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El escenario: Lima de inicios del siglo XX
2. El escenario: Lima de inicios del siglo XX
El estudio de Lima a inicios del siglo XX, realizado en el presente capítulo, tiene un doble objetivo. En primer lugar, establecer que se trataba de una ciudad en tránsito, es decir, un espacio que estaba desarrollando áreas de conflicto y confrontación ante la inserción de la modernidad, que comienza a transformarla. En segundo lugar, describir y precisar cuantitativamente varios aspectos de la vida material de Lima –como barrios, mortalidad, costo de vida, vivienda, mercado laboral– que nos permitan identificar a los “plebeyos” o pobres de la ciudad, que luego encontraremos entre los actores de las Jornadas de Mayo de 1912.
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Durante la década de 1890, finalizados los años de crisis a que dio lugar el colapso de la explotación del guano y del salitre, la Guerra del Pacífico y las posteriores luchas entre caudillos, el Perú comenzó a remontar la situación de anarquía política y recesión económica.
Los hechos que determinaron este proceso de recuperación fueron dos. Por un lado, el triunfo de Andrés A. Cáceres en la guerra interna contra Miguel Iglesias, que permitió la emergencia del segundo militarismo que inició la reconstrucción del Estado y el logro de un cierto orden nacional. Y, por otro, la firma del contrato Grace, en abril de 1890, que canceló la deuda externa con el mercado de capitales inglés y nuevamente nos hizo sujetos del crédito internacional.
Con la estabilidad política y la credibilidad financiera recuperadas, el Perú pudo volver a reinsertarse en el mercado mundial con una importante oferta diversificada de productos de exportación que dinamizaron la economía de manera rápida y descentralizada. En efecto, el impacto de este proceso fue notorio en el ámbito de la estructura productiva y de la propiedad en diferentes regiones del país. Estos son los casos de la costa norte y central, con la concentración de la propiedad rural y el desarrollo de una agricultura capitalista de caña y algodón dirigidas a la exportación; el sur andino, con el desarrollo del capital comercial arequipeño exportador de lanas; el oriente, con el impulso de la economía del caucho y un importante
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flujo migratorio nor-andino; la sierra central, con el desarrollo de una ganadería moderna que impulsó la industria láctea para el mercado interno y el inicio de la explotación cuprífera en Cerro de Pasco; y, finalmente, las costas del extremo norte, con la explotación petrolera y el desarrollo de las haciendas algodoneras de exportación.
Esta diversidad de actividades productivas extractivas y exportadoras generaron un gran número de empresas, nacionales y extranjeras, con distintos grados de eslabonamientos productivos. Todas ellas jugaron un rol decisivo en la expansión de las economías regionales y la ampliación del mercado interno. Ejemplo de lo que venimos afirmando fue el surgimiento de centros urbanos con nuevas dimensiones como Piura, Chiclayo, Pacasmayo, Trujillo, Ica, Arequipa, Huancayo, Cerro de Pasco, Iquitos, que fueron los ejes políticos y comerciales de diferentes regiones, así como centros administrativos y financieros de diversas empresas.
En esta coyuntura de reactivación económica, la ciudad de Lima constituyó otro espacio importante donde se hizo evidente el impacto de la reinserción del país al mercado mundial. El auge del guano había hecho de ella la urbe más importante del país; sin embargo, a partir del siglo XX, la dimensión de su crecimiento y progreso será cualitativamente diferente bajo el dinamismo del nuevo ciclo expansivo.
Durante las tres primeras décadas del siglo XX, Lima fue el escenario de tres fenómenos cuya emergencia es consecuencia directa de la expansión económica. En primer término, se constituyó en la principal beneficiaria de la política centralista de un Estado que redefine sus roles, multiplica sus instituciones e incrementa la burocracia. En segundo lugar, se dio el desplazamiento de parte importante de las élites regionales –de reciente constitución o de antigua data–, que comienzan a fijar su residencia en esta ciudad. Y, en tercer término, la presencia de la modernidad transforma la cotidianeidad, las costumbres y el paisaje urbano.
En efecto, el crecimiento del Estado, la presencia de las elites regionales y la modernidad convirtieron a Lima en la receptora privilegiada del gasto público, del capital generado por diferentes mecanismos de acumulación regional y los inventos e innovaciones del mundo recientemente industrializado. La presencia de estos capitales e inventos permitirá la diversificación de los bienes y servicios urbanos, irá cambiando la fisonomía social de la ciudad, y el poder político ejercido desde Lima comenzará a tener una cierta escala nacional.
Como resultado de esta nueva coyuntura, el desarrollo de la capital tomará una velocidad y características diferentes del resto de los centros poblados del país en términos del incremento demográfico, el crecimiento urbano, la rápida industrialización, la estructura ocupacional
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