todo lo que tiene que ser. (O lo que una sueña con ser cuando sea ¿grande?). Lo dice la furia roja de su pelo mínimo, casi cortado al rape; la mirada dura y la sonrisa afable, como si su rostro tuviera dos planos diferentes. Lo dicen sus calzas atigradas que se bambolean al ritmo del bastón que la ayuda a transitar cada metro donde reina, o las respuestas infalibles a Goro, su marido que, en un segundo plano, aprovecha cada silencio para hacer un chiste. Otro que tiene una mirada pintada en otra cara, que no sonríe con sus apostillas: tiene facha de pocos amigos. O eso es lo que pretende. La cara del Goro, digo. Que vino de Ucrania cuando era un niño, se ganó la vida como arquitecto y deja caer constantemente frases hilarantes sin que se le mueva un músculo. Estará toda la entrevista detrás de nosotros, pero nunca en un segundo plano. Porque responderá a cada cosa que ella, Angélica, necesite, aunque no necesite nada, excepto evitar levantarse del sofá de sopetón o elegir entre las miles de llaves que abren su escritorio al fnal del jardín: ahí hay seres extraños. ¿Serán simpáticos con El Goro? Ella se ríe de la ocurrencia y también de la vida que le regaló 90 años de dicha. Y nos la regaló a ella. Escritora fenomenal, feminista, bibliotecaria, trabajadora incansable, modesta y terminante, su casa la rodea a ella como un laberinto del que salen duendes y espíritus y gnomos y angelitos y seres especiales y a la que vuelven sus tres hijos a mimarla. Brava. Angélica es brava. Inescrutable. Tiene secretos (creemos, sin base científca). Debe de haber sido una mujer casi salvaje en su juventud y ahora, a los 90, no regala nada, excepto admiración por la inteligencia del otro y la risa clara cuando Goro, su talismán, suelta una broma más. Todos dicen (a ella le importa nada) que es una de las últimas escritoras vanguardistas, fenomenales y lúcidas del país, aunque parece que nada la toca, excepto la literatura escrita por otras mujeres, que lee y relee todo el tiempo. Se lo digo y lo niega: es modesta. Se ríe. Siempre se ríe. Pero escruta.

Leí su trayectoria y, la verdad es que usted trabajó en forma incansable. ¿Como es ser una trabajadora de la cultura? Es como cualquier otra cosa. Supongo que una mujer que trabaja en el campo hace lo mismo que hago yo, se levanta temprano pensando en lo que tiene que hacer y cómo combina las cosas de la casa con los chicos, con el marido… y uno se las arregla como puede.

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¿Y cómo se las arregló usted durante todos estos años? Bueno, yo nunca dejé de trabajar. Nací en una familia de clase media donde mi papá era el trabajador y mi mamá ama de casa en las formas, porque era escritora, poeta; ella sacó varios libros… (Se acaricia la boca) Siempre había algo que hacer y para ella la casa tenía que estar perfecta. Y todo el mundo laburaba. Nosotros éramos dos hijas, mi hermana era menor que yo.

Le enseñaron la cultura del trabajo. ¡Por supuesto! Mi papá salía a trabajar todos los días, tenía un puesto de jerarquía en una compañía petrolera, era un hombre que iba a laburar. Y mi mamá trabajaba en sus cosas porque además de escritora daba conferencias. Una sabía que venía a la vida a trabajar.

¿En qué trabajaste? (Ya había intimidad y me animé a tutearla; no le molestó). De muy chiquita era secretaria de un señor, que ahora no me acuerdo como se llamaba. Era historiador y necesitaba a alguien que le hiciera de secretaria dos o tres veces por semana. Yo era muy jovencita y estaba muy orgullosa del trabajo, porque era como ser adulta. Me pagaba, yo iba tres veces por semana, tendría 20 años o menos. Después, cuando en la facultad, trabajé en la biblioteca y más tarde tuve otro trabajo: siempre tenía algo que hacer.

¿Qué facultad? Humanidades y artes.

¿Se recibió? No.

¿Por qué? Me cansé de la cosa sistemática de tener que ir, rendir, ¡todo tan previsible! Y yo, lo que quería, era justamente algo que no fuera previsible, que no se pudiera encontrar en otra parte. La pasé bien y me acostumbré a lo que era cumplir un horario, cobrar un sueldo, manejarse con dinero propio… En realidad, mi papá no quería que yo trabajara, cosa que me daba mucha gracia porque me decía: “Yo te puedo dar toda la plata que haga falta”; y yo le respondía: “Quiero tener mi propio dinero”. Creo que nunca lo entendió, pero se resignó, porque la cosa venía bien. Mi mamá me apoyaba y muchas de mis amigas también trabajaban. ¿Qué era eso que buscabas? No tengo idea, yo quería escribir y tener plata ganada por mí.

¿Ya escribías? Si, un poco como escondida porque me daba vergüenza.

¿Por qué? Vaya uno a saber.

¿Sos tímida? ¡Qué voy a ser tímida!

Entonces ahí hay algo que no va. Si hay algo que… bueno, por suerte en la vida uno tiene esas contradicciones, si no sería aburridísimo.

¿Quiere decir que usted no se aburrió? No, aburrirme nunca, nunca.

¿Qué hizo para no aburrirse, además de trabajar? Primero que leía mucho. Yo creo que nací leyendo y con los ojos en un libro y sigo hasta ahora, con los ojos en los libros, esto no es nada, lo que es allá al fondo está todo tapiado de libros.

