Los hechos: las jornadas de mayo
1.2.1 El sábado 25 de mayo Había en el aspecto de todas estas manifestaciones algo sensacional y grande que recordaba las magnas jornadas de la revolución francesa, guardando las distancias por supuesto.21
Desde tempranas horas de la mañana de día sábado 25 de mayo, la gendarmería y el ejército –con personal de la Escuela Militar y el batallón No. 9– patrullaban la ciudad guardando el orden público y disolviendo los grupos que se formaban. Sin embargo, la casa de Guillermo Billinghurst en la calle Gallinazos presentaba un inusitado movimiento pese al despliegue de la fuerza pública: “cientos de personas” rodeaban la casa y se organizaban según los clubes políticos a los que pertenecían a la espera de órdenes. Promediando la mañana, partieron los diferentes clubes en “grupos numerosos” a “los puntos que se les había señalado en plan de batalla dispuesto, para impedir la realización de las elecciones”22; se inició así la toma y destrucción de mesas electorales. La mesa de la Plazuela de Santa Clara fue atacada y destruida. Estaba presidida por el Dr. J. David Duarte, abogado de la Beneficencia, quien tuvo que huir del lugar, pero poco después instaló otra mesa de sufragio en la Plaza Italia. Allí, nuevamente, fue asediado por los “billinghuristas” y trató de amedrentarlos disparando su arma; al no lograrlo, emprendió la huida con dirección hacia su hogar en la misma plaza, pero fue alcanzado por el “populacho”, que casi lo lincha. Terminó con heridas de bala en la cabeza y brazo, diferentes contusiones por los “garrotazos” y una puñalada en el pecho. Mejor suerte corrió el Dr. Manuel Prado y Ugarteche, miembro del Partido Civil y presidente de la mesa de la plazuela Santo Domingo, quien nos narra cómo: las turbas ciegas de pasión dominaron la plazuela [...] me exigieron que les entregara los documentos oficiales de la comisión de sufragios, a lo que yo me negué resueltamente. Esta negativa dio lugar a un momento de indecisión, que yo pude aprovechar para decirle a mis atacantes que si yo no me había defendido con la fuerza ni había hecho uso de mi arma era por no disparar sobre el pueblo inconsciente [...] Mis palabras no dominaron el tumulto; un tiro de revólver arrojado a mi sombrero y otro disparado a boca de jarro, me marcó un fogonazo y la multitud consumó todos los cobardes atropellos contra mi persona.23 21. La Crónica. 26 de mayo de 1912. p. 8. 22. La Opinión Nacional. 27 de mayo de 1912. 23. Carta de Manuel Prado. En: El Comercio. 26 de mayo de 1912. EM. p. 1.
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