Rebeldes republicanos: la turba urbana de 1912
líder de inicio de siglo. Pero tenía características particulares: era periodista de La Acción Popular, impreso desde el cual había defendido la causa del billinghurismo y denunciado la situación de maltrato hacia el indígena. Además, junto a Federico Ortiz Rodríguez, fue uno de los confidentes de Guillermo Billinghurst durante su mandato. Por último, era un magnífico orador. Mientras ejercía el cargo de presidente del Comité Popular le tocó dar el discurso en nombre de las bases en casa de Billinghurst el 25 de agosto de 1912. En él sostuvo: Yo señor vine a ayudaros y como yo todos los que os rodean, porque adiviné allá en lontananza, sin ser un profeta, que seríais el mesías de la patria; y cuando ya llega el momento de volver a la labor tranquila, me llevo el sentimiento y la nostalgia de las horas de lucha, las horas de combate, las horas en que sólo sentía sed de sacrificio para probaros mi loco deseo de seros útil; sentimiento igual andaba en cada uno de los pechos de los seres que acompañan esta manifestación grandiosa (...) Señores miembros del Comité Ejecutivo, vuestros soldados, a cargo de los oficiales del Comité Popular, siguen siempre atentos a vuestras órdenes (...) Y a ti, pueblo completamente mío permíteme que te diga; gracias, muchas gracias por haber acudido a la llamada de este oficial de las santas causas55.
Definitivamente es un discurso con niveles de subordinación y romanticismo extremos, pero posiblemente era la manera de ser leal a quien se consideraba un “mesías de la patria”. Finalmente, quisiéramos señalar que el Comité Popular constituyó un magnífico resumen de la experiencia del billinghurismo. Este movimiento sólo fue posible dentro de una ciudad premoderna, donde la división social generada desde el ingreso estaba diluida por el escaso desarrollo de los derechos ciudadanos, lo que permitió experiencias de alianza política tan amplias.
3.3 Motivaciones y creencias. Algunas reflexiones Si algo mantuvieron en el recuerdo los contemporáneos de las Jornadas de Mayo fue, sin duda, lo sorprendente que estas fueron para todos. Nadie vislumbró la violencia y convicción que presentaron, nadie previó su nivel organizativo ni la proyección de sus objetivos. La multitud de 1912 fue el actor decisivo de la escena política: ella fue capaz de cristalizar 55. La Prensa. 26 de agosto de 1912. EM.
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