¿Cuál fue el libro que a una edad temprana te marcó? No sé, porque yo leía mucho, aunque hubo libros importantes en mi vida. De muy chica no me acuerdo, mi casa estaba llena de libros. Algunos los aproveché, otros las absorbí, otras me pasaron por delante, pero sé que hubo muchos interesantes, como Todos los Hombres son inmortales de Simone de Beauvoir, que no es un libro extraordinario ni mucho menos, pero pensé «una novela es esto».

¿Privilegia la literatura femenina por sobre la de los hombres? Y si, yo tengo mucho interés por lo que dicen las mujeres.

¿Por ejemplo quién? Y Simone de Beauvoir. Ella dice esas cosas muy interesantes, pero en general, cuando se trata de autores y de autoras, me voy siempre para el de las mujeres, las cosas que ha dicho en Argentina Victoria Ocampo, para qué te voy a contar… Me acuerdo que cuando tenía 20 años la despreciaba a la Ocampo, esas señoras de sociedad que escriben… ¡Macana! es una cosa impresionante lo que decía y sabía, pero la cuestión es que siempre me he fjado en lo que decían las mujeres.

«Hablo con mis libros, ellos me dicen cúando están listos»

¿Cuántos hijos tiene? Tres, dos varones y una mujer. El mayor es cirujano, el segundo es arquitecto y la mujer es psicoanalista. ¡Que el señor los libre!

Angélica, vos que nunca dejaste de trabajar y de escribir, contame cómo fue combinar el trabajar con criar a los hijos. ¿Hubo un método? Nooo, qué método, hay que apechugar como se puede.

¿Pero te obligabas a escribir? ¿Tenías una rutina? No, ese era el propósito, pero nunca lo lograba. Y tenía marido, tres hijos, la casa, el laburo fuera de mi casa, era bravísimo.

¿Qué trabajo tenías fuera de casa? Fui bibliotecaria, después trabajé en un instituto médico y luego en la facultad.

Cuando trascendiste lo local, lo personal ¿cómo fue ese encuentro con el gran público? Porque sos una de las escritoras vivas más importante del país. Para mí ha sido una cosa muy normal, entendí que si escribía y publicaba, la gente me iba a hacer entrevistas, a llamar por teléfono, a hacer notas. Pensaba qué bueno que se lean mis libros.

¿Empezaste con ciencia fcción, un género que no se leía mucho, como fue que abrazaste ese género? La ciencia fcción te muestra otro costado de la realidad. Que un libro me cuente lo que le pasa al vecino y al ofcinista de la otra cuadra, no me importa en absoluto, porque yo quiero ver qué es lo que hay detrás de eso, qué es lo que hay de fondo. Ese otro mundo que existe a la par de este.

¿Tenés algún autor referencial que te haya gustado? Sí, autores de narrativa fantástica como Italo Calvino.

¿Crees que la literatura es un trabajo? Para mí la literatura es parte de mi vida. Mi vida se compone por Goro, mis hijos y la literatura. ¿Goro está en tu literatura? Sí, es parte de mi vida. Cuando escribo, converso con él o le doy para leer. Es un tipo muy inteligente, muy racional y opina cosas inesperadas. A veces le hago caso, a veces no.

¿Se pelean por eso? No, yo no me peleo. A veces me ofendo, pero no me peleo.

¿Qué libro tuyo retrabajarías? Ay no sé… Supongo que el primero, porque no vuelvo a leerlos ¡dios me libre y me guarde! No no, no leo, me da vergüenza.

¿Vergüenza de qué? Cambio mucho, cosa que es muy interesante porque si te quedás donde estabas… A mí me parecía que estaba destinada a la literatura fantástica, si es fantástico, si no existe, si es asombroso, me interesa.

¿Viste alguna cosa fantástica en tu vida? Creo que no, me hubiera encantado.

Leí que habías pasado por una enfermedad. ¿Durante ese tiempo seguiste trabajando? Sí, yo trabajé siempre. Me preguntan cómo haces para estar en todo y no tengo la menor idea. Hice todo como pude, aunque yo quiero que las cosas salgan perfectas, a veces no se puede.

¿Cuándo das por terminado un libro? Yo me doy cuenta, lo leo y digo “ya está”. El libro me lo dice, ya está Angélica, ya está.

¿Usted habla con sus libros? ¡Por supuesto! Cuando ellos me dicen que ya está listo, se lo doy al Goro para que lo lea. Siempre tengo algo que va marchando, ahora tengo una serie de cuentos que ya casi casi están para un libro. g

«La ciencia fcción te muestra otro costado de la realidad»

Angélica Gorodischer (Buenos Aires, 28 de julio de 1928) es una escritora argentina, considerada una de las tres voces femeninas más importantes dentro de la ciencia fcción en Iberoamérica, junto con la española Elia Barceló y la cubana Daína Chaviano. En 1963 obtuvo el primer premio del Club del Orden, que le signifcó la publicación de su primer libro, Cuentos con Soldados. En 1964 ganó un concurso de la revista Vea y Lea con el cuento policíaco «En verano, a la siesta y con Martina». En 1988 le fue concedida una beca Fulbright, por la que participó en el International Writing Program de la Universidad de Iowa. En 1991, también con una beca Fulbright, enseñó en la University of Northern Colorado. En 2014 obtuvo la Mención Especial por Trayectoria en los Premio Konex.

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